Hace una década el antiguo economista (neo)liberal estadounidense del Fondo Monetario Internacional Kenneth Rogoff anunció la lucha actual: «La próxima gran batalla entre socialismo y capitalismo se librará en torno a la salud humana y a la esperanza de vida». A raíz de la epidemia COVID-19 he recordado sus palabras con frecuencia. La salud es un campo de batalla en la lucha actual del capital. El presidente de un Estado europeo afirmó que el virus no distingue clases sociales. Sin embargo, no es verdad. El virus no sabe de clases, pero afecta más a la clase trabajadora desposeída que a la clase del capital, porque arriesga más su cuerpo y su salud. Que la epidemia no nos haga creer que en el capitalismo todos somos iguales. No es verdad.
La clase trabajadora ha estado en primera línea con la epidemia: trabajadores y trabajadoras de la salud, enfermeras, médicos, doctoras, bomberos, panaderos, agricultores, jornaleros, ganaderos, transportistas, vendedores de combustible, tenderas, cajeras, repartidores, carteras, limpiadoras, teletrabajadores, educadores, profesoras, trabajadoras textiles, trabajadoras sociales, trabajadoras familiares, entre otras muchas personas. La epidemia ha dejado al descubierto una lección: que no hay trabajos poco cualificados, que no hay trabajadores sin capacitación. Así, se ha venido abajo una mentira del capitalismo, a saber, la de que hay trabajadores y trabajadoras de sobra, porque no tienen cualificación suficiente. Los llamados trabajadores poco cualificados han sido fundamentales en esta sociedad hiper-mega-ciber-tecnológica, aunque sus salarios y sus condiciones de trabajo sean miserables.
Trabajo y ciencia han sido las mejores herramientas contra la epidemia. Hace poco, en relación a la ciencia y a la tecnología, el periodista Ignacio Ramonet escribió que en la epidemia de COVID-19 tres técnicas sencillas habían sido imprescindibles: el jabón para desinfectar las manos, la máquina de coser para confeccionar mascarillas y la técnica del confinamiento y de la cuarentena. Aunque las tres son muy antiguas, han sido más útiles que nunca. En opinión de Ramonet, ha sido una lección de humildad. Sin embargo, no es toda la verdad. Hemos empleado técnicas simples, pero al mismo tiempo la ciencia sofisticada también ha sido necesaria, desde la genómica del virus y su matemática hasta los test de diagnóstico y los hospitales. Y no debemos olvidar otro punto: el coronavirus SARS-CoV-2 ha sido un problema grave porque la ciencia todavía no ha encontrado una vacuna. La ciencia universal sigue siendo una herramienta básica.
En esta enfermedad la necesidad de la ciencia ha puesto de manifiesto dos cuestiones. La primera: en contra del populismo posmoderno y relativista de la derecha y de la izquierda, la ciencia universal es necesaria y fundamental, especialmente ahora, en la búsqueda de una vacuna. De hecho, tenemos una nueva competición epidemiológica e inmunológica entre Estados Unidos y China. La segunda cuestión: el capital atraviesa la ciencia actual. Por poner un caso, tenemos a Seth Berkley. Con la intención de pedir ayuda económica al G-7, al G-20 y al Banco Mundial, este director ejecutivo de GAVI Alliance publicó en marzo un editorial en el sitio web de la revista Science que se titulaba “La COVID-19 necesita un Proyecto Manhattan” [COVID-19 needs a Manhattan Project]. Después de recibir varias críticas indignadas, en abril borró toda mención al Proyecto Manhattan y cambió el título del artículo: “La COVID-19 necesita un enfoque de gran ciencia” [COVID-19 needs a big science approach]. Aunque se quitase toda referencia a la ciencia militar nuclear, cuando se mezclan los intereses del capitalismo internacional con la ciencia corporativa gigante, esta gran ciencia o big science no tranquiliza nada, ni tampoco aporta ningún fin universal.
El capitalismo no desaparecerá con la epidemia COVID-19, como han querido anunciar algunos gurús políticos y ciertas estrellas mediáticas. En algunas paredes han pintado un mensaje. «Corona es el virus, capitalismo es la pandemia». Con la enfermedad ha quedado clara la dinámica del capital: en las residencias de personas mayores este sistema económico liberal ha producido una masacre silenciosa. La Organización Mundial de la Salud ha calculado que más de la mitad de las víctimas de la epidemia en Europa ha muerto en esas residencias. Asimismo, la enfermedad nos ha mostrado la infraestructura del capital. Para frenar la expansión de la plaga, cuando la clase trabajadora ha dejado la producción, los empresarios y la patronal se han puesto nerviosos y han empezado a quejarse. Otra vez ha sido evidente que es la clase obrera la que produce la riqueza y no la clase del capital. De hecho, la paralización del trabajo productivo ha tenido el efecto de una huelga descomunal. Sin trabajo productivo se ha cortado la expansión del virus y también la del capitalismo. Pero aquí tenemos otra enseñanza: sin socializar los medios de producción y de financiación, el capitalismo viral continúa. En ciertos sectores políticos, mediáticos y académicos muchos expertos han citado la biopolítica del filósofo Michel Foucault a cuento de la epidemia. Sin embargo, en la biopolítica hay clases sociales y en la lucha de clases viral el capital se está imponiendo.
* Este artículo fue publicado en una primera versión en euskera en el periódico Berria.