En junio de 2008, el ex presidente elevó a la Mesa de Enlace al rango de «enemigo público», en términos de Schmitt. «La diferenciación específicamente política es la diferenciación entre el amigo y el enemigo». «Los conceptos de amigo y enemigo deben tomarse en su sentido concreto y existencial; no como metáforas o símbolos». «Al […]
En junio de 2008, el ex presidente elevó a la Mesa de Enlace al rango de «enemigo público», en términos de Schmitt.
«La diferenciación específicamente política es la diferenciación entre el amigo y el enemigo». «Los conceptos de amigo y enemigo deben tomarse en su sentido concreto y existencial; no como metáforas o símbolos». «Al igual que la palabra ‘enemigo’, la palabra ‘combate’ debe ser entendida aquí en su originalidad primitiva esencial». «Sólo es enemigo el enemigo público». «Un mundo en el cual la posibilidad de un combate estuviese totalmente eliminada y desterrada, una globo terráqueo definitivamente pacificado sería un mundo sin la diferenciación de amigos y enemigos y, por lo tanto, sería un mundo sin política».La tesis de que la política sólo es posible en tanto se logre identificar a un enemigo público no pertenece a Néstor Kirchner y, sin embargo, el ex presidente la adopta como propia.
Su autor es Carl Schmitt, un jurista alemán que dedicó buena parte de su obra a impugnar al liberalismo y que en 1932 escribió El concepto de lo político, un ensayo que desarrolló ideas como las del inicio. Cuando los nazis aún no habían llegado al poder, Schmitt dirigió una crítica constante hacia las instituciones de la agonizante República de Weimar.
Los Kirchner adoptaron la relectura de Schmitt que hizo la politóloga belga Chantal Mouffe en su libro En torno a lo político, publicado en 2007. El ex jefe de Gabinete, Alberto Fernández, se lo regaló a la futura Presidenta cuando la relación entre ellos aún parecía indestructible. Allí, Mouffe dice que un punto clave en el enfoque de Schmitt es mostrar que «todo consenso se basa en actos de exclusión». Por eso, la democracia no podría partir nunca de borrar o diluir las diferencias, sino al contrario, de ponerlas en primer plano. Poco antes de asumir la Presidencia, Cristina Fernández de Kirchner comentó en un viaje a México que había leído el libro y le había parecido muy interesante. El esposo de Mouffe es el sociólogo e historiador argentino Ernesto Laclau, quien fue catapultado al firmamento de la residencia de Olivos con su libro sobre La razón populista, en la que defiende ensayos como el que en la Argentina encarna el matrimonio presidencial. Laclau es profesor de la Universidad Británica de Essex y es considerado un teórico posmarxista.
Schmitt sostiene que la diferencia nosotros-ellos es un elemento que, al mismo tiempo que cohesiona al grupo, contribuye a distinguirlo del otro. Además, de acuerdo con su teoría, reconocer al enemigo implica asumir un proyecto político que genera un sentimiento de pertenencia. El jurista alemán afirma que el poder real se descubre en la situación de excepción, según quién conserve la capacidad de decisión. A su entender, el liberalismo ha intentado diluir al enemigo convirtiéndolo en un competidor por el lado de los negocios y en un oponente polemizador por el lado espiritual. Schmitt pronostica, en 1932, que el intento liberal de eliminar lo político, entendido como confrontación, está destinado al fracaso. Chantal Mouffe elige a Schmitt, un pensador al que define como «muy controvertido», porque considera que «es uno de los oponentes más brillantes e intransigentes del liberalismo», pese a que reconoce su compromiso con el nazismo.
La dificultad para entender la lógica con la que Kirchner se orienta no es apenas un problema de la oposición o de los medios de comunicación. Incluso funcionarios de larga trayectoria en el peronismo, que se sumaron al kirchnerismo cuando arribó al poder central, comenzaron a leer a Schmitt para descifrar a su jefe. Cansados de enterarse de sus decisiones por los diarios, algunos miembros del gabinete prefirieron adivinar sus movimientos sobre la base del manual del teórico alemán. «Si lo conocés, no te puede sorprender que en el peor momento de su carrera elija como enemigo a Clarín, el ogro con el que nadie quería meterse», analiza un funcionario que tiene despacho en Casa Rosada.
La investigadora de Flacso Daniela Gutiérrez considera que hay que situar a Schmitt en su contexto histórico. «Kirchner arriba al poder en un momento en las instituciones estaban en una crisis terminal. De Schmitt, retoma el enfrentamiento con el liberalismo y la asunción de que el consenso es, en realidad, una ilusión», dice.
Está claro que la confrontación permanente -a veces ni siquiera planificada- puede llevar al santacruceño a derrotas catastróficas como la que el ruralismo le impuso en 2008, en las calles, en los medios y en el Congreso.
Sin embargo, según Schmitt, construir un enemigo para combatir no implica un problema moral ni personal sino, al contrario, habilitar la posibilidad de la política en su sentido originario: «El enemigo político no tiene por qué ser moralmente malo; no tiene por qué ser estéticamente feo; no tiene por qué actuar como un competidor económico y hasta podría, quizá, parecer ventajoso hacer negocios con él», dice. Kirchner lo sabe.
¿Leyó alguna vez Néstor Kirchner a Carl Schmitt? No se sabe con certeza. Podemos pensar que sí, pero si nos dejamos guiar por las apreciaciones recientes, volveríamos a la imaginería que supone que todo lector anímica o intelectualmente es algo que está en los libros. Tal cosa no es cierta. Por lo tanto, volviendo al inicio, lo que realmente parece necesario saber es ¿quién fue Carl Schmitt?. O mejor, eliminemos toda inocencia: ¿quién fue realmente Carl Schmitt?
