Son muchos los países donde los dirigentes tienen edades comprendidas entre los 30 y 45. Las nuevas élites se nutren de líderes juveniles pertenecientes a las organizaciones tradicionales o son delfines crecidos a la sombra de las oligarquías partidistas. También los hay emergentes a la luz de los movimientos sociales. Medioambientalistas, LGTB, ecologistas, derechos humanos, […]
Son muchos los países donde los dirigentes tienen edades comprendidas entre los 30 y 45. Las nuevas élites se nutren de líderes juveniles pertenecientes a las organizaciones tradicionales o son delfines crecidos a la sombra de las oligarquías partidistas. También los hay emergentes a la luz de los movimientos sociales. Medioambientalistas, LGTB, ecologistas, derechos humanos, defensores de los animales.
Todos comparten, además de la edad, una visión propia del capitalismo digital, son hijos de las nuevas tecnologías. Ellos, se reconocen en la cualificación, la formación académica, el manejo de idiomas y ser viajados. Ya no se trata de militantes fajados en las luchas sindicales, provenientes del mundo laboral, profesiones liberales, clase trabajadora, todos ellos, ciudadanos comprometidos con su tiempo y de principios asentados.
Hoy, su fuerza radica en aspectos poco relevantes para el ejercicio de la política, máster, doctorados como aval para ejercer cargo público. Inflan sus historias de vida con postgrados, diplomas ganados en cursos mediocres. Muchos títulos. Participan de una concepción elitista de la política. Hacen militancia desde Twitter, se vanaglorian de tener cientos de miles de seguidores, además de poseer un carácter flexible sin apego a convicciones. Ideológicamente ocupan todo el espectro político. Desde la nueva derecha a la novísima izquierda. Liberados de polvo y paja, son hijos de una nueva era. Su historia política es irrelevante, banal. Resulta más importante haber vivido en un barrio obrero que tener principios para definirse de izquierdas.
Aún así, lo dicho debería ser motivo para, al menos, tener un punto de partida común. Un comportamiento acorde con la época que les ha tocado vivir. Muchas luchas han supuesto ampliar derechos laborales, sindicales, disminuir la edad de jubilación, tener sanidad universal, educación pública o el acceso a viviendas sociales. Las nuevas generaciones dirigentes no sufrieron el trauma de la II Guerra Mundial, dos bombas atómicas o una guerra fría cercana al holocausto nuclear.
Se encuentran un mundo que les debería hacer pensar en políticas inclusivas. Sin embargo, la realidad se muestra tozuda. En la nueva derecha joven tenemos dirigentes neonazis, llenos de odio, racistas, xenófobos, anti-abortistas, homofóbicos, chovinistas, deseosos de emprender guerras, y por la izquierda o los sectores progresistas, observamos practicas sectarias, estalinistas, antidemocráticas, elitistas, machistas y corruptas.
Las nuevas generaciones que acceden a la vida pública, están reproduciendo lo peor de las élites políticas del pasado. Los argumentos de unos y otros son vacuos. Nadan entre trapicheos, fomentan el oscurantismo, aunque declaman vivir en la trasparencia. Su acceso a cargos de representación popular, concejales, alcaldes, diputados o senadores están, en la mayoría de los casos, sobrecargados de soberbia.
Padecen mal de alturas, se emborrachan de lisonjas, como el uso de coches oficiales, celulares, transportes gratuitos, tarjetas de crédito, bonos, etcétera. Sufren un síndrome de poder compulsivo. Crean redes de favores, viven de los privilegios del cargo, abandonan principios y no dudan en defender a los suyos cuando se les pilla in fraganti en actos de corrupción, la mentira política, obteniendo favores espurios de empresas privadas, accediendo a créditos bancarios impensables para los mortales o en acciones de nepotismo.
No hay diferencias, las nuevas generaciones comparten un objetivo común: articulan un sistema en el cual no hay lugar para cambios estructurales. Son jóvenes viejos, su fin: ganar dinero, vivir bien, tener reconocimiento social, ser famosos, poseer bienes, comprar chalets en urbanizaciones de lujo, etcétera. En pocas palabras, reproducir el orden social bajo la visión del éxito personal como mecanismo de justificación política. Ellos son triunfadores, no le deben nada a nadie, están empoderados. Utilizan la política para su beneficio, extravían principios y conciencia en el camino. Nueva derecha y nueva izquierda, generacionalmente entendidas, expresan el triunfo del capitalismo cultural.
Este año del 200 aniversario del nacimiento de Marx y de los 150 años de la primera edición de El Capital se hace necesario recordar que el problema de hacer política no radica en la edad, sino en los principios que se defienden. Salvador Allende dejó claro la diferencia en su discurso pronunciado en la Universidad de Guadalajara en 1972: la juventud tienen que entender que no hay lucha de generaciones (…) hay enfrentamiento social, que es muy distinto, y que pueden estar en la misma barricada de ese enfrentamiento (…) los de 60 y jóvenes de 20 (…) No hay querella de generaciones. Ha sido esta línea la que se traspasado, poniendo como problema generacional un problema de lucha de clases y la renuncia a la revolución socialista.
Artículo publicado originalmente en La Jornada
Fuente: https://www.elviejotopo.com/topoexpress/cambio-generacional-en-la-politica-alguna-novedad/