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Carta a los estadounidenses sensibles

Fuentes: La Jiribilla

En las manos de Lawrence Ferlinghetti Querido Lawrence Ferlinguetti: Te preguntarás por qué pongo en tus manos esta carta destinada, más que a ti, a los hombres y mujeres que en los EE.UU. son capaces de conmoverse ante toda injusticia. Mi respuesta es que existen pocos como tú ―poeta a quien admiro desde los días […]

En las manos de
Lawrence Ferlinghetti

Querido Lawrence Ferlinguetti:

Te preguntarás por qué pongo en tus manos esta carta destinada, más que a ti, a los hombres y mujeres que en los EE.UU. son capaces de conmoverse ante toda injusticia.

Mi respuesta es que existen pocos como tú poeta a quien admiro desde los días de adolescencia cuando tu libro Coney Island mental (A Coney Island of the Mind, 1958) llegó hasta nosotros como un insurrecto destello pocos, digo y contigo quién sabe cuántos estadounidenses sensibles para comprenderla en sus angustias y en sus fundadas reconvenciones.

Hubiera deseado escribirles en verdad sobre los prodigios o maravillas de mi país, sobre su naturaleza o el empeño secular de su esperanza.

O acerca de su poesía y sus poetas.

Me habría gustado hablarles de las inquebrantables luchas de nuestra gente a las que tú en lo particular no eres ajeno. O contarles sobre sus haceres, artes, persistencias, gravitaciones o hechizos.

Pero no. En esta hora de urgencias no es posible.

Una vez más el gobierno de EE.UU., como si fueran pocas las presiones, coacciones, cohechos, intimidaciones y conminamientos sobre gobernantes y países, enluta a la humanidad en nombre de la libertad y pretende, como antes, hacernos sus vasallos.

***

Las recientes invasiones de Afganistán e Iraq, contra las cuales para honra de la poesía se levantaron las voces de más de cinco mil poetas norteamericanos entre quienes tú ocupabas lugar de vanguardia junto a Robert Pinsky, Rita Dove, Mark Strand, Martin Espada, Adrienne Rich, Saul Williams, Sam Hamill, Emily Warn y tantos otros, no son nuevas en la historia de EE.UU. Como ustedes lo sospechaban, son las resultas de un largo proceso de agresiones basadas en engaños, artimañas y encubrimientos consustanciales a toda guerra colonizadora o imperial.

Pude leer sin sorpresa que el senador Ted Kennedy, ante las torturas a los prisioneros iraquíes cuyas fotos cubren de vergüenza a todo estadounidense honrado, declaraba: «Es lamentable que en el Medio Oriente el símbolo de EE.UU. no sea la Estatua de la Libertad, sino un prisionero torturado, con una capucha, una capa negra y cables adosados a su cuerpo».

¿Pero es que acaso esas torturas y esos crímenes encarnan hechos aislados?, ¿no tuvieron ellos, por desventura, un sombrío antecedente en el exterminio de los pueblos indígenas norteamericanos perpetrado a lo largo de los siglos XVIII y XIX?

No recuerdo si fuiste tú quien citó en cierta ocasión aquellos versos de un poema de Robert Lowell:

«Nuestros padres sacaron pan de troncos y piedras

Y cercaron sus jardines con huesos de los indios.»

(Our fathers wrung their bread from stocks and stones

And fenced their gardens with the Redman’s bones).

Pero no olvido: fueron y son también estadounidenses, estadounidenses justos, quienes denunciaron y se opusieron a aquel genocidio. Y mientras escribo estas palabras vienen a mi memoria dos libros estremecedores sobre el mismo: Enterrad mi corazón en Wounded Knee (Bury my heart at Wounded Knee) de Dee Brown, y El expolio del indio norteamericano (Dispossessing the American Indian) de Wilbur R. Jacobs.

Busco entre mis libros el de Jacobs y leo esta página: «La proyección, como forma de autoengaño, como medio de convencer al propio yo de que «los impulsos malignos están afuera, no en mí» es una explicación convincente de las bases psicológicas del racismo y el indio fue una de sus primeras víctimas históricas. Fue a menudo descrito como un perezoso y peligroso salvaje hostil a la influencia de la civilización. Al mismo tiempo se convirtió en objeto de odio y de temor. En la Frontera americana se tendía a asociar al indio con el salvajismo de una violencia sin control cuando en realidad el indio, en muchos aspectos, sabía lograr y mantener la paz mejor que el hombre blanco. El odio al indio se remonta a las primeras y violentas guerras del siglo XVII. Todos nosotros debemos ciertamente analizar la moralidad de ese odio que ha perdurado a lo largo de los siglos».

Así ha sido, por desdicha.

William Carlos Williams llegó a decir que por este odio, alimentado por la mezquindad, la estupidez y la falsedad de quienes lo practicaron, «nada restaba del gran Nuevo Mundo Americano sino el recuerdo del indio».

Y Thomas Merton: «¿Por qué suponemos siempre que el indio fue el agresor? Nosotros estábamos en su país, nos lo estábamos adueñando y nos negábamos además a compartirlo siquiera con él. Éramos el pueblo de Dios, que siempre tiene razón y sigue un destino manifiesto. El indio no podía ser más que un demonio».

