Cuando despertamos cada mañana, nos vemos sumidos en un mundo que sentimos caótico, confuso, y pocas cosas son más dolorosas que vivir en el caos y la incertidumbre. Noticias contradictorias y desagradables nos abruman durante toda la jornada y como casi todo parece derrumbarse, bordeamos constantemente la depresión y el cansancio. Esa sensación que tenemos […]
Cuando despertamos cada mañana, nos vemos sumidos en un mundo que sentimos caótico, confuso, y pocas cosas son más dolorosas que vivir en el caos y la incertidumbre. Noticias contradictorias y desagradables nos abruman durante toda la jornada y como casi todo parece derrumbarse, bordeamos constantemente la depresión y el cansancio.
Esa sensación que tenemos ante el Mundo en que vivimos es el reino de la incertidumbre, donde a cada instante sufrimos el bombardeo de informaciones tan variadas y contradictorias, que la memoria, aún sobre hechos y acontecimientos cercanos, se torna difusa. Repetimos, vivir en el Caos es doloroso, pues todo nos cambia de repente, lo que ayer era cierto hoy no lo es. Esta situación tiende a paralizar las instituciones (incluyendo los gobiernos de los estados territoriales) y a producir anomia y miedo, tanto en los sectores no politizados como en los intelectuales.
Nos explicamos. Los grupos muy politizados ocupan los extremos en la polarización que vive toda sociedad. Son conjuntos muy ideologizados, prácticamente actúan con igual fanatismo que las sectas religiosas y tienen una visión dogmatica y determinista del devenir de la especie humana. Como trataremos de explicar más adelante, en la evolución de las matrices culturales hubo una bifurcación sistémica cuando las redes humanas se juntaron desde comienzos del siglo XVI.
La inmensa interacción entre tan diferentes procesos culturales (europeos, euroasiáticos, asiáticos, africanos, etc.) trajo como consecuencia que emergiera una síntesis ideológica, que fue el Capitalismo; fue como consecuencia del incremento brutal de la cantidad de flujos y contradicciones en los elementos de la reproducción social, que emergió el Capitalismo como fuerza cultural, como modo de vida contextual e integral.
Lógicamente se produjo una síntesis que «los de arriba» manejaron en la medida en que «los de abajo» lo permitieron, de tal manera que todos los mecanismos de explotación y acumulación de riqueza, creados durante los milenios anteriores, permanecieran cambiando de ropaje. Esa ideología fue el liberalismo, donde integraron los conceptos de progreso, propiedad privada, individualismo, libertad y democracia, en base a una razón económica. Economía y progreso se constituyeron en demiurgo de la historia.
Pero lo que llamamos Capitalismo, como intentamos demostrar, no es lo mismo que el Capital. El primero es un modo de adelantar la reproducción social, la vida material, mientras que el segundo es la acumulación incesante de Capital-dinero en manos de cada vez menos personas e instituciones y va -históricamente- desde «los cambistas» hasta el «Club de Bilderberg» y cada día toma más poder e independencia, llegando a concentrase en menos del 1% de la población.
La política que adelanta El Capital para desestructurar los Estados Territoriales, mediante la financiarización y la guerra permanente librada por «contratistas» a nombre del liberalismo, que casi es lo mismo que decir capitalismo, pues es su ideología rectora, destruye uno los fundamentos propios del capitalismo (la soberanía de los Estados en un contexto interestatal) y pareciera pretender «medioevizar» la sociedad futura: un tratar de volver a la edad media europea en un plano históricamente degradado.
Esa estrategia es hoy evidente, El Capital, mediante la OTAN como su brazo armado (que aparentemente depende del gobierno estadounidense, pero que realmente sirve al Capital) libra una guerra permanente que nutre al complejo industrial-militar e incrementa la deuda de los estados con el Capital, y lo hace a nombre de unos principios liberales imaginarios, con lo cual destruye toda la confianza «de los de abajo» en ese liberalismo que ha sido hasta ahora su fe y su camisa de fuerza. Por eso hablamos de Corsarios y piratas, así como de Capital y capitalismo, pues creemos que la cultura patriarcal que niega al otro, hasta ahora dominante, debe dar paso a otra «matrística» que lo respeta y se integra, y que todos los conceptos históricamente construidos deben repensarse, e incluso, impensarse.
