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Retazos de mi testimonio carcelario

Celda 12, ¡control!

Fuentes: Rebelión - Imagen: "Angustiados", de Ricardo Carpani.

Con este grito me despertaron una madrugada de 1977 en el campo de concentración de Emboscada, a 45 km. de Asunción. Eran las cinco de la mañana y hacía frío dentro de aquella montaña donde se había construido un cuartel tipo feudal. Era durante el gobierno de “Paz y progreso sin comunismo” del dictador Alfredo Stroessner.

Un sargento de carácter brutal nos ordenó ponernos de pie, pasó lista de los prisioneros políticos y a continuación nos ordenó volver a nuestros respectivos lugares. Yo estaba sentado en una esquina de la mugrienta celda 12, que compartía con otros 45 prisioneros, y envuelto en una vieja frazada trataba de comprender la situación. Miraba los barrotes de aquella celda y no me resignaba a aceptar la realidad. Contemplaba, sin acabar de entender la razón del porqué estaba entre ellos, aquellos hombres que se acurrucaban para defenderse de la baja temperatura y que estaban acusados de ser comunistas, es decir de ser, nada más y nada menos, que enemigos de la civilización occidental y cristiana, contra la que atentaban intentando acabar con ella.

La celda 12 estaba destinada exclusivamente a estos prisioneros. Gente que pensaba que, ciertamente, Darwin descubrió la ley de la evolución de la naturaleza y que Marx descubrió la ley de la evolución de la historia. Gente que tenía una clara conciencia de las injusticias sociales y que luchaba contra la dictadura y por una sociedad más igualitaria. En el campo de concentración éramos más de 400 prisioneros, y para evitar la contaminación ideológica, los de la celda 12 teníamos horarios diferentes, sobre todo en los momentos destinados a los recreos.

Supuestamente, en la celda 12 estábamos recluidos la flor y nata del marxismo-leninismo, con trotskistas, maoístas, Ligas agrarias campesinas, Teología de la Liberación, independientes, liberales, Organización Política-Militar (OPM),, Febreristas (Socialistas), Partido Obrero Revolucionario Armado  (PORA),etc. 

Yo pertenecía al Movimiento Popular Colorado (MOPOCO), de orientación reformista. El objetivo principal de mi lucha era mejorar la condición económica y social de los trabajadores del magisterio, consiguiendo un salario digno y una vivienda igualmente digna. Como parte de la lucha por dignificar la educación aplicamos en mi Escuela Alberdi, en San Lorenzo, la metodología de la educación liberadora de Paulo Freire, cuya base era el materialismo dialéctico, método de pensamiento que se aplica a los problemas sociales en el proceso de transformación de la sociedad. Finalmente, y por ironías del destino, cuando de este infierno la mayoría habíamos adoptado las ideas socialistas. Nos habíamos convertido en socialistas por contaminación.

Recuerdo que, durante aquel control, como otras muchas veces, hubo un intenso barullo al que siguió, impuesto por los guardias, un silencio inquietante. El silencio de las cárceles es un silencio más intenso que los silencios normales. Un silencio siempre acompañado por la angustia que generan los pensamientos del preso. Entre mis pensamientos, por ejemplo, siempre tenía presente a mi hija Celeste, de 7 años. En vez de asistir a la escuela estaba en la celda de las mujeres sufriendo el frio igual que nosotros. Por suerte, en su misma celda estaba la heroica luchadora contra la dictadura de Stroessner, la Dra. Gladys M. de Sanneman, hecho que me tranquilizaba, convencido que la protegería de cualquier eventualidad.

Aproximadamente a las seis nos reunieron, como cada día, en el comedor, bajo la sombra de un frondoso árbol de “Guapo y”  bajo la atenta mirada del tristemente famoso coronel José Félix Grau, conocido como el “carnicero de la muerte”, comandante de la prisión. A su lado el jefe de la guardia, mayor Fidel Larramendia, gordito él, y de tan baja estatura que su sable de acero, muy largo, tocaba el suelo produciendo un particular y continuado ruido  metálico.

