El nuevo siglo viene acompañado por una intención reiterada de la negación y destrucción de todo lo pasado. Una nueva filosofía que nos habla de la sociedad sitiada o de un mundo líquido sometido a rápidos cambios de rumbo en los que el hombre kantiano, el de la razón, ha de dejar paso al hombre […]
El nuevo siglo viene acompañado por una intención reiterada de la negación y destrucción de todo lo pasado. Una nueva filosofía que nos habla de la sociedad sitiada o de un mundo líquido sometido a rápidos cambios de rumbo en los que el hombre kantiano, el de la razón, ha de dejar paso al hombre postmoderno, elástico y flexible despojado de todo tipo de creencias.
Frente al ciudadano responsable avanza el consumidor voraz y desinhibido. El primero se ve a menudo relegado social y profesionalmente, acusado de ser un progre transnochado, mientras avanzan de forma trepidante los nuevos jinetes de una sociedad en la que hay que tener muy buena cintura para seguir cabalgando entre el éxito, la riqueza, el poder y la apariencia.
En este nuevo mundo se han roto los límites que marcaban la derecha y la izquierda a favor de las oportunidades de negocio o de la buena marcha de la economía que a menudo se identifica con el bienestar personal. Hasta tal punto que vemos a menudo como confluyen los intereses de la derecha y de la izquierda en aquellos momentos en los que se mezclan intereses y privilegios.
Dentro de esta colonización ideológica aparecen los expertos en legitimación, plumas reputadas, en su tiempo defensoras de las causas perdidas que giran hacia el conservadurismo a medida que sus remuneraciones aumentan. Dentro de este periodismo de mercado, que defiende los intereses del capital internacional, asistimos a la obscena exhibición de un travestismo ideológico que a menudo confunde a los lectores de un medio que en si mismo representa la defensa de valores democráticos. Me refiero al editorial del periódico El País de fecha 10/10/2007 titulado «Caudillo Guevara» en el que se intenta destruir el ejemplo revolucionario del Che desde la prepotencia de la opinión que a veces este diario exhibe en editoriales que pontifican mas que sitúan o informan.
El editorial comienza diciendo que dar la vida por la ideas es un «siniestro perjuicio». La historia esta afortunadamente poblada de seres ejemplares que han sabido dar su vida por sus ideas sin que jamás lo hayamos visto como algo siniestro sino más bien como digno de admiración y elogio. Y partiendo de esta primera y falsa premisa, el editorialista, un columnista conocido del periódico, habla del sentido trascendente del crimen, tratando la figura del Che como si de Pol Pot se tratara y llegando a afirmar que el Che Guevara pertenece a una siniestra saga de héroes trágicos» que pretenden disimular la condición de asesino bajo la de mártir». Muy fuerte. Muy injusto. Muy indigno.
Esas y otras lindezas, como por ejemplo la de decir que el Che intento «crear a tiros al hombre nuevo», abundan en este panfleto insultante e irritante para muchos. Una terrible manera de recordar la muerte de Ernesto Guevara asesinado en una emboscada en Bolivia hace 40 años.
Las reacciones no se hicieron esperar ante tal desatino. El defensor del lector de El País, reconoce que se trata de la mayor protesta que el recuerda. También se han movido de sus asientos los periodistas que a diario hacen el periódico para expresar su disgusto y malestar por este editorial. Ante semejante reacción, unos días después se intenta arreglar el desaguisado y entra en escena un reputado analista político que intenta poner orden en el río revuelto, pero eso si, sin contradecir en ningún momento la línea mantenida por su periódico. Se trata de Joseph Ramoneda, que escribe un artículo de opinión sin desperdicio. Se llama «Sobre el mito del Che». Y claro, comienza diciendo que en estos tiempos «resulta difícil entender que pudiera llegar a mito popular una figura como la de Ernesto Che Guevara» Es posible que a el le resulte muy difícil entender algo como esto pero ya se sabe que los analistas políticos tienen también sus lagunas. Pero lo más sorprendente es un párrafo que reproduzco completo y entrecomillado en el que va más allá de la revolución castrista o de la propia figura del Che para decir que «La coincidencia en el tiempo de Kennedy, Kruschev, el papa Juan XVIII y la propia revolución castrista, hizo soñar por unos pocos años que todo era posible. Duró poco y, todo hay que decirlo, si llega a durar mucho podía haber terminado perfectamente en una catástrofe universal»
Termina Ramoneda diciendo que debemos «someter al principio de sospecha a todo lo que se erige sobre nuestra cabezas» Y creo que eso es bien cierto. Por eso , nuestra labor hoy, como periodistas es someter a sospecha no solamente a quienes nos señalan a nuestros enemigos, desenmascaran a nuestros mitos o nos advierten de los peligros sino también a aquellos medios de comunicación como El País que han convertido a los gobiernos democráticamente elegidos de Hugo Chávez en Venezuela o Evo Morales en Bolivia en blanco de sus iras quizás en razón a intereses cruzados con el grupo Cisneros (Diagonal nº31) o con empresas deseosas de derrocarles.
Editoriales como el de «Caudillo Guevara» o artículos de opinión como «Sobre el mito del Che» lejos de argumentar o desmontar la aureola de mártir que rodea a ciertos revolucionarios a quienes ahora algunos gustan en llamar terroristas, nos lleva a pensar si es cierto aquel dicho falaz de que hay periodistas que tienen la pluma del medio para el que trabajan.