Si yo fuese ciudadano estadounidense me sentiría profundamente avergonzado. Me sentiría así porque hay muchos motivos que me llevarían a ese estado. Me sentiría avergonzado porque mi país es despreciado por el resto del mundo, es visto como el «malo de la película», el matón que se lleva por delante a todos, que atropella, que […]
Si yo fuese ciudadano estadounidense me sentiría profundamente avergonzado. Me sentiría así porque hay muchos motivos que me llevarían a ese estado. Me sentiría avergonzado porque mi país es despreciado por el resto del mundo, es visto como el «malo de la película», el matón que se lleva por delante a todos, que atropella, que no respeta. Y claro, todo eso que se dice sería rigurosamente cierto, por lo que no podría ocultarlo. ¿Cómo no sentirse avergonzado ante todo eso? ¿Cómo no sentirse ofendido viendo que queman banderas de mi país en todos lados como acto de repudio a nuestra insolencia?
Si yo fuese ciudadano estadounidense podría cerrar los ojos ante tal situación y dedicarme sólo a seguir la corriente, tal como hace la gran mayoría de los habitantes de ese país. Cerrar los ojos y dedicarme sólo a consumir locamente, irresponsablemente, evitando pensar con algún sentido crítico lo que todo eso significa.
Si yo fuese ciudadano estadounidense me podría dedicar sólo a aprovechar los beneficios que trae aparejado pertenecer al país más poderoso del mundo. Podría consumir, despreciar a los que no son como yo o los de mi país, sentirme poderoso, imbatible, eterno.
Pero por suerte no soy ciudadano estadounidense. Digo «por suerte», porque me doy cuenta que si fuese eso, me sería sumamente difícil plantearme alguna de estas preguntas críticas. Si fuese ciudadano estadounidense no me quedaría tiempo -ni ganas, ni energía- para buscar ir más allá de lo que me diría la sacrosanta y todopoderosa religión de la televisión o del internet. Si yo fuese ciudadano estadounidense, igual que todos los otros ciudadanos estadounidenses, ignoraría al resto del mundo, lo despreciaría incluso, y sería un tonto encerrado en mi mundillo.
Si yo fuese ciudadano estadounidense difícilmente vería como un problema todo esto que ahora estoy planteando: ¿cómo iría a preocuparme que mi país fue el único en la historia que usó armamento nuclear contra un población indefensa no combatiente? ¿Cómo vería un problema consumir recursos cien o más veces que los pobres de las regiones más pobres del mundo? Si yo fuese ciudadano estadounidense lo único que querría sería seguir manteniendo por siempre un nivel de comodidad que me gratifica y me importaría un bledo cuál sería el costo para conseguir eso. Si me dicen que hay que depredar el mundo para ello, o sacrificar poblaciones enteras con guerras irracionales, simplemente alzaría los hombros con desdén. Pero les juro que eso me daría, mucha, muchísima vergüenza.
Si yo fuese ciudadano estadounidense no me interesaría un ápice en asuntos políticos. En todo caso -y no lo sé con seguridad, quizá no lo haría necesariamente- iría a votar cada vez que hay elecciones. O incluso quizá ni iría. En cuanto a preocuparme por aspectos externos a mi país… no, no movería un dedo por saber qué pasa fuera de mi lugar. Al fin y al cabo, si fuese ciudadano estadounidense tendría mi vida bastante resuelta, con comodidad, con cierta seguridad en el futuro, así que no me rompería la cabeza pensando en cosas que vería muy difíciles de solucionar.
Por otro lado, si yo fuese ciudadano estadounidense, estaría tan, pero tan condicionado por el dios televisión y/o internet a repetir frases hechas y a no interesarme por nada más allá de mi metro cuadrado que, mientras tuviera asegurada la nevera llena de comida, el carro estacionado en la puerta de mi casa y la posibilidad de seguir los juegos de baseball con mi cerveza en la mano, el mundo no tendría ya más atractivo.
Confieso, entonces, que si yo fuese ciudadano estadounidense me sentiría no sólo avergonzado por esa chatura, por esa mediocridad sin límites, sino asqueado. Sí, sí: asqueado. Asqueado por sentirme tan poco solidario, tan patán, tan energúmeno.
