A medida que China se adentra en el siglo XXI y compite como potencial mundial en el capitalismo global, asistimos como la mayor de sus paradojas al hecho de que todo este cambio se haya producido bajo la supervisión del Partido Comunista Chino, en otro tiempo un enemigo radical de la empresa mercantil y la […]
A medida que China se adentra en el siglo XXI y compite como potencial mundial en el capitalismo global, asistimos como la mayor de sus paradojas al hecho de que todo este cambio se haya producido bajo la supervisión del Partido Comunista Chino, en otro tiempo un enemigo radical de la empresa mercantil y la propiedad privada. Sin embargo, hay que reconocerle a la antigua burocracia comunista china, que sus reformas más relevantes han sido de cosecha propia, no viniendo dictadas desde el exterior por gobiernos extranjeros u organismos internacionales.
La historia de la República Popular China debe dividirse en dos etapas notablemente diferenciadas. La primera estuvo dominada por la figura del Mao Zedong, quien desde una visión derivada de la ortodoxia ideológica comunista implementó su catecismo en todos los ámbitos de la sociedad; mientras la segunda, tras su muerte en 1976 y una corta sucesión por parte de Hua Guofeng, que desembocó en el ascenso de Den Xiaoping al poder en 1981, marcó el punto de inflexión a partir del cual se pondrá fin a las políticas implementadas bajo el «socialismo real» maoísta, e iniciará una serie de reformas que desembocaron en un proceso de intenso crecimiento económico que convertiría a la República Popular China en una gran potencial económica inmersa en el capitalismo global.
Antecedentes históricos
A lo largo de las décadas de 1930 y 1940, durante la ocupación japonesa y la guerra civil china, el ejército de campesino de Mao Zedong soportó graves penurias, incluyendo la Larga Marcha de 12.400 kilómetros. Sus fuerzas sufrieron diversas derrotas como la de Yan´an, hasta que a partir de 1947 comenzaron a ganar territorio, apoderándose posteriormente de Manchuria y la toma de Peking, actual Beijing.
El triunfo revolucionario campesino comunista de 1949 puso fin a décadas de guerras internas, teniendo que enfrentar el nuevo gobierno la reconstrucción del país. El nuevo Estado quedó bajo en total control del Partido Comunista Chino a través de sus organizaciones regionales coordinadas por un Comité Central establecido bajo las pautas de un «centralismo democrático» de corte leninista. Al nacimiento de la República Popular -octubre de 1949-, el Partido Comunista contaba con 4.5 millones de miembros, de los cuales nueve de cada diez tenían antecedentes campesinos. En la búsqueda de las verdaderas fuentes del socialismo, Mao Zedong creía en «las ventajas del atraso» -cuanto más atrasada la economía, más fácil es la transición-, lo que le llevó a buscar sus bases en aquellos sectores de la sociedad menos influenciados por el capitalismo, es decir, un campesinado mayormente al margen de las relaciones capitalistas y una intelligentsia no corrompida por la ideología burguesa.
Los primeros años del gobierno de Mao Zedong vinieron marcados por la reconstrucción masiva de China, donde la nueva prosperidad y estabilidad del país contrastaba con los tumultos y calamidades de las décadas anteriores.
Desde los primeros años de comunismo, el gobierno chino se convirtió de una forma u otra en el propietario de toda la tierra en China. La revolución puso fin a un sistema de propiedad de la tierra que se remontaba a muchos siglos atrás y que se conformó bajo una lógica feudal y esclavista.
La reforma agraria llegó en 1950, lo que abolió el derecho individual a poseer tierras. Lo primero y principal fue proceder con la incautación de tierras a los viejos terratenientes chinos, los cuales poseían gigantescas extensiones de terreno, otorgándose el usufructo de dichas parcelas a quienes anteriormente eran sus arrendatarios. La reforma sirvió para poner la tierra en manos de los campesinos que la trabajaban, aunque paralelamente se les arrebató la propiedad a millones de pequeños agricultores que eran propietarios de pequeños terrenos rurales. Se estima que antes de la promulgación de la Ley de Reforma Agraria en China, el 60% de su población rural -por lo general familias muy empobrecidas-, poseían algo de tierra aunque con escasez de medios y condiciones apropiadas para su explotación.
Tras el final de la Guerra de Corea (1950-1953) la colaboración con la Unión Soviética se vio muy reforzada, decidiendo el Comité Central del Partido Comunista Chino apostar por el modelo soviético de desarrollo: economía planificada, centrada en la industria pesada y en la producción agrícola. La ruptura y el conflicto con la extinta URSS llegaría unos años después con el declive del estalinismo.
