De cómo hemos ido entregando grandes masas del pueblo al proyecto imperialista por olvidarnos de la esencia cultural del legado de Chávez
«Chávez, en Venezuela no puede haber 4 millones de oligarcas…»
Fidel Castro Ruz 2004, luego de una victoria electoral de la Revolución
Desde inicios de la Revolución se ha dividido la política en Venezuela entre patriotas y oligarcas, luego entre revolucionarios y escuálidos (en referencia a lo débil y pequeño) y más recientemente se habla de chavistas y opositores.
En esta polarización, hasta el gato ha debido tomar partido. Muy pocos se han mantenido al margen de esta polarización. La gran mayoría hemos fijado postura en una Venezuela que sin dudas, ha venido atravesando una revolución política.
Es común escuchar de los opositores que «Chávez dividió a Venezuela» porque antes de Chávez no existía el «odio de clases». De esta manera superficial resuelven la invisibilización política de la que padecían millones de pobres en la Venezuela Puntofijista, millones de pobres que estaban excluidos de la educación, de los derechos laborales, de la comida, del agua, etc. Para, aún, muchos opositores, sencillamente esa gente no existía, Venezuela era solo el este de Ccs, el norte de Maracay y Valencia y algunos sectores lindos de las grandes urbes del país.
Mientras la izquierda venezolana, con desarrollos teóricos muy elaborados, complejos discursos sobre «el papel del trabajo en la transformación del mono en hombre» y sus múltiples fracciones prochinas, prosoviéticas, guevaristas y albanesas, que en general no pasaba del 2% de los comicios electorales, llegó Chávez y aglutinó el acumulado histórico del pueblo y logró unificar a las grandes masas de pobres y capas medias en torno a un idea central: Debemos construir una patria soberana, solidaria y justa. Aún en los escenarios de debate nacional no se escuchan argumentaciones de como un militar sin militancia partidista de izquierda, logró en tan pocos años lo que jamás logro la izquierda partidista venezolana. Algunos incluso, de esta izquierda, nunca reconocieron a Chávez como líder de la revolución. Sus egos y charreteras guerrilleras le impidieron ver la extraordinaria comunicación que construyó Chávez con el pueblo, cosa que ellos nunca lograron.
Es necesario resaltar este hecho porque Chávez ha sido el único capaz, en este siglo, de mover a todo un país y conmover a un continente en torno a los sueños más esenciales y legítimos de la existencia humana universal. Es decir, el discurso, el programa, la comunicación llana, directa y honesta, además de una práctica leal con el pueblo e irreverente con los poderes facticos, configuró lo que se denomina un líder fuerte, expresado en carisma, conocimiento y jerarquía. Por esto fue inderrotable. Por ese conocimiento de la Venezuela profunda y estas cualidades antes mencionadas, los discursos de Chávez en campañas electorales eran «pelas» políticas a los «frijolitos» que se les ocurriera enfrentarlo.
Sin embargo, hubo una trampa en la cual se cayó en los primeros años de Gobierno: La descalificación burlista del contrario sin darle el tratamiento correcto y diferenciado a las «ideas confusas (aquellas en el seno del Pueblo que obedecen a matices y confusiones salvables) de las ideas extrañas de la clase (aquellas que provienen del programa del capital). Claro, habiendo llegado la Revolución Bolivariana al poder por la vía electoral, ¿habríamos podido mantenernos en el sin echar mano de la jocosidad típica caribeña que relajó el cuidado que debíamos tener con sectores trabajadores con mayor nivel de enajenación cultural, como por ejemplo, los profesionales?.
Y decimos que fue un error cometido por el líder en los primeros años de la revolución porque cada vez expresaba con mayor conciencia la necesidad de convencer a sectores confundidos por la propaganda burguesa. Incluso fue el propio Chávez quien mandó a inutilizar la lista Tascón en atención a que había muchos firmantes trabajadores que firmaron confundidos, pero que en esencia eran explotados que debíamos ganarnos para el proyecto revolucionario. En una oportunidad en 2007 pude conversar sobre este tema a solas con el comandante Chávez, particularmente sobre las universidades y la necesidad de ganarnos a estos sectores para el desarrollo nacional, y con frustración me dijo «Sergio, he tratado de plantear este tema en el Gabinete y no encuentro eco». Era el líder lamentando su soledad en esta área.
