Coinciden en las librerías dos obras sobre la Guerra de la Independencia y sus secuelas en la política española del XIX. Una, el Inventario de los cuadros sustraídos por el gobierno intruso en Sevilla, de Gómez Ímaz, nos ilustra sobre la voracidad artística de Soult, el infausto mariscal napoleónico, al tiempo que nos informa sobre […]
Coinciden en las librerías dos obras sobre la Guerra de la Independencia y sus secuelas en la política española del XIX. Una, el Inventario de los cuadros sustraídos por el gobierno intruso en Sevilla, de Gómez Ímaz, nos ilustra sobre la voracidad artística de Soult, el infausto mariscal napoleónico, al tiempo que nos informa sobre la compleja red de antagonismos que promovió la invasión gala. La otra, obra de Marx, es su famosa La España revolucionaria, pequeña selección de artículos que el formidable pensador teutón redactó para el New York Daily Tribune con motivo de la asonada de 1854, la sublevación de Vicálvaro, cuya brevedad fue el sino de aquel siglo de pronunciamientos y traiciones regias.
Sin embargo, es por su condición de obra periodística, y no de ensayo historiográfico, por lo que traemos aquí la prosa don Carlos Marx, su escritura rauda, inteligente y maliciosa, que venía acompañada de una vasta erudición hoy en desuso. De igual modo que El dieciocho brumario de Luis Bonaparte sirvió para explicar, desde una perspectiva moderna, el proceso involutivo, el giro conservador operado en Francia, La España revolucionaria ofrece una documentada perspectiva de los prolegómenos (la Guerra de la Independencia ya mencionada), que condujeron al país a un sobresalto continuo de asonadas y escaramuzas carlistas, cuyo colofón sombrío tal vez fuera el golpe de 1936, último hecho de armas de corte decimonónico. Basta leer a Galdós para asomarnos con minucia a aquel siglo tan esperanzador como terrible. Sin embargo, no debemos olvidar que Marx escribe para un periódico norteamericano; con lo cual, a la ligereza debida, viene a sumársele la sagacidad de sus análisis, la intemperancia de su pluma (Fernando VII, el Rey felón, da para mucho), así como los tópicos tardo-románticos, que hicieron de España una Turquía salvada por el influjo Trastámara y los reyes godos. De este modo, puede verse que ni siquiera Marx, padre del materialismo histórico, pudo sustraerse a estos desfallecimientos y tropiezos de la dialéctica.
¿Por qué escribe Karl Marx estos artículos para la influyente prensa de Ultramar? Por un motivo muy marxista: el pronunciamiento español, la «Vicalvarada» del 54, podría tener importantes consecuencias en las colonias españolas. Y allí estaba Norteamérica para agrandar su zona de influencia. El hecho de que en efecto ocurriera así, no suma méritos a Marx ni los resta a los Estados Unidos. Si acaso, fundamenta el viejo materialismo en un más viejo afán de predominio. Aquél que la joven América heredaba de una fatigada Europa.