En el teatro está desapareciendo el primitivo sentido trágico porque en la vida hay demasiada tragedia, demasiada muerte reducida a material informativo. Cuando a Arthur Miller le dieron el Príncipe de Asturias de las Letras dijo algo parecido sobre el arte de actuar: los políticos se han apropiado de la simulación del actor.Y, sin embargo, […]
En el teatro está desapareciendo el primitivo sentido trágico porque en la vida hay demasiada tragedia, demasiada muerte reducida a material informativo. Cuando a Arthur Miller le dieron el Príncipe de Asturias de las Letras dijo algo parecido sobre el arte de actuar: los políticos se han apropiado de la simulación del actor.Y, sin embargo, en Arthur Miller se encuentra un sentimiento, más que un sentido, del ser trágico que obliga al intérprete a un intenso y depurado ejercicio de interpretación. Arthur Miller, o la tragedia de la vida cotidiana; el hombre solo, incomprendido y cercado; una sociedad que ejecuta no los designios de unos dioses iracundos, sino los propios designios de poder y de ambición.
Buero Vallejo formuló esta idea como la tragedia de la esperanza: el hombre es trágico no porque no tenga elección, sino por todo lo contrario. Y porque, cuando elige, está haciendo un ejercicio de esperanza. Arthur Miller es una de las mentes más vigorosas del teatro del siglo XX que, al parecer, sigue en plena forma: fecundidad, calidad y compromiso. Ha habido siempre en Miller una idea del compromiso y de la historia inseparable del vigor y la calidad de su dramaturgia. Qué extrañas suenan estas palabras, en tiempos referencias imprescindibles, diluidas ahora en la descreencia y el pensamiento políticamente correcto. Seguro que a Miller también le corroe la descreencia y la esterilidad de ideas que alimentaron el mundo del siglo XX, la época de las grandes atrocidades y los pensamientos liberadores; lo malo es que el XXI sigue siendo el de las grandes atrocidades sin que haya un recambio de pensamientos grandes.
El teatro de Miller sigue ahí, pleno, vigente y primordial; aunque haya manifestado a veces esa descreencia melancólica en los hombres y en la capacidad renovadora de los movimientos emancipatorios.Esta descreencia ha concluido por ser, aunque no en Miller, un distintivo de los tiempos: una quiebra de la voluntad y una retracción de la inteligencia; o una acumulación de fracasos.
En la vida de Miller, en su actividad de autor dramático, hay esa difícil coherencia por la que siempre hemos suspirado: el talento, el fulgor de los elegidos, sustentado en una ética del compromiso moral y político. Miller ha demostrado que eso es posible. Ahí está para recordarlo su actitud solidaria con los perseguidos de la caza de brujas en el sombrío macartismo y otras disyuntivas históricas. Y, sobre todo, están obras como Panorama desde el puente, Todos eran mis hijos, Muerte de un viajante, Cristales rotos. O Las brujas de Salem y Después de la caída, dos piezas capitales del teatro de todos los tiempos.