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Brasil fuera del mundo

Fuentes: Rebelión [Imagen: Los líderes de los BRICS en el palacio de Planalto (Brasilia) el 14 de noviembre de 2019. Créditos: Marcos Corrêa/PR. Fotos Públicas]

El autor analiza en este artículo el papel, completamente fuera de lugar, del presidente brasileño Jair Bolsonaro en el contexto internacional.


Bolsonaro acaba de realizar su debut mundial sin Trump. Y de la peor forma posible. Si sus absurdas declaraciones se camuflaban detrás de las de Trump, ahora se muestran a pecho descubierto.

En la primera ocasión que tuvo lugar, la reunión de los BRICS, Bolsonaro, quien dirige un gobierno absolutamente subordinado al de los EEUU, no encajó en un grupo integrado por naciones emergentes que en principio buscan construir un mundo multipolar, alternativo a la hegemonía norteamericana. La presencia de Bolsonaro fue tolerada, sólo en la medida de que sus interlocutores lo consideran un gobierno de paso, sentimiento ahora fortalecido por la derrota de Trump, inspirador de ese gobierno marginal.

Sin ser consciente de ese hecho, Bolsonaro pronunció un discurso militar mal leído, como quien está transmitiendo un mensaje a un bloque de lideres enemigos. Hizo pasar vergüenza a Brasil con su estupidez, que le hace suponer que los demás jefes de Estado desconocen la situación de la Amazonía y de los derechos humanos en Brasil.

No sólo marcó la nota discordante con respecto a los otros jefes de Estado, sino que se mostró como alguien fuera del mundo, folclórico, alguien que no sabe cómo es el mundo hoy y menos aún sabe cuál es el papel que Brasil debe jugar en ese mundo. En este sentido, el Capitán se vio obligado a retirar su reclamación de un puesto para Brasil en el Consejo de Seguridad de la ONU, para poder firmar el documento final, totalmente contrario a su propio discurso.

Conscientes de que Brasil perdió el prestigio internacional de que había gozado en décadas anteriores, incluso el Globo editorializó en contra del desmantelamiento de la Cancillería de Itamaraty y de la política del actual gobierno, que margina a Brasil en el mundo.

En la reunión del G-20, la vergüenza fue, si cabe, aún mayor.  Alegando su viaje a Macapá, Bolsonaro envió un mensaje diciendo que el tiempo le da la razón, pero no se quedó para participar en el debate, donde podría ser cuestionado y no tendría como responder. La misma razón por la que siempre se niega a aceptar ruedas de prensa colectivas.

El tema del encuentro era la pandemia y las maneras de combatirla de forma coordinada. Bolsonaro, sostuvo un discurso negacionista fuera de lugar y habló como si fuese el único jefe de Estado que supiese que, además de la pandemia, hay una crisis económica, para poder destacar que su gobierno si no hizo nada con respecto a la pandemia, fue porque la mayor preocupación de su gobierno eran los 12 millones de desempleados que ya existían antes de la pandemia. Para poder subestimar la lucha contra la pandemia, como siempre ha hecho su inspirado perdedor, que ahora se niega a aceptar la derrota, se muestra preocupado con la economía.

Consciente del escándalo internacional que ocasionó la masacre perpetrada por los guardias de seguridad de Carrefour en contra de un ciudadano desarmado de Porto Alegre, se adelantó a dar su versión. No podría ser peor. Empleó el argumento de que los problemas en Brasil siempre vienen de fuera, que es un argumento pésimo.

Supone imaginar que un país marcado por los prejuicios raciales, como es Brasil, es un país sin problemas de racismo, que sólo nos afecta porque enemigos externos, molestos por el éxito de un gobierno sui generis, introducen en nuestro país para provocar conflictos dónde no tendría que haberlos.

Su discurso es muy parecido al de los militares en la época de la dictadura, que mantenía que Brasil era un país acosado por el comunismo internacional, algo que podía entenderse en el clima de la guerra fría, por aberrante que fuera. No obstante, en la actualidad resulta mucho más grotesco, una disculpa miserable, que sólo se pueden comprender si recordamos que considera basura a quienes protestan contra la brutalidad de la acción de los guardias de seguridad.

Pasamos de ser un país con un gran prestigio internacional durante los gobiernos del PT, con Lula proyectado como un gran estadista, a esta ignominiosa vergüenza provocada por las intervenciones de Bolsonaro. Si aún queda algún diplomático mínimamente digno en el ministerio de Asuntos Exteriores, sólo le queda esconderse debajo de la mesa.

La única ventaja de tener el peor gobierno de nuestra historia es que es más fácil valorar los gobiernos que tuvimos y poder superar este momento tan bochornoso de nuestra historia con pocas medidas y en poco tiempo.