[Con perdón de mis profesores de teología y de tanto especialista que anda por ahí suelto, me permito compartir ‘desde el deseo y la pasión’ como siento este ‘oficio’ de la teología después del paso por la UCA de El Salvador] Nos han enseñado que burlarse es de mala educación. En realidad burlarse es una […]
[Con perdón de mis profesores de teología y de tanto especialista que anda por ahí suelto, me permito compartir ‘desde el deseo y la pasión’ como siento este ‘oficio’ de la teología después del paso por la UCA de El Salvador]
Nos han enseñado que burlarse es de mala educación. En realidad burlarse es una necesidad para descubrir en esta historia plagada de cadáveres, un horizonte de esperanza y un camino que lo valga… La fe nos regala los lentes de la esperanza ‘contra toda esperanza’.
El amor, ese inmenso poder que hace que el universo tienda a la vida, es la débil fuerza que posibilita que nos burlemos de la realidad, de la historia, de todas las negatividades que pesan sobre los hombros de las mayorías. Pero para burlarme, primero debo acercarme con honradez a la realidad: mirarla, preguntarme, cuestionarme y, sobre todo, que me duela esta historia. La honradez frente a este mundo y lo más sagrado que en el habita (el dolor humano), son condiciones indispensables para construir la utopía desde la burla… Con esto ya nos quitamos de encima a todos los que se burlan desde la siempre ‘otra vereda’, a los que miran ‘desde lejos’ y ‘desde arriba’. Su burla genera victimas, porque no cargan con los sentires de este mundo… su burla se construye en una burbuja (pero lo bueno es que las burbujas siempre estallan). ‘Ellos’ no son más que el 1%… ‘Los muchos’ son los sujetos de teología.
La nuestra quiere ser una ‘burla honrada de esta realidad’: con la mirada en los ojos de los demás (por eso los ‘de arriba’ ya la regaron), con los pies en el barro (por eso los que están al margen ‘la kantiaron’), con las manos estrechadas (por eso los que escriben desde el escritorio solo se inmortalizaran en libros que nadie entenderá) y puestos de rodillas (porque el viejo Rahner tenía razón, hay que ponerse de rodillas frente al misterio del dolor y del amor en este mundo para hacer teología).
La teología es una disciplina vieja: todos los pueblos han hablado de Dios, han reflexionado sobre ello, han construido su imaginario y su vida en torno a esa experiencia de lo trascendente. Pero hoy, en tiempos de compra/venta, de altares al ídolo del dinero, de los dioses del mercado, resulta imperioso volver a hacer teología al ‘modito’ de Jesús. Y que mejor manera de ‘volver a Él’ (el hombre-comunidad), que por medio de un cuento:
Los seres humanos crean oficios para no morir del aburrimiento. Hombres y mujeres a los largo de la historia han aprendido a jugar, a cantar, a pintar, a construir, a facebukear… y han hecho de eso su oficio.
Uno de los oficios mas honrados de todos los tiempos es definido por los abuelos como «el contar historias de amor en este mundo jodido». Los que mucho han vivido saben de sufrimiento, pero más que eso saben de la capacidad del amor para transformar ‘mágicamente’ ese dolor.
Cuentan los que cuentan cuentos, que uno de estos «contadores de amores», nació en una media luna que era fértil y que él puso a producir: un carpintero, que supo ser albañil, pero decidió que prefería vivir contando el amor de Dios y de los hombres… Ese amor lo deletreó con palabras sencillas, a pescadores y desde las lógicas propias de la tierra: el encanto se condensaba de manera especial en el grano muerto en la tierra para dar vida, en la masa que leudaba en las manos de una madre, en los lirios del campo vestidos de fiesta, en las panza llenas en torno a la mesa compartida…
Y este buen hombre, de tanto contar el amor, se hizo amor: fue asesinado por los malos de todos los tiempos, murió en absoluta desnudez y con los brazos más abiertos de la historia. El amor brilló en el madero y hasta un tal ‘Dios’ gritó de desesperación… y desde aquella hora todos los cuentos de amor hablan, aunque de modos insospechados, de aquel loco.
Chin Pum
En esta bella tarea, de contar las historias de amor que en este mundo irrumpen, los niños nos llevan la delantera: se burlan de nuestras leyes, de nuestros códigos, de ‘lo serio’ de la vida; se extrañan de nuestras convenciones y poco sanas costumbres (como la de golpear, la de odiar, la de matar); se ríen mucho y saben que jugando es como se cambia el mundo. Los pequeños, cercanos al misterio, nos marcan el rumbo cuando sonríen sentados en el regazo de su abuela, mientras ella les narra una fascinante historia de los tiempos más antiguos, de los dioses más primeros, de las luchan que nacieron este mundo, del amor que nos salva en cada lucha por la vida…
Quizás porque desde que ‘el-que-no-tiene-nombre’ puso su champita en medio nuestro, desde aquel casamiento entre el cielo y la tierra, la teología se ha dedicado a jugar con ‘círculos cuadrados’: un Dios trascendente sufriendo ‘en carne’ propia; el Eterno metido en los tejidos escabrosas de nuestra historia; el Totalmente Otro identificado hasta el fondo con la fragilidad de nuestra especie; el Omnipotente arropado con la pobreza del pesebre; el Dios de los cielos muriendo en la tierra, como un maldito que cuelga del madero mientras grita desesperado frente al silencio de Dios…
Los laberintos de estas antinomias, que muestran a Dios como la gran paradoja (‘el crucificado es el resucitado’), son la clave para entender a la teología como esta burla honrada de la realidad, que nos desafía a rezar en comunidad nuestra camino de hermanos y nos lanza a consolar nuestros dolores abrazando la vida.
Y será cada pueblo el que deliñe el rostro de Dios y cuente las historias de como Él (Ella) los cuida… Esa teología, pasada de boca en boca, de chisme en chisme, de historieta en historieta es la que se descifra las carcajadas de las comunidades que siguen haciendo fiesta en medio de las cruces que niegan la vida y la dignidad. Solo allí es posible hablar de la resurrección…
Que el amanecer nos encuentre juntos y contando historias de amor… que nos encuentre cambiando el mundo con el abrazo valiente de la fe.
UNA DE ESPERANZA
Y al caer en las llagas del mundo, te miro llegando…
Te miro de pie y coloreada,
te miro coqueta y picara,
te miro haciendo tu champa entre nosotros…
Porque en las arrugas de tu cara
vemos todos los pliegos de la historia…
En lo hondo de tus ojos
vemos la pureza de los sueños…
En tus manos gastadas
vemos a los que te han parido…
Y en tu camino…
vemos la marcha de los que muriendo
mataron la muerte.
Porque serás un regalo conquistado,
la inocencia que se lucha,
el amanecer que construimos,
la lluvia que besa las milpas,
el viento que acaricia en la espera,
el grano sagrado que quita nuestro hambre,
los ojos brillantes del niño jugando,
el abrazo inmenso del que vuelve,
el baile que sostiene la vida del cosmos,
la luna que enamora en cuarto menguante,
el rayo de luz que espanta fantasmas…
Serás todos los miedos vencidos.
Y serás lo que hemos sido:
el nacer cuidado,
el crecer mimado,
el morir golpeado.
Francisco Bosch. Licenciado en Teología. Las Palmas, San Salvador, Centroamérica
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