La apuesta se concretó en un plan quinquenal que estableció objetivos de crecimiento para los años comprendidos entre 1953 y 1957, aunque la falta de expertise por parte de la nueva burocracia china retrasaría su aplicación hasta febrero de 1955. Es a partir de entonces cuando se pasa del uso individual de la tierra al modelo soviético de colectivización.
Durante el primer plan quinquenal se introdujo el sistema de cooperativas en el mundo rural, mediante el cual extensiones de cultivo hasta entonces divididas en pequeñas parcelas pasaban a estar agrupadas para compartir recursos. El cambio más radical se produjo en 1956, cuando se colectivizó toda la tierra y todas las propiedades, incluyendo los animales y las herramientas agrícolas. Las medidas más extremas desplazaron a la población fuera de sus hogares y territorios, en búsqueda de la eficiencia productiva, conformándose grupos compuestos por centenares de familias que pasaron a trabajar en común la tierra. La fuerza de trabajo agrario en China se mantuvo junto a las tierras en donde pudiera ejercer su función de «ejército de reserva», al que el partido pudiera llamar a la acción para sus proyectos de industrialización cuando fuera necesario. Se trataba de usar el excedente agrícola y parte de la mano de obra agraria para financiar y empujar un programa de industrialización patrocinado desde el mismo Estado.
El triunfo de la revolución trajo consigo también el control de la propiedad privada por parte del Estado, eliminándose millares de pequeños negocios que servían al comercio cotidiano en las zonas rurales del país. Las familias que poseían estos pequeños comercios los perdieron, viéndose obligados a volcarse sobre el trabajo agrario a tiempo completo. En 1956, el gobierno promulgó un edicto que prohibía que las fábricas, las minas, las empresas de construcción y los medios de transporte contrataran a nadie que procediera de las explotaciones agrarias salvo autorización expresa del Estado.
Los importantes cambios sociales y culturales impulsados por el gobierno revolucionario de Mao Zedong fueron acompañados en un primer momento por una economía en continuo crecimiento. El éxito del primer plan quinquenal llevó a la burocracia comunista china a implementar un segundo plan, mucho más ambicioso para el período comprendido entre 1958 y 1962, el cual se convertiría a la postre en el mayor fracaso económico de la época maoísta.
Durante un breve período de tiempo en 1959 y 1960, a través de la implementación de un plan de industrialización adscrito al Gran Salto Adelante, se permitió que los agricultores abandonaran el campo y se incorporaran a explotaciones urbanas, transformando a parte del campesinado en clase obrera. Según Mao Zedong, había llegado el turno de una gran revolución tecnológica, en la que el esfuerzo de la población debía dedicarse al incremento de la producción agrícola e industrial. Se reclutó para las ciudades a 19 millones de campesinos, pero emigraron en torno a 50 millones fruto de la falta de perspectivas existentes en el ámbito rural. En aquel momento el crecimiento estaba concentrado en la costa del este alrededor de los centros de negocios importantes como Sanghai, Beijing y Guangzhou.
El Partido Comunista Chino se vio obligado a tomar medidas de protección a sus trabajadores urbanos, deportando a gran parte de la población de emigrantes rurales nuevamente hacia el campo. El sistema hukou fue concebido inicialmente como un medio para controlar el aumento de los inmigrantes provenientes de las zonas rurales a las urbanas, y aquellos cuyo pasaporte delataba su origen rural y viajaban a las ciudades sin las autorizaciones correspondientes eran deportados de nuevo a sus granjas. Así el Estado predestinaba a los hijos de los agricultores a que se quedaran en las granjas en base a la planificación productiva realizada por el Estado.
Para impulsar el crecimiento de la producción agrícola el régimen consideró la creación del sistema de «comunas populares», fusionando las 740.000 cooperativas entonces existentes en las zonas rurales en tan solo 26.000 comunas. El sistema de comunas conllevó la incorporación de la mujer al trabajo agrario, cubriendo las vacantes dejadas por la población masculina movilizada para trabajar en fábricas y proyectos de infraestructuras. En resumen, bajo un criterio que busca la eficiencia en la explotación agraria y el desarrollo industrial y tecnológico del país, se alteró la formas de vida tradicional en el medio rural y se desestructuró a gran parte de las familias. Los resultados finales fueron nefastos.