La afirmación hecha por Fidel Castro en 2004 [1] fue poco a poco asimilada por el comandante y esta llega a su reafirmación plena en el discurso más importante que hizo en vida, su balance y testamento programático: El golpe de timón. En este discurso dijo «exijo autocrítica PÚBLICA» porque nosotros tomamos el poder «por la vía electoral, por lo tanto debemos convencer en vez de imponer». Chávez dejó claro la necesidad de dejar a un lado la soberbia y el sectarismo para poder ganarnos a todos los trabajadores de Venezuela y dejar aislados a los explotadores. Que no era con ofensas y negación de los problemas que íbamos a convencer a los confundidos sino con autocrítica y argumentación fraterna.
Mao en un discurso contra el sectarismo polemizó dentro del PC chino y decía que en China eran más de 1.200 millones de habitantes y el PC tenía poco más de 6 millones de militantes, y se preguntaba si acaso iban a hacer la revolución solo los comunistas, a lo que se respondía No, necesitamos a los comunistas, a los socialistas y a todos los nacionalistas y patriotas que quieran una china independiente y justa. Y en un texto extraordinario denominado El tratamiento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo afirmaba que no era lo mismo la contradicción con el explotador que defiende ideas extrañas (ajenas) a las ideas de la clase trabajadora que la contradicción a lo interno de una comunidad entre vecinos con ideas confusas pero pertenecientes a la misma clase. Estas dos referencias de Mao nos aportan muchísimo a la realidad venezolana. Chávez las comprendió muy bien y en varias ocasiones las citó públicamente. En otras palabras, no podemos tratar la contradicción con un opositor asalariado como la trataríamos con Cisneros, Mendoza o María Corina M.
A pesar de toda la corrección que hizo el comandante Chávez en vida sobre este problema y de tantos llamados a mostrar lo que hacemos, a hacer autocrítica pública, a generar espacios democráticos para corregirnos, es decir, a convencer a TODA la Venezuela trabajadora sobre la legitimidad y justeza de la revolución, este comportamiento sectario se sembró en lo mas profundo de muchos líderes (locales, regionales y nacionales) del chavismo y derivó a la postre, en la calificación de «escuálido» a toda persona que contrariara sus instrucciones.
Eleazar Díaz Rangel en su columna del 22/02/09, señala una afirmación alarmante ya para este momento: «Significativa la cantidad de votos del No en sectores populares, de más bajos ingresos (IV-V o segmentos D-E): 3 millones 290 mil 661 que seguramente viven en los barrios pobres». Más recientemente en las elecciones presidenciales del 2013 la diferencia electoral fue aún más pequeña. La tendencia es clara en cada elección: con la excepción de las elección de alcaldes del 2013, muy influenciadas por la decisión del presidente Maduro de confrontar la guerra económica y radicalizarse contra los especuladores, la base del chavismo decrece y la oposición aumenta ¿Podemos seguir despachando este evidente problema solo con calificar de «escuálidos» a los que no votaron por Nicolás? ¿Resolvemos el problema invisibilizando a un sector de trabajadores de la sociedad que con razón o no, están molestos y son presas fáciles de los explotadores?
Otra perspectiva del problema podemos obtenerla al recordar que en el 98 Chávez ganó porque decía la verdad; decía que había hambre, que había corrupción, que el pueblo estaba excluido, que éramos una nación de valientes y dignos herederos de Bolívar y que necesitábamos una revolución para sacarnos del hueco donde nos habían metido los puntofijistas y los neoliberales. Mientras los adecos y copeyanos decían que «Venezuela gozaba de la más perfecta democracia latinoamericana y que todo estaba bien». El pueblo comparó y dijo «el discurso de Chávez se parece más a lo que yo soy y a lo que yo estoy viviendo». Además Chávez irrumpió con el «Yo asumo toda la responsabilidad» en un país lleno de impunidad donde nadie era responsable salvo el chino de Recadi.