Veamos:
A comienzos del siglo XVI, y como consecuencia del encuentro fortuito de los castellanos con el continente americano y la circunvalación de los portugueses al continente africano, las redes humanas históricamente conformadas desde tiempos inmemoriales (la americana, la euroasiática y la africana), se unieron y emergió el Sistema Mundial integrado, que más tarde sería llamado Sistema Capitalista Mundial o Economía-Mundo.
Para la inmensa mayoría de los defensores de los Sistemas-Mundo (salvo André Günder Frank en sus últimos trabajos) en ese momento irrumpió el capitalismo en la historia, un Modo de Producción signado por la permanente acumulación de Capital, la división nacional e internacional del trabajo (división centro-periferia) y la mercantilización de los bienes, los servicios y las personas. También afirman que, como todo sistema humano, tiene un ciclo vital de nacimiento, etapas de crecimiento/declinación y posterior transformación en otro u otros sistemas, que dependiendo del accionar de los actores, podrían ser mejores o peores que el desaparecido.
Por sobre estas consideraciones, lo cierto es que los europeos, que eran una región periférica y marginal en la red euroasiática y que por esa misma razón de desestructuración o departamentalización territorial, vivieron en permanente guerra -al menos desde los tiempos del Imperio Romano- habían creado un núcleo ideológico en su cultura patriarcal basado en la guerra depredadora y en el desprecio «racista» hacia el otro. Basta estudiar la llamada guerra de reconquista en España, que algunos la incluyen dentro de las «cruzadas», para observar como discriminaron, persiguieron, expulsaron y asesinaron tanto a los judíos como a los musulmanes, incluyendo a los llamados «marranos», quienes, habiendo nacido en España, eran descendientes de esos grupos culturales.
Esos reinos (los ibéricos primero, pero también los franceses, ingleses, belgas, y un largo etc.) llegaron a nuestra América como matones/saqueadores, desposeyendo a los pueblos originarios de sus tierras, sus bienes, su religión e incluso de sus vidas. Llegaron incluso a sostener que los aborígenes no tenían «alma». Fuimos, en definitiva, los únicos humanos «descubiertos».
Pero los que fueron a los territorios y pueblos bañados por el Océano Indico, no lo hicieron de manera tan diferente, pues primero se incorporaron en menor valía como corsarios que portaban un modo guerrero de hacer comercio y, luego, cuando sus armas mejoraron con la era industrial, pasaron a la invasión descarada constituyendo enclaves costaneros en todos esos territorios e iniciando una política de colonización cuando las circunstancias lo permitieron. No podían adelantar un genocidio como el que hicieron en nuestra América, al menos hasta comienzos del siglo XIX, por la inmensa fortaleza de imperios como China e India, pero luego, y sobre todo entre finales de dicho siglo y comienzo del XX y en África, incluso superaron sus anteriores hazañas, llegando al extremo de regalar todo el territorio del Congo al Rey Leopoldo de Bélgica. Ese inmenso territorio, con sus habitantes, fue su propiedad privada, un simple regalo.
En verdad se produjo en ese período lo que se denomina «un accidente histórico», una confluencia de sucesos muy especiales y prácticamente irrepetibles. Podemos citar cuatro de los muchos que coincidieron: el «renacimiento» con su impronta cultural; el encuentro con América y la desposesión o robo de inmensas cantidades de oro y plata (la plata fue lo más importante) producida por esclavos amerindios y africanos; el núcleo ideológico depredador/saqueador que impulsó la tecnología de las armas y su uso inclemente y terrorista; y los gérmenes propios de su cultura de producción y alimentación para los cuales no tenían defensa los amerindios.
Siendo Europa una región periférica y pobre del continente euroasiático, fue la plata americana lo que les permitió introducirse en el comercio del Océano Indico que giraba en torno a China. El resto lo impulsó su cultura dominante con su manera de hacer la guerra. Al respecto André Günder Frank, en su irreverente y revolucionario libro póstumo «RE-ORIENTAR» dice en la página 293 que «En términos del desarrollo y la realidad histórica mundial, fue realmente (solo) el dinero americano lo que permitió a los europeos aumentar su participación en esta expansión productiva de la economía mundial de base mayoritariamente asiática».
