“Muere Carlos Rafael Rodríguez, artífice del acercamiento entre Cuba y la URSS”[1]; así titulaba El País su obituario, al día siguiente. Para el rotativo español, el papel del “dirigente comunista” cubano fue decisivo en el acercamiento entre el Partido Socialista Popular y el Movimiento 26 de Julio durante 1958, así como en la “evolución” del pensamiento de Fidel hacia el marxismo y el comunismo. Sobre todo, lo fue como mediador –al frente del Instituto Nacional de Reforma Agraria (acaso el primer cargo de relevancia asumido por un comunista), de la Comisión Económica de Dirección Nacional, como representante en el CAME, vicepresidente, etc.– durante los altibajos de tres décadas de vínculos con la URSS y el bloque soviético. Pese a reconocerle como “intelectual de prestigio” ya a la altura del triunfo revolucionario[2], poco o nada refiere sobre esta labor[3].
¿Acaso esta función de mediación o conciliación entre dos ámbitos históricos y culturales tan diversos vale también para su legado intelectual? ¿Su profusa obra expresó esa cualidad de flexibilidad que se reconoce al dirigente, esa capacidad para mediar entre doctrinarismo y la búsqueda de una reflexión propia?
En el prefacio de su conocida antología, el propio autor adjudica a su trayectoria otra mediación, esta vez temporal: el mérito de “haber abierto caminos para indagaciones mayores”[4].
Su inevitable “Cuba en el tránsito al socialismo” (1978) permite precisar el problema: pese a comulgar con el marco general de las leyes históricas de la “transición al socialismo”, se propuso lidiar con peculiaridades o ‘anomalías’ de la transición cubana. Notoriamente, con que la revolución hubiera triunfado sin haber sido dirigida por un partido comunista. Me interesa destacar, sin embargo, que nuestro autor llegara a cuestionar la existencia para Cuba –como realidad efectiva ya que no potencial– de una “burguesía nacional”. Pues la masiva deserción de esta heterogénea clase tras el triunfo revolucionario contravenía, en principio, las condiciones inéditas que le ofrecía su integración a un proyecto de soberanía nacional, como alternativa al asfixiante control estadunidense y de sus acólitos (importadores, azucareros y latifundistas) sobre la economía cubana[5].
Con este cuestionamiento, Carlos Rafael tomaba cartas en un debate de alcance continental. Una de las posiciones de esta polémica asume la conformación de los estados nacionales de la región como resultado de la expansión comercial de las fronteras europeas. En consecuencia, achaca las carencias de la burguesía latinoamericana para enrumbar proyectos nacionales, en última instancia, a la peculiaridad histórica de formaciones sociales precapitalistas pero insertadas desde un inicio en el circuito del mercado mundial. Es más, esa inserción habría sido condición de existencia de dicha expansión mercantil, de lo que Marx llamara acumulación originaria de capital. Sobra decir que la negación de una burguesía análoga a aquella que lideró y se benefició de las revoluciones europeas ocurridas entre los siglos XVII y XIX tuvo amplias repercusiones, tanto teóricas como políticas[6].
Entre extrapolar un aparato conceptual con pretensión universal –forjado por las ortodoxias socialdemócratas y comunistas– frente a realidades nacionales ajenas al contexto europeo, por un lado, y negar su pertinencia debido a especificidades regionales y nacionales irreductibles, por otro ¿qué papel asumió Carlos Rafael? Una cosa es sostener que el desarrollo –desigual y combinado– de relaciones capitalistas de producción en nuestra región hace de la crítica marxista una condición para traducir la singularidad de nuestros problemas. Otra, pensar el marxismo como un cuerpo acabado de recursos conceptuales que demostró, de una vez y para siempre, la falsedad y necesaria caducidad del capitalismo. A título provisional, considero que nuestro autor colocó su comprensión aguda de situaciones y contextos singulares, su fino olfato político, al servicio de la doctrina.
Puntos relevantes por la repercusión que hallaron en su época, o por haber dividido las aguas en torno al tema que consideramos. Se trata, a fin de cuentas, de la obra de un polemista, surgida del “fragor de la pelea”.
