«¡Tenemos la necesidad imperiosa de pensar, ¡imperiosa!» Che Guevara [1] AUTOCRITICA Y CRITICA DEL REFORMISMO QUÉ ES EL REFORMISMO TEORÍA MARXISTA E INTERNACIONALISMO EL IMPACTO DE LA GRAN CRISIS EL FRACASO DEL REFORMISMO RESUMEN 1.- AUTOCRITICA Y CRITICA DEL REFORMISMO Iniciamos esta breve y muy sintética charla-debate sobre el Che como crítico del […]
«¡Tenemos la necesidad imperiosa de pensar, ¡imperiosa!»
Che Guevara [1]
- AUTOCRITICA Y CRITICA DEL REFORMISMO
- QUÉ ES EL REFORMISMO
- TEORÍA MARXISTA E INTERNACIONALISMO
- EL IMPACTO DE LA GRAN CRISIS
- EL FRACASO DEL REFORMISMO
- RESUMEN
1.- AUTOCRITICA Y CRITICA DEL REFORMISMO
Iniciamos esta breve y muy sintética charla-debate sobre el Che como crítico del reformismo, organizada por Askapena al cumplirse 44 años del asesinato de Guevara, recordando la frase con la que comenzábamos la conferencia de hace más de tres años sobre el mismo tema. Entonces debatimos sobre la ponencia Los marxismos de Che Guevara (2008), a disposición en Internet, y decíamos que tal como se estaba deteriorando la sociedad capitalista –¡y malvivíamos justo el comienzo de la actual crisis!– teníamos la imperiosa necesidad de pensar críticamente qué estaba sucediendo. La exhortación del Che para que pensáramos, para que ejerciéramos el método dialéctico de la crítica constructiva, y del estudio radical de las contradicciones sociales, parecía entonces una especie de llamado esnobista porque en junio de 2008 aún no había comenzado la segunda fase de la actual crisis, que estalló al finalizar ese verano, pero sí malvivíamos ya bajo sus golpes desde verano de 2007. Pero no éramos los únicos, en ese mismo mes de junio A. Borón [2] explicaba magistralmente cómo el Che había recreado el marxismo de forma decisiva:
«El legado teórico del Che es inmenso y la tarea de recuperarlo recién ha empezado. Sus pesimistas apreciaciones sobre la escena internacional de su tiempo, dominada por la «coexistencia pacífica» proclamada por la URSS , fueron proféticas; su visión de que no se puede construir el socialismo «con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo» es irrebatible a la luz de la experiencia reciente; sus análisis sobre la naturaleza incorregible y brutal del imperialismo se corroboran día a día, desde los «bombardeos humanitarios» de Bill Clinton hasta las torturas a niños y niñas iraquíes de 10 a 12 años definidos por Bush y su pandilla como «amenazas imperativas», tal como lo expusiera Juan Gelman en este diario el pasado 12 de junio; igualmente preciso es su diagnóstico sobre la centralidad de la ideología cuando dice que «el capitalismo recurre a la fuerza pero además educa a la gente en el sistema» y lo viene haciendo desde hace quinientos años, con lo cual nos convoca a librar la «batalla de ideas» en todos los frentes. Y así podríamos seguir enumerando hitos de una reflexión teórica que no se detiene ante el saber establecido y prosigue incansable su marcha hacia horizontes de comprensión cada vez más profundos y abarcativos. Cuatro décadas después de su cobarde asesinato, el Che está más vivo que nunca».
A. Borón profundizaba en este texto en una serie de reflexiones comunes en la izquierda de las Américas, mientras que gran parte de la izquierda europea [3] seguía viendo al Che en 2007 como el revolucionario antiimperialista hecho famoso por una fotografía y por su muerte, pero asegurando que en la medida en que creciese el imperialismo europeo, el Che se haría más y más conocido y necesario. Pero, ahora , en otoño de 2011, cuando leemos en la prensa crítica que la pobreza y la precarización vital sigue extendiéndose como una plaga por Euskal Herria [4] y por el mundo, comprendemos la urgencia de enriquecer nuestro pensamiento, llenarlo de contenido teórico y, sobre todo, avanzar en propuestas prácticas. Cuando el Che hablaba de pensar, hablaba de mejorar la acción revolucionaria. Para él, el pensamiento era un componente esencial de la acción, de la práctica. Por eso era un pensamiento crítico. Y con esta aclaración queremos empezar nuestro debate hoy: he citado el texto que ofrecí entonces al sacrificio público, el de los marxismos del Che, porque pienso que debemos ejercitar permanentemente la crítica, y que es más necesario hacerlo conforme se aceleran e interactúan las contradicciones del sistema y tienden a aumentar las resistencias populares, pero a la vez tienden a reorganizarse y a contraatacar las fuerzas reaccionarias, como está sucediendo.
