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Brasil, el atolladero

Fuentes: Le Monde diplomatique

«Ni Brasil ni los brasileños merecen esto», declaró abrumado el presidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva. Aludía al escándalo de corrupción que desde hace cuatro meses viene sacudiendo a su país, salpicando a ministros y dirigentes de la formación de donde surgió, el Partido de los Trabajadores (PT). Revelada con júbilo por los […]

«Ni Brasil ni los brasileños merecen esto», declaró abrumado el presidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva. Aludía al escándalo de corrupción que desde hace cuatro meses viene sacudiendo a su país, salpicando a ministros y dirigentes de la formación de donde surgió, el Partido de los Trabajadores (PT). Revelada con júbilo por los grandes medios de comunicación y atizada por acusaciones públicas formuladas por las personalidades implicadas, la cuestión ha cobrado rasgos de telenovela (1). Ha convulsionado toda la escena política con la violencia de un huracán devastador.

Al parecer está comprobado que el entorno de Lula da Silva y especialmente José Dirceu, ministro de la Casa Civil del Presidente (una especie de primer ministro), había edificado un amplio sistema de sobornos para comprar el voto de diputados aliados del PT (2). Cada parlamentario corrupto recibía mensualmente una suma aproximada de 10.000 euros extraídos de una caja negra alimentada por las finanzas públicas… Por otra parte, desde 2002 un mecanismo sofisticado de desvío ilegal de dinero había permitido financiar la campaña que culminó con la elección del presidente Lula.

Sin embargo hasta el momento no se ha aportado ninguna prueba de la implicación personal del Jefe de Estado. Tampoco parece que los diferentes dirigentes políticos miembros del PT comprometidos en este asunto se hayan enriquecido a título personal. Cabe decir que eran corruptores activos (y no corruptos pasivos) que actuaban en nombre de lo que consideraban el interés superior de su partido.

Desde enero de 2003 el PT ha gobernado con el apoyo de diversos aliados. Pero a pesar de sus apoyos no contaba con una mayoría en la Cámara, lo cual le obligó a buscar la neutralidad o el apoyo de grandes fuerzas conservadoras, como el Partido de la Socialdemocracia (PSDB), el Partido del Movimiento Democrático (PMDB) y el Frente Liberal (PFL). En Brasil los parlamentarios son tradicionalmente independientes de los partidos cuya etiqueta llevan. No vacilan en cambiar de pertenencia. De modo que son sumamente sensibles a todas las formas de corrupción. Se trata lamentablemente, como en muchos países, de una práctica constante en política, cualquiera que sea el equipo que esté al mando. Salvo que esta vez, con el PT en el poder y Lula da Silva en la presidencia, los ciudadanos esperaban una erradicación definitiva de esas costumbres detestables.

¿No había hecho el PT de la ética su principal estandarte? ¿No había repetido que la democracia participativa en los municipios y Estados que gobernaba constituía la mejor garantía contra la corrupción? ¿No había inventado y exportado al mundo la idea del presupuesto participativo como modelo de control colectivo sobre la gestión de las finanzas públicas? Lula da Silva, nacido en la miseria, y que a fuerza de voluntad e inteligencia había logrado labrarse un camino en medio de las feroces desigualdades ¿no era el ejemplo mismo de la probidad? La actual decepción es proporcional a las esperanzas que había hecho nacer su elección en octubre de 2002. Entonces se creyó que se pasaba una página, y que había llegado por fin la hora de la justicia social para la masa de desheredados de Brasil (3).

Sin embargo, hay quienes sostienen que el actual escándalo no constituye en absoluto una sorpresa. Desde hace mucho tiempo el ala izquierda del PT y los poderosos movimientos sociales (entre ellos el Movimiento de los Sin Tierra) alertaban contra las desviaciones de un Gobierno reticente a poner en práctica reformas sociales indispensables (4), mientras se empeñaba en llevar a cabo, alentado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) una política económica muy alejada de las promesas hechas al electorado popular. La paradoja es que el PT llegó a corromper a diputados de derechas para que votaran leyes de derechas… Por supuesto, las fuerzas conservadoras que se revuelcan hace décadas en la corrupción están eufóricas y se permiten el lujo de dar lecciones de moral. En Washington no lloran demasiado los infortunios del presidente Lula da Silva. Su innovadora diplomacia Sur-Sur irritaba. Y disgustaba el papel clave de Brasilia en una América Latina atraída por el nuevo eje Venezuela-Cuba, pero también por Argentina, Uruguay y Panamá, que se inclina cada vez más hacia la izquierda.

Al dirigirse a la nación el pasado 12 de agosto, el presidente brasileño se disculpó ante su pueblo, afirmando que había sido «traicionado por prácticas inaceptables que ignoraba». Las próximas elecciones presidenciales tendrán lugar en octubre de 2006. Hasta entonces ¿logrará Lula da Silva restablecer su vínculo con las clases populares que lo habían convertido en un ícono, y que hoy ven robados sus sueños?

Notas

(1) Bajo el título de Escándalo de las mensualidades se encuentra una detallada cronología de la cuestión en el sitio de la enciclopedia libre Wikipedia http://es.wikipedia.org/wiki/Esc%C3%A1ndalo_de_las_mensualidades.

(2) Partido Liberal (PL), Partido Comunista de Brasil (PCdoB), Partido Popular Socialista (PPS), Partido Demócrata Laborista (PDT), Partido Socialista Brasileño (PSB), Partido Verde y Partido Progresista (PP).

(3) Véase Ignacio Ramonet «¡Viva Brasil!», en Le Monde diplomatique edición española, enero de 2003.

(4) Véase Emir Sader, «Cita fallida con el movimiento social brasileño», en Le Monde diplomatique, edición española, enero de 2005.