Traducido para Rebelión por Caty R.
Señor presidente de la República:
En la prueba que sufre actualmente la humanidad debido a la presencia de armas químicas en Siria, usted se ha puesto al frente de un gran movimiento mundial en nombre de «la obligación de proteger» a las poblaciones civiles amenazadas. Explicó con claridad en su discurso del 27 de agosto ante sus embajadores que esa es la vocación de Francia, como hizo recientemente en Libia, y que no faltará a su deber. Su ejemplar determinación debería convencer de inmediato a sus socios europeos vacilantes y a las cobardes opiniones públicas de Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos y todo el mundo, de la necesidad de una intervención militar quirúrgica en Siria.
Naturalmente, como usted recordó el 27 de agosto, «la obligación de proteger» se inscribe en un enfoque perfectamente regulado por las Naciones Unidas e incumbe en primer lugar a los Estados concernidos: proteger a sus propias poblaciones. En caso de incumplimiento por parte de los miembros, corresponde al Consejo de Seguridad decidir las modalidades de establecimiento de ese principio. Bajo su gobierno, Francia se honrará si hace que se cumpla al pie de la letra este importante avance del derecho internacional. Estoy seguro de que el presidente Putin será sensible a sus argumentos, así como el presidente Xi Jiping, y no pondrán obstáculos a sus proyectos oponiendo un veto en el Consejo de Seguridad. No importa que el objetivo final sea todavía un poco impreciso, lo que cuenta es la defensa enérgica de principios claros.
También estoy seguro de que otros países secundarán la intención de Francia de entregar armas a los rebeldes sirios, a pesar de los riesgos que eso conlleva. Laurent Fabius, el ministro de Asuntos Exteriores, anunció que exigirá a los destinatarios de las armas francesas que firmen un «certificado del destinatario final». Con semejante firma nos aseguraremos de que nuestras armas no caerán en manos de los combatientes yihadistas del Frente Al Nusra-Al Qaida, que forma parte de la coalición rebelde (todavía muy heterogénea pero resuelta a unificarse, ¡ánimo!) y de que no se volverán contra los países occidentales que les han ayudado, contra sus rivales de la coalición o incluso contra la población civil.
Nos quedamos muy tranquilos. Al Qaida debe entender el contundente mensaje que usted le envía. Es importante explicar con claridad que nuestro enemigo sigue siendo el «terrorismo internacional», incluso aunque de vez en cuando haya que mostrarse pragmático, como dicen nuestros amigos anglosajones, y tender la mano a los que quieren destruirnos. No deberían mostrarse insensibles a nuestros gestos amistosos. Los servicios de inteligencia de la presidencia francesa podrán desmentir fácilmente la información difundida por la agencia Associated Press según la cual las armas químicas entregadas por nuestra aliada Arabia Saudí (el príncipe Bandar bin Sultán, jefe de los servicios de inteligencia saudíes) al Frente Al Nusra-Al Qaida habrían sido manipuladas torpemente por esos aprendices de brujo.
Una vez aclarado ese punto usted tendrá las manos libres para actuar basándose en las informaciones suministradas por Estados Unidos e Israel que tienen toda su confianza. Sin embargo sería necesario evitar que se reproduzca el escenario de 2003 en las Naciones Unidas cuando Collin Powell exhibió fotos manipuladas y un frasco de polvos mágicos ¡Como pruebas irrefutables de la presencia de armas de destrucción masiva en Irak! Un principio de precaución elemental. Confiamos en usted, está en juego la credibilidad de Francia.
En cuanto a los objetivos militares de esa operación, parece evidente que la prioridad es destruir por medios aéreos los depósitos de armas químicas sin que exploten en las narices de la población civil, lo que sería un auténtico desastre, y neutralizar todos los aparatos que permiten su utilización (misiles, tanques, lanzacohetes, etc.) sin poner en peligro la vida de nuestros soldados en un terreno incierto. Si los estadounidenses tienen dificultades para identificar los objetivos, los servicios franceses de inteligencia estarán encantados de proporcionarles toda la información de la que disponen, de tal forma que la operación será corta y dura y gracias a usted las armas químicas serán erradicadas definitivamente del planeta.
Las poblaciones que vamos a proteger tendrán que pagar un precio por el servicio prestado y deben aceptar de antemano algunos cientos o miles de muertos que pueden causar los daños colaterales de esa operación y sus consecuencias. Pero es por su bien. Si usted se pone al frente de la operación en lugar de sus colegas Obama y Cameron, que parecen retroceder incluso antes del comienzo, Basar al Asad comprenderá el asunto enseguida. Occidente no debe flojear, sería una mala señal al resto del mundo, cuentan con usted para llevar las riendas con firmeza.
Cuando esa misión humanitaria finalice, Bashar al Asad reconozca sus errores tras la paliza que le van a dar y deje el poder, usted tendrá la satisfacción de haber contribuido a aplicar en Siria la teoría del «caos constructivo» elaborada por los think tanks estadounidenses en la época de George Bush, esperando que las grandes empresas de EE.UU., principales beneficiarias del caos, tendrán la bondad de dejar a las empresas francesas la posibilidad de sacar algunos beneficios del desorden institucionalizado que ya sustituye a los Estados sólidos, como es el caso de Irak y Libia. Algunos contratos petroleros harán mucho bien a los negocios de nuestras grandes empresas.