Piratas y Corsarios
Germán Arciniegas1 comentó la emergencia del «renacimiento» en Europa y su reflejo en la pintura de Botticelli «Nacimiento de Venus», de esta manera:… coincide la palabra de esta imagen del Mediterráneo con el descubrimiento de América o, para ser más exactos: del mar Caribe…Y el Mediterráneo y el Caribe quedan así frente a frente, por primera vez en la historia. Dos espejos mágicos: el uno retrata la imagen de los tiempos antiguos, el otro, la de los tiempos por venir.
Tenía razón Arciniegas. El Mediterráneo fue el mar interior ─centro de las grandes civilizaciones antiguas: Grecia, Roma, Cartago, Egipto y un largo etc.─ y fue por las relaciones allí creadas por los flujos de intercambio culturales y comerciales que emergió la idiosincrasia de esos pueblos, portadores de lo que llamamos «cultura mediterránea», cultura solar diferente de la oscura y racista que surgió al norte de Europa, y, que al final, dominó a la Europa y se convirtió en el núcleo del «eurocentrismo».
En el Caribe fue distinto, allí llegaron primero los españoles en cabeza del Reino de Castilla y en carácter de empresarios/aventureros, como «Corsarios», entes privados con licencia o convenio real, y fueron, en verdad, una mezcla entre corsarios y piratas, que les permitió como Corsarios cumplir aparentemente con las normas que dictaba la Corona para proteger en algo a los amerindios, mientras que como Piratas hacían lo que les venía en gana (recuérdese el aforismo conductual mandante: se acata, pero no se cumple). Este mecanismo les permitió a los «blancos criollos» ─después devenidos en Oligarquía de los nuevos estados que emergieron de la Guerra de Independencia─ continuar con saña la desposesión de los pueblos aborígenes.
Los invasores españoles venían a arrebatar, matar y explotar inmisericordemente a los pobladores nativos, en buena medida para satisfacer las necesidades sicológicas que le imponían las normas conductuales forjadas en la llamada «guerra de reconquista», que por cierto no fue tal, pues mas bien se trató de una de «las cruzadas», ejecutada, en este caso, por los reinos del norte, Castilla y Aragón, en nombre del universalismo católico, abatiendo los valores humanistas de la cultura del Califato Omeya (caracterizado por proteger las libertades religiosas y de trabajo y una cierta forma de respeto al otro), desposeyéndolos de sus tierras y riquezas y, en definitiva, cubriendo la península con el más cruel oscurantismo racista/religioso.
Testimonio de este avasallamiento son los trabajos de Fray Bartolomé de la Casas, hombre excepcional y ejemplar, que enfrentó al teólogo Juan Ginés de Sepúlveda ante el propio emperador Carlos V y sentó cátedra, apoyándose en las escrituras, defendiendo la evangelización pacifica; pasados los 80 años escribió La Historia de las Indias y por último, a los 90 años, abre una «revisión cáustica de la conquista y explotación de Perú por parte de los españoles y plantea una serie de cuestiones sobre la restitución de la riqueza obtenida de semejante forma. Insistir en la restitución, incluso por parte de la Corona, fue su forma de resolver todas esas dudas»2. Parece insólito que tales planteamientos sobre la propiedad de la tierra, no estén en las tesis de los movimientos revolucionarios modernos.
Esa es la raíz del discurso político que caracteriza a los Estados de nuestra América, y quizá del Mundo, un discurso formal de «los de arriba» donde se autodefinen como humanista y progresista y un actuar sin respeto a los otros, en ejercicio de la más pura cultura patriarcal, que mantiene y profundiza la desigualdad integral entre los miembros de la especie humana. Los de arriba son corsarios, delinquen con patente de legalidad y son los más grandes ladrones y asesinos del planeta, los de abajo también practican la corrupción y la violencia, pero son ilegales y sancionables, y, por ello, corregibles.
Capital y Capitalismo: el moderno sistema bancario Cambista.
