Casi todas las noticias difundidas por los medios de comunicación sobre la marcha de la economía reflejan una creciente retracción de dicha actividad, con marcada caída de ventas y del consumo. Las razones, varían según las ópticas y los posicionamientos de cada uno de ellos, algunos lo atribuyen a la inflación, otros a la pérdida […]
Casi todas las noticias difundidas por los medios de comunicación sobre la marcha de la economía reflejan una creciente retracción de dicha actividad, con marcada caída de ventas y del consumo.
Las razones, varían según las ópticas y los posicionamientos de cada uno de ellos, algunos lo atribuyen a la inflación, otros a la pérdida del poder adquisitivo de la moneda, cuestiones estacionales, la no resolución del conflicto con los fondos buitres, el menor intercambio con Brasil o la corrupción en el manejo presupuestario.
Indudablemente que cada una de esas causas contribuye a la merma referida, pero no deja de sorprender que casi nunca los analistas y economistas vernáculos, incorporen a sus análisis y diagnósticos sobre la temática, el fenómeno de la desertificación monetaria o económica, conocido también como «secar la plaza».
En consecuencia, trataremos de explicitar en qué consiste esta figura de la ciencia económica y para ello es válida la comparación con la desertificación de los suelos, que no es más que el empobrecimiento y pérdida de riqueza de la tierra, la que se torna estéril e improductiva.
Cuando exportamos commoditis, no se llevan soja, maíz o trigo, sino que fundamentalmente se llevan humus, nutrientes y agua, por lo que el suelo se queda sin ellos, o sea se empobrece.
En los últimos años la globalización ha impuesto planetariamente un modelo industrialista y productivista aplastante, que hace del consumismo irracional un paradigma de vida.
Este modelo es llevado adelante por las grandes multinacionales que como ejércitos de ocupación colonizan hasta las zonas más recónditas del mundo y también las mentes y consecuentemente generan una dependencia cultural hacia ese sistema que nos promete el paraíso, el que por otra parte nunca alcanzaremos.
Sus mejores armas son la mercadotecnia, la sustitución del discurso propio por el de los nuevos gurúes, las marcas, patentes y royalties y los medios de comunicación monopólicos en lo empresarial y en lo ideológico que machacan hasta el cansancio las verdades reveladas de la nueva religión del mercado.
La ceguera o complicidad de funcionarios y gestores públicos hace el resto.
Como dice José Saramago (Nobel de Literatura 1998): «Impresionados, intimidados por el discurso modernista, capitulan. Aceptan adaptarse al nuevo mundo que se nos anuncia como inevitable. Ya no hacen nada para oponerse. Son pasivos, inertes, hasta cómplices. Dan la impresión de haber renunciado a sus derechos y a sus deberes. En particular su deber de protestar, de sublevarse, de rebelarse.»
A través de aquellas armas, este sistema global expande sus mercados, maximiza sus ganancias e incrementa la tasa de transferencia monetaria desde los países empobrecidos hacia los enriquecidos, lo que le reporta no solo más divisas, sino fundamentalmente poder de decisión en unas pocas manos y por encima de los Estados mismos.
Ese esquema, tiene como ejércitos de ocupación a shopping, hiper y mega mercados, bancos, casinos, salas de juegos y empresas de servicios (telefonía, turismo, seguros, educación, salud, etc.), de capitales globales.
Esos negocios, cual barrenos que horadan la piedra, van succionando hora a hora, día a día y año a año, el esfuerzo, el trabajo, el sacrificio y el ahorro de los pueblos en que se aposentan, con una rentabilidad mayor y más desproporcionada que en sus países de orígenes, que es remesada a sus casa centrales sin solución de continuidad.
La Armada española en la conquista de América llevaba las bodegas de sus barcos cargadas de oro y plata de sus colonias, rumbo a la metrópolis. Hoy no se necesitan grandes flotas, se hace con asientos contables y dinero electrónico, sin riesgos de piratas o naufragios, por lo menos, eso creo.
Mientras las pasteras, mineras, petroleras y otras, se llevan el agua, los bosques, los nutrientes, el oro y otros minerales de valor estratégico, empobreciendo nuestro patrimonio, los shopping, telefónicas, mega mercados y casinos, completan el cuadro, sustrayendo el dinero de toda la comunidad.
Ello constituye el basamento de la desertificación económica y es lo único que explica que mientras Argentina creció mucho en la última década, solo unos pocos se han enriquecido y un porcentaje alto de la población continúe bajo la línea de pobreza.
La desertificación de los suelos como la desertización económica tienen mucho en común, ya que ambas generan pobreza, pero la última al arrasar con el circulante y la capacidad de ahorro, matan toda posibilidad de futuro.
A partir de ello, la desocupación, los quebrantos de la pequeña y mediana empresa florecen como hongos después de la lluvia.
Sin dudas, que mucho de esto le está pasando a nuestro país, como para que no lo tengamos en cuenta.
Ricardo Luis Mascheroni es docente
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.