***

En días recientes leí una declaración de la actriz Sharon Stone, de cuyo esplendor no cabe esperar menos: «no puedo imaginar cómo criar hijos en un país gobernado por Bush», decía.

Tal vez ella no desconoce cómo la derecha mercantilista y militarista ha degenerado en su país el concepto de libertad y pretende legitimar, aniquilando los argumentos de la razón y a expensas de esta, las características absolutistas y represivas sobre las que se asienta todo poder imperial.

Esa ultraderecha insaciable y gangsteril, antes y ahora, ha concitado no solo en los EE.UU., sino en todo el mundo la reacción de una humanidad harta de guerras e injusticias.

***

Por los años en que Vietnam era sometido a la más despiadada campaña invasora de exterminio tecnológico que conozca la historia, escribí y publiqué, intentando decir parte de lo que aquí digo, una carta como ésta, escrita bajo quién sabe qué consabidas consternaciones.

No eran ellas las consternaciones muy distintas a las de ahora y quise comprobarlo en el texto semiolvidado de aquel desahogo epistolar. Por mucho que busqué entre mis papeles no pude, sin embargo, encontrarlo, aunque si mal no recuerdo fue publicado entonces en el diario El Nacional de Caracas sin más propósito que dejar sobre la arena el pequeño rastro de un humilde y sublevado tañido de campana.

Hallé en cambio otro no menos propicio y acaso no menos imperioso.

Data de comienzos de mayo de 1986 y en él un numeroso grupo de artistas e intelectuales venezolanos nos dirigíamos al Congreso de tu país para expresar nuestra angustia por la guerra encubierta que el gobierno del presidente Reagan, de tan infausta recordación, llevaba a cabo contra Nicaragua, pequeña nación a la cual se calificaba como «amenaza para la seguridad de los EE.UU.».

Nos permitíamos recordar en aquella misiva que entre 1912 y 1979 el gobierno de EE.UU., no sé si con el consentimiento tácito o expreso de su pueblo aunque lo dudo, había invadido varias veces la patria de Darío, ocupándola militarmente e instaurando en ella ominosas dictaduras, incluyendo una de las más sangrientas de Latinoamérica, la de la dinastía de los Somoza, vencida en cruenta guerra por los sandinistas. Decíamos allí: «El modelo norteamericano ha probado ser ineficiente en países empobrecidos y dependientes, donde las reglas que lo rigen son fácilmente alteradas. Imponerlo mediante una brutal represión significó postergar las soluciones de fondo y crear las violentas tensiones que actualmente estallan en la región. Washington no ha tenido visión para contribuir a erradicar la pobreza y la desigualdad, causas de los conflictos que atribuye a la «penetración comunista». El Departamento de Estado no siempre ha defendido la democracia o la libertad en el resto del mundo; al contrario, apoya regímenes sanguinarios y corruptos, que el pueblo norteamericano jamás toleraría en su propio país. Esto es inmoral». (*).

***

Pues bien, no era la primera ni la última vez que los EE.UU. agredía económica o militarmente a otro estado, por más pequeño y lejano que estuviera.

El pretexto de la «amenaza comunista» había sido en parte solo eso, pretexto perentorio, como lo fuera en el pasado la defensa de la democracia y en nuestros días la lucha contra las drogas o el terrorismo (que aún, dicho sea de paso, no ha tocado un pelo a los verdaderos jefes y emporios del terror: los fabricantes de armas y sus empresas conexas).

Como tú dijiste una vez: tal vez todos nosotros seamos poetas ilusos, pero no tan supremamente ilusos para no darnos cuenta de que ni antes ni ahora los poderes económicos que controlan los gobiernos y la política de los EE.UU se han detenido ante nada.

Dichos poderes entramparon hasta límites inimaginables el ejercicio de la razón y con ello el de la democracia en tu país, porque son el reflejo de los intereses de grandes compañías, ahora multinacionales, para quienes la guerra, el saqueo, el timo, el latrocinio, la desinformación y la banalización de la vida representaron y representan el mejor de los negocios.

Un informe de James Ridgeway citado por Enrique Ruiz García (La descolonización de la cultura, Planeta, 1972) señalaba que a comienzos de la década de los setenta más de los dos tercios de los fondos universitarios estadounidenses destinados a la investigación procedían del Departamento de Defensa, la Comisión de Energía Nuclear y la NASA y que, en su conjunto, esos recursos estaban estrechamente vinculados a cuestiones militares. Otro estudio de 1964 había demostrado algo similar: el 38% de los fondos de investigación recibidos en las 2 100 universidades del país tuvieron ese carácter (más los dineros de la CIA y agencias similares).

En discurso pronunciado en el Congreso en diciembre de 1967 el senador Fulbrigth había dicho: «Nuestro país está siendo condicionado por conflictos permanentes. Más y más agudamente nuestra economía, nuestro gobierno y nuestras universidades aceptan los requerimientos de la guerra continua, de la guerra total, de la guerra limitada y de la guerra fría… estamos llegando a ser una sociedad militarizada. ‘Como si debiéramos estar orgullosos de ello se anunciaba, no hace mucho, que la guerra del Vietnam había creado un millón de nuevos empleos en los EE.UU.'».