Esa inmensa acumulación de riqueza, mediante una trasformación de la cantidad en nueva cualidad, impulsó la práctica de los » Cambistas«3, quienes existían desde los albores de la civilización y cuyo objetivo era acumular capital/dinero, manipulando las relaciones de valor entre las monedas y especulando con ellas. A lo largo de la historia fueron considerados como agentes que atentaban contra el bien común, y, por ello, el mismo Aristóteles los motejó de «crematísticos», o lo que es lo mismo, comerciantes que no trabajaban para trasladar bienes y servicios del productor al consumidor, sino especuladores con el dinero, lo cual consideraba inmoral: criterio que se extendió a casi toda la edad media en Europa. Incluso en la narración Bíblica, cuando Jesús expulsa a los Mercaderes del Templo, es precisamente a los Cambistas a quienes castiga, no al comerciante común y corriente. (Ver fuente aquí)
Como vemos desde los or í genes mismos del cristianismo en el Siglo I d.e.v4., la especulación cambista fue repudiada, y tuvieron que pasar muchos siglos, hasta casi llegar al final del primer milenio, para que la Iglesia ─ya trasformada en católica─ la permitiera e incluso la aupara con la finalidad de financiar las guerras territoriales/religiosas de expansión hacia el Oriente Medio, guerras que hoy llamamos «las cruzadas»
Desde finales del siglo XV con la mundialización y unificación con desigualdad de las redes humanas, se inició un nuevo período en la civilización dominada por una forma de la cultura patriarcal que hemos llamado Capitalismo. A nuestro juicio Immanuel Wallerstein trata muy bien el tema en su libro El Capitalismo Histórico cuando, precisamente, no habla de una cosa sino de un sistema, de un proceso, y dice en la primera pagina que «lo que distingue al sistema social histórico que llamamos capitalismo histórico es que en este sistema histórico el capital pasó a ser usado (invertido) de una forma muy especial. En este sistema, las acumulaciones pasadas solo eran «capital» en la medida en que eran usadas para acumular más capital. El proceso fue sin duda complejo, e incluso sinuoso, como veremos. Pero es a ese objetivo implacable y curiosamente asocial del poseedor del capital ─la acumulación de más capital─, así como a las relaciones que este poseedor de capital tenía por tanto que establecer con otras personas para conseguir ese objetivo, a los que llamamos capitalistas. Es indudable que este no era el único propósito. En el proceso de producción intervenían otras consideraciones. Pero la cuestión es: en caso de conflicto, ¿qué consideraciones tendían a prevalecer? Siempre que, con el tiempo, fuera la acumulación de capital la que regularmente predominara sobre otros objetivos alternativos, tenemos razones para decir que estamos ante un sistema capitalista».
Iniciada la mundialización a partir del siglo XVI la red humana se fue haciendo más tupida y más compleja, necesitándose entonces la emergencia de un pensamiento también más complejo que permitiera que el Sistema Mundial manejara las nuevas relaciones con sus novedosos mecanismos de producción y flujos de comercio y consumo. Fue un momento de bifurcación donde la cultura metafísica de los «sistemas tributarios» ─hasta entonces los únicos existentes─ hubo de ser reemplazada por otra apoyada en la razón y el subsecuente sistema científico, de tal manera que «los de arriba» continuaran dominando a «los de abajo» que ahora no solo eran muchos más, sino también más peligrosos. Emergió una nueva religión: la ideología basada en la razón y la práctica científica, que prontamente derivó hacia el liberalismo con sus componentes de individualismo y de gobiernos que compartieran aparentemente el poder con el pueblo, nueva categoría también emergente en esa época, que enfrentaba al poder absoluto de los reyes que se había considerado derivaba de Dios.
El liberalismo, apoyado fundamentalmente en el individualismo y uniendo libertad individual con propiedad privada también individual, ha recorrido un largo camino, desde el Renacimiento, pasando por la Ilustración, el liberalismo anti-metafísico que explota con las los movimientos progresistas de 1648 en Inglaterra (la «gloriosa revolución de Cromwell y el Parlamento»), la independencia de los estadounidenses en 1776, la revolución Francesa en 1789 y la Revolución Haitiana de 1992-1804, hasta culminar, esa ideología liberal, de manera insólita pero comprensible, con el llamado neoliberalismo que impuso El Capital desde los años setenta del siglo pasado (aunque el movimiento lo iniciaron Ludwing Von Mises y Friedrich Hayek en la década del treinta) desde la Universidades estadounidenses e inglesas, de donde emergieron los «Chicago Boys» que inspiraron los gobiernos de Ronald Reagan, Margaret Thacher, y, en lo adelante, a casi todo el llamado Mundo Occidental, incluyendo, por supuesto pero no solo, a Augusto Pinochet en Chile y a Videla y Menem en Argentina.