Antes de la ya mencionada “Cuba en el tránsito al socialismo”, al rescatar a la figura del líder bolchevique de la marea antiestalinista en un texto para Casa de las Américas –“Lenin y la cuestión colonial” (1970)–, Carlos Rafael retoma el espinoso tema de las etapas sucesivas de la revolución; esto es, de la revolución democrático-burguesa en tanto “preámbulo –y tránsito– al socialismo”[7]. Contraponiendo el concepto de “revolución ininterrumpida” que atribuye a Marx y a Lenin a aquel de “revolución permanente” con que los seguidores de Trotsky pretenden superarlo, nuestro autor se decanta por la tradicional revolución en dos fases necesarias.
Vale aclarar que, entre 1945 y 1985, “transición” significaba, sobre todo, transición al socialismo. La expansión de movimientos de liberación nacional en esa etapa propició que, desde los centros de poder de la URSS y los países socialistas europeos, se desarrollara una rama teórica específica a la que se le denominó “teoría de la transición”, que fue colocada dentro del “comunismo científico”, una de las “partes integrantes” del marxismo-leninismo, según este cuerpo teórico se denominó a sí mismo. Esa teoría de la transición se preciaba de haber establecido las leyes y regularidades de la transición al socialismo, que regían para cualquier país donde una revolución radical tomara el control del Estado y emprendiera la tarea de construir una nueva sociedad no capitalista, con independencia de sus condiciones económicas, culturales e históricas[8].
Debido a la correlación de fuerzas propia de los países del mundo colonial y neocolonial, las capas medias no se unirían a una lucha cuyo objetivo inicial fuera explícitamente la dictadura proletaria y el socialismo. Aún si el propio curso de las revoluciones –desde la bolchevique– ha mostrado una persistente como apremiada desviación respecto a la necesidad histórica de una fase democrático-burguesa, esta debía cumplir ciertas metas o tareas como condición operativa de la fase siguiente[9].
En relación con la Revolución cubana, sus argumentos quedaron como catecismo escolar: debió plantearse una “revolución democrático-burguesa de liberación nacional”, de contenido agrario y antimperialista, cuya misión era subvertir las condiciones de retraso industrial y de latifundio agrario y, por consiguiente, la dependencia estadunidense. Cuba habría sido socialista solo desde que las nacionalizaciones de agosto de 1960 comenzaran a reconfigurar una estructura económica –las relaciones de propiedad– que quedaría trastocada con la segunda Reforma agraria. En el ínterin, desarrolla su ya clásico análisis del tejido socioclasista de aquella Cuba que la revolución transformara, divulgado también como esquema.
El problema de la transición al socialismo –y de la existencia de algo así como un “modo de producción socialista”– nos conduce al que, sin dudas, fue el debate más connotado en que tomara parte: aquel que confrontó en 1963–1964 un país escindido en dos formas de organización económica e ideológica. En calidad de presidente del INRA y responsable de introducir el sistema de cálculo económico en la gestión agrícola, Carlos Rafael halló sus posiciones confrontadas por las del Che, entonces ministro de Industrias[10], en una polémica que tomó vuelo internacional. Como nos recuerda Fernando Martínez:
“En realidad lo que se ventilaba era la elección de una política económica, a su vez inscrita en decisiones más generales acerca del camino del socialismo en Cuba. La opinión de que lo necesario es realmente “perfeccionar” el sistema llamado del cálculo […] no busca solamente una modalidad de obtención de la eficiencia económica: es la creencia en que en la transición socialista el progreso del sistema económico pasa por el logro de que “la economía se construya a sí misma”, esto es, de que las relaciones económicas gocen de autonomía a un grado tal que garantice su funcionamiento mediante sus regulaciones, su control, sus estimulaciones, sus iniciativas y sus balances económicos”[11].