Sin embargo, la crítica y la autocrítica son casi desconocidas en la izquierda revolucionaria, incluida la independentista y socialista vasca. Somos más dados a la descalificación y al desprecio, a la imposición dogmática, que al debate fraterno y creativo, a la crítica constructiva. ¿Por qué? Una parte fundamental de la respuesta la encontramos en las palabras de V. Morles Sánchez [5] que no puedo dejar de citar:
«Criticar es juzgar con valentía, es identificar méritos y debilidades; develar lo oculto, actuar de forma abierta y no dogmática; llamar a las cosas por su nombre. Es una actividad que implica riesgos porque el ser humano (autor también de las obras criticadas) es un ser contradictorio y orgulloso que construye, inventa y progresa, pero teme los juicios que puedan descubrir sus errores o debilidades. La crítica es, por naturaleza, polémica; genera discordias y enemigos, pero también amigos. Puede producir ideas y conocimientos, así como cambios, siempre necesarios, en las obras y en los seres humanos. De allí que lo normal es que el poder establecido o dominante trate siempre de suprimir o de ocultar la crítica»
Vamos, pues, a criticarnos a nosotros mismos, como independentistas, como comunistas, yo al menos sí, mediante el estudio del Che, analizando cómo estos más de tres años transcurridos desde aquél debate premonitorio han reforzado la actualidad de este marxista que murió con un fusil en una mano y con un libro en la otra. Debemos hacerlo porque la desidia e indiferencia teórica de la izquierda revolucionaria durante los pasados años de envenenado y podrido auge capitalista, a excepción de honrosos casos, ha sido co-responsable de la impunidad con la que el reformismo descarado o encubierto, y la casta académica e intelectual, han estado diciendo las mayores tonterías sin encontrar respuesta crítica alguna. La industria político-mediática y cultural, el sistema universitario, siervo del capital [6] , han sido y son fuerzas disciplinadotas que imponen lo que J. P. Garnier [7] define como «la voluntad de no saber» de la casta intelectual:
» ‘Capitalismo’, ‘imperialismo’, ‘explotación’, ‘dominación’, ‘desposesión’, ‘opresión’, alienación’…Estas palabras, antaño elevadas al rango de conceptos y vinculadas a la existencia de una «guerra civil larvada», no tiene cabida en una «democracia pacificada». Consideradas casi como palabrotas, han sido suprimidas del vocabulario que se emplea tanto en los tribunales como en las redacciones, en los anfiteatros universitarios o los platós de televisión».
La crítica del reformismo, en cualesquiera de sus formas, es en estos momentos una necesidad tan imperiosa como la de pensar, porque, además de otras causas, el reformismo político-sindical es una de las fundamentales razones que explican por qué los pueblos trabajadores de los grandes Estados imperialistas todavía se encuentran muy lejos de pasar a la fase ofensiva de la lucha revolucionaria, la fase en la que se atacan directamente los pilares de la civilización del capital, como son la propiedad privada de las fuerzas productivas y el Estado burgués. De hecho, pensar y criticar el reformismo son la misma y única cosa, porque el reformismo se basa en la credulidad, en la fe y en la ignorancia de la historia humana, mientras que el pensamiento se basa en la consciencia de la contradicción irreconciliable y en el principio de la objetividad de la explotación.
2.- QUÉ ES EL REFORMISMO
Pero antes de seguir debemos precisar lo suficiente qué es el reformismo. Dicho con rapidez, es la negación de la dialéctica entre los fines y los medios, entre los objetivos por un lado, y por el otro la estrategia y la táctica. La ruptura de esta dialéctica, que puede ser gradual y no traumática, termina conduciendo al movimiento revolucionario al desastre bien por la integración en el orden burgués, bien por su destrucción brutal al haberse confiado en las promesas del Estado. D. Coates [8] define como reformismo la tesis que sostiene que se puede avanzar al socialismo aprovechando las instituciones, leyes, aparatos estatales burgueses, que se trata de un tránsito gradual, pacífico. Las bases del reformismo provienen del socialismo utópico y de corrientes de la Ilustración , pero encuentran muchos de sus argumentos en las tesis revisionistas elaboradas a finales del siglo XIX y que, según B. Gustafsson [9] , se caracterizan por negar tres principios elementales del marxismo: uno, la teoría de la explotación y de la plusvalía; otro, la teoría del Estado, de la democracia y de la violencia; y por último, la teoría del conocimiento, la dialéctica materialista.
Por su parte, el Che, dice N. Kohan [10] y con razón, hace hincapié en tres requisitos fundamentales para el triunfo de la revolución que, añadimos nosotros, niegan frontalmente las tesis reformistas y revisionistas: Primero, la lucha contra el Estado capitalista y la lucha por la toma del poder por el proletariado; segundo, la recuperación del sujeto revolucionario, activo, consciente, ofensivo, que no se limita a esperar la llegada de las «condiciones objetivas», sino que además las impulse con su consciencia subjetiva de masas, creativa y por ello también objetiva; y tercero, que tanto el poder proletario como el sujeto colectivo luchen por un humanismo socialista, comunista, irreconciliable con la demagogia burguesa, que empiece a practicar una forma de vida cualitativamente superior a la alienada y fetichizada del capital. Estimamos que no es necesario seguir amontonando más definiciones sobre el reformismo porque lo esencial, lo permanente, está ya dicho:
Uno, el reformismo rechaza parcial o totalmente la teoría de la explotación porque aceptarla le obligaría a aceptar la necesidad de la lucha política revolucionaria. La explotación existe porque la burguesía posee las fábricas y el capital, mientras que la humanidad trabajadora no posee más que su fuerza de trabajo. Frente a esto, el reformismo propone aumentar los salarios, pero se niega a socializar las fábricas y los bancos, devolviéndoselos a sus verdaderos propietarios, a la humanidad trabajadora y explotada.
Dos, el reformismo rechaza la teoría marxista del Estado, que sostiene que éste es un instrumento decisivo de la burguesía para mantener la explotación y asegurar la propiedad privada, por el contrario, el reformismo sostiene que el Estado de la burguesía es neutral, puede ser utilizado a favor del pueblo y dentro del socialismo, por lo que no hay necesidad de destruirlo y menos violentamente. De lo que se trata es, dicen, de lograr una abrumadora mayoría legal, la «sociedad civil», que sólo con su peso electoral convenza a la minoría para que, pacíficamente, vaya devolviendo sus empresas, bancos y armas al pueblo desarmado.
Tres, niega la dialéctica y acepta el neokantismo porque rechaza la unidad y lucha de contrarios irreconciliables, la posibilidad de conocer y transformar el mundo, la necesidad de dar el salto cualitativo, revolucionario, a una situación nueva, mientras que cree que es posible quedarse con lo «bueno» del capitalismo rechazando lo «malo», y sostiene que no puede ser destruido porque, en el fondo, es incognoscible. Por esto, el reformismo debe rechazar la teoría marxista de la crisis, imprescindible para conocer qué es el capital y cómo funciona.