El liberalismo es una ideología, y como toda ideología, que en verdad es un sistema o conjunto de visiones imaginativas del mundo, lo conforman varias ideologías todas autodefinidas como liberales, ─de izquierda, de centro y de derechas─ donde cada una tiene una conceptualización de la verdad, lo bueno y lo bello, de acuerdo a la historia tanto del Sistema contextual como de las partes: historias universales, locales, grupales e individuales.
Una cosa es la ideología como un intento de entender el mundo bajo el cristal de nuestra mente, que es un proceso radicado fundamentalmente en nuestro cerebro, y otra el mundo material/espiritual realmente existente, el ser.
Edgar Morin5, escribe dos párrafos muy importantes al respecto:
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Intentaremos demostrar aquí que la creatividad, la originalidad y la eminencia del homo sapiens tienen el mismo origen que el desajuste, el vagabundeo y el desorden del homo demens, es decir, el prodigioso aumento de complejidad que aporta un cerebro de 1.500 cm3, 10.000 millones de neuronas y 1014 de sinapsis.
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El cerebro no debe ser considerado como un órgano, ni aún como el más noble de todos ellos, sino como el epicentro organizativo de todo el complejo bio-antropo-sociológico. En efecto, el cerebro es la plataforma giratoria en la que se comunican el organismo individual, el sistema genético y el sistema socio-cultural, y, en términos trinitarios, individuo, especie y sociedad.
El liberalismo en su acepción economicista es la ideología del capitalismo con sus variantes socialistas, social-demócratas o neoliberales, en todas ellas mantiene que la Economía es el demiurgo del devenir del mundo moderno, por eso es correcto definir, hasta ahora, al Sistema como una Economía-Mundo arropado por la ideología liberal.
Pero, como todos sabemos, nada es uniforme y así, como afirmaba Fernando Braudel en sus trabajos sobre la Economía-Mundo, hay por lo menos tres estratos o estructuras fundamentales donde se mueve territorialmente la especie humana:
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Un estrato inferior que desarrolla relaciones socio-económicas de subsistencia ─el más amplio y elemental─, y que Braudel denomina…la vida material, el estrato de la no-economía, el suelo en que el capitalismo hunde sus raíces, pero nunca puede penetrar.
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Otro intermedio, el de la «economía de mercado» con despliegue a escala mundial y que emergió del fondo de la historia del estrato de la vida material, mucho antes de surgir el capitalismo, y que son las relaciones sociales de intercambio en general, incluso monetario con sus instituciones financieras que posibilitan el comercio.
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El tercer estrato, el superior, es el reino del Capital, del dinero en busca de dinero en nichos especulativos (sistema de derivados financieros y deuda estatal soberana) que convierten en dinero en más dinero ─D-D¨ en términos de Carlos Marx─ y que solo cursa cuando los tenedores de dinero se consustancian con el Estado.
En el punto de bifurcación sistémica en que nos encontramos ─cuando no solo muere la hegemonía estadounidense, sino también la civilización apoyada en la cultura patriarcal─ debemos diferenciar claramente al Capitalismo, del Reino del Capital o de «los modernos Cambistas«, pues ambos desaparecerían, pero en momentos o tiempos distintos. El Capitalismo es un sistema guiado por las ideologías liberales que pretenden consustanciar la libertad individual, la propiedad privada individual, su libre albedrio en las actividades productivas, distributivas y de consumo, con un sistema democrático que tiende a corregir las desigualdades, las injusticias y el racismo, mientras que el Capital, «los modernos Cambistas» son especuladores, manipuladores de las monedas, creadores de derivados que producen dinero inorgánico inexistente y que cada vez más son los verdaderos dueños del mundo, pues diseñan las políticas de los Estados territoriales, aún de los más poderosos como los Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, etc. para alcanzar sus fines crematísticos.
