La modernización de China que lidera el Partido Comunista es más un proyecto histórico y cultural que ideológico. Se trata cerrar el capítulo de la decadencia iniciada hace dos siglos situando de nuevo a China en el epicentro del sistema internacional, asegura Xulio Ríos en su más reciente obra «China Moderna», que abre la nueva […]
La modernización de China que lidera el Partido Comunista es más un proyecto histórico y cultural que ideológico. Se trata cerrar el capítulo de la decadencia iniciada hace dos siglos situando de nuevo a China en el epicentro del sistema internacional, asegura Xulio Ríos en su más reciente obra «China Moderna», que abre la nueva colección «Una inmersión rápida» de Tibidabo ediciones.
A lo largo de sus doscientas páginas, Ríos aborda los aspectos políticos, económicos, culturales y sociales de la reforma en China pero ahondando en sus claves históricas. Concluye así que, en una China de dinastías, el Partido Comunista configura la primera «dinastía orgánica» de su historia, de forma que sus más de ochenta millones de miembros suponen la actualización del viejo mandarinato que durante siglos gobernó el viejo Imperio del Centro.
Ideológicamente, los comunistas chinos son eclécticos. Al pensamiento partidario (forjado durante el maoísmo y la reforma) suman el pensamiento occidental (marxismo pero también liberalismo) e igualmente el pensamiento tradicional, tan denostado en otras épocas. Donde los occidentales observan un galimatías pletórico de contradicciones, los chinos ensalzan la unidad de los contrarios primando una cosa u otra en función de las demandas de una coyuntura concreta y sin temor a incorporar preceptos al uso en nuestras coordenadas como el Estado de derecho o el imperio de la ley.
La síntesis de toda esta metamorfosis es un hibridismo sistémico. ¿Socialista o capitalista? En la China de hoy, deudora del mercado y de la propiedad privada, podemos reconocer también el alargado peso de la economía planificada y de la propiedad pública, de forma que el Partido Comunista detenta aun poderosos resortes para decidir el rumbo de los más importantes asuntos. Es más, pese a la profundización de la reforma, el Partido no se imagina renunciar al control de la economía y lo mantendrá no solo a través de su imperio normativo sino disponiendo sus organizaciones en los segmentos del poder económico -también privado- y configurando su propia base de actuación en los sectores estratégicos.
La clave del futuro de esta China en el siglo XXI, además del desarrollo, es la preservación de la soberanía nacional, su capacidad para evitar caer en las redes de dependencia de EEUU y el mundo occidental, preservando un proyecto autónomo. Es por ello que no cabe imaginar que el desarrollo de estas décadas derive sin más en una democracia de signo liberal en el orden interno. En lo global, el reto más delicado es el engarce pendiente con el sistema financiero internacional, un proceso en curso que China aspira a lidiar con éxito reduciendo la vulnerabilidad. Ese proyecto nacionalista tiene en lo político desafíos territoriales importantes, ya hablemos de las nacionalidades minoritarias o Taiwan.
En política exterior, ausente de vocación mesiánica o hegemónica, cabe advertir contradicciones importantes que vienen dictadas por un aumento sustancial de sus necesidades estratégicas o por el novedoso hecho de que por primera vez en toda su historia, el presente y el futuro del gigante asiático depende en gran medida de su presencia y proyección exterior. La economía seguirá siendo la punta de lanza de la estrategia internacional de China pero sus necesidades estratégicas pueden cristalizar en cambios significativos de su tradicional política en este ámbito.
Socialmente, China debe hacer frente a importantes desafíos. Ha avanzado mucho en la reducción de la pobreza pero la mejora general de los derechos humanos es una gran asignatura pendiente. Por otra parte, los retos ambientales son gigantescos y requerirán grandes esfuerzos durante muchas décadas como también la preservación de cierta justicia social, el combate de la corrupción o la superación de los desequilibrios territoriales.
La fase actual del proceso de reforma representa un momento crítico. El nuevo modelo de desarrollo asociado a la nueva normalidad, con índices de crecimiento más bajos de lo acostumbrado, demanda un gran impulso transformador, la definición de un nuevo equilibrio que en lo económico abra camino a una economía basada en el consumo y los servicios y en lo político suponga oportunidades para las clases medias ascendentes. Un malabarismo en el que las autoridades chinas se juegan el éxito o fracaso de más de un siglo de afán modernizador.
En suma, China acaricia el sueño de afirmar la recuperación de la grandeza de antaño. Conforme aumenta su poder, progresa también su propósito de excepcionalidad, trazando los límites de un camino propio que Xulio Ríos desgrana con originalidad y destreza en una síntesis que el profesor Romer Cornejo, del Colegio de México, no duda en calificar de brillante y precisa.