La exigencia de que las explotaciones colectivas cumplieran con determinados objetivos de producción sin incentivo alguno, el enorme tamaño de las comunas en las cuales se diluían responsabilidades y una serie de desastres naturales que se concadenaron en esa época, desembocó en el hecho de que los agricultores campesinos que cultivaban el alimento del país pasaran hambre. Aunque existe mucha discrepancia respecto a los datos, se estima alrededor de 30 millones de muertes por hambruna entre 1958 y 1962.
Como resultado del desastre ocasionado por el Gran Salto Adelante, Mao Zedong abandonaría la jefatura del Estado, aunque que conservaría su puesto como presidente del Partido Comunista Chino y de máximo referente ideológico. Algo más tarde, través de la llamada Gran Revolución Cultural Proletaria y el IX Congreso del Partido Comunista Chino, Mao Zedong reconfirmaría su liderazgo absoluto.
Pero el maoísmo, aunque tuvo éxito como una ideología revolucionaria, eventualmente resultó ser desastroso en la era posrevolucionaria. La tragedia del Gran Salto Adelante y el caos de la Revolución Cultural fueron el resultado del intento por revivir el maoísmo de los años revolucionarios. Esta expresión política fue precisamente la que más radicalmente se apartó de la tradición marxista: rechazo al capitalismo basado en la simpleza de considerarlo simplemente malvado, ignorándolo como una etapa progresiva en el desarrollo histórico de un país atrasado; la asunción del campesinado como el sujeto revolucionario y motor de la «transición al comunismo» -durante la Revolución Cultural los trabajadores urbanos eran enviados al campo para aprender virtudes proletarias por parte del campesinado-; y una visión exaltada de las «ventajas del atraso», donde la «pobreza y desnudez» fue considerado positivo. En palabras del propio Mao Zedong, «en una hoja de papel en blanco, desnuda, se pueden escribir las palabras más nuevas y más hermosas y pintar los cuadros más originales y bellos».
La escasez que vivió China en su ámbito rural durante las décadas de 1960 y 1970 y la desacreditación, fruto del fracaso, de la misma idea de socialismo en las mentes de muchos chinos, estimuló clandestinas tentativas reformadoras por parte de sectores del campesinado. Algunos agricultores practicaron pequeños sobornos para ganarse el privilegio de poder vender sus cosechas. Los funcionarios provinciales permitieron pequeños experimentos ilegales, los cuales fueron posteriormente autorizados por Deng Xiaoping aludiendo al pacto de Xiaogang -punto de partida de la reforma rural de 1978, que nace a raíz de un acuerdo de campesinos locales que decidieron dividir voluntariamente las tierras garantizando el tributo agrícola al Estado- como «un sistema de contratos responsable con beneficios vinculados a la producción». La aldea de Xiaogang, conocida en toda la provincia por su elevado nivel de pobreza, generó en ese mismo año una producción local equivalente a la cosecha global de los últimos 20 años.
China: nueva potencia capitalista
Para la transición hacia la segunda etapa, en este caso capitalista, en que hoy se enmarca el desarrollo chino, ha sido fundamental la transformación en la visión del Estado respecto a la propiedad privada y las empresas.
De esta manera y con Deng Xiaoping como administrador económico de China y en la cúpula del Partido Comunista Chino, se inauguró la era más pragmática del país. Al cabo de un año del pacto de Xiaogang la mayor parte de los agricultores de Anhui, una provincia rural de 50 millones de habitantes, estaban ya actuando bajo una versión de lo que acabaría conociéndose como el Sistema de Responsabilidad Familiar.Dicho sistema autorizaba a las familias a lucrarse con el cultivo y la venta de sus cosechas, siempre que cumplieran con sus responsabilidades alícuotas con el Estado. La economía de mercado actualmente existente en China despegó, de hecho, gracias a aquellos agricultores conceptualizados por el maoísmo como motor revolucionario para la transformación social y la transición hacia el socialismo.
Una vez que los agricultores empezaron a ganar algún dinero buscaron nuevas formas de rentabilizar sus pequeños capitales, lo cual ha derivado en muchas pequeñas empresas posteriores que se configuraron a partir de los ahorros acumulados en zonas atrasadas. Entre ellas se encuentran las cooperativas y empresas colectivas que no son propiedad del gobierno central, sino de miembros de las comunidades locales o de los gobierno locales bajo la modalidad de inversiones privadas, las llamadas en terminología académica estadounidense «township and village enterprises».
Paradójicamente, las campañas de colectivización maoísta realizadas en el campo y la ciudad forjaron una masa trabajadora dócil y maleable que posteriormente fueron utilizadas por transnacionales extranjeras para la ampliación barata de sus procesos de producción. Fueron esas mismas empresas estadounidenses y europeas quienes enseñaron al nuevo capitalismo chino cómo utilizar esa misma fuerza de trabajo para obtener ventajas competitivas frente a ellos en el mercado global.