Por eso, en mi opinión, creo que Marx pensó que dentro del proceso M-D-M», donde con el capital acumulado se producían mercancías y servicios que acumulaban capital, que, a su vez, era vuelto a invertir para producir mercancías que se vendían por un precio competitivo (el costo trabajo era subpagado para generar una diferencia que se llamó plusvalía y era lo que enriquecía al propietario), se produciría prospectivamente una situación en que el proletariado industrial, también por los procesos de concentración y centralización del capital, se constituiría (como clase en sí) en mayoría consciente del proceso social y, tomando el Poder sobre el Estado, ejercería una dictadura (realmente una democracia más profunda y humanista) sobre la clase burguesa despojada del poder, imponiendo una dirección de la Reproducción Social con fines socialista, de tal manera que la deriva social se dirigiera a eliminar las desigualdades materiales y espirituales en la especie humana6.
Pero la historia no marchó en esa dirección, y la de hace apenas un microsegundo, comprueba que el Mundo está regido por un fuerza ─que son «Los Modernos Cambistas«─ que profundizan el terrorismo de Estado, la corrupción cada vez más profunda en las burocracias político-estadales-bancarias, y, sobre todo, imponen un Sistema Financiero Integral, que tiene, en verdad, la hegemonía en el Sistema Capitalista actual. La banca comercial y de inversión, con sus fondos financieros especulativos que generan más y más derivados financieros, y un largo etc. etc., rigen el Mundo y lo llevan a pulso mediante procesos especulativos, dirigidos sobre todo contra los estados-territoriales mediante los mecanismos de las deudas nacionales. Después cada Estado Territorial tiene que hacer su parte para sobrevivir en el Mundo Financiero Global.
Por eso la contradicción principal de nuestro tiempo es la que existe entre el Sistema bancario/financiero y los Estados territoriales y la gente; no hay arreglo posible: los gobiernos de los estados territoriales deben ser tomados por los sectores sociales que quieren el cambio cultural basado en la ética y la planificación integral y radical, para ir socializando y sometiendo al sistema bancario/financiero, creando una red territorial donde produzcamos y distribuyamos bienes y servicios para un consumo que satisfaga necesidades realmente humanas en redes que sustenten la vida en el largo plazo, sobre y contra el entramado capitalista realmente existente. La cultura liberal/capitalista se puede manejar con reformas y se resolverá en el mediano o largo plazo, mientras que la lucha contra El Capital, la financiarización, es inmediata.
Creo que si aplicamos «La Ciencia del Hombre» a la concreción de Proyectos Nacionales apoyados en Modelos Territoriales que integren creativamente a la inmensa mayoría de la población sobre planteamientos concretos, comprensibles a todos y discutidos con todos bajo la guía del Estado, podemos crear el Estado territorial social, pues, como decía John Kenneth Galbraith7 Uno de los más viejos enigmas de la política consiste en saber cómo se controla a los controladores. Pero un problema igualmente engañoso, que nunca ha disfrutado la atención que merece, es el de saber cómo procurar cordura a quienes se exige que sean cuerdos. La cordura está en los «cuadros» políticamente formados, pero con capacidades y verdadera preparación en gerencia y administración de empresas. Conocimiento, técnica, conciencia y ética, mas instrumentos de control bajo un mando general, son los requisitos para gerenciar la Revolución.
Debemos aceptar que el 99% de la población quiere vivir en un mundo justo y racional, y que están dispuestos a trabajar para ello, pero si la lucha la llevamos en base a confrontaciones ideológicas abstractas e irreconciliables, estamos trabajando para «Los Cambistas» y para «los de arriba», pues no podremos, como hasta ahora ha ocurrido, crear una red territorial donde se equilibre la producción, la distribución y el consumo, y se atienda lo referente a la educación, la salud, creando, al mismo tiempo, un nuevo sistema regional de ciudades que permita desconcentrar y descentralizar la ocupación del territorio, para que tengamos ciudadanos preparados, éticos y responsables en el trabajo y la política.