La vida de las naciones, tanto como la de los hombres, puede llegar a transformarse en una loca carrera hacia el absurdo. La población de EE.UU. constituye el 6% de la población mundial, pero consume el 40% de la energía del planeta. Al decir de Lewis H. Lapham, jefe de redacción de «Harpers» de Nueva York, las encuestas de opinión revelan que el 46% de los estadounidenses se declara cristiano-evangelista, el 48% cree que la teoría de la evolución es una herejía y el 68% da fe de haber visto alguna vez al demonio. «Nuestros geopolíticos en Washington dice Lapham se precian imaginando su guerra contra el terrorismo como un choque de civilizaciones. Se trata de un choque de supersticiones, y cuando se les escucha hablar, se oye el rugido de los tambores con plumas y el eco de los cuernos de bronce que resuena en la noche de los tiempos» (citado en Question, N° 13, Caracas, julio 2003).

¿Será, como dijera un ex presidente, que lo que es bueno para las transnacionales es bueno para el pueblo de los EE.UU.?

Nada tan falaz.

***

Noam Chomsky, quien en su revelador y notable estudio La guerra de Asia pone al descubierto los mecanismos de las fuerzas oscuras del imperio, sostiene allí que las multinacionales no solo encarnan una amenaza para las soberanías nacionales, sino también y esto es aún más significativo- para la posibilidad de progreso social y el verdadero ejercicio de las libertades políticas incluso en el seno de los EE.UU.

En su tiempo Mark Twain lo había dicho de otro modo: «Gracias a la bondad de Dios, tenemos en nuestro país tres cosas de un valor inefable: la libertad de expresión, la libertad de conciencia y la prudencia de no practicar nunca ninguna de las dos».

Porque los imprudentes, ¡y cuántos pueden dar fe de ello!, suelen ser descalificados y a veces hasta condenados y en las administraciones de la ultraderecha y ahora con Bush con más razón como traidores a su país, contraventores comunistas o en el mejor de los casos como blasfemos.

***

Según datos de la revista Fortune citados por Chomsky, el núcleo financiero del capitalismo se componía para el año 1969 por no más de 60 firmas, consorcios o compañías, poseídas o controladas por «un millar de personas». Se preveía entonces que en 25 años, es decir, antes del año 2000, doscientas empresas multinacionales dominarían completamente la producción y el comercio y representarían aproximadamente el 75 % de los activos totales de las compañías del mundo capitalista. Es decir, un puñado de multimillonarios tendría la potestad de controlar y decidir el destino de cientos o de miles de millones de seres humanos.

Creo que la predicción se quedó corta.

Por ejemplo, para el año 2003 el PIB de mi país era de 61 mil millones de dólares, pero el de tres empresas norteamericanas era este: General Motors, 132 mil millones; Ford, 100 mil millones y Exxon, 115 mil millones.

Por eso, ¿a quién puede sorprender que las fuerzas monopólicas y oligopólicas de los EE.UU. se opusieran y se opongan a que nuestros países, una vez liberados de la tutela colonial española, recurrieran a los controles estadales para ordenar sus economías y en cambio hoy quieran imponernos el ALCA?

Como escribiera alguna vez Simón Bolívar: «Formado una vez el pacto con el fuerte ya es eterna la obligación del débil».

Un planificador lo expresaba de este modo: «un país cuyo desarrollo industrial depende de inversiones extranjeras no puede controlar adecuadamente su propio destino. Quizá pueda llegar a producir con éxito un despegue, pero su economía podría compararse a un avión sin piloto cuya trayectoria y cuyo equilibrio son dirigidos a distancia».

Con toda certeza no fue este el camino escogido por los propios EE.UU. para alcanzar su desarrollo.

Por el contrario, mientras la subordinación de nuestras naciones generó el estancamiento y los desequilibrios que han perpetuado hasta hoy el subdesarrollo con sus grandes mayorías empobrecidas, las potencias imperiales crearon las condiciones para impedir que ellas avanzaran hacia su verdadera autonomía y dejaran de ser simples proveedoras de materia prima.

¿Cómo se inició este proceso? Según Josué de Castro gracias a la creación o estimulación por parte de los factores del imperio, de elites alienadas (es decir, educadas «a la occidental») y una clase de burócratas cuyos intereses no solo no coincidían con los de las masas desheredadas, sino que estaban estrechamente ligados a las transnacionales y no pocas veces como socios en la administración y explotación de las riquezas de sus países. De este modo, aun conquistada la soberanía política nominal, esta poco podría hacer para transformar la dependencia en desarrollo independiente.

Josué de Castro decía también (en Geopolítica del hambre) que esta, el hambre, había sido y era la inseparable y dramática compañera de la expansión imperialista, con sus políticas desposeídas de todo sentido humano y la desarticulación de las culturas sometidas.