Cuatro, el reformismo acepta la alienación y el fetichismo porque combatirlos le llevaría a enfrentarse con la propiedad privada, con el mercado, con la ley del valor-trabajo y con el valor de cambio, pilares de la civilización del capital, aceptando así la forma de vida burguesa, centrada en el fetichismo de la mercancía y en la alienación. A lo sumo que puede hacer un «reformismo verde», ecologista, es a proponer el «consumo responsable» y el decrecimiento, en vez de un socialismo ecologista y antiimperialista, el eco-comunismo.
Y cinco, mundialmente el reformismo critica lo «malo» de la llamada «globalización», proponiendo el «diálogo de civilizaciones», la «gobernanza mundial democrática», la reforma negociada de instituciones criminales como el FMI, el BM, la OMC y otras, bajo la «supervisión de la ONU. El marxismo plantea abiertamente tanto el derecho a la independencia de los pueblos como que la Tierra pertenece a las generaciones futuras y a los pueblos que la habitan, lo cual conlleva la derrota del imperialismo, la devolución de la Tierra a los pueblos y fin de la propiedad privada material e intelectual.
Resumido el reformismo en su quintaesencia, lo primero que debemos dejar en claro es que el método teórico del Che que sustenta y asume esta definición, ha superado la prueba de la historia en lo referente a la evolución de las contradicciones capitalistas, según muestra O. Martínez [11] contundentemente. Como se aprecia, nos limitamos al debate sobre la naturaleza esencial del capitalismo, sobre sus contradicciones insalvables, y no a otros debates particulares y más concretos, por ejemplo el de la planificación socioeconómica, la valoración de la NEP, el papel del mercado en el socialismo, el papel del cooperativismo obrero en el avance al socialismo y a la superación de las categorías mercantiles, etcétera. Para la crítica actual del reformismo y para la defensa del internacionalismo debemos centrarnos, antes que nada, en la naturaleza esencial de la explotación burguesa, y en su carácter mundial, imperialista.
3.- TEORÍA MARXISTA E INTERNACIONALISMO
Hablar del Che es lo mismo que hablar de crítica implacable del reformismo, del internacionalismo militante, de la unidad de objetivos históricos que unifica a la humanidad trabajadora en su lucha contra el capitalismo a nivel mundial. La práctica antirreformista del Che es parte de esta concepción, y no a la inversa. Si definimos el modo de producción capitalista como una realidad mundial, entonces la lucha contra el reformismo adquiere un contenido mucho más grave y decisivo, porque cualquier concesión a la burguesía en cualquier parte del mundo se vuelve en el acto como una traición a los intereses emancipadores de las luchas concretas y particulares, por distantes que estén e insignificantes que parezcan. Tampoco hace falta decir que el internacionalismo del Che era la forma que adquiría su extremo respecto por la lucha de liberación de los pueblos sojuzgados por el imperialismo, de modo que la lucha por la independencia era en él la expresión práctica y concreta de la lucha antiimperialista e internacionalista. Pero sí hay que insistir en que, con toda razón, para el Che el internacionalismo y la liberación antiimperialista eran parte del choque a muerte entre el capitalismo y el socialismo, no existiendo fricción alguna en esta contradicción irreconciliable abierta desde 1917 –más vigente ahora que entonces, como veremos–, y las liberaciones antiimperialistas.
Pérez Hinojosa [12] explica cómo la lúcida visión del revolucionario argentino sobre las traiciones de las burguesías llamadas «nacionales», que se plegaban a las exigencias del imperialismo en contra de sus pueblos, coincidía con las concepciones revolucionarias de Mariátegui sobre el internacionalismo, la unidad continental de la lucha latinoamericana y su naturaleza socialista, la esencia criminal del imperialismo, etc. No hace falta recordar que Mariátegui investigó y teorizó mejor que nadie en su época el decisivo papel de la emancipación de los pueblos autóctonos indios dentro de la revolución socialista latinoamericana, emancipación que se centraba en la reconquista de la propiedad de la tierra por estos pueblos, acabando con la propiedad privada de terratenientes, burgueses y transnacionales capitalistas. Nos encontramos aquí ante una de las afirmaciones decisivas contra el reformismo: ¿se puede confiar en la burguesía? Los reformistas dicen que incluso se puede y se debe confiar en lo estratégico, y no sólo en lo táctico, es decir, creen que la burguesía respetará.
Nosotros pensamos, al igual que Pérez Hinojosa, que el marxismo del Che, como el de Mariátegui, iba más allá de Latinoamérica, era mundial, y que este contenido definidor es una de las razones que explican el por qué han aparecido fotos y camisetas con la imagen del Che en movilizaciones de masas de la reciente Primavera Árabe a pesar de la impresionante campaña de desprestigio que sufre, solamente equiparable a la que sigue soportando Lenin. N. Malaj [13] estudió hace tiempo las dos peores maneras de tergiversar al Che para silenciar su praxis: santificándolo o excomulgándolo, demostrando que tanto un método como el otro buscaban el mismo objetivo, destruirlo. Una forma más tosca y zafia, y por ello inútil como se ha demostrado, fue la de A. Vargas Llosa [14] quien con una serie de cuatro artículos en los que arremetía con el Che y, de rebote y desde el inicio, contra quienes le rinden «culto» tachándolos abiertamente de ignorantes. Los insultos y el menosprecio siempre han sido características de la ideología burguesa y muestran su ausencia de razón y argumentos. Otra manera de negar al Che directamente a la vez que se dice reivindicarlo fue la de G. Llamazares a la sazón Coordinador General de IU, al reducirlo a simple utopista romántico que buscaba «reconstruir el contrato social con una agenda diferente» [15] . O sea, se reduce el Che a un defensor de la ideología burguesa del «contrato social».
