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Camus, Gramsci y la liturgia del coronavirus

Fuentes: Rebelión

Cada día a las 8:00 p.m tenemos una cita en nuestros balcones con lo que parece ser una muestra de agradecimiento en masa a los trabajadores de los servicios públicos de nuestro país. Aunque en ocasiones uno haya perdido ya de vista la motivación originaria de este hermanamiento nacional-popular vespertino, por las múltiples formas que puede adoptar, en principio, el de las 8:00 p.m, parece basarse en esta premisa. Estos trabajadores precarios, además, son a menudo aclamados como “héroes”, suponemos que exento de ironía y dobles sentidos por parte de los emisores. Los vítores a estos trabajadores se entremezclan con grandes dosis de patriotismo balconil acompañado de temas musicales de la tradición del pop-rock nacional más folclórica.

Las motivaciones “secundarias” de esta liturgia son de lo más variopinto, pueden ir desde un auto homenaje de los envidiosillos docentes (yo soy uno más del gremio, no de los envidiosillos, entiéndase), a la celebración del cumpleaños de uno de los prohombres de nuestra patria, en agradecimiento a su insigne labor para con un sistema sanitario, inexplicablemente (debe ser), deficientemente financiado y gestionado.

Como señalaba Albert Camus en su tan socorrido libro en estos días “La peste”:

“El cronista sabe perfectamente lo lamentable que es no poder relatar aquí nada que sea realmente espectacular, como por ejemplo algún héroe reconfortante o alguna acción deslumbrante, parecidos a los que se encuentran en las narraciones antiguas. Y es que nada es menos espectacular que una peste, y por su duración misma, las grandes desgracias son monótonas”[1].

Quizá aquí se halle una de las claves explicativas de este contradictorio comportamiento de muchos de nuestros conciudadanos. Por un lado, se apoya masivamente a partidos políticos que tienen como convicción ideológica la precarización del sistema público de salud y, por el otro, se aplaude el magnífico desenvolvimiento de los tan perjudicados profesionales del gremio sanitario, en las pauperizadas circunstancias actuales. Tal vez esto tiene que ver con la noción de ideología como “falsa conciencia” favorable al poder que propugnaba Karl Marx, o se trata de la necesidad de hallar héroes, como deslizaba Camus, en la monótona desgracia para avivar así esperanzas. Marx también entendía la ideología como la expresión simbólica de los intereses materiales de las clases sociales y de la lucha de clases, ¿es posible que en estas nociones se puedan conjugar ambos elementos explicativos? ¿Es Amancio Ortega una expresión simbólica de los intereses materiales de una parte importante de mis vecinos, y a su vez un héroe fortalecedor de espíritus maltrechos durante esta monotonía?

La necesidad de reconfortar el espíritu, no debería borrar de un plumazo esta conformidad evidente con el discurso  neoliberal entre amplios sectores de la sociedad. No caigamos, una vez más, en el error de pensar que nuestros vecinos son  los representantes de una minoría ideologizada de derechas entre la clase trabajadora que hace mucho ruido. Probablemente, nos hallamos ante la gran capacidad de la ideología neoliberal para seducir a sectores de la población potencialmente díscolos con el desmantelamiento del sistema público de salud. Este fenómeno histórico, Antonio Gramsci lo explicaba señalando que todo bloque histórico u orden constituido, se apoya no solo en la violencia o la capacidad coercitiva de la clase dominante sino, también, en la adhesión de los gobernados a la visión del mundo de esta.

Frente a la tesis de la tradición comunista, que en origen proponía la toma del “Estado burgués” para destruirlo y sustituirlo por el “Estado obrero”, Palmiro Togliatti, ya en los años 40’, apostaba por un reformismo que transformara gradual y democráticamente la sociedad hasta alcanzar un objetivo final que no difería del original: el socialismo. Las razones que se adujeron para renunciar a la toma del poder, tenían que ver con el desarrollo del capitalismo y la complejización de las sociedades que lo componen. Los contextos nacionales e históricos no eran comparables a la Rusia de 1917. Los Estados capitalistas avanzados poseían una superestructura fuertemente enraizada en la sociedad civil, lo que imposibilitaba la toma del poder por la vía revolucionaria.

No nos vayamos por las ramas, se pensaba que el Estado capitalista podía ser utilizado en beneficio de la clase trabajadora. Al fin y al cabo, esa misma complejización social que estaba atravesada por múltiples intereses que imposibilitaban la toma del Estado por la fuerza, parecía favorecer una permeabilidad suficiente en sus estructuras para atender las demandas de los trabajadores.  Es decir, el Estado no solo serviría a los intereses de las clases dominantes, ya que desde la labor que ejercían, por ejemplo, los profesionales de la enseñanza media y superior, de los medios de comunicación, los abogados y otros trabajadores de la denominada superestructura, se podría intervenir en favor de los intereses de la clase trabajadora.

Para poder poner en práctica esta estrategia, el papel de los intelectuales era fundamental en unas tesis que rimaban con ciertos elementos del pensamiento de Gramsci.

Si, como parece, hemos renunciado a un ruptura violenta con el orden establecido, sería interesante combatir en el terreno cultural, además del parlamentario, yendo un poco más allá de los memes sobre la gestión del gobierno durante la crisis del coronavirus.

Es innegable también que el panorama vespertino al que nos hallamos cruelmente relacionados como con la alarma de un móvil en la mañana de un lunes cualquiera, nos recuerda un poco también a cierto paisaje futbolístico que ha dejado huérfano a más de uno. Albert Camus, un gran aficionado a este deporte, también nos dijo, en otra de sus socorridas citas, que “lo que finalmente sé con mayor certeza respecto a la moral y a la obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”. Es de suponer, que el ilustre literato argelino, iba más allá de lo estético.


[1] Albert Camus, La peste, Barcelona, Edhasa, 2017, p.205.