El ciclo Cinema du réel, que concluye hoy en Paris, es uno de los eventos más relevantes del mundo en cine, y más precisamente, por su faceta documental. Este año el certamen se inició con un homenaje a Carlos Velo y la proyección de sus principales realizaciones de cine testimonial. La profesora Margarita Ledo presentó […]
El ciclo Cinema du réel, que concluye hoy en Paris, es uno de los eventos más relevantes del mundo en cine, y más precisamente, por su faceta documental. Este año el certamen se inició con un homenaje a Carlos Velo y la proyección de sus principales realizaciones de cine testimonial. La profesora Margarita Ledo presentó al autor y su obra, dando paso a un debate con el público que duró hasta el cierre del Centro Beaubourg.
El mayor representante de nuestro cine, hijo de un médico de Lobeiras, nace en 1909. A los veintidós años se traslada a Madrid, donde estudia Biología. Con Luis Buñuel y García Lorca acude a las sesiones de cinematografía de la Residencia de Estudiantes
La guerra civil lo atrapa en Cartelle. Se pone decididamente donde estaba: del lado republicano. Cuando la derrota se encuentra en Barcelona; de allí huye hacia el campo francés de Saint Cyprian, donde se hacinaban miles y miles de refugiados. Logra salir a México gracias a las gestiones de Lázaro Cárdenas.
Conocí a Velo en 1967. Había venido a Francia a presentar su película Pedro Páramo en el festival de Canes. Conectó conmigo por indicación de Luís Soto, el agitador cultural y político que no debemos olvidar. Yo trabajaba en Radio Francia y ya tenía programado cubrir el festival para mi empresa. Así pues, fuimos juntos en mi coche. Unas ocho horas ir y otras tantas volver: dos días con Velo – aparte de nuestros encuentros en Canes-: una suerte inesperada.
Hombre fino, de modales y habla precisos como buen entomólogo que era, Velo ostentaba en permanencia una sonrisa irónica, que en mi pueblo diríamos pillabana. En Canes estaban los interpretes de Pedro Páramo, entre ellos (ellas) Graciela Döring, que hacía de doña Eduviges en la película y con quien me entendía de maravilla bien. Me extrañé ( yo, que todavía guardaba relentes religiosos) de que todas las noches Graciela tuviera que compartir su habitación con Pilar Pellicer, otra estrella del reparto. «Ese es uno de sus encantos», suspiró Carlos Velo con su mirada picaresca y abriendo mis ofuscados ojos.
No puedo decir que Pedro Páramo sea un gran película. Juan Rulfo (ya saben ustedes, autor de la novela homónima), decía que «es sumamente difícil transponer el pensamiento a la escritura; creo que nunca se hizo ni se hace.» Igual de imposible era plasmar en cine una novela que de sus 900 páginas iniciales Rulfo dejó en 160. Para más inri, los yanquis, principales paganinis de la producción, le impusieron al actor John Galvin, más parecido a un sheriff de cartón que a un cacique jalisqueño. Sin embargo, a Carlos Velo le debemos Torero, la vida de Luis Procuna, la mejor película que se hizo sobre el miedo en el toreo. Fue suficiente para erigirlo en uno de los grandes cineastas, igual que a Juan Rulfo le bastó en con Pedro Páramo para alcanzar la gloria literaria..
Era un sibarita. Me invitó a varios restaurantes y nunca me dejó pagar. «Tú eres joven, me decía, y una comida así representa la mitad de tu salario. A mí me paga la productora.»
Hablamos mucho, en gallego, claro, de nuestra tierra y sus problemas. Tenía un cariño respetuoso y un tanto paternalista por Méndez Ferrín, cuyos gestos románticos (por lo visto, me dijo, Xosé Luis había pensado en tirarse desde un campanario envuelto en la bandera gallega) e indudable amistad con Celso Emilio Ferreiro. Con estos dos (Méndez Ferrín y Ferreiro, y más Luis Soto, nos encontramos en México cuando el homenaje a León Felipe organizado por Alejandro Finisterre. Todos éramos de la UPG (yo, nuevo recluta), y allí se cocieron las bases de una nueva etapa de nuestro movimiento.
Años después Velo tuvo problemas con la justicia mexicana, por irregularidades que le atribuían a su productora. Lo fue a visitar nuestro amigo común José María Berzosa. «Pero qué lástima lo de Chao, le dijo. Mira, con lo buena persona que era…» (A burro muerto la cebada al rabo : nunca fui tan buena persona)…» A su vuelta a París Berzosa me llamó. ¿Sabes que Velo está muy triste por tu desaparición? Le mandé una carta por el cineasta Manuel Michel: «Querido Carlos, afortunadamente para los dos, tan cierto es que tú eres culpable como que yo estoy muerto. Un fuerte abrazo»