El debate en la izquierda en torno a las caricaturas de Mahoma se ha polarizado en torno a dos grandes líneas de argumentación: por un lado, los que denuncian la libertad de expresión como una herramienta de la burguesía imperialista en su explotación salvaje de las sociedades árabes. Piden respeto para las creencias religiosas de […]
El debate en la izquierda en torno a las caricaturas de Mahoma se ha polarizado en torno a dos grandes líneas de argumentación: por un lado, los que denuncian la libertad de expresión como una herramienta de la burguesía imperialista en su explotación salvaje de las sociedades árabes. Piden respeto para las creencias religiosas de estas poblaciones y subrayan el doble rasero con el que occidente mide los ataques a la religión cristiana o judía y los que se dirigen a la islámica. En el polo opuesto se encuentran los que señalan que no debemos ceder ante los fanatismos que socavan los avances occidentales del secularismo, el laicismo y la Ilustración. La libertad de expresión, valor derivado de aquellos progresos de la historia de la humanidad, estaría por encima de las exigencias medievales de censura por motivos religiosos o culturales.
Ambas posiciones olvidan que la libertad de expresión no es ni una concesión graciosa de la burguesía liberal ni un producto natural de la evolución histórica, sino una conquista del pueblo, un producto de sus revoluciones. Es cierto que los magnates de la comunicación poseen más libertad de prensa que los trabajadores y que utilizan esa mayor libertad para atacar a sus enemigos, los pobres. Se trata de una constante de la historia del liberalismo. Conquistada una parcela de libertad por las luchas populares, las clases dominantes encuentran tarde o temprano la manera de utilizarla en su beneficio. El pueblo y la izquierda también han tenido que usar su conquistada libertad de expresión para defenderse. Tradicionalmente la izquierda, aunque teóricamente atea, ha defendido en la práctica -que impone siempre una táctica- a unas religiones sobre otras en función de su posición en la guerra de clases. Defendemos hoy a los resistentes islámicos frente al fundamentalismo cristian o genocida de Bush no porque nos parezca que el Islam posea una mayor capacidad de comunicación con instancias divinas, sino porque es una opción religiosa claramente oprimida y expoliada por los amos del mundo. Estamos del lado de las masas pisoteadas brutalmente por los invasores y torturadores yanquis, no del lado de la realeza de las monarquías petroleras.
Se trata de un matiz muy importante: si una vez derrotado el imperio terrorista norteamericano, la religión islámica se dedicara a oprimir a otra religión o cultura más vulnerable y a utilizar sus medios de comunicación contra ella, nuestro apoyo cesaría inmediatamente. Es algo muy parecido a nuestra posición clásica sobre el nacionalismo. No defendemos el derecho de autodeterminación de los pueblos porque nos creamos sus mitos nacionales, sino porque nos posicionamos a favor de los pueblos oprimidos contra los imperios, siempre con el más débil. La realidad política nunca se presta a soluciones perfectas o a modelos matemáticos. Ni a fórmulas universales, y menos en una sociedad dividida en clases. Pregonar una libertad de expresión sin límites es tan absurdo como tratar de establecer un catálogo completo de excepciones. Los que defienden la libertad de expresión sin limitaciones raras veces aceptan también los ataques a sus propios valores sagrados. Una vez admitidas las ex cepciones a las proclamaciones abstractas de libertad del liberalismo, la definición de los casos particulares siempre es política y contextual, derivada de una relación de fuerzas. Lo cual no quiere decir que no mantengamos una coherencia teórica. Por ejemplo, es contradictorio apelar en unos casos a la libertad de expresión y en otros despreciarla completamente como una libertad burguesa. Más consistente es afirmar que la libertad de expresión es una conquista popular utilizada como arma política e ideológica por los medios de comunicación al servicio del capital y – en la medida de lo posible y siempre con desventaja en un régimen burgués- por los trabajadores como medio de defenderse ante los ataques de los poderosos. Esa libertad de expresión adquirida en las luchas revolucionarias del pueblo no la consideramos simétrica para ambas partes, ricos y pobres, sino que se encuentra modulada por la relación opresor-oprimido.
La razón de fondo del enorme impacto comunicativo que está teniendo en occidente la protesta internacional por la publicación de las caricaturas es obvia para todo el que la quiera ver: las atrocidades perpetradas en los últimos años por el Reich aliado en sus colonias son de tal magnitud que han sensibilizado a una parte significativa de las poblaciones occidentales. Hay muchos que tratan de buscar los motivos de fondo de las protestas en oscuras maniobras de formaciones de ultraderecha, organizaciones sectarias fundamentalistas y agencias gubernamentales de unos y otros países. Pero estos grupos e instituciones siempre traman oscuras maniobras. ¿Hay alguna otra cosa a la que puedan dedicarse? Lo que debemos explicar es porque esas maniobras encuentran ahora eco social. En otro momento hubieran sido generales las exhibiciones occidentales de racismo y desprecio de cualquier reivindicación de respeto procedente de las multitudes afganas, sirias, palestinas, iraníes, marroquíe s, libanesas, malayas, turcas, egipcias o kenyatas. Ya no. Buena señal.