***

Algunas cifras acaso desconocidas por ustedes, porque estos asuntos suelen tratarse en forma tangencial o clandestina por los medios (los de EE.UU. y los de aquí), logran ser escandalosamente explícitas:

América Latina tenía, en 1980, 120 millones de habitantes por debajo del umbral de pobreza y esa cifra, pese a los «milagros» económicos proclamados aquí y allá, antes y ahora, se elevó en el 2001 a 214 millones, o sea el 43% de la población. Dentro de este porcentaje el número de indigentes o marginales ascendía a 92.8 millones, o sea, el 18.6%. El año pasado, 2003, cada siete segundos murió en alguna parte del Tercer Mundo un niño menor de diez años como consecuencia directa o indirecta del hambre; el número de personas desnutridas en el planeta aumentó en relación a los 840 millones censadas en el 2002, y más de MIL MILLONES de adolescentes enfrentaban problemas de hambre, sida, embarazos no deseados y de acceso a la educación. En mi país el 34.5% de los niños entre 0 y 11 años de edad viven en situación de pobreza, al igual que el 14.46% de los jóvenes entre 12 y 17 años.

Son cifras del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA).

Apenas la cresta del iceberg de una realidad cada vez más abismal.

Nos acusan de poetas ilusos pero, ¿por qué gente como nosotros, reos de sensibilidad, debe ser indiferente ante ella? ¿Cómo no condenar a los responsables y con ello quiero significar que no es el imperio el único responsable y cómo no solidarizarse con quienes, aún en medio de carencias, excesos o errores, luchan por cambiarla?

Un grafitti pintado en los años sesenta en un muro de Montevideo decía: EL QUE SIEMBRA HAMBRE, RECOGE REVOLUCIONES.

***

En Venezuela vivimos un proceso que intenta por fin resolver de raíz este drama y un gobierno que procura privilegiar la justicia social más allá de palabras y pactos tras bastidores con los poderosos agentes venezolanos de las transnacionales. No es solo retórica, que la hay. Es ante todo la voluntad de volver visibles, es decir, protagonistas de su historia, a los seres invisibles. Es decir, a los desheredados. Es decir, a aquellos que constituyen el 80% de nuestra población.

Y hacerlo soberanamente, tal como hicieron ustedes allá. Y en democracia, como puede constatarlo cualquiera.

Y con la solidaridad de los justos del mundo.

Porque democracia no es solo acudir al recinto electoral cada cuatro o cinco años como colofón de un espectáculo casi circense de promesas y exaltaciones publicitarias. El fin primordial de una democracia, aquello que la legitima y ennoblece, debe ser ante todo la supresión de la injusticia social, la abolición de las relaciones de servidumbre, la guerra contra la ignorancia y la intolerancia, y el respeto al recinto sagrado y único que es nuestro planeta, patrimonio común de todos los seres vivos.

El actual proceso político venezolano no advino de la nada. Nació como fruto de seculares iniquidades, frustraciones, contiendas y anhelos.

Los principios fundamentales del mismo los ha hecho suyos, a lo largo de la historia, toda la humanidad.

En el Libro de los Muertos egipcio, que data de más de cuatro mil años, se transcribe esta confesión, letanía u oración que un difunto llevara consigo a la tumba para exponer ante Osiris sus virtudes como prendas para la anhelada resurrección:

«° Salve, el de las largas zancadas, que sales de Annu: no cometí iniquidad.

° Salve, el abarcado por la llama, que sales de Jer-aba: no robé con violencia.

° Salve, divina nariz, que sales de Jemennu: no maltraté a los hombres.

° Salve, Neha-hau, que sales de Re-stau: no maté a hombre ni mujer.

° Salve, el de los ojos pétreos, que sales de Sejem: no obré con falsedad.

° Salve, Triturador de huesos, que sales de Suten-henen: no fui mendaz.

° Salve, Dientes brillantes, que sales de Tashe: no acometí al hombre.

° Salve, tú que retrocedes y sales de la ciudad de Bast: no intervine en asuntos con engaño.

° Salve, Nefer-Tem, que sales de Het-ka-Ptah: no obré con astucia, ni ejecuté maldad.

° Salve, el de la cabeza santa que sales de tus aposentos: no acrecí mi riqueza sino con lo que me pertenece en justicia».

Y en otro fragmento:

«Viví de justicia y de verdad y me nutrí de ellas. Di pan al hambriento, agua al sediento, vestido al desnudo y embarcación al náufrago».

Tal pretende la revolución bolivariana.

***

Permítanme recordar otra parte de la historia.

El 17 de diciembre de 1962 el entonces Secretario de Estado Dean Rusk, a fin de justificar la invasión armada a Cuba que sería bloqueada implacablemente desde entonces presentó al Congreso un informe en el que mencionaba las veces que los EE.UU. habían intervenido militarmente en otros países entre 1798 y 1945.

No era un informe cualquiera, sino la desvergonzada y enmascarada y manipulada lista de asaltos, usurpaciones y ocupaciones militares que en Asia, África, Oceanía y América Latina habían perpetrado las tropas estadounidenses en ese lapso.

Aparece en el libro To serve the Devil, Vol. II, Colonials and sejourners de Paul Jacobs, Saul Landau y Eve Pell (New York, Vintage Books, 1971). En él encontramos además, no por casualidad, la misma matriz de opinión y casi los mismos argumentos esgrimidos por el gobierno de los EE.UU. para intervenir, esta vez por mampuesto, en el golpe militar del 11 de abril de 2002 contra el presidente Hugo Chávez.

