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La sala Ítaca es el último espacio que ha desaparecido

Capitalismo cultural en pequeño formato

Fuentes: Diagonal

El cierre de la Sala Ítaca en Madrid es el último de una larga lista de espacios escénicos que, lenta y silenciosamente, han desaparecido a lo largo de la geografía española. La Sala Ítaca de Madrid ya es historia. El espacio cerraba sus puertas la noche del 30 de abril, después de que la Compañía […]

El cierre de la Sala Ítaca en Madrid es el último de una larga lista de espacios escénicos que, lenta y silenciosamente, han desaparecido a lo largo de la geografía española.

La Sala Ítaca de Madrid ya es historia. El espacio cerraba sus puertas la noche del 30 de abril, después de que la Compañía Solo y Cía representara por última vez allí su montaje sobre Ángel González, y un grupo de actores volviera a retomar con un nudo en la garganta el Coloquio de los perros, dedicado a tres motores escénicos : Pepe Ortega (el director), María José Sarrate y Giovanni Holguín.

En los últimos 30 años, Madrid ha dicho adiós a muchos teatros ‘grandes’ como el teatro Club, el Fuencarral, el Cómico, el Goya, el Martín, el Benavente, el Arniches, el Barceló, el Valle-Inclán, el Eslava, el Beatriz, el Recoletos, el Lavapiés… (pronto le llegará la hora al Albéniz).

Y también se ha despedido de pequeñas salas como las míticas de los ’80 Cadarso o el Gayo Vallecano. Pocas sabrán que la Cuarta Pared estuvo a punto de cerrar hace unos años, pero su resistencia la ha convertido hoy en referencia escénica. Quizás pocos se acuerdan del DT o de la Nave de los locos, hasta hace pocos meses vivas y coleando. Cierres y aperturas (una buena nueva es la sala Tribal en el centro de Madrid), vaivenes e incertidumbres a los que intentan hacer frente y piña la Red de salas alternativas de Madrid y, de forma estatal, la Red de Teatros Alternativos.

La historia escénica de Barcelona también está salteada de cierres. A finales de los ’70 el cierre del Teatro Capsa fue tan sonado que una asamblea de actrices y de actores se organizó -sin mucho éxito- para intentar mantenerlo. A principios de los ’80, el Paralelo estaba lleno de teatros que, sin pausa, entraron en decadencia y cerraron. El último precinto recayó a principios de 2008 en el Guasch Teatre, por incumplimiento de la normativa de seguridad contra incendios.

En los últimos años Santiago de Compostela también ha sufrido el cierre de la sala Galán (la compañía Matarile Teatro cambió la gestión del espacio por la del festival En pé de Pedra), la sala Yago, que no sobrevivió a la lucha entre propietarios e inquilinos, o el teatro Capitol, que no disponía de la adecuada licencia de funcionamiento. Por su lado, Valencia se removió en mayo de 2007, entre el cierre temporal del Teatro Rialto, el cierre por problemas de seguridad de la sala Moratín, la incertidumbre de la sala L’Altre Espai que la Generalitat alquilaba cada año, o la no renovación de la sala Matilde Salvador, vinculada a la universidad.

No hay estudios todavía centrados en los cierres históricos de salas/teatros/espacios escénicos, pero siempre han tenido que ver con la viabilidad financiera. Como indica una investigación de la Universidad de Valencia (La gestión de la programación teatral en España, 2007), en los años ’80 las artes escénicas sufrieron «un cierto retroceso reflejado en el cierre de teatros o en su transformación en centros comerciales y salas de cine». En los ’90 nacieron muchos teatros en todo el Estado, gracias al Plan Nacional de Rehabilitación de Teatros que puso en funcionamiento el entonces Ministerio de Obras Públicas. Además, surgieron salas de teatro de pequeño formato (las primeras ‘alternativas’) gestionadas de manera privada, pero financiadas en parte con fondos públicos.

Hoy ya no se puede hablar de persecución política de la cultura. Simplemente se ignora a la espera de que Don Mercado coloque a cada uno en su lugar. Podemos interpretar los cierres de salas de teatro, como los de las fábricas, vinculados a los productos que producen (minoritarios) y a una forma de producción no rentable. Pero a las salas, y no a las fábricas, podemos añadir un factor difícilmente cuantificable : el hecho de que sea un lugar ‘de arte’ y ‘creatividad’.

Esto puede sonar demasiado inocente. Pero es que, aunque los bienes culturales estén vinculados con la industria cultural que los produce y comercializa desde una perspectiva mayoritariamente empresarial, el sector de las artes debería contar con indicadores no cuantificables y más cualificables. Las entidades escénicas no pueden conformarse con satisfacer los niveles de demanda masiva. En los últimos años, al aparente aumento de espectáculos se opone la paulatina disminución de recintos escénicos.

Algunas personas tachan de urgente la municipalización de los locales teatrales. Otras reivindican la posibilidad real de poder crear espacios escénicos privados e independientes, aunque para ello sólo es necesario tener capital y gestionarlo bien para que dé beneficios. Algo muy complicado en un lugar como España, en una ciudad como Madrid, donde alquilar un teatro cuesta el doble que en el neoyorquino Broadway o en el londinense West End.

Quizás sea momento de pensar en una normativa para las salas de espectáculos de pequeño formato : espacios que programan producciones de investigación y experimentales, con un aforo que no suele sobrepasar las 100 butacas. Esto ya lo dice la Asociación de Directores de Escena en sus bases para un Proyecto de Ley del Teatro.