El capitalismo está en pleno despliegue de una crisis mayor, mucho más profunda y devastadora que la que a final del siglo XX dio lugar a su neoliberalización. El final del siglo coincidió con el paso a una nueva época, con el establecimiento de un orden mundial diferente y la existencia de un planeta sensiblemente […]
El capitalismo está en pleno despliegue de una crisis mayor, mucho más profunda y devastadora que la que a final del siglo XX dio lugar a su neoliberalización. El final del siglo coincidió con el paso a una nueva época, con el establecimiento de un orden mundial diferente y la existencia de un planeta sensiblemente alterado.
En esa mutación no sólo intervino el extraordinario impacto del derrumbe del llamado socialismo real (más bien «irreal»): en ese cambio de época y en ese nuevo ordenamiento mundial guardó relación también con otros importantes factores.
Del mundo bipolar en el plano político-militar, se pasó a un mundo unipolar bajo hegemonía estadounidense. De un proceso de relativa internacionalización del mercado (con un proteccionismo muy difundido), de una cierta mundialización de las relaciones, las comunicaciones, las inversiones y el crédito, se pasó a una extraordinaria globalización fraccionada, manipulada y dominada (con proteccionismos mucho más concentrados en sus centros desarrollados) por los países del capitalismo altamente subdesarrollado (Europa Occidental, Japón y Estados Unidos) y, por consiguiente, en detrimento de la inmensa mayoría de los países de capitalismo periférico-dependiente.
De un capitalismo que superó al liberalismo de la fase de la libre competencia a través del capitalismo monopolista de Estado y la transnacionalización, se pasó a un capitalismo que retomó como falacia la «libre competencia» y el liberalismo en su conjunto para concentrar más, dominar más mercados, imponer la dictadura de los oligopolios y monopolios, derrumbar las barreras proteccionistas de los países dependientes y apabullar a los países y las fuerzas productivas más débiles.
De la concepción del Estado Benefactor, ideado por Ford y Keyness, se pasó al auge del neoliberalismo y al desmonte de la protección y las conquistas sociales en diverso grado, acompañada de una abrumante financierización del sistema, que condujo a una especie de «economía de papeles», que a su vez, ha hecho explosión en estos días.
El contrasentido de ese proceso de restructuración neoliberal y financierización consistió en que el avance y la recomposición de las elites capitalistas tuvo que hacerse a costa de una exclusión, una marginación y un empobrecimiento mayores, que afectó gravemente a centenares de millones de seres humanos y creó en los estratos altos y medio altos una bonanza sin base material, sin desarrollo productivo, sin economía real.
Ese proceso de reestructuración, aunque acrecentó la movilidad social y alteró viejos sujetos sociales explotados, colocó objetivamente en su contra un abanico social inmenso y diverso, y provocó, a través de nuevos cambios en la división social, sexual, generacional, tecnológica y ambiental del trabajo, nuevos y pujantes movimientos sociales que con sus luchas y reclamos impactan el ámbito mundial. Y esto puso además al rojo vivo la crisis de participación y la deslegitimación de las superestructuras políticas, jurídicas e ideológicas del sistema dominante.
El nuevo orden capitalista proclamado después de la muerte del «socialismo irreal» resultó realmente más brutal y devastador que el viejo.
«En el mundo sin alma que se nos obliga a aceptar como único posible -nos dice Eduardo Galeano-, no hay pueblos, sino mercados; no hay ciudadanos, sino consumidores; no hay naciones, sino empresas; no hay ciudades, sino aglomeraciones; no hay relaciones humanas, sino competencias mercantiles.
(«Medios de Incomunicación», revista América Nuestra No.6).
Este mundo, además, todavía no considera a la mujer como ser humano, agravó la opresión de género con su proceso de feminización de la pobreza y de la fuerza de trabajo, potenció después del fin de la guerra fría las guerras nacionalistas e inter-étnicas, fomentó, nuevas y costosísimas guerras de conquista y reconquista, multiplicó el racismo y la xenofobia, implantó fábricas de pobreza e indigencia desde los gobiernos locales sustentadores de los llamados programas de ajustes, contaminó en mayor grado el ambiente y destruyó en mayor escala la naturaleza, comprometiendo la vida de los seres nacidos y por nacer.
Propició que las ciencias, incluidas las ciencias médicas, sean secuestradas por el gran capital y convertidas en instrumentos de lucro y factores de alto riesgo para la vida humana. Alienó en forma más brutal la conciencia de los seres humanos. Convirtió los devaluados Estados nacionales en fuente de delincuencia y máquinas generadoras de corrupción. Promovió el individualismo, degradó la solidaridad humana y robotizó las mentes de los más débiles.
Transformó así a los seres humanos en objetos y a los ciudadanos en clientes y convirtió los servicios de salud y educación en escenarios de lucro y en fuentes caras e inaccesibles para gran parte de la humanidad.
Y es todo esto lo que está hoy en crisis expansiva, aunque parezca ser solo un grave problema financiero, inmobiliario, de las tarjetas de crédito o de venta de automóviles.
La cuestión financiera es solo la punta del «iceberg» de un gran desplome capitalista, que actualiza la posibilidad de las disyuntivas de un caos económico prolongado, una recuperación capitalista con mayor intervención estatal o las revoluciones anticapitalistas y prosocialistas.
Todas ellas como opciones contradictorias, alternativas y/o simultáneas, cuya plasmación en la realidad de los diferentes países y regiones está por verse, aunque es claro que el auge de la ola de cambios en nuestra América, acompañada del posible impacto devastador de la crisis central del capitalismo, favorezcan los procesos de corte revolucionarios, sobre todo si esas situaciones son aprovechadas para desarrollar la conciencia anticapitalista y prosocialista y crear nuevas fuerzas transformadoras con nuevas vanguardias.