Tras la discusión técnica sobre cómo dirigir y organizar la economía cubana –centralización o descentralización, niveles de decisión, políticas de incentivos, papel de la banca y del crédito, costos de producción, precios, relaciones entre las empresas estatales–, o bien de la polémica conceptual –sobre el carácter regulador de la ley del valor (relevancia de mecanismos de mercado), sobre la naturaleza de los medios de producción estatales y el papel de la conciencia en la transición socialista–, se jugaba la posibilidad de un proyecto autóctono para el socialismo cubano, capaz de sortear los polos gravitacionales de la geopolítica y de evitar la subordinación nacional. De cara a la historia de ese campo complejo y conflictivo que ha sido el marxismo, se trataba del predominio de una concepción determinista frente a otra praxeológica, del posibilismo analítico y pragmático frente al voluntarismo totalizador de la superación, de la primacía de la ciencia y la lógica económicas o de la conducción política y de la conciencia en la plasmación de los proyectos revolucionarios.
Dos décadas más tarde, ya en medio de la “batalla de la rectificación”, de la reevaluación de la “conciencia revolucionaria” y del pensamiento y ya no solo la figura del Che, Carlos Rafael retoma el tema para una intervención con trabajadores del Ministerio de Industria Básica. El texto, que aparece como apéndice a la compilación de aquella polémica, reduce el debate de los sesenta a un “debate sobre proporciones” y no sobre principios[12].
En este talante conciliador, defiende una fusión entre ambos sistemas o modelos, de sus elementos más positivos, bajo el denominador común de la primacía de la planificación centralizada sobre la autonomía de las empresas. Solo que el sistema de presupuesto, como lo concibió el Che, le resulta más un horizonte que una posibilidad real. La mayor adecuación que confiere al cálculo económico en la situación de retraso nacional, requería de un conjunto de disociaciones: de la existencia de relaciones mercantiles entre empresas con respecto a la prevalencia del mercado, de principios capitalistas de distribución frente a su expansión social y dominio ideológico, del predominio de incentivos salariales en relación con la materialización cultural e individualismo de los trabajadores…en fin, separando lo inevitable de lo preferible, lo práctico y necesario de sus consecuencias[13].
Sin dudas, la originalidad práctica de la revolución cubana reclamó un pensamiento a la altura de su singularidad, capaz de contribuir a resolver sus problemas y a problematizar sus soluciones. Y Carlos Rafael no rehuyó esa urgencia del análisis y de la teoría respecto a los más disímiles problemas y dimensiones de la sociedad. Un estudio más detenido tendría que dar cuenta de esa amplitud de su obra, entrelazada no solo a su labor como dirigente político sino, por ejemplo, a una labor editorial que rebasa su legado como autor.
La comprensión de la singularidad de los procesos históricos hace posible su reclamo de actualidad. En todo caso, los dilemas que hallara para arraigar el marxismo a la cultura revolucionaria son medio inevitable para dar cuenta de las contradicciones del proceso socialista cubano y de su proyecto de nación soberana. Su obra da la impresión de haber forzado al máximo categorías ya hechas para cribar cuestiones cuya complejidad no dejó de advertir. Si sus indagaciones no siempre abrieron caminos, la riqueza de sus contenidos son, en cambio, pautas sugerentes para reformular la crítica hoy.
Notas:
[1] Este criterio no era aislado; cuatro días después, el New York Timesrealizaría un énfasis similar: “a Communist intellectual who forged a crucial alliance between Fidel Castro’s bearded followers and Cuba’s Moscow-line Communists”. Dillon, Sam (13/12/1997). Carlos Rodriguez, Castro Ally And Leftist Leader, Dies at 84, The New York Times. https://www.nytimes.com/1997/12/13/world/carlos-rodriguez-castro-ally-and-leftist-leader-dies-at-84.html
[2] Vicent, Mauricio (9/12/1997). “Muere Carlos Rafael Rodríguez, artífice del acercamiento entre Cuba y la URSS”, El País. https://elpais.com/diario/1997/12/10/internacional/881708413_850215.html
[3] Los años que sucedieron a la segunda guerra mundial fueron también de guerra fría y anticomunismo galopante. Proscrito ya el PSP, Carlos Rafael rompió lanzas en los debates acerca de la crisis y los problemas estructurales de la economía cubana. Con Jacinto Torras –asesor de Jesús Menéndez en las batallas por el diferencial azucarero– llegó a ser el más reputado analista económico del partido, atento al impacto nacional de la recomposición de la hegemonía norteamericana sobre el continente.
