Sobre cómo Robert Nesta Marley conoció las torturas del sistema, regresó a su isla, conoció las ideas del rastafarismo y se convirtió en un referente de masas que aún hoy influye a través de sus letras de amor y rebeldía.
21 de mayo de 1981. Jamaica entierra a Bob Marley con honores de Estado. En el ataúd, junto a su cuerpo, una Biblia y una guitarra: imagen casi perfecta para describir aquello que Marley intentó expresar a través de sus canciones. Religión y música; fe y resistencia; esperanza y revolución. Al mismo tiempo es también ésta una imagen casi perfecta para entender las contradicciones de una figura que cada día está más cerca del mito que de la realidad; más próxima al profeta redentor que al rude boy, al chico de barrio, que con su talento escapa del gueto y -no es poco- se salva a sí mismo.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial la población rural de la isla, empobrecida por las políticas coloniales del imperio británico, comienza a acudir en masa a la capital en busca de un trabajo que tampoco existe allí, lo que crea bolsas de miseria en el extrarradio de la ciudad. Los jóvenes de estos «bajos fondos» ven en la delincuencia el único camino hacia el éxito. Influenciados por la cultura popular norteamericana crean bandas y adoptan la actitud y la estética de los gangsters de las películas de Hollywood. Los músicos, por su parte, adaptan a los patrones caribeños el r&b y el jazz, creando el ska y más tarde el rocksteady, banda sonora de niños con pistola y matones con sombrero y tirantes; violencia callejera, guerra de pandillas, desigualdad social; pobreza. En las calles de Trench Town, en los suburbios de Kingston, aprende Bob que nadie regala nada, pero también encuentra en la música una forma de organizar el odio, y de transformarlo.
En 1966 viaja en busca de empleo a Delaware, a la Costa Este de Estados Unidos, donde vive su madre desde hace algunos años. Como descendiente de esclavos -aunque es hijo de madre negra y padre blanco Marley está profundamente orgulloso de su herencia africana- se identifica con el movimiento por los derechos civiles; como empleado de limpieza en un hotel descubre la carrera de ratas que es el capitalismo. Tras ocho meses regresa a Kingston, cuando el Gobierno estadounidense le informa de que debe realizar el servicio militar. «¿Qué te ha pasado en el pelo?», es lo primero que le pregunta su mujer al volver a la isla, cuenta uno de sus biógrafos.
Rastafar I
Lo que ha pasado, no en la cabeza de Rita Anderson sino en toda Jamaica mientras Marley ha estado ausente, es la visita de un tal Tafari Makonnen, más conocido como Haile Selassie, emperador de Etiopía. Sobre este curioso y más bien sombrío personaje, que llegó al poder en 1930 y gobernó con mano de hierro el país durante casi cinco décadas, confluyen una serie de creencias basadas en el cristianismo copto, el judaísmo, el panafricanismo y las teorías del «retorno al hogar» impulsadas por Marcus Garvey, empresario jamaicano que puso en marcha una compañía de barcos, la Black Star Line, con la intención de llevar a la población negra americana de nuevo a África. Coronado Selassie, todas estas ideas cristalizaron en los años ’30, en la pequeña isla caribeña, en el movimiento rastafari: individuos que rechazaban por completo el sistema y veían en el dictador etíope nada más y nada menos que al mismísimo Dios hecho hombre.
Si bien los rastas durante mucho tiempo habían sido rechazados y marginados por la sociedad jamaicana, con la visita del ‘negus’ (rey de reyes) su filosofía cala en una parte importante de la población -más de cien mil personas acuden a recibirlo a su llegada al aeropuerto, entre ellos, los Wailers-. La actitud rebelde de los rudies se mezcla con el mensaje de libertad que pregona el pensamiento rastafari, algo que, unido a las propias convicciones sociales y políticas de Bob, comienza a dar forma a un estilo que integra lo poético y lo material, las reivindicaciones y el optimismo, la rabia y el amor. Por otro lado, el rocksteady se ha transformado en algo llamado reggae: lento, reflexivo, hipnótico; que se toca a base de contratiempos, síncopas y guitarras marcando el offbeat; algo que se escucha a ritmo de ganja. En la música de Marley el reggae se declara heredero del blues y comparte su función de memoria colectiva, de canto de los oprimidos; y a la vez es una herramienta de cambio y revolución: el arma definitiva de quien prefiere disparar palabras.
De hecho, la banda es presentada fuera de Jamaica, en los primeros ’70, no como una formación de reggae, sino como un grupo de rock. A pesar de esto algo hay, más en su carácter que en su sonido, que lo aleja de esa órbita. Marley es un arma de doble filo para la industria discográfica: aunque tiene una faceta que puede explotarse comercialmente, hay otra parte suya que no hace concesión alguna al establishment y que provoca que sus canciones se censuren en numerosos países, sobre todo africanos.
La obra de los Wailers -sin Peter Tosh ni Bunny Livingston desde 1973- mantiene durante varios álbumes ese equilibrio entre lo radical y lo positivo, entre la Biblia y la Gibson. Sin embargo, poco a poco, el discurso rastafari se va adueñando de las letras. Las metáforas de resistencia, en las que el movimiento punk había visto una música hermana, comienzan a entenderse literalmente: la esperanza de que todo irá bien por intervención divina provoca que se ignoren los problemas reales; la certeza de que Babilonia caerá contrasta con una Jamaica prácticamente inmersa en una guerra civil.
Un año después de morir Marley, el FMI dictamina las medidas económicas que debe adoptar la isla, totalmente endeudada, para poder seguir recibiendo préstamos: tratados de libre comercio, desaparición de aranceles y de la ayuda a la producción nacional, entrada de las transnacionales, etc. Como resultado aumenta la desigualdad entre ricos y pobres y crecen los guetos, que prácticamente terminan frente a los lujosos y amurallados barrios de las zonas altas. Babilonia parece no tener intención de derrumbarse; incluso se escucha por sus calles alguna canción de los Wailers, de ésas que suenan a menudo en las radiofórmulas. Pero las otras también siguen sonando aunque, enterradas, tienen que esperar para salir a la luz. Aquellas que hablan de despertar y vivir, de mantener la llama encendida, de iluminar la oscuridad. Canciones de libertad que atrapan el fuego.
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/Canciones-que-atrapan-el-fuego.html