La actualidad antirreformista e internacionalista del Che, como la de Lenin, se acrecienta porque ambos acertaron de pleno en la única solución históricamente válida que tiene la humanidad trabajadora para emanciparse de sus cadenas: lucharon hasta la muerte por la conquista del poder proletario y por el triunfo de la revolución mundial. Bien es cierto que Marx y Engels defendieron lo mismo, y lo teorizaron con una profundidad científico-crítica que demuestra la superioridad cualitativa del marxismo sobre la ideología burguesa y sus «ciencias sociales», pero vivieron en una fase y contexto capitalista en los que no se habían desarrollado tanto las contradicciones del sistema. Además de otros marxistas, como Rosa Luxemburgo y un largo etcétera, Lenin y Guevara llevaron a la praxis esa solución esencial en sus respectivos contextos vitales.
En realidad, no fue un «acierto», no «acertaron de pleno» en la solución, como he dicho arriba abusando de la licencia literaria. Fue el resultado de una sostenida praxis en la que la acción se simultaneaba con el pensamiento, la mano con el cerebro. Lenin y el Che, y los marxistas en su conjunto, se caracterizaron por una titánica militancia teórica, por un esfuerzo científico-crítico casi sobrehumano. Por poner el ejemplo de Lenin, según explica P. A. de Sampaio [16] , entre 1912 y 1916 el revolucionario bolchevique estudió 148 libros y 232 artículos sobre economía, releyó El Capital de Marx y el grueso de Hegel, y redactó más de 20 cuadernos de anotaciones, y todo esto para escribir el Imperialismo, los textos sobre el Estado, los Cuadernos de Filosofía, etc., obras fundamentales.
La potencia intelectual del Che no estaba a la zaga de la de Lenin, y de la de otros marxistas. N. Kohan ha explicado en su libro [17] cómo fue y como funcionó la mente del Che en las muy duras condiciones de la guerrilla boliviana, y en general durante toda su vida militante. Especial valor debemos otorgar a sus reflexiones críticas sobre la filosofía oficial de la URSS, nada dialéctica y sí mecanicista y economicista, a los avances en la crítica del dogma soviético y en la elaboración de una dialéctica marxista por parte del Che precisamente en sus años más ricos en praxis. La lapidaria frase del Che: «Huir del mecanicismo como de la peste [18] » dicha durante los premonitorios debates socioeconómicos, lo sintetiza todo. Entre varios de sus muchos ejemplos del dominio de la dialéctica, en 1963 el Che [19] afirmó que «entre los contrarios antagónicos no puede haber equilibrio» y poco más adelante que «en los propios países socialistas hay un desarrollo desigual que se transforma, mediante el comercio, en un intercambio desigual, o, lo que es lo mismo, en la explotación de unos países socialistas por otros». Permanente unidad y lucha de contrarios antagónicos, y salto cualitativo al surgimiento de la explotación entre países socialistas, esto es dialéctica marxista pura; pero sobre todo es abrir brecha debajo de la línea de flotación del reformismo que cree en el equilibrio general y en la no contradicción antagónica.
También aquí, en el decisivo aspecto del método y de la epistemología, el Che actuó como marxista en el pleno sentido de la palabra. Recordemos que Marx y Engels «volvieron» a Hegel en los momentos en los que su pensamiento se retrasaba frente a la realidad en movimiento. Lo mismo hicieron Lenin, Mao, Trotsky, Gramsci, etc. La importancia de la dialéctica está demostrada no sólo por el avance científico, sino y en lo que ahora nos interesa, por su poder para abrir nuevos espacios de reflexión conforme la praxis avanza, y estamos convencidos de que el Che más temprano que tarde su hubiera lanzado a fondo al estudio del mal llamado «problema indígena», descuidado al extremo por las izquierdas latinoamericanas europeizadas en extremo. A. Pérez [20] hizo un seguimiento muy exhaustivo de este asunto clave para entender muchas de las derrotas en el pasado y para comprender el presente. En el marxismo del Che, pensamos nosotros, están dadas sin embargo muchas de las bases para avanzar en la resolución de este problema decisivo, que en palabras de Mónica Bruckmann consiste en «nacionalizar el marxismo» [21] , en «enraizar en los problemas locales», en apropiarse intelectualmente de la matriz y tradición sociocultural e histórica del pueblo en el que se realiza la revolución.
Dado que el marxismo del Che se enfrento radicalmente a la colonización intelectual [22] imperialista, dado que se había formado leyendo también a los marxistas latinoamericanos que eran críticos con respecto al el dogmatismo occidentalista de la URSS, y dado que comprendió perfectamente la importancia de la revolución en África [23] , unido a su desarrollo creativo de la dialéctica, por estos y otros indicios muy sólidos, se puede sostener que, de haber seguido viviendo, el Che hubiese terminado abriéndose al mal llamado «problema indio» como una de las fuerzas revolucionarias fundamentales para el avance del socialismo. Pero esta apertura a nuevas realidades sólo podía basarse en la solidez de un método teórico, el marxismo, frontalmente opuesto a las sucesivas degeneraciones reformistas.