La frase mas citada de Deng Xiaoping, «gato negro, gato blanco… lo importante es que cace ratones», fue acuñada durante los debates políticos de la década de 1960, pero se invocó posteriormente para referirse al fracaso de la antigua economía comunista, que «no cazaba ratones», y a la que se conformó después, según la cual la población recibió autorización para centrarse en los fines sin dedicar ni un segundo a pensar en los medios.
La burocracia del Partido Comunista Chino supo desde el inicio que las primeras etapas de acumulación de capital en una economía de mercado incipiente estaban destinadas a ser desordenadas. Un ejemplo de eso habían sido las economías de su entorno regional, Japón y Corea con sus zaibatsus y chaebols, el acogedor conglomerado entrelazado de bancos, industria, políticos y militares, todos ellos deseando coordinarse entre ellos y esconder conjuntamente sus pecados. El trenzado de intereses del empresario privado y el funcionario en el poder se convirtió en un lugar común en China.
Este proceso contribuyó a vincular a grupos de China cuyos intereses no estaban alineados históricamente en el mismo bando. De un lado estaba una clase media y empresarial con aspiraciones que necesitaba dinero y derechos de propiedad para dirigir negocios. De otro estaba el Estado y los funcionarios del partido que tenían una predisposición ideológica negativa hacia los negocios y la propiedad privada. Hoy en día ya es inexistente la separación entre ambos.
Una de las facetas más sorprendentes del desarrollo económico de China fue el surgimiento de tantos recursos financieros por todo el país. Con el paso del tiempo parece como si una multitud de empresarios imitadores en China se hubieran hecho cargo de casi cualquier sector industrial del mundo,aprovechando de una mano de obra barata y casi ilimitada destinada a ponerse a trabajar en cualquier tipo de fábrica productiva. El inicial desarrollo de una rápida producción de baja calidad desbordó a la competencia mundial.
En 1987, ante una delegación de la extinta Yugoslavia, Deng Xiaoping diría: «Nuestras reformas rurales han avanzado muy deprisa, y los agricultores se han mostrado entusiasmados. El desarrollo de las empresas de poblados y aldeas nos pilló completamente por sorpresa. Fue como si en el campo apareciera un ejército extraño fabricando y vendiendo una inmensa diversidad de artículos. Este no es un logro de nuestro gobierno central (…), fue una sorpresa.»
Entre la década de 1950 y 1970 dos terceras partes de las provincias de China dependían de sus redes industriales para abastecer a sus ciudades de casi todo lo que consumían. Se esperaba que las industrias produjeran artículos a bajo precio asequibles para la población. Sin embargo, en la práctica la diseminación de la industria estatal china agravaba su ineficiencia y cuando llegaron las reformas del mercado estas se debilitaron, volviéndose muy vulnerables ante el empuje de las nuevas empresas que se afincaban en el país. Cuando la inversión comenzó a llegar a las ciudades del litoral chino, la industria comenzó a concentrarse de nuevo allí, obligando a las anticuadas y ya ineficientes empresas estatales a abandonar sus mercados locales a favor de los mejores productos del este del país. La economía de mercado introdujo una cuña entre el pasado y el presente, que convirtió en aún más ricas y seductoras a las ciudades orientales.
El nuevo capitalismo chino ha vivido una era de Goldilocks economy o «economía de hadas» similar a la que disfrutó EEUU en la década de 1990, aunque con un crecimiento mucho más rápido y a escala planetaria. Aunque se intentó aplicar medidas de corrección en diferentes momentos, la burocracia china entonó el cántico del éxito veloz y duradero con un optimismo indiscriminado. Pero el espejismo comienza a caer en base a las leyes básicas de la gravedad económica, lo cual está devolviendo a la tierra a China y a otros tantos grandes mercados emergentes.
La República Popular China sigue un modelo de crecimiento basado en las exportaciones similar al adoptado por Japón, Corea del Sur y Taiwán después de la Segunda Guerra Mundial. Todas estas economías de alza bajaron del 9 o 10% a alrededor del 5 o 6% cuando sus rentas per cápita alcanzaron un nivel medio-alto. Japón tocó ese máximo a mediados de la década de 1970; Taiwán y Corea del Sur lo hicieron en las dos décadas subsiguientes.
