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Capitalismo y pandemia

Fuentes: Rebelión


En un mundo, en el que desde tiempo atrás y hasta ahora, no se ha movido ni una paja al margen de la doctrina capitalista, dirigida por la elite del poder en el plano de la globalidad, resultaría ingenuo pensar que, por imprevisto que parezca, algo acontece dentro de él sin contar con su consentimiento y en su propio beneficio. Que mientras entra en quiebra la economía de los Estados y las empresas hacen aguas a la espera de que se produzca el hundimiento en base a medidas políticas justificadas por argumentos sanitarios, sería igualmente impensable, si no hubiera una razón más consistente para el capitalismo al margen de la oficialidad. Que los gobiernos locales, tanto de aquí como de allá y de cualquier hemisferio, combatan en apariencia el modelo económico dominante, como sería el hecho de provocar el hundiendo de empresas al cegar los cauces por los que discurre el mercado, carecería de sentido en este mundo regido por el sistema capitalista. Que, por otra parte, las masas, más allá de su papel de consumidoras aspiraran a alterar el modelo del actual capitalismo, acumulando cuotas de poder económico que pudieran suponer un riesgo para el sistema elitista, sí estaría fuera de lugar y habría que poner remedio, y en eso se está. Lo definitivo es que el sistema capitalista no puede ser ajeno a lo que acontece, ya que si así fuera no se mostraría aparentemente indiferente ante la situación actual y la pondría freno de inmediato.

Hay que insistir en que hay algo que no cuadra, y es el papel tolerante del capitalismo dirigente con las ocurrencias políticas y sanitarias internacionales. Podría llegarse a pensar que su significado de líder mundial se pone en entredicho, porque se está aniquilando la economía de las empresas, lo que afecta a la vigencia de la propia doctrina. No tiene demasiado sentido que el empresariado permanezca casi con los brazos cruzados, limitándose a lamentar la ruina de las empresas, sin que haga algo constructivo para detener la bola de nieve. Aunque el argumento sanitario para tratar de justificar todo este jaleo resultaría válido en un contexto de racionalidad, hay que tener en cuenta que sobre este planteamiento se impone el interés del dominante. No sirven los planteamientos localistas de la situación, porque simplemente replican la pauta sanitaria establecida para todos los Estados, siguiendo el orden marcado para la globalidad por quien dirige la orquesta. Puesto que todo está acompasado, en cuanto al establecimiento de cuarentenas, confinamientos, fases, cierre de fronteras,…, alguien tiene que dirigir la operación de manera concertada, dado que se repite a nivel mundial en los distintos Estados el mismo patrón y todos cumplen sin rechistar.

Políticamente, siguiendo la marcha de los acontecimientos, lo del virus ha servido de argumento de justificación para alterar el juego de de la relación elites-masas, conforme a una nueva campaña dirigida por quien dispone del poder global. Sin duda es una evidencia que el problema de fondo está ahí afectando dramáticamente a las personas, pero no elude la sospecha de manipulación que pesa sobre él, primero, de que no se trate de un producto natural, pese a las argumentaciones de los entendidos en la materia empeñados en desdecirlo y, segundo, que se presenta como la ocasión propicia para atar corto a las masas. Pese a todo, en la escena se mueven otras evidencias más allá de divagar sobre la naturaleza del propio virus o la deriva totalitaria, tales como la censura que los gobiernos han impuesto sobre todo lo relacionado con el tema y sus propias actuaciones político-sanitarias, dejando a salvo alguna ocurrencia descabellada de la que se puede disentir. Asimismo, entre esas evidencias también está el creciente autoritarismo del que gozan los poderes públicos y la reconversión de los ciudadanos en sumisos siervos de sus respectivos gobernantes. Sin pasar por alto ese tufillo de incertidumbre que ronda en el ambiente de que algo se cuece a la sombra de lo oficial, la censura, los bulos, las simples noticias falsas de una y otra parte, incluso de la propia realidad, porque todo huele a doctrina, empeñada en ocultar la otra realidad.

Sin perjuicio de la docilidad de las masas tocadas por efecto terror, generado tanto por la propia enfermedad, como por otros intereses, hay cosas que centran de forma destacada la atención general. Lo más llamativo a nivel mundial es que haya tal coincidencia de criterios y de adopción de medidas. Todos los gobiernos siguen el mismo plan, como si se atuvieran sin la menor controversia a los mandatos sanitarios de quienes en principio, para calmar los ánimos, decían que esto no era pandemia porque no cumplía con sus documentados criterios científicos y luego resultó que era poco menos que pandemión. Aunque las distintas delegaciones sanitarias locales se dice que cortan el bacalao en su territorio y ponen al hilo a los políticos para que se haga lo que la sabiduría científica manda, no está claro que en la diversidad mundial se pueda encontrar tal coincidencia de criterios sanitarios sin una dirección superior interesada y no precisamente la más autorizada. Ya se ha visto que en este caso a los políticos les viene bien eso de mandar para mejorar su papel de elites y achicar a las masas fijando mayores distancias, porque con la democracia al uso se les habían aproximado demasiado y lo del mando no estaba bien visto. Por lo que en este punto a los que gobiernan les sienta bien lo de la pandemia, simplemente para reforzarse como gobernantes, de ahí que sean fieles seguidores de esos criterios sanitarios, en parte para justificarse y eludir futuras responsabilidades.

Está quedando meridianamente claro que las masas, a nivel local ciudadanos de los Estados, no tienen otro papel que el de consumidoras, ya que políticamente se ha demostrado que son irrelevantes. Entretenidas con el juego de la democracia electoral carecen de aspiraciones políticas de gobierno. Aunque esta visto que, a efectos de reclamar derechos venían avanzando y acortando distancias en la escala de poder, amenazaban con encajonar demasiado a las elites. Ahora, aprovechando la coyuntura sanitaria las elites politicas han tomado vuelo y se han distanciado en su papel de mandantes. Mientras que a las masas solo les queda asumir que deben obedecer, porque se ha instalado la cultura del miedo a enfermar y de ella se han obtenido importantes réditos políticos. Si en este plano han perdido las posiciones alcanzadas, económicamente su capacidad de poder se ha reducido de forma evidente, con lo que ya no hay riesgo de establecer un capitalismo social, es decir, desde las masas. La pandemia las ha empobrecido o, en otro caso, su capacidad de ahorro, aunque creciente al reducirse el consumo por no tener donde gastar, se verá desmontada por la próxima devaluación, inflación, quiebra o cualquier otra ocurrencia que tenga en mente la elite del poder capitalista.

Resulta evidente quien saldrá a flote de esta situación. En el plano político, evidentemente el sistema de poder elitista se impondrá sobre cualquier intento de democracia real. En el plano económico, unos irán a la quiebra y otros subirán en el escalafón, pero siempre seguirá vigente la destrucción empresarial creativa. En todo caso, con la nueva crisis, el sistema capitalista, siguiendo el modelo elitista, permanecerá no solo intacto, sino reforzado, tal y como ha venido sucediendo en las precedentes crisis periódicas, que por una u otra razón viene orquestando al menos desde el siglo pasado, y entre las que esta de la pandemia es una más. A las masas, descabalgadas de su intento de alcanzar poder económico y político, solo les queda seguir asumiendo su papel de fieles consumidoras, en un panorama dominado por la doctrina capitalista, manejado por las empresas y dirigido por esa casi invisible elite del poder.