Apreciado Fabretti, y te aprecio porque te tengo por alguien más que, desde la literatura y el periodismo, vive y trabaja por hacer posible ese mejor mundo al que aspiramos, yo no he sido uno de los que te ha advertido, reprochado o atacado públicamente por tus últimos artículos en Insurgente. Me animo, sí, ahora, […]
Apreciado Fabretti, y te aprecio porque te tengo por alguien más que, desde la literatura y el periodismo, vive y trabaja por hacer posible ese mejor mundo al que aspiramos, yo no he sido uno de los que te ha advertido, reprochado o atacado públicamente por tus últimos artículos en Insurgente. Me animo, sí, ahora, a expresar mi parecer al respecto de algunas de tus consideraciones, y a tu criterio dejo si es que huele a tricornio o a madero, como a suponer mi opinión de buena fe.
Lo hago, especialmente, porque insistes al final de tu «alerta roja« en la necesidad de «cerrar filas» e impulsar las «convergencias y sinergias de quienes, a pesar de sus diferencias, tienen cada vez más claro quien es el enemigo común» y, francamente, al margen de las descalificaciones que desde el anonimato te han llovido, tú tampoco has contribuido, precisamente, a la necesidad que invocas.
Decías, por ejemplo, en tu reflexión sobre los bufones, que «a todos nos engañan alguna vez los bufones del poder (por ejemplo, los humoristas que publican sus chistes en los grandes periódicos)». Y no entiendo cuál es el problema. Una buena humorada lo es independientemente del medio en que se publique. Y tú debieras saberlo que tienes la fortuna de publicar tus opiniones (insurgencias al margen) en los grandes periódicos. La cuestión no es dónde escribas tus columnas o publiques tus viñetas gráficas. Lo que importa es que, lo que hagas, sirva al propósito que persigues de transformar el mundo. Ya se ocupará ese medio de comunicación de prescindir de tus servicios, en el supuesto de que cometiera el error de procurarlos, cuando las desavenencias queden de manifiesto. Yo he disfrutado los artículos de Santiago Alba, a quien también tengo por un ser humano excepcional y un extraordinario escritor aunque sus rebeldes libios no son los mios, en el periódico Público, y no considero que eso vaya en demérito de Santiago. En todo caso, el error debiera cargarse a la cuenta de ese medio, no de quien jamás traiciona su criterio y su vergüenza en procura de una tribuna o de quien escribe al dictado de su conciencia.
Si de lo que se trata es de impulsar convergencias frente al común enemigo, poco ha de importar en qué trinchera encontremos aliados. Cierto es que sueños como el que compartimos son más comunes verlos multiplicarse en compañeras manos y en medios como este, que en Público o en El País, pero nadie es un bufón por escribir para PRISA sino por escribir bufonadas, por más que el bufoneo abunde en esos predios. Y me consta que estás de acuerdo conmigo porque tú mismo desmentías en tu último artículo lo que expresaras en el anterior, cuando pasabas de calificar como bufones a los humoristas que publican sus chistes en los grandes periódicos, a admitir que tú escribes para Público, que también lo has hecho para El País, para El Mundo… y no eres un bufón.
Al margen de esta y algunas otras menudencias, si algo me ha motivado a escribir estas reflexiones, son tus descalificaciones sobre Eduardo Galeano, a nivel personal y literario, cuando afirmas que «se preocupa más por su promoción personal que por el rigor y la coherencia» o que se ha hecho «rico y famoso» tal parece que por haberse vendido al enemigo, a diferencia de amigos tuyos, acaso de ti mismo aunque no te incluyas entre los damnificados, que por su coherente trayectoria se han visto despojados de riqueza y fama.
Apuntabas sobre Galeano en tu primer artículo sus señas de identidad como bufón cuando escribías: «Su propia superficialidad -su habitual tonillo entre mesiánico y seudopoético, como libro de autoayuda con ínfulas literarias- suele ser un primer indicio, aunque no concluyente; su exhibicionismo, su frecuentación de los grandes medios (poco compatible con la crítica verdadera), el engreimiento y la arrogancia típicos de los mediocres encumbrados y, sobre todo, una ambigüedad retórico-acrobática que acaba estrellándose contra el suelo de los obstinados hechos».
Honestamente Fabretti, no es ya que me parezcan absolutamente mezquinos tus juicios, sino que hasta la duda me queda de si no serán tus egos, esos egos de puta que todos llevamos dentro y que es bueno domesticar hasta subordinarlos, los que han dictado tus exabruptos. Nunca he sido amigo de andar elucubrando a qué categoría pertenece cada autor, qué puesto le corresponde en el top ten de ventas o qué lugar ocupa entre los 40 principales, pero si hago una excepción es para resaltar la inmensa labor que desde la literatura viene haciendo Eduardo Galeano para contribuir, tanto como el que más, a asumir la conciencia que haga posible ese mejor mundo que anhelamos. No creo que haya nadie que, en lengua castellana, haya aportado tantas luces al imprescindible despertar de Latinoamérica como Galeano y, especialmente, desde que publicara en los ochenta sus «Memorias del Fuego», tres libros que, algún día, espero sean libros de texto en todas las escuelas americanas y que ojalá pudieran tener sus correspondientes réplicas en las memorias del resto del mundo cuando, en lugar de entretenernos en confrontar los egos, nos aboquemos a esa indispensable tarea.
Y lo ha hecho en un formato y con un estilo sencillo, condensando en su prosa poética que, dicho sea de paso, me fascina, más información que la que pudiera asimilarse en una larga vida dedicada únicamente a la lectura.
¿Que se ha hecho famoso? No más de lo que su literatura se merece. Galeano, sobre todo en Europa y a pesar de los años de exilio en Buenos Aires y Barcelona, sigue siendo un gran desconocido.
¿Qué se ha hecho rico? ¿Tienes tú el balance de sus cuentas, de sus ingresos, de sus bienes? Me consta que de haber sido otras sus preocupaciones literarias, de haberse avenido a servir de bufón como tú denuncias, además del Nobel ya habría multiplicado sus ingresos.
¿Qué es un exhibicionista y frecuenta los grandes medios? Dime en qué escaparate se exhibe para ir a verlo y escucharlo que no sean medios a los que tú también te has asomado.
¿Qué se interesa por su promoción personal? Mal oficio eligió para proyectarse. Le hubiera ido mejor de haberse dedicado a la política. Y lo digo consciente de que a mi también me encantaría promoverme y, ya de paso, proyectar mis cuatro libros.
¿Qué es engreído, que es arrogante? ¿Seguro que estamos hablando de Galeano? ¿No será de mí? ¿No será tu espejo de quien estás hablando? Y aunque así fuera ¿en qué página de cualquiera de sus libros puedo yo saberlo, para desautorizarlo como autor y sentenciarlo como encumbrado mediocre?
Por cierto, ¿sabes que en tus dos artículos también podría apreciarse cierto tonillo mesiánico y pseudopoético? ¿Eres consciente de que también en tus dos artículos queda en el aire cierta ambigüedad retórica-acrobática?
En definitiva Fabretti, que si se trata de cerrar filas e impulsar convergencias, mal comenzamos si expulsamos de nuestro común proyecto de futuro a escritores como Galeano, porque pocos como él para aportarnos lucidez e ingenio.
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