4.- EL IMPACTO DE LA GRAN CRISIS
Desde la derrota del movimiento obrero occidental, alrededor de la mitad de la década de 1980, la credulidad reformista y el democraticismo pacifista fueron penetrando en el capitalismo imperialista, por la puerta abierta por el eurocomunismo, la socialdemocracia de izquierdas, la casta académica e intelectual progre y la propia fuerza alienadora del fetichismo de la mercancía. En el Estado español, por ejemplo, la aparición del movimiento 15-M ha reabierto el debate sobre los límites del pacifismo a ultranza, especialmente cuando, como era de esperar, se ha endurecido la represión. A. Unsain [24] ha reflexionado muy correctamente sobre esta decisiva cuestión de la que el reformismo se escabulle sistemáticamente:
«La violencia engendra violencia, es verdad, pero ya esta bien de que siempre seamos los mismos los que tengamos que poner la otra mejilla sin derecho a defendernos. Hoy, más que nunca, es necesario recordar a los que se alzaron contra el poder a base de pólvora y dinamita y llevaron la acción revolucionaria hasta sus últimas consecuencias. En estos tiempos quizás existan otras herramientas de lucha tan efectivas como las armas pero sería injusto olvidar las enseñanzas de los condotieros y guerrilleros que entregaron hasta su último aliento por la victoria del proletariado y por la libertad de los pueblos. Renegar de su ejemplo sería traicionar a la ética revolucionaria y dar un gran paso atrás sobre la historia de las luchas sociales. Hay que sumar todas y cada una de las formas de defensa que tengamos a nuestro alcance. Quizás aún sea pronto para concienciar a una sociedad tan lobotomizada como la nuestra, con una clase media que aún respira y con parte de la clase pobre aún soñando con ser tan rica como sus opresores. Pero será necesario estar prevenidos porque la turbina capitalista terminará por triturar definitivamente todos nuestros derechos. Entonces el pueblo consciente, de sus actos y sus objetivos, tendrá que responder enérgicamente ante la avaricia de los mismos que en otros tiempos, no muy lejanos, pagaron con sus vidas»
La atroz crisis capitalista emergida definitivamente en 2007, anunciada por crisis parciales cada vez más graves y frecuentes pero que ha cogido desprevenida a la supuesta «ciencia económica» burguesa [25] , ha confirmado la urgencia de avanzar en la socialización de la propiedad privada y en la destrucción del Estado burgués para sustituirlo por un Estado obrero en consciente proceso de autoextinción. La agudización de la crisis, que se comprueba a diario mediante muy serios estudios críticos [26] pero también leyendo a la prensa burguesa [27] , está dañando cada vez más las condiciones de vida y trabajo de la humanidad explotada, y no sólo en el aspecto físico sino globalmente, en el psicosomático según explica Ángeles. Maestro [28] . El pudrimiento de las condiciones vitales no es sólo efecto de la sobreexplotación burguesa, sino además del carácter capitalista de la industria de la salud y de la mercantilización de la ciencia, como denuncia Concepción Cruz [29] .
Aún así, esto es sólo una parte del problema general, ya que el sistema está a punto de cruzar el umbral de la irreversibilidad si no se detiene y revierte la aceleración del déficit ecológico [30] : «entendido como el diferencial entre los recursos naturales que se generan anualmente y los que se destruyen (…) al actual ritmo de consumo los recursos generados por el planeta sólo permiten satisfacer la demanda de esos recursos hasta el 27 de septiembre: todo lo que se consume hasta final de año es a cuenta de recursos que el planeta no puede producir y de contaminantes que la tierra no es capaz de absorber (…) La población del globo necesitaría cinco planetas para vivir al ritmo de consumo de recursos de un ciudadano de Estados Unidos y tres planetas para vivir como un español. Pero solo un planeta para vivir como un ciudadano de la India. España consume 3,35 veces más que su biocapacidad: si los españoles tuvieran que subsistir con sus propios recursos, al ritmo actual estos se habrían agotado el 19 de abril».
¿Y después del 19 de abril de 2011, qué pasaría en el Estado español? Siendo importante esta pregunta, la decisiva es la que atañe a la humanidad entera, y la que introduce la cuestión de cómo frenar y revertir el déficit ecológico antes de que llegue a un punto crítico de no retorno, antes de que estalle abriendo una crisis ecológica irreversible, posibilidad que va avanzando a alta probabilidad, como lo ha demostrado el «accidente» de Fukushima [31] y se comprueba a diario con la militarización del espacio exterior que nos pone al borde del Armagedón, una dinámica imparable antes [32] de la crisis actual, y acelerada en el presente. La respuesta a las interrogantes vistas no es otra que la lucha política orientada a la creación de un poder revolucionario suficientemente fuerte como para detener y revertir la mercantilización de la naturaleza, y aquí hablamos directamente de lucha de clases [33] a nivel mundial, es decir, y añadimos nosotros, una lucha de clases internamente unida a la libertad de los pueblos.
Sin entrar ahora a las ambigüedades de ciertos ecosocialismos, sí hay que reivindicar y actualizar el contenido naturalista y ecologista profundo del marxismo originario [34] , que nos aporta el único método praxeológico capaz de detener y revertir la catástrofe que está provocando el capitalismo. Tiene razón M. A. Adame [35] cuando, repasando todo lo aquí visto y más, argumenta la necesidad de la «revolución eco-comunista» como única alternativa. No debe extrañarnos, por tanto, que bajo la dirección de los EE.UU. el imperialismo haya llevado la militarización [36] a las cotas más altas en su historia.
5.- EL FRACASO DEL REFORMISMO
Teniendo en cuenta todo lo que aquí hemos expuesto de forma tan sintética, es innegable que la aceleración sinérgica de todas las contradicciones ha destrozado, como mínimo, cinco grandes mitos reformistas que han desviado a las izquierdas en los últimos lustros:
Uno es el de la democracia en abstracto, vacía de contenido de sexo-género, de nación y de clase, y dotada de milagrosas virtualidades transformadoras pero en realidad inseparable del «comercio de la guerra» [37] , y de la dictadura de una muy reducidísima minoría de la población. A. Jalife-Rahme [38] ha cifrado en menos de diez personas la cuantía humana del enano grupito financiero que controla las finanzas del mundo. Sin ir muy lejos, en la parte de Euskal Herria [39] bajo dominación española, en 2010 el 1,2% de la población era propietaria del 44,78% de la riqueza total, y todo indica que ese grupito se reduce a la vez que aumenta su propiedad privada en detrimento de la mayoría inmensa de la población. En los EE.UU. casi el 49% de los legisladores son oficialmente «ricos», propietarios de cuantiosas fortunas, y además, según la investigado D. S. Mexidor [40] , en medio de la recesión de 2008-09 sus ingresos aumentaron un 16%, y en 2010 aumentaron un 19% mientras que los ingresos de la mayoría popular, bajaron un 15%.