No pretendo revelar a ustedes sucesos que en algunos casos no les serán desconocidos ni abrumarles con cargos ajenos a su conciencia sensible. Mucho menos aburrirles con la transcripción completa del documento: su sola extensión bastaría para llenar un libro. Que estas evidencias puedan llegar a otros seres honestos en mi país o en los EE.UU. tal vez justifiquen la disyuntiva entre ser descortés con los destinatarios o intentar ser sincero con los amigos, pues amigos consideramos a los estadounidenses que en su patria y fuera de ella han tratado y tratan de impedir que sus gobiernos empleen los mecanismos de perversión que caracterizaron al fascismo y al nazismo.

El informe de Rusk es aterrador. Son 158 intervenciones armadas las que allí se registran, algunas tan peculiares y paradigmáticas como estas, tomadas al azar y literalmente:

«1817. Isla Amelia (territorio español de la Florida). Por orden del presidente Monroe, tropas de los EE.UU. desembarcaron y expulsaron a un grupo de contrabandistas, aventureros y saqueadores». (¿Pueden ustedes imaginar quiénes eran esos «contrabandistas, aventureros y saqueadores»? Entre otros el general Gregor MacGregor, oficial escocés al servicio de la causa libertadora de Venezuela, Pedro Gual y Lino de Clemente, patriotas venezolanos que en unión de otros revolucionarios, algunos de ellos estadounidenses, intentaban liberar la Florida, entonces colonia española, para establecer una cabeza de puente para la guerra independentista suramericana).

«1832. Sumatra. Del 6 al 9 de febrero: para castigar a los nativos del pueblo de Quallah Batoo, por las depredaciones a barcos norteamericanos».

«1833. Argentina. Del 31 de octubre al 15 de noviembre desembarco de una fuerza en Buenos Aires para proteger los intereses de los EE.UU. y de otros países, durante una insurrección».

«1835-36. Perú. Del 10 de diciembre de 1835 al 24 de enero de 1836 y del 31 de agosto al 2 de diciembre de 1836: los infantes de marina protegieron los intereses norteamericanos en El Callao y Lima, durante un intento de revolución».

«1840. Islas Fiji. Julio: para castigar a los nativos por atacar las partidas de exploración y reconocimiento norteamericanas».

«1844. México. El presidente Tyler desplegó nuestras fuerzas para proteger a Texas de México, pendiente de que el Senado aprobara el tratado de anexión (más tarde rechazado). Se opuso a la resolución de investigación del Congreso. Era una demostración o preparación».

«1846-48. Guerra de México. La ocupación por el presidente Polk del territorio en disputa, la precipitó. Declaración formal de guerra».

«1857. Nicaragua. De abril a mayo y de noviembre a diciembre: para oponerse al intento de William Walker de apoderarse del país. En mayo, el comandante C. H. Davis, de la marina de los EE.UU., con algunos infantes de marina, recibió la rendición de Walker y protegió a sus hombres de las represalias de los aliados nativos, que habían combatido a Walker. En noviembre y diciembre del mismo, los navíos de guerra norteamericanos Saratoga, Wabash y Fulton se opusieron a otra intentona de William Walker en Nicaragua. El comodoro Hiram Paulding, cuando desembarcó a los infantes de marina para obligar a Walker a retornar a los EE.UU., fue tácitamente desautorizado por el Secretario de Estado, Lewis Cass, y Paulding se vio obligado a retirarse».

«1858. Uruguay. Del 2 al 7 de enero: fuerzas de dos navíos de guerra estadounidenses desembarcaron para proteger las propiedades norteamericanas durante una revolución en Montevideo».

«1859. China. Del 31 de julio al 2 de agosto: para proteger los intereses norteamericanos en Shangai».

«1860. Angola. (África Occidental portuguesa). 1° de marzo: para proteger las vidas e intereses norteamericanos en Kisembo, cuando los nativos se pusieron belicosos».

«1868. Colombia.(Aspinwall). 7 de abril: para proteger los pasajeros y los valores en tránsito durante la ausencia de tropas o de policía local, con motivo de la muerte del presidente de Colombia».

1888. Corea. Junio: para proteger los intereses norteamericanos en Seúl durante una situación de inestabilidad política, cuando se esperaban disturbios del populacho».

«1891. Haití. Para proteger las vidas y propiedades norteamericanas en la isla Navassa, cuando unos trabajadores negros se sublevaron»

«1894. Brasil. Enero: para proteger el comercio y la navegación de los norteamericanos en Río de Janeiro durante una guerra civil brasileña. Aunque no se llegó a desembarcar, hubo un despliegue de fuerzas navales».

«1894-95. China. Los infantes de marina se estacionan en Tientsin y penetraron en Pekín con intenciones protectoras durante la guerra chino-japonesa».

«1898. España. Guerra hispano-norteamericana. Declaración total».

«1899-901. Islas Filipinas: para proteger los intereses norteamericanos después de la guerra con España, y para conquistar la isla, al derrotar a los filipinos en su guerra por la independencia».

«1903. República Dominicana. Del 30 de marzo al 21 de abril: para proteger los intereses norteamericanos en la ciudad de Santo Domingo durante un estallido revolucionario».

«1906-09. Cuba. De septiembre de 1906 al 23 de enero de 1909: para restaurar el orden, proteger a los extranjeros e instaurar un gobierno estable, después de serias actividades revolucionarias».