El enemigo principal de «los de abajo» es el Sistema bancario y financiero existente, que es, en verdad, el centro decisor de la política mundial y local y mantiene sujeto a los estados territoriales a ideología cambista, que es, por esencia, cleptómana y casi demencial. Lo más grave ─he allí el grande problema─ es que la composición disciplinaria de la banca, los actores tecnócratas que al final deciden, está compuesta por economistas, econometristas, matemáticos, administradores, etc., que han desarrolladlo una portentosa habilidad para crear y manejar derivados financieros y llevar adelante todas las tropelías imaginables. Allí está el punto de ataque de la «Revolución Ética» que quizá puede alcanzar lo que hasta ahora ha sido imposible: un gobierno del pueblo y para el pueblo.
Notas:
1 Germán Arciniegas. Biografía del Caribe. Editorial suramericana 1996 págs. 18 y 19
2 John Lynch. Dios en el Nuevo Mundo, editorial Critica 2012, págs. 63 y 64
3 Un cambista es una institución o persona que se especializa en manipular con el cambio de monedas, transformándose fácilmente en un prestamista. El cambio de moneda es necesario para el comercio entre regiones que tienen diferentes monedas locales y deriva fácilmente a la especulación, cuando, por una relación de sometimiento de una región pobre a otra rica con moneda fuerte, «los de abajo», los dominados, quieren proteger su ahorros o riqueza cambiando la moneda débil por la fuerte, ya que la propia inspira inseguridad y desconfianza, mientras que la otra genera confianza y da seguridad. Se tiene noticias de la existencia de cambistas en Babilonia en el siglo XVIII A.C., y se sabe que en la Grecia de Aristóteles, los llamados trapezitas cambiaban monedas y adelantaban transacciones bancarias, de allí la posición y condena de Aristóteles al cromatismo inherente a esas prácticas.
4 J.R McNeill y Willians McNeill en su libro «Las Redes Humanas». Editorial Critica 2004, proponen, en la pág. 20, un sistema de datación diferente al tradicional que nos parece adecuado y conveniente: dicen «El tradicional sistema de datación en el que «a.C» significa «antes de Cristo», y «d.C» «después de Cristo» es cada vez más impopular porque se refiere a una tradición religiosa especifica. Aquí seguimos un sistema en el que los números continuaran siendo los mismos, pero «e.v» (era vulgar) sustituye a «d.C» y «a.e.v.» (antes de la era vulgar), a «a.C»
5 Edgar Morín. El Paraíso Perdido, Editorial Kairos, octava edición 2008. Págs. 135 y 232-233.
6 Sabemos que Marx también trató la relación D-D´, pero creemos que por el tiempo histórico en que vivió, pensó y escribió, le era casi imposible reconocer la velocidad y la interrelación entre ambos procesos. Hoy, y desde hace bastante tiempo, la acumulación es fundamentalmente capital-dinero y este elemento es quien determina las derivas del Sistema Capitalista Mundial. Un libro interesante sobre esta cuestión es el de Mario Tronti, Obreros y Capital, Akal 2001, donde en el capitulo XIII: Marx en Detroit, a partir de la pág. 301, habla prolijamente sobre el tema.
7 John Kenneth Galbraith. El Crac del 29. Ariel Sociedad 2000. Pág. 40.
José Luis Pacheco (Caracas, 1934). Ingeniero Civil, especializado en Desarrollo Territorial y Gerencia de Proyectos. En el proceso revolucionario bolivariano ha sido Director General del Ministerio de Infraestructura, de Planificación en el mismo ministerio y de Energía en el Ministerio de Energía y Minas; en ese período coordinó el Plan Territorial de Infraestructura y el Plan Energético. También ha sido Asesor de la Asamblea Nacional y del Ministerio de Planificación y Desarrollo, diputado electo a dicha Asamblea en 2005, Presidente de la Fundación Teatro Teresa Carreño y Vicepresidente de Grandes Obras del Metro de Caracas.
Entre sus publicaciones se encuentran sus libros Sistema Capitalista Mundial y Polo de Poder Latinoamericano, Editorial Question 2004 y Corpoandes 2006, y Un modelo energético para Nuestra América, Ediciones Desde Abajo 2011, ambos accesibles en su blog, http://joseluispachecos.blogspot.com/
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