Todos los estudios internacionales muestran el aumento de las distancias socioeconómicas entre la minoría propietaria que decide la política socioeconómica, y la mayoría cada vez más empobrecida: una democracia de ricos. No hay duda de que el Che se opondría decididamente y con medidas radicales a este aumento de la explotación de la mayoría por la minoría, explotación no combatida por el reformismo [41] , e incluso apoyada directa o indirectamente con su política de colaboración con las medidas anticrisis impuestas por la burguesía.
Otro mito destrozado, el segundo, que está relacionado estrechamente con el anterior y a la vez nos prepara para el siguiente, es el del fracaso de la «democracia radical» tan alabada por un sector de la izquierda reformista a finales del siglo XX, bajo la dirección ideológica de Ch. Mouffe y E. Laclau [42] , entre otros. La «democracia radical» ha terminado plegándose sumisa a las exigencias del capital financiero para que los Estados gastasen en sus corruptos y arruinados bancos unas masas de capital inimaginables para cualquier persona normal, de la calle. La «democracia radical» de finales del siglo XX y primeros años del XXI lo único que ha conseguido ha sido engañar y desorientar a miles de jóvenes estudiantes obreros y pequeño burgueses que en la universidad han tenido que leer la demagogia radicaloide, obligados por sus profesores. Ch. Maouffe respondió así a una pregunta sobre en que consiste la democracia realizada por M. López de San Miguel [43] :
«El objetivo de la democracia no es que todo el mundo se ponga de acuerdo, hay posiciones irreconciliables. Critico a las tradiciones teóricas que dicen que la política democrática busca consensos. Habermas indica que el consenso se busca a través de procesos deliberativos, argumentos racionales. Yo no coincido con él. La política tiene que ver con el conflicto y la democracia consiste en dar la posibilidad a los distintos puntos de vista para que se expresen, disientan. El disenso se puede dar mediante el antagonismo amigo-enemigo, cuando se trata al oponente como enemigo -en el extremo llevaría a una guerra civil- o a través de lo que llamo agonismo: un adversario reconoce la legitimidad del oponente y el conflicto se conduce a través de las instituciones. Es una lucha por la hegemonía».
Como vemos, la «democracia radical» de Ch. Mouffe se mueve dentro de los límites institucionales, de los límites impuestos por el Estado burgués, aunque disfrazado este reformismo con un ataque fácil y cómo a Habermas y con una fraseología conflictivista típica de la sociología burguesa. ¿Cómo va a reconocer la «legitimidad del oponente», del capital, la clase trabajadora que día a día va empobreciéndose más y sufriendo un dramático empeoramiento de sus condiciones de vida y trabajo? En 1845 Engels [44] dijo que «La democracia de hoy en día es el comunismo. Otra democracia sólo puede existir ya en las mentes de los visionarios teóricos, quienes no se preocupan por los acontecimientos reales (…) La democracia se ha convertido en principio proletario, en principio de las masas». En las condiciones de 1845 la democracia implicaba el comunismo, y viceversa. ¿Qué ha cambiado para mejor de entonces a ahora? Nada, todo ha empeorado si partimos del criterio de las potencialidades liberadoras implícitas en el empleo democrático de las fuerzas productivas, en la dirección colectiva, socialista, de su desarrollo e incremento en beneficio de la humanidad y no de la minoría propietaria. En este sentido decisivo, desde 1845 las fuerzas destructivas y opresoras se han incrementado mucho más que las fuerzas constructivas y emancipadoras, y cualquier debate sobre la «democracia radical» tiene que partir de esta lección histórica.
J. Vasco Fagundes [45] ha descubierto el vacío teórico de la palabrería de Ch. Mouffe, sin citarla, al central el problema de la democracia en la fetichización de la realidad sociopolítica y económica, lo que invierte y tergiversa, también oculta e imposibilita, el conocimiento crítico del capitalismo, del proceso de explotación y del Estado de clase, y el autor está en lo cierto cuando otorga a Lenin el mérito de enriquecer la crítica marxista de la democracia burguesa relacionándola con el fetichismo: » Aquello sobre lo que, muy agudamente, Lenin llama la atención, es la incongruencia de hablar de cosas como «la democracia en general», la «democracia pura», la democracia por encima, al lado o aparte de las contradicciones y de las luchas sociales que están en su base y donde se enraíza. La democracia no puede, según Lenin, tomarse de modo abstracto, fetichista, sin un horizonte dialéctico de concreción. ¿Democracia para quién? ¿Para qué clases? ¿En interés de quién? ¿De qué clases?».
La respuesta a estas preguntas nos introduce, además de en el problema del poder y del Estado, también en el problema de la justicia, de la ética y de los valores, sobre todo en largos contextos de crisis estructural, como ahora. No puede ser de otro modo: ¿qué clase social impone a la mayoría una determinada política socioeconómica y represiva que empeora drásticamente sus condiciones de vida? Según R. Bissio [46] :
«El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) ha estudiado las políticas sociales y fiscales en ciento veintiocho países en desarrollo, y concluye que si bien la mayoría de los gobiernos protegió a sus poblaciones vulnerables, y en particular a los niños, del impacto de la crisis en 2008 y 2009, a partir de 2010 comenzó a registrarse una contracción prematura del gasto social. Más de noventa países (setenta por ciento de los encuestados) habrán reducido sus gastos en 2012 y una cuarta parte está en camino de una «contracción excesiva», o sea un corte de sus gastos sociales a niveles inferiores a los que tenían antes de la crisis
La experiencia indica que los niños y los hogares pobres son los más impactados por las medidas de austeridad, dice el equipo de investigadores de UNICEF dirigido por la española Isabel Ortiz. «La ventana de oportunidad en el desarrollo fetal y del infante es pequeña y una privación hoy puede tener impactos irreversibles en las capacidades físicas e intelectuales, que reducirán la productividad del adulto y costará muy caro al país»».
