He escudriñado este mes de agosto la Costa del Sol al encuentro de algún burkini con el que escandalizarme, sin éxito. Eso sí, he visto italianos con la cabeza afeitada, franceses gritones (la lengua de Camus a voces sigue siendo más elegante que el resto), ingleses con guirnaldas al cuello, gays con bañador turbo y […]
He escudriñado este mes de agosto la Costa del Sol al encuentro de algún burkini con el que escandalizarme, sin éxito.
Eso sí, he visto italianos con la cabeza afeitada, franceses gritones (la lengua de Camus a voces sigue siendo más elegante que el resto), ingleses con guirnaldas al cuello, gays con bañador turbo y muchos marroquíes con un mínimo 1% de velos en las cabezas, ensalada de nacionalidades que utilizan para remojarse en el Mediterráneo lo que el gusto y cartera les permiten y nada muy diferente a lo que lleva un español nacionalista de derechas.
El fundamentalismo laico, religión oficial en Francia, ha puesto de moda en la prensa este verano la aparición del burkini, y en territorio patrio ha sido visto uno en Gerona.
No es casualidad la obsesión interesada del nacionalismo con vestidos raros, el independentismo catalán o el corso y el cardamomo son casi seguro incompatibles.
La mini polémica francesa leemos que ha provocado que algunos ayuntamientos de la Costa Azul hayan prohibido la prenda en la playa, espacio público.
Tras los atentados de París en enero de 2015 (Charlie Hebdo y supermercado kósher), Nicolás Sarkozi declaró su oposición radical a quienes en su opinión quieren imponernos su forma de vestir (!).
Este agosto el primer ministro Manuel Vals ha señalado que este bañador exagerado, que cubre del tobillo al cuello y las muñecas, no es compatible con los valores de la República francesa, extraños valores los que impiden bañarse en la playa como te dé le gana, especialmente con exceso de ropa. Asusta pensar que los gendarmes se dediquen en breve a arrancarles el hábito y velo a las monjas católicas por la calle.
El culebrón veraniego recuerda que una treintena de municipios catalanes prohibieron hace pocos años el burka, alcanzando el récord de que las prohibiciones superaron el número de burkas.
A la misma familia del disparate se puede incorporar que en EEUU nada menos que 16 estados han prohibido la sharía, la ley islámica que no existe como texto único, sino interpretaciones legales variopintas, y con pocas posibilidades de marcar las decisiones judiciales de Oklahoma.
Dos imágenes han marcado el verano, la del burkini y la segunda procede de los Juegos Olímpicos de Brasil con dos jugadoras de voley playa, una de Egipto bastante tapada y otra alemana enseñando el culo como es habitual en esta disciplina olímpica.
Comprobamos una vez más que se juzga el comportamiento y el vestuario de cualquier ciudadano occidental como una decisión personal, mientras que cada musulmán estrambótico representa a los 1.500 millones de correligionarios.
Lo más extraño visto este verano en las playas malagueñas ha sido un ejemplar autóctono que llevaba una camiseta roja con la leyenda «Yo soy español, español, español», sin duda patrocinada por una marca de cerveza de aquellos tiempos pasados en los que la selección nacional de fútbol ganaba campeonatos internacionales.
El capitalismo textil es sensible a estas aficiones nacionalistas o de inspiración religiosa y, porque ve negocio, más permisivo que los alcaldes y concejales de territorios con banderas relucientes.
Burkinis se pueden encontrar en internet, entre 25 y 100 euros, no parece que muy accesibles para el común de las mozas musulmanas, lo que abona la impresión de que quien viste estas prendas lo hace por decisión no impuesta por varón cercano.
Mango, marca de moda erróneamente identificada como española, sacaba este mes de junio una línea Ramadán, con túnicas holgadas de muy bien ver.
Marroquíes si hay muchos en nuestras costas, turistas que comen en chiringuitos sardinas y pescado frito como el resto remojados en tercios de Heineken-Cruzcampo y jarras de sangría.
Una niña de ocho años marroquí me preguntó en árabe en una playa de Torremolinos dónde habíamos comprado «Barbe a papa». Entre islamofobia, yihadismo, burkinis, investidura, Juegos Olímpicos, tardé diez minutos en caer que se refería al minicubo rosa de mi hija con algodón de azúcar.
Entre un bañador en la playa y un Estado asustado legislando y buscando votos con el miedo que el lector elija dónde situar el foco.
Fuente original: http://contextospnd.blogspot.com.es/2016/08/burkinis-y-otras-zarandajas.html