Como buscando que un «sacerdote» -¿la opinión pública internacional?- lo perdone en nombre del Altísimo, el Fondo Monetario Internacional, de suyo tan reticente, acaba de hacer galas de facundia -habló hasta por los codos-, al emitir el mea culpa de no prever la crisis en Estados Unidos y Europa, por «haber estado cegado con lo […]
Como buscando que un «sacerdote» -¿la opinión pública internacional?- lo perdone en nombre del Altísimo, el Fondo Monetario Internacional, de suyo tan reticente, acaba de hacer galas de facundia -habló hasta por los codos-, al emitir el mea culpa de no prever la crisis en Estados Unidos y Europa, por «haber estado cegado con lo que pasaba en los países en desarrollo».
«Ceguera» en medio de la cual, por cierto, esta institución del neoliberalismo campante ha impuesto a los pobres «ajustes» estructurales consistentes en la privatización a ultranza de los recursos naturales y los servicios públicos, con su secuela de pobreza extrema y una deuda cuya imposibilidad de pago hace tiempo Cuba vislumbró, como vislumbró el desbarajuste financiero, económico, ecológico, que casi prefigura el fin de los tiempos.
Pero claro que una «expiación» implicaría el arrepentimiento veraz, y no debe de estar muy arrepentido un pecador que se va por las ramas: «Una de las fallas graves que permitieron la gestación de la crisis fue la falta de avisos del FMI y de otras fuentes sobre las manzanas podridas ocultas en los sistemas financieros de los países desarrollados». Sí, ¿qué pensar de quien se propone ahora «vigilar todo tipo de riesgos al sistema (financiero) igual en países avanzados que en los mercados emergentes» sin reconocer que la crisis actual, entre las cíclicas que el capitalismo aprovecha para destruir fuerzas productivas con el objetivo de franquear el paso a otra etapa de crecimiento, supone un quebranto mayúsculo de esa formación socioeconómica?
Ingenuo, quien exija lo improbable. Afectando darse golpes en el pecho, rasgarse las vestiduras y mesarse el cabello, con acendrada vocación histriónica, el FMI si acaso seguirá anunciando que el producto interno bruto de los países industrializados se contraerá al menos 2 por ciento en 2009, por primera vez desde 1945, y que se abismarán los precios de materias primas como el petróleo y de ciertos renglones agropecuarios (¿habrá que precisar que sufrirán especialmente los tercermundistas?). Se aunará el Fondo al Banco Mundial en el consejo de que aquellos Estados con margen de maniobra apliquen nuevas medidas, si las condiciones se deterioran todavía más, e insistirá «compungido» en que los de más precaria situación necesitarán al menos ¡25 mil millones de dólares! de financiamiento exterior para capear el temporal … Pero se apoltronará en el limbo, sin tocar las causas últimas, llamando incansable al Sur a apreciar que la globalización comporta beneficios y riesgos, y que la cuestión es insertarse «de modo inteligente y sostenido».
Insertarse, ¿no? ¿Insertarse cuando el desplome de las Bolsas se multiplica, los planes de rescate fracasan en apretada fila india, las principales economías del mundo entran en recesión, el sistema financiero occidental parece a punto de perecer? ¿Insertarse cuando -reseña Ignacio Ramonet-, en espectacular efecto dominó, ruedan por el suelo Islandia, Letonia, Estonia, Ucrania, Paquistán…, y en Estados Unidos desaparecen como por arte de birlibirloque 3,6 millones de puestos de trabajo, y en China la caída de las exportaciones provoca la disminución de la producción fabril y despidos masivos, y en Francia suman 2,5 millones los desempleados, que son ya 17,5 millones en la Unión Europea?
¿Imbricarse, pide el FMI, en momentos en que cobra vigor el nacionalismo económico? Sí, Rusia elevará el gravamen para los coches importados y los aranceles a la carne de ave y de cerdo, la India prohibirá durante seis meses la entrada de juguetes chinos, Argentina e Indonesia limitan compras en el exterior, Grecia ha prohibido a sus bancos socorrer a las sucursales en los países balcánicos, Estados Unidos apoya a sus fábricas de automóviles pero no a las multinacionales extranjeras instaladas en su territorio…
¿Quién puede hablar de insertarse de modo inteligente y sobre todo sostenido cuando el nacionalismo económico se trasunta en brotes de xenofobia como la huelga que miles de obreros del sector de la energía en el Reino Unido realizaron al grito de «empleos británicos para trabajadores británicos», y se suscitan hechos como la expulsión de los rumanos de Italia?
A no dudarlo, si no anda por ahí de consumado payaso con los golpecitos en el pecho, entonces el FMI padece serios problemas oftalmológicos, porque se habría dado cuenta -coincidimos con el especialista cubano Osvaldo Martínez- de que posiblemente ni el neokeynesianismo, incluso aplicado con rigor, resulte la salida de una crisis que combina elementos de superproducción y de subproducción (y subconsumo), y que no solo deviene económica sino ambiental, con lo que está entrando en juego la propia supervivencia de la especie.
¿Tiempo para la salvación? Quizás. Solo que con el obligatorio antecedente de tareas como el desenmascaramiento de un bufón que finge un mea culpa para quedar bien con Dios. ¿O con el diablo?