Pero, tal como decía antes, por suerte no soy ciudadano estadounidense. Y lo reitero: ¡por suerte no lo soy!, porque de serlo, dado que tengo algún criterio crítico y no dejo pasar las injusticias, me vería en un enorme problema. Me sentiría avergonzado y entre dos fuegos: o silenciando lo que no podría tolerar, o viéndome condenado a ser el «raro», el asocial, justamente por denunciar ese mundo injusto en que tendría que moverme.
Porque el precio de vivir como ciudadano estadounidense integrado, consumiendo, disfrutando del confort que confiere ser uno más de la cadena en esa sociedad «exitosa», el precio de eso es el silencio. Y la verdad, créanme, eso me desgarraría, me avergonzaría tanto que me sería una tortura perpetua.
Si yo fuese ciudadano estadounidense creo que terminaría siendo hippie, o perteneciendo a los movimientos de protesta -los pocos movimientos de protesta- que ese sistema permite. Insisto mil veces en lo que ya dije: me sentiría avergonzado de ser uno más, porque al pensar diferente a lo que me impondría la norma dominante, chocaría siempre. Estoy seguro que si yo fuese ciudadano estadounidense sería desertor de las fuerzas armadas, porque tarde o temprano, si me llevaran a una guerra a combatir por todas esas estupideces con que me querrían lavar la cabeza (la libertad, la democracia y no sé cuántas palabras pomposas) abandonaría mi puesto. La población del país ya tuvo un Vietnam, y ahora, aunque los medios lo oculten, tiene un terriblemente sangriento Afganistán: esas lecciones deberían enseñar. Los jovencitos (muchos negros y latinos entre ellos) pusieron el cuerpo -y la vida- mientras las grandes corporaciones de la guerra siguieron haciendo su negocio. Profunda repugnancia me daría todo eso de tener que afrontarlo.
Si yo fuese ciudadano estadounidense me sentiría triste, porque sabría que me odian. Y sin dudas que es feo sentirse despreciado, no amado. Aunque entendiera que no soy yo el culpable de ese odio que por todos lados encontraría, sería feo tener que cargar con esa cruz. Si yo nunca maté a nadie, si no odio a los negros, ni a los indios, ni a los rusos, ni a los chinos, ni a los comunistas, ni a los musulmanes…, si yo no tengo enemigos ¿cómo podría soportar que todo el mundo me odiara, que quemaran la bandera de mi país, que despreciaran a mi presidente por cada país que vaya? Por supuesto que entendería que no sería contra mí esa reacción, pero de todos modos no me gustaría tener que sufrirla.
También me avergonzaría la historia que debería cargar a mis espaldas: robo de tierras y masacre de los pueblos indígenas cuando el origen de la nación, esclavitud contra los africanos traídos siglos atrás que da como resultado el actual racismo, fanfarronería sin igual contra otros pueblos… Detesto todo eso, por lo que, si yo fuese ciudadano estadounidense, me sentiría profundamente asqueado al saberme heredero de toda esa carga. ¡Poblaciones originarias encerradas en reservas, como animales en un zoológico! Y ahora, manipuladas nuestras cabezas, nos deberíamos sentir los originarios de esas tierras, maldiciendo a los «inmigrantes ilegales» que llegan por cantidades industriales a «robarnos puestos de trabajo», como una repulsiva prensa nos enseña. Creo que no lo soportaría.
Si yo fuese ciudadano estadounidense sentiría una profunda desazón por los íconos culturales que me definirían: las películas de Hollywood, el ratón Mickey, la Coca-Cola, Rambo. Me sentiría descorazonado por eso, por la superficialidad de esa cultura que sería la mía, por esa banalidad tan ramplona con la que tendría que convivir cotidianamente. Pero más aún me sentiría avergonzado porque sabría que mi país impuso esos valores al resto del mundo despreciando sabidurías milenarias y muchísimo más profundas. Me moriría de vergüenza sabiendo que me define, como imagen de país, un personaje como Homero Simpson. Y lo peor de todos, me avergonzaría, pero creo que más aún, me encolerizaría en grado sumo saber que mis compatriotas… están contentos con el pato Donald y se sienten orgullosos de las películas de vaqueros. Lo que es lo mismo: tendría que convivir con connacionales que se creen realmente portadores de un «destino manifiesto», y que ser blancos y angloparlantes los transforma en «mejores».
Si yo fuese ciudadano estadounidense creo que haría lo imposible por cambiar ese estado de cosas. O, si no, creo que renunciaría a mi nacionalidad.
Pero me puedo quedar tranquilo: no soy ciudadano estadounidense.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.