«1918-19. México. Después de la retirada de la expedición de Pershing, nuestras tropas entraron en México por lo menos tres veces en 1918 y seis en 1919 para perseguir bandoleros. En agosto de 1918, tropas norteamericanas y mexicanas combatieron en Nogales».

«1926-1933. Nicaragua. Del 7 de mayo al 5 de junio de 1926; el 27 de agosto de 1926 y el 3 de enero de 1933 el golpe de estado del general Chamorro excitó las actividades revolucionarias que condujeron al desembarco de los infantes de marina para proteger los intereses de los EE.UU. Fuerzas de los EE.UU. fueron y vinieron, pero no parecen haber abandonado completamente el país hasta el 3 de enero de 1933. Su misión incluyó actividades contra el forajido líder Sandino, en 1928″.

***

Hasta aquí la muestra. Apenas 22 casos de los 158 de similar guisa recogidos en el informe.

Prontuario no menos extenso y elocuente podría ser compilado a partir de 1945 en que termina la Segunda Guerra Mundial.

Algo característico resalta en todos: el papel de gendarme universal que desde los comienzos del siglo XIX se arrogaron los gobernantes de EE.UU. con una que otra excepción.

Y nos preguntamos y preguntamos: ¿quién les confirió tal potestad?

¿El derecho de la fuerza?

¿Pero no ha sido el derecho de la fuerza el esgrimido en todo tiempo y lugar para intentar legitimar la opresión y el avasallamiento?

Que yo sepa, exceptuados los vesánicos casos de Pearl Harbor a miles de millas de sus costas y las Torres Gemelas turbio de toda turbiedad, como lo ha demostrado Michael Moore nadie ha agredido jamás a los EE.UU. en su territorio.

En el siglo XIX, cuando los partidos comunistas no habían alcanzado el poder en ningún país y por tanto no podía alegarse «la amenaza comunista» para intervenir, la Casa Blanca apelaba a la «defensa de los intereses norteamericanos», eufemismo que encubría una justificación real, la de los intereses del gran capital.

Detengámonos, sin embargo, solo en los casos citados como ejemplo.

Cada mención de aquel informe escondía o desfiguraba por lo común tanto las razones verdaderas como los verdaderos acontecimientos. Es cuestión de revisar en las páginas de la historia, las auténticas. Y estas nos descubrirán lo que en verdad pasó, por ejemplo, con México, cuyo territorio original fue reducido casi a la mitad por tropas de EE.UU. bajo el pretexto de una supuesta «guerra contra bandoleros». O con España y la conflagración del 98, incluyendo la «misteriosa» voladura del Maine en La Habana excusa para ocupar Cuba y el papel protagonista del célebre señor Herst, propietario de la cadena de periódicos que inmortalizara Orson Welles en El ciudadano Kane. O con las Filipinas y su bochornoso vasallaje. O con las islas del Pacífico, hoy «partes de la Unión». O con Puerto Rico y su, si no fuera por lo trágico, Estado «Libre» Asociado. O con los países centroamericanos y su Walker (cuya historia es exactamente al revés de cómo se dice en el informe y de cuya saga de farsas, crímenes y latrocinios dejó constancia en sus novelas Miguel Ángel Asturias). O con Sandino, tratado en el informe como forajido. O con Haití, cuya isla La Navase fuera invadida en 1843 para explotar su rica producción de guano y no para defender a nadie de los «belicosos nativos». Etc.

Parece improbable que el estadounidense medio conozca estos y otros «detalles» similares de su historia. Siempre se sospechó que entre las preocupaciones centrales de todo poder o gobierno sospechoso y sospechar del sospechoso no es una simple cacofonía figuraba la manipulación de la opinión pública. Muchos lo constataron: pueblo desinformado devenía dócil a las maquinaciones que en su seno y en su nombre incubaban los poderes establecidos para perpetuar privilegios y fechorías. Antes lo fue. Ahora mucho más. Y como escribe Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, «luego de los odiosos atentados del 11 de septiembre de 2001, el tema pasó a ser una obsesión. Michael K. Deaver, amigo de Donald Rumsfeld y especialista de la psy-war o «guerra psicológica», resumió así el nuevo objetivo: «Actualmente, la estrategia militar debe ser concebida en función de la cobertura televisiva (pues) si uno logra tener a la opinión pública de su lado, nada es imposible. Sin ella, el gobierno es impotente».

***

El 16 de mayo de este año Paul Rockwell le hizo una larga entrevista al ex’marine Jimmy Massey, de 32 años, sargento destacado en Iraq, para el periódico electrónico «Sacramento Bee» (www.sacbee.com).

«Yo estaba al mando de un pelotón de artilleros y lanzadores de misiles», dice Massey. «Mi trabajo era ir a determinadas áreas de las ciudades y ocuparnos de la seguridad de las carreteras (…) Todos los informes de inteligencia que nos llegaban decían que los coches (de iraquíes) iban cargados con bombas y explosivos (…) cuando no detenían la marcha los freíamos».

Rockwell pregunta: ¿Disparaste sobre entre 6 y 10 niños? ¿Los liquidasteis a todos?