[4] Rodríguez, Carlos Rafael (1983). “A manera de excusa”. En Letra con filo. La Habana: Ciencias Sociales, t. 1, XIV.
[5] Rodríguez, Carlos Rafael (1983). “Cuba en su tránsito al socialismo (1959–1963)”. En Letra con filo. La Habana: Ciencias Sociales, t. 2, 310–311. Ver también “La revolución cubana en su aspecto económico”. En Letra con filo. La Habana: Ciencias Sociales, t. 2, 136–137.
[6] Sin embargo, Carlos Rafael no asintió en generalizar tales tesis para Latinoamérica o para el mundo subdesarrollado. Por ejemplo, en su “Lenin y la cuestión colonial”, negaba la condición geográfica del concepto de “burguesía nacional”, o su determinación por un criterio genérico de nacionalidad, afirmando que era la “posición política” asumida por esta heterogénea clase la que permitía distinguir las “zonas no nacionales” de los “elementos nacionales” de una determinada burguesía. Rodríguez, Carlos Rafael (1983). “Lenin y la cuestión colonial”. En Letra con filo. La Habana: Ciencias Sociales, t. 1, 355–359.
[7] Si bien el propio Carlos Rafael remite esta cuestión –tan cara a las ortodoxias marxistas de la II y II Internacionales– a un concepto de “revolución ininterrumpida” atribuido a Marx, lo cierto es que esta problemática hunde raíces en las generalizaciones de El Capital sobre las formas y dinámicas del modo de producción capitalista. Su inesperada recepción entre la intelectualidad populista rusa –en la periferia de la Europa decimonónica– conllevó a su autor a sus tardíamente conocidas rectificaciones, en sus cartas a “Anales de la Patria” y a Vera Zasúlich. Ver Karl Marx (2015). “El provenir de la comuna rural rusa”. En Antología. Buenos Aires: Siglo XXI, 461- 487.
[8] Ver Jorge Luis Acanda (2008). “Transición”. En Autocríticas. Un dialogo al interior de la tradición socialista. La Habana: Ruth Casa Editorial, 40–60.
[9] Rodríguez, Carlos Rafael (1983). “Lenin y la cuestión colonial”. En Letra con filo. La Habana: Ciencias Sociales, t. 1, 355–359.
[10] Si bien no participó directamente de la polémica, dos artículos suyos aparecieron en Cuba socialista durante 1963, defendiendo la autogestión financiera o cálculo económico en las empresas agrícolas. Ver “Cuatro años de reforma agraria”. En Letra con filo. La Habana: Ciencias Sociales, t. 2, 209–238; y “El nuevo camino de la agricultura cubana”. Cuba socialista, 3(27), 1–30.
[11] Martínez Heredia, Fernando (2003). “El Che y el gran debate sobre la economía en Cuba” (Intervención en la presentación del libro El gran debate sobre la economía en Cuba. La Habana: Ocean Press / Centro de Estudios Che Guevara) https://www.nodo50.org/cubasigloXXI/economia/heredia_301104.htm
[12] Carlos Rafael negaba haber sido protagonista de esa confrontación con las posiciones del Che, del mismo modo que desmarcaba el periodo de 1967–70 de una aplicación de las ideas del Che y el posterior de su negación. Ver la entrevista al diario francés Le Monde (17/2–1978). En Letra con filo. La Habana: Ciencias Sociales, t. 2, 538–539.
[13] Rodríguez, Carlos Rafael (2003). “Sobre la contribución del Che al desarrollo de la economía cubana”. En Guevara, Ernesto. El gran debate sobre la economía en Cuba. La Habana: Ocean Press / Centro de Estudios Che Guevara.
Wilder Perez Varona. Doctor en Ciencias Filosóficas. Investigador del Instituto de Filosofía de Cuba y Profesor Adjunto de la Universidad de La Habana.