En este artículo la autora reflexiona sobre el camino que se abre ante la clase trabajadora después de la victoria de Lula: permanecer atenta y organizada, ‘porque aún habrá que librar muchas luchas’.
Tras una semana tensa, en la cual un apoyador de Jair Bolsonaro hirió a policías con tiros y granadas y una diputada bolsonarista persiguió un hombre negro por la calle, armada con una pistola, la población brasileña se expresó. Había llegado la hora de poner fin a uno de los gobiernos más destructivos de la historia del país. Derrotar a Bolsonaro y su política de muerte se convirtió en una cuestión de honor, favoreciendo la formación de alianzas nunca vistas. Fue una campaña bastante despolitizada, sin un debate a fondo de los grandes temas nacionales, precisamente debido a que Bolsonaro consiguió imponer su agenda repleta de mentiras. De hecho, fue necesario realizar un gran esfuerzo para deshacer toda esa trama de mentiras. Razón por la cual, tanto las cuestiones económicas como las política, quedaban fuera de la campaña. El clima de guerra religiosa y moral marcó la pauta general de todo la campaña, al tiempo que la violencia se generalizaba. El último acto fue el del ex diputado Roberto Jefferson, quien intentó transformarse en un mártir, buscando reconstituir el clima que había creado el candidato Bolsonaro con su famosa puñalada durante las elecciones de 2018. Al atacar a la Policía Federal esperaba un revival de aquello, pero no lo hubo. El globo explotó causando múltiples estragos en la campaña bolsonarista. En el campo de la oposición al gobierno las compuertas iban cerrándose y viejos adversarios se unieron para derrotar Bolsonaro.
Y la derrota vino. Apretada, pero vino.
Es importante destacar que el gobierno hizo uso de toda la maquinaria a su alcance para impedir la victoria de Lula. El Nordeste, región brasileña con más votos para el petista, fue el campo de batalla. La Policía Rodoviária Federal recibió la orden de impedir que la gente llegase a los centros de votación: autobuses, coches, motos, todo era detenido y los pasajeros sufrían humillaciones. Aun así, no fue suficiente. La respuesta del Nordeste fue la esperada: victoria aplastante de Lula. Minas Generais, un estado que siempre es una referencia para las muestras, también sorprendió y Lula quedó con más del 50% de los votos. Y en la región Norte, los estados del Amazonas y Pará igualmente respondieron bien contra Bolsonaro. El Sur, Centro-Oeste y parte del Sudeste mantuvo su preferencia por Bolsonaro, aunque Río Grande do Sul sorprendió impidiendo la victoria del candidato a gobernador bolsonarista, a pesar de darle la victoria a Bolsonaro en la elección presidencial.
Por fin, tras un recuento bastante sufrido, llegaron los resultados: 50,90% para Lula y 49,10% para Bolsonaro, una diferencia de poco más de dos millones de votos.
Mirando para el mapa de Brasil es fácil ver que fue la población más sufrida quien decidió la derrota de Bolsonaro. No en vano, fueron cuatro años en los cuales los trabajadores perdieron derechos y sufrieron de manera brutal los efectos de la acción gubernamental durante la pandemia. Bolsonaro no actuó en el combate a la enfermedad, hizo campaña contra el uso de máscaras y por el uso de medicamentos ineficaces. Además, hizo campaña contra la vacuna y solo compró el inmunizante tras una dura batalla por parte de la población. El resultado fueron casi 700 mil muertos. No siendo eso suficiente, le facilitó el negocio a las empresas de armamento, hizo la vista gorda ante los fazendeiros y los garimpeiros que invaden las tierras indígenas, no actuó ante los incendios de la Amazonia y del Pantanal, permitió que la gasolina alcanzase los siete reales el litro y provocó que se disparase el precios de los alimentos.
En el campo de la moral Bolsonaro, su mujer y sus hijos, difundieron una serie de mentiras: que el comunismo estaba llegando, que el PT cerraría las iglesias, que Lula era un satánico, que obligaría a los niños y a las niñas a usar el mismo cuarto de baño en las escuelas, que les enseñaría a ser gays y un sinfín de absurdos que fueron cimentando un ejército de fanáticos. Ante una economía en colapso, el avance del hambre y de la miseria, esos temas crearon cortinas de humo que inhibieron a mucha gente. Por eso, no es de extrañar que Bolsonaro haya conseguido 58 millones de almas para su proyecto. El miedo fue decisivo para una capa grande de la población.
Pero, a pesar de eso, Bolsonaro fue derrotado en las urnas. Y ahora, se espera que venga un nuevo tiempo. No hay ilusiones sobre el gobierno de Lula. Será un gobierno socialdemocrata, con muchas concesiones a los aliados de última hora. Pero, sin lugar la dudas, habrá una reanudación de la racionalidad, en la medida en que el proyecto político del mandatario de la nación no volverá a estar dominado por las mentiras y los absurdos moralistas. A los trabajadores les queda ahora permanecer atentos y organizados, porque aún habrá que librar muchas luchas.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora y del traductor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.