Después de que Deng Xiaoping empezara a implementar sus reformas de libre mercado a principios de la década de 1980, China se preparó para lanzar una reforma tipo «Big Bang» cada cinco años, y cada nueva medida aperturista -primero la privatización de la agricultura, luego de los negocios, después franquear la entrada de empresas extranjeras- precipitó una nueva racha de crecimiento. Pero este ciclo ya toca a su fin.
Es un hecho bajo las leyes del capitalismo global que a lo largo de cualquier década desde 1950, sólo una tercera parte de los mercados emergentes han logrado crecer a una tasa anual del 5% o superior. Menos de un cuarto han mantenido ese ritmo durante dos décadas y la décima parte durante tres. Sólo seis países -Malasia, Singapur, Corea del Sur, Taiwán, Tailandia y Hong Kong- han mantenido esta tasa de crecimiento durante cuatro décadas y dos de ellos -Corea del Sur y Taiwán- durante cinco. De hecho, en la última década, con excepción de China e India, todos los demás países que consiguieron mantener una tasa de crecimiento del 5%, desde Angola y Tanzania a Armenia y Tayikistán, era la primera vez que lo hacían. Es de suponer entonces que en los años venideros la nueva normalidad en mercados emergentes sea muy parecida a la vieja normalidad existente en las décadas de 1950 y 1960, cuando el crecimiento rondaba el 5% y la carrera por los primeros puestos siempre era apretada.
China empieza una nueva etapa en la que los costes de proyectos y la opinión pública importan, y en la que el alcance de experimentos faraónicos multimillonarios se reduce. Ya en 2008 el entonces primer ministro Wen Jiabao calificó el crecimiento chino de «desequilibrado, descoordinado e insostenible» y desde entonces la situación no ha hecho más que empeorar. Su deuda en relación al PIB crece con rapidez y la ventaja que suponía la mano de obra barata en años anteriores, clave en el crecimiento chino, se está esfumando dado que la demanda supera a la oferta, motivo por el cual los trabajadores se han dotado de mecanismos sindicales para negociar mejoras en las condiciones de contratación.
La China capitalista de hoy prosperó a la manera antigua, construyendo carreteras para unir las fábricas a los puertos, desarrollando redes de telecomunicaciones para conectar unos negocios con otros y ofreciendo a los campesinos desempleados puestos de trabajo con mayor capacidad adquisitiva en fábricas urbanas. Ahora todas estas medidas llegan a su fase de madurez, a medida que la oferta de mano de obra procedente de zonas rurales se agota el empleo en las fábricas alcanza su máxima capacidad y la red de autopistas ya llegó a los 75.000 kilómetros, la segunda más larga del mundo después de EEUU. La tendencia demográfica que en décadas recientes ha inclinado la balanza de población hacia los trabajadores jóvenes y en activo pertenece ya al pasado y una cada vez mayor clase social de pensionistas pronto empezará a hacer mella sobre el presupuesto público, fenómeno novedoso para el gobierno chino. En paralelo, la afluencia de campesinos a las ciudades en busca de empleos mejor pagados está disminuyendo de forma acelerado. Según un estudio realizado hace pocos años, de los habitantes de la China rural que ya no son necesarios para las tareas agrícolas, 150 millones ya habían emigrado a las grandes ciudades, 84 millones habían encontrado trabajos no agrícolas en el sector rural y tan sólo 15 millones permanecían como «ejército de reserva» o mano de obra excedente. Las migraciones internas a los núcleos urbanos está descendiendo de manera anual en unos cinco millones de personas.
En paralelo, la brecha existente entre los salarios de la mano de obra migrada al sector industrial que realizan tareas manuales y los de titulados universitarios se han acortado, mientras que los salarios agrícolas han crecido más rápido que los ingresos que perciben los inmigrantes rurales en las ciudades. Así pues, la afluencia a las ciudades y la matriculación en la universidad -puesto que se supone que un título universitario se traduce en mayores ingresos- han caído.
Cuanto más rico es un país, más duro es el reto de crecer y es posible que en el marco del capitalismo global, hasta haya demasiados países grandes para hacerlo. En 1998 China, para que su economía de un billón de dólares creciera en un 10%, tuvo que expandir sus actividades económicas en 100.000 millones de dólares y consumir sólo el 10% de las materias primas industriales mundiales. Ya en 2011, para que su economía de seis billones de dólares creciera igual de rápido, necesitó expandirse en 600.000 millones de dólares al año y absorber más del 30% de la producción global de materias primas. Evidentemente China ahora está sufriendo el problema de insostenibilidad en su modelo de crecimiento económico.
Decio Machado / Director de la Fundación Alternativas Latinoamericanas de Desarrollo Humano y Estudios Antropológicos (ALDHEA)