Quienes suelen ir a la feria, al mercado o al supermercado a comprar alimentos saben muy bien que han subido los precios. La inflación comienza a quedar fuera de control. El gobierno de Dilma está consciente de que éste es un talón de Aquiles. Los intereses tienden a subir y la Unión anunció un recorte […]
Quienes suelen ir a la feria, al mercado o al supermercado a comprar alimentos saben muy bien que han subido los precios. La inflación comienza a quedar fuera de control. El gobierno de Dilma está consciente de que éste es un talón de Aquiles.
Los intereses tienden a subir y la Unión anunció un recorte de US$ 30 mil millones en el presupuesto federal. (Espero que los programas sociales, la salud y la educación se vean libres de la tijera). Todo ello para impedir que despierte el dragón y se trague lo poco que el brasileño ganó en los ocho años del gobierno de Lula.
Por todo el mundo hay una crisis financiera, una hemorragia especulativa difícil de parar. Grecia, Irlanda y Portugal andan con la charola en las manos. En Europa sólo Alemania tiene un crecimiento significativo. Y en los Estados Unidos el índice de crecimiento es casi insignificante, tres veces inferior al del Brasil.
¿Por qué ha subido el precio de los alimentos? Debido a la crisis financiera, ahora los especuladores invierten su dinero en algo más seguro que unos papeles volátiles. Por eso invierten en compras de tierras.
Otro factor del alza de los precios de los alimentos es la expansión del agrocombustible. Cuantas más tierras se dediquen a plantar vegetales de los que se fabrica el etanol, menos áreas quedan para cultivar lo que necesitamos en el plato.
Se producen alimentos para quien pueda comprarlos y no para quien tiene hambre (es la lógica perversa del capitalismo). Ahora se siembra también lo que sirve para abastecer a los autos. El petróleo ya no es tan abundante como antes.
En las grandes extensiones agrícolas se adopta el monocultivo. Se siembra soya, trigo, mijo… para exportar. El Brasil tiene hoy el mayor rebaño del mundo y sin embargo la carne se ha convertido en un artículo de lujo. Se le suma a ello el aumento de los precios de los fertilizantes y de los combustibles, y la demanda de alimentos en la superpoblada Asia. Y más demanda significa oferta más cara. China desbancó a los Estados Unidos como principal socio comercial del Brasil.
A esa coyuntura se le suma la desnacionalización del territorio brasileño. Ya no se puede comprar un país, como durante el período colonial. O mejor dicho, se puede, haciéndolo de abajo hacia arriba, pedazo a pedazo de sus tierras.
Hace décadas que el Congreso está listo para establecer límites a la compra de tierras por extranjeros. Pero mientras nuestros diputados guardan los proyectos, el Brasil va siendo literalmente comido por el suelo.
En el 2010, la NAI Commercial Properties, transnacional del ramo inmobiliario, que está presente en 55 países, adquirió en el Brasil, para extranjeros, 30 haciendas en los estados de GO, MT, SP, PR, A y TO. En total ¡96 hectáreas! Muchas de ellas compradas con fondos de inversiones firmados fuera de nuestro país, como dos haciendas de Pedro Afonso, en Tocantins, por una extensión de 40 mil hectáreas, adquiridas por US$ 150 millones. O sea a un precio de US$ 3.50 por hectárea. Hoy una hectárea en el estado de São Paulo vale entre US$ 16 mil y 18 mil. Resulta mejor negocio invertir en tierras que en acciones de Bolsa.
Según la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), el año pasado casi US$ 140 mil millones fueron destinados en el mundo a comprar tierras para la agricultura. Las tierras brasileñas fueron una ganga. Se estima que la NAI tiene en el Brasil más de un 20% de productos para la exportación.
La oficina de la NAI en el Brasil cuenta con cerca de 200 fondos de inversiones catastradas, todos aguardando en fila para comprar tierras brasileñas y destinarlas a la producción agrícola.
El alimento es hoy la más sofisticada arma de guerra. La mayoría de países gasta entre un 60 y un 70% de su presupuesto en la compra de alimentos. No es por casualidad que grandes empresas alimentarias invierten muchísimo dinero en la formación de oligopolios, culminando con las semillas transgénicas que convierten los sembradíos dependientes de dos o tres enormes empresas transnacionales.
El gobierno de Lula hizo mucho respecto a la soberanía alimentaria. El de Dilma adopta como lema: «Brasil: país rico es país sin pobreza». Para que tales anhelos se hagan realidad es necesario tomar medidas más drásticas que apretar el cinto de las cuentas públicas.
Si no se evita la desnacionalización de nuestro territorio (y por tanto de nuestra agricultura), se promueve la reforma agraria, se prioriza la agricultura familiar y se combate con rigor la deforestación y el trabajo esclavo, el Brasil parecerá la despensa de la hacienda colonial: el pueblo hambriento en galerones mientras la casa-hacienda se harta en la mesa a costillas nuestras.
Fuente original: http://alainet.org/active/46500