Fue un alemán nacido en 1888 en Plettemberg (Westfalia), un pueblito a casi 600 kilómetros de Berlín, cuya obra y sus sucesivas interpretaciones le valieron identidades múltiples y contradictorias: ¿era el nazi cuyos escritos jurídico-políticos legitimaron el poder del Führer? ¿El filósofo político más relevante del siglo XX? ¿Un ideólogo del antiliberalismo? ¿Un pensador de agudeza extraordinaria que inspira aún hoy, con su método, buena parte de la reflexión política posfundacional? ¿Un belicista nacionalista? ¿Un obseso del orden, enemigo de la anarquía? ¿Un filósofo de la excepción? ¿Un admirador de Hitler o del político inglés, judío, Disraeli, cuyo retrato coronaba su mesa de trabajo? ¿Un estudioso o un político? ¿El Benito Cereno de un barco a la deriva llamado Europa? No descartamos que haya sido el mismo Schmitt quien construyó laboriosamente capa tras capa esos rostros como modo eficaz de hacer olvidar el horror.
Formado en leyes, Schmitt alcanza notoriedad pública hacia mediados de 1920 durante la República de Weimar. Intelectual con compromiso político, escritor prolífico, investigador, gran lector de Shakespeare y Melville. Muchos lectores afamados trazan paralelos entre Schmitt y Heidegger. Ambos pertenecen a esa generación de alemanes que estuvieron en el momento justo y en el lugar justo para ver y comprender con llamativa precisión las claves de la caída del capitalismo del librecambio. Ambos comparten además su origen provinciano y la temprana adhesión al nazismo.
Sí, Carl Schmitt fue un afiliado del Partido Nacionalsocialista alemán y ocupó un lugar relevante como intelectual y jurista del partido durante los primeros años del gobierno de Hitler y luego, hacia 1937, se aleja de ese espacio de privilegio y se distancia con prudencia del poder. La respuesta afirmativa a la pregunta sobre el nazismo de Schmitt, en realidad no es una pregunta sobre la adhesión partidaria de un ciudadano, sino el carácter monstruoso que el nazismo reviste. Y en ese sentido, para no caer en las simplicidades más fascistas, conviene pensar este vínculo como lo hicieron pensadores insospechados de complicidad como Adorno, Horkheimer o Arendt: trascender el silogismo «nazismo-monstruosidad, ergo, Schmitt-monstruo», y pensar más bien que el mal es banal, está ahí, vive entre nosotros. Está acá.
El jurista fue juzgado en Nuremberg, preso durante un año, absuelto, arrestado nuevamente, finalmente liberado. En sus testimonios Schmitt es categórico: «En aquel tiempo me sentía superior. Quería dar un sentido propio a la palabra nacionalsocialismo.» «¿Por tanto Hitler tenía un nacionalsocialismo y usted otro distinto?» «Yo me sentía superior». «¿Superior a Hitler?» «Desde el punto de vista intelectual, infinitamente». Retirado en su casa de Plettenberg, recibió allí a importantes pensadores contemporáneos, al gran lector de Hegel Alexandre Kojeve y al profesor judío Jacob Taubes.
Lo de Schmitt fue ciertamente una filosofía y teología de lo político, buscaba asegurar la autonomía y la preeminencia de la política, de la decisión política soberana, por sobre el descomunal avance de la lógica económico-técnica, bandera paradigmática del capitalismo liberal. Y la política, desde este punto de vista, no es otra cosa que la capacidad histórica de realizar la distinción amigo-enemigo. Esa capacidad se llama decisión. Y la decisión es política en estado puro, sin contaminaciones morales, económicas o estéticas. Definir quién es el enemigo no sólo es fortalecer la propia posición, sino también entender que no siempre se trata de la guerra. Sí, se trata de la política, esa actividad tan intrínsecamente humana que supone la entrega de la vida. Ni más ni menos.
Probablemente allí habría que buscar una razón para pensar a Schmitt como autor inquietante y provocador en estos tiempos argentinos: sus ideas se ocupan de las cuestiones constituyentes del poder que la política local ha dejado -demasiadas veces-, vacante o en manos de consultores y otros «expertos». Eso que en lenguaje K. se llama «modelo», se parece a la construcción de de un pensamiento de Estado, y se inscribe en una tradición fundada mucho antes que por Schmitt, por Maquiavelo o Hobbes. Todo orden jurídico, toda seguridad, descansa sobre la política. Aunque se pretenda negarla, la decisión política sobre la excepción, la distinción amigo-enemigo, es la garantía siempre vigente de la vida normal de los hombres en una sociedad concreta en un momento histórico concreto.
Entonces, ¿es posible pensar vínculos entre el teólogo político alemán Carl Schmitt y Néstor Kirchner? Claro que sí, a pesar de las abismales distancias contextuales. Entre otras múltiples opciones, las siempre complejas relaciones entre una filosofía política y una forma de hacer política. La pregunta profunda por la decisión y su forma no son ajenas al ejercicio del poder del gobierno del propio Néstor K y del de su esposa. Gobiernos que hacen, en su práctica, una profunda reflexión sobre el problema de la decisión política. Y nos invitan a hacerla. Eso no significa, claro, que estemos ante gobiernos plenamente decisionistas (ni mucho menos) en el sentido schmittiano del término que vincula a la política con lo teológico, a un conflicto inscripto en la constitución misma de Occidente. Y ésos no parecen ser los ejes del conflicto nacional actual.
Fuente: http://criticadigital.com/index.php?secc=nota&nid=29898