Durante los primeros ocho años la oposición se mostró comunicacionalmente tal y como era: racista, pitiyanqui y fascista. Su comunicación se basaba en «el castrocomunismo», «el zambo de Miraflores», «la verruga de Chávez» y demás expresiones reaccionarias. Prácticamente dejaron solo en el campo de lucha al chavismo con las misiones y la propuesta de distribución social de la renta petrolera. Pero a partir del 2006 cambiaron sus discursos; comenzaron a hablar de la gestión en términos de eficiencia y eficacia. Incluso muchos líderes opositores comenzaron a «reconocer» a las misiones pero a criticar las cosas que molestaban al Pueblo (la corrupción, el burocratismo, la ineficiencia, etc). A partir de este momento el chavismo comenzó a decrecer electoralmente y la oposición a elevarse permanentemente.
Ahora en VTV vemos que estamos bien y todo va sobre ruedas y en canales como Venevisión (que tristemente es el canal que hoy goza de más credibilidad según todas las encuestas serias) vemos la denuncia de los problemas cotidianos. Eso me recuerda aquel cuento de que a los adecos les pasó como a los dinosaurios que comenzaron a ver meteoritos y se maravillaron contemplándolos y resulta que por no saber leer bien el cielo y tomar medidas se extinguieron. Debemos hilar más fino en los mensajes que nos está mandando el pueblo y que el comandante Chávez advirtió como faro en el golpe de timón.
Urge profundizar el análisis de los resultados electorales y debatir ese análisis en todas las estructuras del Partido sin temor a debilitarnos. Por el contrario, la autocrítica nos hace fuertes porque nos permite identificar las fallas y corregirlas. Todo sistema que no tenga un subsistema de control tiende al caos, sostiene como afirmación absoluta la teoría general de sistemas. En el caso de una revolución el subsistema de control es el Partido. Por eso nuestro partido revolucionario, además de ser una eficiente maquinaria electoral y propagandística, debe ser el cabildo permanente donde la militancia opine, se forme, construya propuestas y corrija rumbos. Si este espacio de debate no existe tampoco existirá el subsistema de control. No basta por tanto con aspectos economicistas (mi casa bien equipada, computadoras y celulares de Venezuela productiva, etc.) para tener el apoyo del pueblo. El apoyo irreversible obedece a un desarrollo sustantivo de la conciencia como consecuencia de una revolución cultural que no va a surgir sino de la transformación de la base material económica (economía en manos del pueblo) y política (decisiones en manos del pueblo).
Muchos sectores de trabajadores, incluyendo las capas medias profesionales, con un mayor nivel de enajenación del proyecto cultural imperialista, están molestos por motivos reales o ficticios, pero que evidencia dos cosas: una ausencia de autocrítica que permita reconocer errores frente a estos sectores y/o una incapacidad de comunicar mejor el proyecto socialista. Ambas cosas nos las señaló insistentemente Chávez y aun no corregimos el rumbo en esta materia. Hay que hacer la salvedad del extraordinario impulso que le dio el presidente Nicolás Maduro al Congreso del PSUV en dirección de órgano de interpelación del poder constituido. Eso lo celebramos pues es la dirección revolucionaria correcta que nos dejó Chávez. Pero amén de este esfuerzo, aun es casi imposible decir «cometimos un error aquí» sin ser calificados de escuálidos.
Si algo debemos hacer es retomar la confrontación política de las ideas fundamentales del socialismo, en términos del mundo del trabajo, frente a las ideas fundamentales del capitalismo, en términos del mundo de la mercancía y de la división social del trabajo. Esto es, superar el discurso chavismo-oposición y asumir las categorías explotadores contra explotados. Los explotados, y esto incluye a la mayoría de los votantes de la oposición que son asalariados, están de acuerdo con un programa económico que reivindique el trabajo y su retribución justa, con un programa político que reivindique la democracia participativa y con un programa cultural que reivindique el desarrollo de nuestra conciencia y de los valores más elevados de la humanidad. Los explotadores jamás estarán de acuerdo con estos tres aspectos del programa socialista. En otras palabras, dividir al país entre chavistas y escuálidos desdibuja la lucha de clases y sus programas antagónicos y nos coloca a debatir en el marco de las bajas pasiones. Y es en este escenario, cometiendo nosotros este error, que la oposición puede cabalgar sobre grandes sectores de trabajadores, porque no desnudamos el verdadero carácter irreconciliable de los dos proyectos.