Massey: Oh, sí. Tuve piedad de uno. Cuando aparecimos trató de esconderse detrás de un pilar de hormigón. Le vi y levanté el arma, y él alzó las manos. Huyó. Y yo grité a todos «No disparéis». La mitad de su pie le colgaba por detrás (…)». (…)

Rockwell: Tus sentimientos cambiaron durante la invasión ¿Qué pensamientos tenías antes?

Massey: Yo era como cualquier otro soldado. Mi presidente me dijo que ellos tenían armas de destrucción masiva, que Saddam (Hussein) amenazaba al mundo libre, que con todo eso podía alcanzarnos en cualquier lugar. Y yo me lo tragué.

Rockwell: ¿Qué te cambió?

Massey: Las muertes civiles que íbamos provocando. Eso fue lo que marcó la diferencia. Eso fue por lo que yo he cambiado.

Rockwell: ¿Las revelaciones de que el gobierno había fabricado las pruebas para lanzarse a la guerra afectaron a las tropas?

Massey: Sí. Yo maté a gente inocente para nuestro gobierno. ¿Para qué?, ¿qué es lo que hice?, ¿dónde están las consecuencias positivas? Siento que he participado en una especie de mentira diabólica, que he sido un juguete en manos de nuestro gobierno. Me siento confundido, avergonzado de todo ello.

Rockwell: Entiendo que esos incidentes matar civiles en los controles, los dedos destrozados en la manifestación pesen sobre ti. Pero, ¿qué sucedía con tus oficiales de mando?, ¿cómo tratabas con ellos?

Massey: Hubo un episodio. Fue justo tras la caída de Bagdad, cuando retrocedíamos por el sur. En los alrededores de Kerbala tuvimos una reunión matinal para ver el plan de combate. Yo no me encontraba bien. Todas aquellas cosas daban vueltas por mi cabeza qué era lo que estábamos haciendo allí. Algunas cuestiones que mis soldados estaban planteando. Yo me lo estaba guardando todo dentro. Mi teniente y yo empezamos a hablar. La conversación me estaba haciendo mucho daño. Y estallé. Le miré y le dije: «¿Sabes? Honestamente siento que estamos haciendo algo malo aquí: estamos cometiendo un genocidio». Él me preguntó algo y yo le dije que con los muertos civiles y con el uranio empobrecido que estábamos dejando no íbamos a tener que preocuparnos por los terroristas. No le gustó que le dijera eso. Se puso de pie y se marchó alterado. Y supe muy bien allí y en ese momento que mi carrera había terminado. Yo estaba hablando con mi comandante (…)».

Hasta aquí fragmentos de la entrevista.

¿Cuántos Massey, en nombre de la libertad, habrán acudido durante dos siglos a las guerras libradas por los gobiernos de EE.UU. en todo el mundo?

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El «imperio informal» de EE.UU. decía James Petras fue construido y sostenido por tres pilares interrelacionados: 1) guerras e intervención militar, 2) operaciones encubiertas de espionaje y 3) fuerzas de mercado, remiendos financieros de las instituciones financieras multilaterales (FMI, BM) y las agencias económicas del Estado imperial (Tesoro, Comercio, EXIM Bank, etc.). «Con Bush añadía las fuerzas motrices que apoyan la presidencia imperial cambiaron de los banqueros inversionistas de Wall Street al complejo de energía-petróleo y militar-industrial. Los conservadores partidarios de la economía de libre mercado de la era imperial de Clinton fueron sustituidos por un gabinete dominado por ideólogos militaristas de ultraderecha».

Si nos atenemos al análisis de Petras la sospecha se materializa: no es que el imperio haya cambiado de camisa: se puso la verdadera. El «libre» mercado dio paso a la ofensiva militar (directa o encubierta).

En otras palabras, ¿cómo no vamos a abrigar en Venezuela la sospecha de ser uno de los próximos blancos si ya lo somos?

¿Acaso no lo demostró el golpe de estado de 11 de abril de 2002 contra el siempre hipotético tirano Hugo Chávez?

Las razones que entonces se forjaron pueden dar paso a razones forjadas ahora. Por ejemplo, Bush ha prometido «declarar la guerra al terrorismo y a cualquier Estado que dé refugio a los terroristas» Y ha subrayado: «porque un Estado que acoge en su suelo a terroristas es a su vez un Estado terrorista y debe por tanto ser tratado como tal». Así se invadió Afganistán, como otrora aunque el argumento era otro Corea, Vietnam, Guatemala, Nicaragua, República Dominica, Panamá, Granada, etc.

No es difícil «probar» que se amparan terroristas. Tampoco llamar terroristas a quienes no lo son.

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A propósito de los países que refugian a terroristas Noam Chomsky ha escrito: «Podemos preguntarnos si Bush realmente es coherente, ya que hay muchos otros Estados que acogen terroristas, que los protegen y a los que ni se bombardea ni se les invade. Empezando por.¡los mismos EE.UU.!».