Con Celeste, mi hija, nos instalamos en la cola del desayuno para poder conversar muy discretamente como pasó  la noche  en la celda de las mujeres.. El desayuno era servido en un jarro de lata con mate cocido negro con tres galletas “tipo cuartel”, es decir, duras como una piedra. El mate cocido tenía un gusto de nafta debido a que el agua que un burrito traía hasta la prisión procedía del contaminado río Piribebuy  y lo transportaba en un recipiente vació de nafta de la marca Shell de 200 litros. Hasta nuestras tripas sentíamos pues al Imperio.

Compartí el desayuno con Celeste, que había venido envuelta en una frazada acompañada de la Dra. Sanneman. Me dio un fuerte abrazo y nos dispusimos a probar aquel infecto desayuno. Noté al instante que no le gustaba en absoluto, pero teníamos tanta hambre atrasada que no teníamos más opción que tomarlo. O Shell o nada, o Shell o Esso, marcas preferidas en Paraguay para los lujosos vehículos de los poderosos. 

Al poco rato el sargento ordenó: ¡Cada uno a su celda!

Cuando volvimos a la celda varios de mis compañeros se volvieron a dormir, a pesar que se sentía en el ambiente el fuerte olor de la nafta. Recordé entonces un anuncio  comercial que oía frecuente por la radio: “Ponga nafta Shell, un tigre en su motor”, aunque nunca pensé al oírlo que, efectivamente, cargaríamos ese veneno en nuestro motor estomacal, cosa que nos provocaba permanentes diarreas.                        

Yo intenté también dormir, pero en mis oídos resonaba todavía el grito del sargento, un analfabeto seguramente entrenado en técnicas de tortura en la Escuela de las Américas, en la zona del Canal de Panamá: Celda 12, ¡Control!. Aquel grito me resultaba familiar, estaba seguro que lo había dio antes. ¿Cuándo? ¿Donde? Me puse a pensar hasta que me di cuenta de que lo que me era familiar no eran los términos sino el volumen de la voz, la expresión de la prepotencia militar/policial propia del poder dictatorial.       

 La historia de esta pesadilla había empezado tres años antes, el 26 de noviembre de 1974, en mi pueblo, San Lorenzo. Aquel día estando en el local del instituto Juan Bautista Alberdi donde me desempeñaba como director, fui detenido por la policía política de Alfredo Stroessner junto con mi sobrino argentino de 17 años, Lorenzo Lidio Jara Pérez, que estaba de visita proveniente de Clorinda. Nos lanzaron como “papas” al interior del famoso “Centro de tortura móvil”, una camioneta marca Chevrolet General Motors utilizada para “precalentar” a los detenidos a cargo de policías especializados en        kárate.  El vehículo era  conocido  popularmente  como  la  famosa  “Caperucita Roja”  que, al pasar  por  las  calles  de  nuestro  barrio, provocaba auténtico pánico entre la  población.

Fuimos trasladados a Asunción, a la que llegamos alrededor de las 20.00 pm. A Lorenzo Lidio lo llevaron a la Sala del Tormento donde debido al “tratamiento” recibido perdió un ojo. A mí me llevaron directamente la oficina del Jefe de Investigaciones, Pastor Coronel, donde se instaló un tribunal militar compuesto por militares y policías de Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Uruguay y Paraguay, o sea una autentica representación de la Operación CÓNDOR.

Durante 30 días me sometieron a intensos interrogatorios, con continuadas torturas. Me tuvieron desnudo y engrillado, solamente faltaba que me colocaran en la frente la palabra INRI, que en este caso significaría “Instigador Natural de la Rebelión de los Infelices”, parafraseando al destacado poeta salvadoreño, Roque Dalton.

Finalmente decidieron que yo era un maestro subversivo y mi delito ser un terrorista intelectual. Posteriormente me comentaron que durante los interrogatorios y torturas el dictador Stroessner estaba sentado al fondo del tribunal para ver y escuchar mis declaraciones y finalmente la condena.Luego de recorrer varios centros de tortura, el 6 de septiembre de 1976 me llevaron por primera vez al campo de concentración de Emboscada, donde una madrugada de 1977 un grito, a modo de aullido de un bruto sargento, nos conminó a ponernos de pie al grito de: Celda 12, ¡Control! Un grito que se repite hoy en mis terribles pesadillas nocturnas y que forma parte de mis especiales recuerdos carcelarios

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.