Y aquí entra otro aspecto fundamental, porque no todos los que votaron contra Maduro o que tienen críticas son capitalistas, ni todos los que se rajan las vestiduras por la disciplina y se visten de rojo rojito son socialistas; La polarización chavistas-escuálidos también impide ver al capitalista y autoritario que se disfraza de chavista, que tiene un cuadro de Chávez en su oficina pero manipula al pueblo, torpedea a las comunas y a los concejos comunales, decide por el pueblo, roba, maltrata y ofende a los ciudadanos y pacta con el Capital. Y esto ocurre porque el partido no tiene mecanismos colectivos para evaluar el comportamiento clasista ni la práctica de acuerdo al programa socialista, sino que evaluamos individualmente por los discursos ofensivos y los aplausos que arrea. Hacemos, por tanto, culto a la ofensa y creemos, ingenuamente, que eso define a un revolucionario en vez de definirlo aquel que contribuye constantemente a la unidad consiente de TODO el pueblo trabajador en torno al programa histórico socialista. Aquí urge un cambio de paradigma que, a mi juicio, se corrige con el centralismo democrático del partido. El Partido, es decir, sus órganos COLECTIVOS, deben controlar la gestión de la burocracia para poder detectar y expulsar a estos capitalistas disfrazados.
Igualmente esta polarización desdibuja nuestros objetivos y el de los burgueses. Apenas nos hemos percatado que ellos se parecen a nosotros en discurso, pero no hemos abierto aún debates de fondo sobre, por ejemplo, la renta petrolera y el manejo socialista que se debe dar de ella. Tanta confusión hay en esta materia que cuadros revolucionarios hablan de «subsidios» (categoría neoliberal) en vez de hablar de repartición social de la renta.
Este ejemplo nos introduce en una nueva perspectiva del mismo problema y nos referimos a la crisis de dirección teórica que estamos atravesando con la partida física del presidente Chávez. Decimos con Lenin que «No puede haber practica revolucionaria sin teoría revolucionaria». Pero no nos referimos a los postulados dogmáticos del marxismo congelado del manual de economía política de la URSS, nos referimos a la construcción colectiva, en todos los rincones del país y especialmente del partido, de teoría socialista aplicada a la realidad venezolana actual, enriquecida por toda la experiencia mundial socialista.
La revolución NO puede estar reñida con la teoría. Si alguna ley, que compartimos con el Che, existe en el socialismo, es la ley de la planificación, y esta obedece a una teoría aplicada a nuestra realidad histórica como país rentista dependiente y sus consecuencias económicas, políticas y culturales. Igualmente, la Revolución no puede estar reñida con la ciencia. Simón Rodríguez dijo «Inventamos o erramos», jamás dijo «Improvisamos o erramos». Necesitamos incorporar a la ciencia para aumentar la eficiencia del socialismo frente al capitalismo. Claro, la ciencia no es neutral, por lo tanto siempre debe pasar por el tamiz del debate político y programático que siempre debe orientar las metas estratégicas.
Tenemos extraordinarias condiciones para reorganizar las fuerzas y afinar el rumbo estratégico, corrigiendo las desviaciones (normales en toda revolución) que hemos tenido del mismo. Nuestro pueblo aún tiene esperanzas en el socialismo y sus líderes. Pero lograr esto exige poner en primer plano el problema cultural desde una perspectiva clasista, es decir, la simbología, la comunicación, la ciencia, los métodos y prácticas democráticas. Exige poner al descubierto el verdadero antagonismo de la sociedad capitalista y superar las bajas pasiones. No tenemos otra alternativa. Unamos fuerza para iniciar este extraordinario debate en el seno del pueblo, solo así liberaremos las fuerzas creativas del pueblo, creyendo en él.
[1] Comentario con el que comienza este documento, debajo del título.
Sergio Sánchez es Concejal PSUV del Municipio Santiago Mariño, Aragua
@sergiopsuv
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