Después de esa victoria prácticamente conseguida de antemano, a usted le corresponderá llevar a todas partes el mensaje humanitario universal de Francia. El mundo está lleno de crisis, la lista de dictadores sanguinarios es larga y millones de hombre, mujeres y niños esperan con alegría que Francia pueda protegerlos como pretende por medio de esa misión que se ha arrogado. Siempre pensamos en África, que ocupa el primer lugar en nuestras preocupaciones. Pero numerosas regiones del mundo están ardiendo. Una intervención humanitaria en Palestina sería bienvenida. Estamos soñando, ciertamente.
En México se calculan 70.000 muertos causados por la violencia de los grupos criminales y de las fuerzas de seguridad y 26.000 desaparecidos durante el sexenio del presidente Calderón (2006-2012). Tras el primer año del mandato del presidente Peña Nieto ya se cuentan 13.000 muertos. Con semejantes cifras lógicamente la población civil mexicana debería ser elegible para beneficiarse del programa «obligación de proteger» elaborado por la «comunidad internacional», incluso aunque ésta en la actualidad se reduce a Francia. En el punto en que nos encontramos es bueno que un país tenga vocación de vanguardia activa de una comunidad internacional amorfa e irresponsable «grupo etéreo e incierto», como dijo Hubert Védrine respecto a la Unión Europea. Mejor solo que mal acompañado. Tratándose de México se podrían aprender las lecciones de la intervención militar francesa de 1862 y no repetir el error que condujo a la derrota de Napoleón III: desencadenar operaciones militares injustificadas y lejanas que sobrepasan nuestras fuerzas.
Para eso será necesario, aunque usted obviamente lo habrá previsto, en primer lugar programar medios económicos, por ejemplo para la construcción de nuevos portaaviones nucleares y los aviones y misiles correspondientes. El «Charles de Gaulle» rinde brillantes servicios cuando no está inmovilizado en nuestros arsenales durante larguísimos períodos de revisión, pero él solo no podrá responder a todas las demandas de intervención, sobre todo porque tendrá que surcar mares lejanos, exóticos y peligrosos. Estoy seguro de que usted sabrá convencer a nuestros compatriotas de que en las circunstancias actuales el mundo occidental, para proseguir su misión civilizadora, pilar de la globalización, deberá disponer de medios económicos.
Recordamos las restricciones que impidieron a las fuerzas francesas golpear todavía más fuerte a Libia. Las reservas de misiles se agotaron enseguida y el presupuesto de Defensa no había previsto que el abominable Gadafi, sin embargo amigo íntimo de su predecesor, sería tan poco sensible a nuestros problemas financieros oponiendo una resistencia tan feroz como inútil. La población francesa, si está bien informada, realmente aceptará de buen grado la subida de impuestos y los recortes de los gastos públicos, especialmente sociales, como las becas de estudios en el extranjero, así como la reducción de medios de las redes diplomáticas, consulares, educativas y culturales francesas en todo el mundo si es el precio a pagar para que Francia conserve su estatuto de gran potencia mundial. Todo es cuestión de pedagogía.
Señor presidente, usted sabe que nuestros amigos y aliados estadounidenses no siempre dan una buena imagen ante el mundo. Con los presidentes De Gaulle, Mitterrand y Chirac, Francia gozó de un gran prestigio internacional, precisamente porque hablaba con una voz diferente de la de sus aliados occidentales. El presidente Sarkozy acabó con esa tradición diplomática pensando que Francia tenía todo el interés, en el contexto de la globalización y frente al auge de nuevos actores, en mezclarse con la «familia occidental» e integrarse en el aparato militar de la OTAN, es decir, en poner sus fuerzas convencionales bajo el mando estadounidense.
¡O tempora, o mores! , como dijo Cicerón en su época. Pero sus embajadores ya le han señalado que ahora en muchos países se percibe a Francia como un papagayo servil de la política estadounidense. Algunos episodios recientes, como el asunto Snowden con la interceptación del avión del presidente Evo Morales cuando sobrevolaba Europa, han podido dar esta impresión lamentable, pero estoy convencido de que usted no tendrá problemas para persuadir a sus interlocutores de todo el mundo de que esa percepción es errónea, ya que fue con total independencia como usted confirmó el anclaje de Francia en su «familia occidental».
Por último, supongo que habrá pensado en la mejor manera de proteger a las poblaciones mundiales de las catástrofes humanitarias provocadas por el capitalismo mafioso y depredador que ha originado las últimas crisis económicas y financieras. Probablemente tenga la intención de proponer a sus colegas del G7 y el G20, con los que se reunirá en la Cumbre de San Petersburgo, cambiar el rumbo para acabar con la economía de casino y el imperio sin control del mundo financiero. La opinión pública mundial, los parados de Grecia, Portugal, España, Francia y otros lugares seguramente aprobarían ataques quirúrgicos al FMI, al Banco Central Europeo, la City de Londres, algunos paraísos fiscales «no cooperativos» y a las improbables agencias de calificación que ponen de rodillas a los gobiernos.
Esa coherencia en «la obligación de proteger» honrará a Francia y a su presidente. Si continúa sin descanso por esa vía y defiende, como lo hace, el derecho internacional y las normas establecidas por las Naciones Unidas, no cabe ninguna duda de que antes de que acabe su mandato usted se unirá a su colega Obama en el selecto club de los Premios Nobel de la Paz. Se lo habrá ganado.
Señor Presidente, le ruego que acepte el testimonio de mi mayor consideración y respeto.
Firmado Pierre Charasse, francés en el extranjero, contribuyente y elector.
Diplomático de carrera de 1972 a 2009, Pierre Charasse ha sido embajador de Francia en Pakistán, Uruguay y Perú, entre otros, y ha representado a Francia en numerosas instancias internacionales. Desde México, donde vive jubilado, ha dirigido esta carta, tan mordaz como crítica, sobre la crisis siria al presidente francés François Hollande.