Hemos escogido deliberadamente el estudio de R. Bissio porque, primero, se centra en los llamados «países en desarrollo», es decir, en los más explotados por el imperialismo y con unas burguesías generalmente débiles, colonizadas y colaboracionistas con el capital transnacional y con los grandes Estados; segundo, porque ya hemos dado cifras sobre el aumento de la problema en los capitalismos imperialistas; y tercero, porque al tratarse de pueblos bajo la presión imperialista, cobran definitiva autoridad las ideas de Che Guevara sobre la justicia como instrumento de emancipación colectiva, cuestión inserta lógicamente en la definición de democracia. F. Lizárraga [47] ha estudiado el concepto de justicia en el Che, sus fases de concreción en la lucha contra los restos del capitalismo y en el avance al socialismo, y su imbricación genética con la democracia popular. Si siempre tiene especial importancia lo que dice F. Lizárraga sobre la interacción entre abundancia y justicia, ésta se acrecienta durante las largas crisis estructurales y en los pueblos empobrecidos. La palabrería de Ch. Mouffe sobre la «democracia radical» se enfrenta aquí a un límite insalvable: ¿cómo fusionar abundancia y justicia dentro de las instituciones burguesas, respetándoles, no destruyéndolas para abrir el camino al comunismo? El Che nos ofrece la respuesta: la toma del poder político por el pueblo trabajador.
El tercer mito destruido por la crisis actual, ha sido el de la supuesta cientificidad de la economía política burguesa, que ha sido cogida por sorpresa por la gravedad, profundidad y complejidad de la crisis estructural, como ya hemos dicho arriba. Han sido las «ciencias sociales» en su conjunto, las que han quedado ridiculizadas por la hecatombe iniciada en 2007, y en especial la «ciencia económica», cosa nada sorprendente si leemos las muy recientes superficialidades sobre Weber y la economía actual [48] , cuando ya hacía algunos años R. Brenner [49] , entre otros marxistas, había advertido del deterioro imparable del capitalismo en su misma estructura interna: la tasa media de beneficios. No nos cansaremos en insistir en que para conocer el capitalismo hay que conocer a la vez la teoría marxista de las crisis [50] del capital, su «lógica desconocida» [51] . La incapacidad de la «ciencia económica» para conocer las leyes del movimiento del capitalismo está en la raíz no sólo del fracaso a la hora de advertir de la proximidad de la crisis, sino sobre todo y fundamentalmente, en su incapacidad actual para combatirla, aunque algunas fracciones muy reducidas del capital se estén enriqueciendo escandalosamente, realidad que confirma a la tesis marxista.
Che Guevara no vivió nunca una crisis tan global y sinérgica como la presente, aunque para 1967 ya se estaban acumulando las contradicciones que estallarían en forma de crisis muy poco tiempo después. De cualquier modo, sus profundos y rigurosos estudios de marxismo, y la importancia que daba a la teoría del valor-trabajo, le estaban preparando, sin dudas y si hubiera seguido vivo, para responder muy correctamente a la crisis de finales de los ’60. Por otra parte, lo más probable es que el Che estaría plenamente de acuerdo con la tesis, que nosotros asumimos, defendida por J. Beinstein [52] de que el actual caos no hace sino replantear con más fuerza aún la urgencia del comunismo como alternativa al capitalismo. Este autor explica que la sinergia de subcrisis concretas, ecológica, energética, económica, político-militar, etc., genera un salto cualitativo a una crisis de la civilización burguesa ante la cual sólo el comunismo del siglo XXI, puede ofrecer la alternativa viable. No hace falta decir que esta tesis es incompatible con cualquiera de las ilusiones crédulas reformistas sobre las excelencias de un neokeynesianismo salvador.
El cuarto mito destruido, que ya venía desprestigiándose desde finales del siglo XX, es el de la «buena globalización», el de la «gobernanza mundial democrática» y el del «imperio autorregulado», sustituidos en realidad por el verdadero imperialismo, el que no estaba en modo alguno reflejado, sino tergiversado, por las palabrería de de Negri y Hardt sobre una «nueva realidad mundial» en la que las clases trabajadoras se habían disuelto al igual que el imperialismo [53] . Sin poder extendernos aquí en los actuales debates marxistas sobre el imperialismo contemporáneo [54] , lo que sí es cierto es que todo lo relacionado con la guerra imperialista juega un papel clave, un papel de último recurso [55] para activar la economía estancada y en crisis, como demuestra Ellen Browm. En cuanto a las ilusiones de Negri y de Hardt ya en 2004 Atilio Borón fue uno de los que destrozó la lógica de Imperio, y volvió a hacerlo más tarde en un texto más breve al estudiar la contraofensiva [56] de los EE.UU. para recuperar su poder en las Américas.
La historia también ha dado la razón al Che en sus análisis sobre el imperialismo, en sus advertencias a los pueblos del mundo sobre la amenaza creciente que suponían los EE.UU. para la humanidad. Poco tiempo después de ser asesinado, el imperialismo multiplicó sus esfuerzos por crear una justificación propagandística a sus atrocidades en aumento, y la casta intelectual creó, entre otros, dos conceptos claves para entender la ideología reformista actual: el de gobernanza del mundo, popularizado por la Trilateral [57] , y el de desarrollo sostenible impuesto al ecologismo reformista por el staff de H. Kissinger [58] , el organizador de tantos golpes militares y regímenes de terror, para frenar en seco la radicalización izquierdista de las luchas contra el deterioro ecológico. Más tarde, la alianza entre imperialismo e intelectualidad reformista creó el mito de las «intervenciones humanitarias», tema en el que no nos extendemos porque su actualidad –Libia, Sudán, Irak, Afganistán y tantos otros sitios– es de sobra conocida. Si ahora volviese a la vida, Che Guevara no tendría que hacer un especial esfuerzo teórico para reconocer al instante las transformaciones del actual imperialismo.
