1Todo se acaba. Desechamos alimentos que podrían envenenarnos porque tienen la fecha vencida; botamos medicinas que no nos curarían porque han expirado. Generaciones, organizaciones, instituciones y modos de proceder caducan. 2Expiran la concesiones. Bien claro lo dispone el decreto de Jaime Lusinchi promulgado el 27 de mayo de 1987: las concesiones para uso del […]
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Todo se acaba. Desechamos alimentos que podrían envenenarnos porque tienen la fecha vencida; botamos medicinas que no nos curarían porque han expirado. Generaciones, organizaciones, instituciones y modos de proceder caducan.
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Expiran la concesiones. Bien claro lo dispone el decreto de Jaime Lusinchi promulgado el 27 de mayo de 1987: las concesiones para uso del espectro radioeléctrico caducan veinte años después. No hay vuelta de hoja. El espectro radioeléctrico perteneció, pertenece y pertenecerá al pueblo venezolano. La República puede otorgar concesiones para su uso provisional, no arrebatarlo al pueblo para entregarlo perpetuamente a particulares. Cumplido el lapso, la concesión revierte al pueblo; el derecho de renovarla o no renovarla, a las autoridades legítimas.
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Caduca la privatización de lo público. En Venezuela toda oligarquía se constituye confiscando para su uso privado los bienes públicos. Tras la apropiación de tierras comunes para latifundios individuales vino el apoderamiento del ingreso común de los hidrocarburos para consorcios particulares. Vladimir Acosta señaló en Radio Nacional que la actual coyuntura es decisiva porque, después de la batalla por PDVSA, se vuelve a debatir el problema de la propiedad. Añadamos que ahora expira el intento oligarca de acaparar como patrimonio privado la propiedad social sobre el espectro radioeléctrico.
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Expira la antipolítica. Con la reversión de parte del espectro radioeléctrico al pueblo, expiran partidos mediáticos, dirigencias reclutadas entre animadores y programas políticos redactados por creativos publicitarios. Si los partidos de oposición pensaran, agradecerían la caducidad de la concesión de uno de los canales que intentó suplantar partidos y dirigencias políticas por locutores y cuñas. Más allá de los estudios televisivos está el pueblo, que no tiene fecha de vencimiento.
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Caduca el turismo político. Los monopolistas salen de gira para buscar una vez más en el exterior la decisión de cuestiones soberanas internas. Una vez más vuelven con las manos intervencionistas vacías. De nada sirve la solidaridad de propietarios de medios o sobornados por la CIA. El Imperio intervendrá cuando necesite petróleo gratuito, no cuando sus sirvientes quieran concesiones perpetuas.
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Se vence la cartelización. Por mucho tiempo dos canales se repartieron el 75% de la factura publicitaria de la televisión. Durante entrevista a Marcel Granier en RCTV, un cintillo blasonaba de que dicha planta por sí sola ocupaba el 50% del mercado televisivo. Además, se cartelizó con canal 4 para ahogar a la competidora Televen ofreciéndo sustanciales descuentos a los anunciantes que no contrataran publicidad en esta última. Los monopolistas cobraban sus facturas mediante una sola firma, Sercotel. La verdad es que los restantes medios privados celebran el fin de un cuasi monopolio que casi los expulsó de la industria.
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Prescribe la dictadura gerencial. Voceros de RCTV critican agriamente a otras televisoras por no llamar a la sublevación para salvar sus intereses comerciales. Podrían repreguntar éstas cuándo RCTV criticó el cierre del programa de Renny Ottolina, la expulsión de Rosana Ordóñez, el despido de los periodistas del Diario de Caracas, el allanamiento de Catia TV y del canal 8, el apagón informativo, el teletón de 64 días para llamar al derrocamiento del gobierno legítimo, el posterior veto de medio millar de comunicadores. Gerencia mata libertad informativa cuando libertad informativa se deja comprar por gerencia.
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Perime la falsificación. La práctica de repetir una mentira mil veces se devora a sí misma. Globovisión difunde grabaciones de una manifestación que ocurría en México, etiquetándola como concentración opositora en Caracas. Tras una arenga de Marcel Granier contra el gobierno, teledifunde la canción «esto no se acaba así», como fondo de una imagen del atentado magnicida contra el Papa. El retrato del presidente Chávez se transmite al lado del de un presunto terrorista. El mismo canal repite incesantemente primeros planos de concentraciones de dos centenares de personas, para crear la ilusión de que ocurren todo el tiempo en todo el país. En su última emisión, RCTV emite un video en el cual personal de la planta simula cantar el himno nacional, mientras derrama lagrimones. Simplemente doblan una grabación: su interpretación es tan postiza como sus lágrimas.
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Se extingue la feudalización. Tres municipios de población ínfima pretenden bloquear toda una ciudad y anular la voluntad democrática de todo un país. En pantalla el alcalde de Chacao Leopoldo López proclama que «A los jóvenes universitarios el llamado es a que se organicen entre las distintas universidades, a que articulen mecanismos NO pacíficos para poder expresar su frustración». Al pretender aclarar, reitera que «en todas las declaraciones que yo he dado siempre he llamado a la protesta NO pacífica». Una vez más, autoridades de Chacao, El Hatillo y Baruta desaparecen mientras delincuentes cierran vías y destruyen propiedades. Quizá están muy ocupadas embolsando multas por días de parada ilegalmente establecidos. O esperando una Ley de Policía Nacional.
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Obsolesce la táctica de la provocación. La algarabía comunicacional y su subproducto el «calentamiento de calle» son provocaciones para que se ocupen de tumbar al gobierno: 1) los marines 2) las organizaciones internacionales 3) la oficialidad venezolana 4) el gremio patronal 5) las mayorías populares. Ninguno ha respondido. Salvo unos centenares de guarimberos y paracos cuyos derechos humanos se respetan escrupulosamente, nadie va a responder.
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Periclita la estrategia defensiva. Ocho años lleva el proceso bolivariano defendiéndose. Tras cada ofensiva ha intentado una conciliación, y tras cada conciliación ha padecido una nueva ofensiva. Ya no tiene más opción que la ofensiva. Como decía Bolívar: vacilar es perderse.