Y argumenta: Es sabido que desde 1959 los EE.UU. han apadrinado ataques terroristas contra Cuba. Entre ellos la invasión de la bahía de Cochinos en 1961, el ametrallamiento aéreo contra civiles, las bombas en lugares públicos de La Habana y en otros sitios, el asesinato de funcionarios, la destrucción en vuelo de un avión de la línea Cubana de Aviación en 1976 que causó la muerte de más de ochenta jóvenes deportistas que allí viajaban, así como docenas de complots para matar a Fidel Castro. Uno de los asesinos y terroristas anticastristas más conocidos, acusado de ser el cerebro del atentado contra el avión civil en 1976, es Orlando Bosch. En 1989, el presidente George Bush padre anuló la decisión del Ministerio de Justicia que había denegado una solicitud de asilo formulada por Bosch. En consecuencia, vive tranquilamente en EE.UU. en donde prosigue con sus actividades.

Chomsky menciona otros terroristas que han hallado refugio seguro y permanente en los EE.UU.: Enmanuel Constant, por ejemplo, de Haití, conocido por el nombre de «Toto», fundador del FRAPH, grupo paramilitar que, a las órdenes de la junta que derrocó al presidente Aristide, aterrorizó a la población de 1990 a 1994. «Toto» vive en el Queens de Nueva York y Washington denegó la petición de extradición presentada por Haití. «¿Por qué? se pregunta Chomsky. Porque «Toto» podría revelar los vínculos entre EE.UU. y la junta culpable de haber hecho asesinar por los hombres del FRAPH entre 4.000 y 5.000 haitianos… Hay que añadir que entre los gangster que han participado, al lado de las fuerzas norteamericanas, en el reciente golpe de estado contra el presidente Aristide figuran varios ex dirigentes de la organización terrorista FRAPH.

En los EE.UU. hallaron también refugio seguro algunos de los militares comprometidos en el golpe de estado contra Hugo Chávez, en los crímenes de Puente Llaguno y la Plaza Altamira de Caracas y en la colocación de bombas en las sedes diplomáticas de Colombia y España. A menudo aparecen, hasta uniformados, anunciando sus planes tenebrosos en las televisoras de Miami.

«Es que no todos los terroristas dice Chomsky son iguales. Y los que sirven a los intereses de los EE.UU. no deberían ser calificados con la fea palabra «terroristas». Son los nuevos «combatientes de la libertad», como llamaban los medios de comunicación antes al mismo Osama Bin Laden, en la época en que aterrorizaba a los soviéticos por cuenta de EE.UU.».

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Citaba Roque Dalton en uno de sus poemas este diálogo atribuido a Friedrich Dürrenmatt:

«EL OTRO: Lo que usted quiere saber es, en cierto modo, el arte de morir.

EL HOMBRE: Al parecer es el único arte que hemos de aprender».

A morir no solo de metralla.

En mi país menos mueren por metralla que por hambre.

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Quiero concluir recordando palabras de otro poeta estadounidense, Archibald Mac Leish, quien llegó a ocupar la importante posición de Subsecretario de Estado durante la Segunda Guerra Mundial. Aparecieron en el New York Times en 1968 cuando los primeros cosmonautas estadounidenses volvían del espacio estelar y la invasión a Vietnam alcanzaba su más dantesco clímax:

«La noción medieval de la Tierra decía Mac Leish colocó al hombre en el centro de todas las cosas. La noción nuclear de la Tierra lo dejó en la nada aún más allá del límite de la razón perdido en la guerra y en el absurdo».

¿Por qué Mac Leish querría disociar en ese momento las nociones de guerra y absurdo eternos sinónimos en la vida del hombre?

¿Acaso porque era obvio su propósito de establecer claramente que ambas iban más allá del límite de la razón?

Yo quisiera pensar ahora que las amenazas proferidas y los atentados apoyados por funcionarios de la Casa Blanca contra el proceso venezolano, y la ocupación de Afganistán e Iraq y su secuela de horror colofón de una historia de agresiones, latrocinios y arrogancia imperial gravita en ustedes los estadounidenses como una quemadura en medio de hogueras inescrutables. Pero una quemadura capaz en su dolor y en su estremecimiento de avivar y restituir la razón sensible sobre los poderes de la razón enloquecida.

Porque en el fondo ustedes nos han demostrado muchas veces la resolución de compartir este planeta como hermanos.

Nada más.

Saludos fraternales,

Gustavo Pereira

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(*) Entre quienes suscribían la carta estaban Francisco de Venanzi, María Teresa Castillo, José Ignacio Cabrujas, Luis Alberto Crespo, Pedro León Zapata, Isabel Allende, José Balza, Alfredo Chacón, Kotepa Delgado, Manuel Caballero, Alexis Márquez Rodríguez, Guillermo Morón, Aníbal Nazoa, Earle Herrera, José Vicente Rangel, Oscar Guaramato, Orlando Araujo, Caupolicán Ovalles, William Osuna, Denzil Romero, Laura Antillano, Patricia Guzmán, Manuel Bermúdez, Rodolfo Izaguirre, Enrique Hernández D’Jesús, Gabriel Jiménez Emán, Régulo Pérez, Rodolfo Santana, Velia Bosch, Alfredo Anzola, Luis Camilo Guevara, Luis Guevara Moreno, Isabel Palacios, Elizabeth Schon y Teódulo López Meléndez entre otros muchos. Algunos de ellos, poquísimos, quizás no la suscriban ahora. Tal vez porque el imperio se ha vuelto bueno.