A diferencia del reformismo, que ni siquiera intuyó el reforzamiento del imperialismo, y que perdió toda su saliva farfullando sobre cómo impulsar los aspectos «buenos» de la globalización, abandonando los «malos», el marxismo sí advirtió tan tempranamente como 1973 de la tendencia objetiva al endurecimiento imperialista, como se aprecia leyendo a R. Guerra Sánchez [59] en estas palabras proféticas que las hubiera firmado Che Guevara:
«Los Estados Unidos, omnipotentes en América necesitan dominar el mercado de los países del sur, especialmente dentro de su zona de influencia. Existe, en tal virtud, la condición fundamental para un nuevo resurgir del «destino manifiesto» en cualquier momento. Todo dependerá del desarrollo de la depresión económica norteamericana, del rumbo que tome la política interior de los Estados Unidos y de la más fuerte o más débil unidad interna de cada país hispanoamericano frente al nuevo mañana incierto. Los Estados Unidos, hoy como ayer, querrán mantener su vida y su pujanza. Si es posible respetarán el derecho ajeno; si no lo es, erigirán, como en lo pasado, en ley su necesidad. Las líneas de menor resistencia del Sur están expuestas de nuevo, si las dificultades apremian en los Estados Unidos, a sentir, una vez más, la dura mano del «buen vecino» del Norte»
El quinto y último mito despedazado por la crisis de civilización es el que sostenía que ya no hacía falta el poder proletario para «cambiar el mundo» [60] . Un conocimiento mediano, que ni siquiera exhaustivo, de la penosa historia del anarquismo demuestra el error estratégico de efectos desastrosos que encierra esa pueril tesis, ya desmontada por tantas experiencias y por tantos marxistas que no merece la pena perder el tiempo. Vamos a poner sólo cuatro ejemplos, en orden cronológico, para concluir: Uno, el líder campesino hondureño, R. Alegría [61] declaró tras el golpe militar en su país dirigido por los EE.UU.: «Tenemos que tomar el poder para que nos dejen de joder». No existe, pensamos, una forma más básica de demostrar la necesidad de un poder popular, obrero y campesino, como garantía ante el terrorismo de Estado, como sufre Honduras. Cualquier elucubración intelectual queda en ridículo ante el sincero laconismo de un dirigente campesino que ve cómo el asesinado su pueblo.
El segundo ejemplo hace referencia al terrorismo dentro de la «democrática» Europa, practicado desde finales de la II GM por los servicios secretos [62] , terrorismo decisivo en la derrota de muchas situaciones prerrevolucionarias. La «democracia» actual debe en parte su continuidad al terrorismo secreto de la OTAN y de otras muchas agencias. Creer que podemos avanzar al socialismo sin enfrentar un poder de masas fuerte, decidido y preparado, a estos aparatos especializados en el terror, es retroceder a la utopía pacifista. El tercer ejemplo es lo que está sucediendo ahora mismo en la UE, en donde pueblos como el islandés ha logrado recuperar zonas considerables del poder estatal y, con ellas, están aplicando políticas anticrisis progresistas y que, con plena justicia, como diría Che Guevara, descargan el grueso de los costos y sacrificios sobre la burguesía. Y dentro de este ejemplo está también la lucha de Euskal Herria por un Estado independiente, como única garantía [63] para su supervivencia. Y el cuarto y último ejemplo es este mismo escrito sobre el Che como crítico del reformismo.
6.- RESUMEN
El potencial teórico del marxismo del Che se confirma según el capital se retuerce en la peor crisis que ha tenido en su historia, y en la medida en la que el reformismo hace esfuerzos titánicos por salvar la civilización burguesa aun a costa de empeorar hasta lo insufrible las condiciones de vida y trabajo de los pueblos. Aunque el Che no vivió la crisis iniciada a finales de la década de 1960 y que en adelantaba algunas de las características de la crisis actual, a la vez que revelaba hasta ahora las leyes tendenciales de la agudización de las contradicciones del sistema, aunque fue así, su marxismo sí contenía un método que ayuda a descubrir qué sucede en el presente y por qué. Y dentro de ese método ruge muy vivo el principio dialéctico de la crítica inmisericorde de todo lo que existe.
La dialéctica es crítica y revolucionaria por esencia, sentenció Marx. El reformismo nunca podrá aceptar este método de acción y de pensamiento porque asume y se somete al orden material e ideológico existente, a sus instituciones, a su Estado y a su profunda inmoralidad y a su ética cobarde y egoísta de la resignación y la obediencia. El Che aunaba en su praxis ambos componentes de la dialéctica marxista, la lucha y el pensamiento, y por eso era enemigo irreconciliable del reformismo, y a la vez, un analista muy fino capaz de discernir las diferencias concretas que exigen niveles específicos de luchas revolucionarias. No actuaba a ciegas, sopesaba, medía, estudiaba rigurosamente todas las facetas de un problema, su cambio permanente y sus interrelaciones con los otros problemas adyacentes, y después decidía.
La evolución del capital, su mundialización, hace que el pensamiento del Che, construido para ser aplicado fundamentalmente a los pueblos sojuzgados por el imperialismo, pueda ser hoy aplicado en lo esencial a los capitalismos más enriquecidos y criminales. A la UE, por ejemplo. Y esto es inaceptable e imperdonable para el reformismo, que se creía a salvo de este revolucionario que siempre llevaba varios libros en su mochila, armas intelectuales junto a las otras armas. El reformismo occidental no puede aceptar el proyecto guevarista de avanzar hacia un ser humano nuevo, a una nueva especie humana no fetichizada, no acobardada por el terror a perder el salario mísero, a quedarse en paro, en el desempleo, a ser torturado y encarcelado o asesinado, a no poder seguir cumpliendo con el mandato de ¡¡consumid, consumid, malditos!! Un pueblo trabajador que se emancipe de estas y otras cadenas, será la fuerza revolucionaria invencible.
El Che no conoció la realidad de la opresión nacional de un pueblo altamente desarrollado dentro del monstruo imperialista, como Euskal Herria, pero sí nos vale su grito de despedida:
¡¡¡Patria o muerte, venceremos!!!
[1] Che: «Versión de acta inédita 2 de octubre de 1964». En Apuntes críticos a
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