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Cien años de «Teoría y Práctica de la Historia»

Fuentes: Argenpress

En agosto de 1909 Juan B. Justo fechó la presentación de su libro más importante, que dedicó a «la masa laboriosa y fecunda, sincera aún en el error, hasta en la rebelión, santa». Convencido de que la vida no era «una cadena, ni una lotería, sino una acción que, para ser placentera y eficaz, ha […]

En agosto de 1909 Juan B. Justo fechó la presentación de su libro más importante, que dedicó a «la masa laboriosa y fecunda, sincera aún en el error, hasta en la rebelión, santa». Convencido de que la vida no era «una cadena, ni una lotería, sino una acción que, para ser placentera y eficaz, ha de ser inteligente», esa dedicatoria adquiría sentido en el convencimiento de que la masa laboriosa «tiene en sus manos su propio porvenir» en la medida en que modele su conciencia para evitar entrar «con dolor en el molde que la ciega fatalidad le dé».

Rechazando explícitamente «el dogma que oscurece la verdad» Justo reconoció como «conducente y genuina» a la teoría que surge de los hechos «puestos en un orden a la vez lógico e histórico». Y es ese conocimiento científico el que se propone desplegar a lo largo de su libro con el propósito de «señalar al pueblo las fuerzas históricas e instruirlo en su manejo».

El libro recorre lo más avanzado del conocimiento científico de su tiempo, desde las determinaciones naturales de la vida humana (que denomina la «base biológica de la Historia»), siguiendo por la técnica, la economía, la guerra, la política, la lucha de clases, el salariado, las formas típicas del privilegio, el desorden y la tiranía del capital, el gremialismo proletario, la cooperación libre, la democracia obrera, para finalizar con el análisis de la religión, la ciencia y el arte.

Aunque algunos de las afirmaciones expuestas en el libro han sido superadas por el desarrollo del conocimiento científico desarrollado a lo largo del último siglo, muchas de las cuestiones y polémicas planteadas en él tienen una sorprendente actualidad.

Así, por ejemplo, en el capítulo inicial comienza diciendo «Desde que el hombre es bastante inteligente para considerarse un animal, tiene que ver en la biología la base de su historia» y reconocerse como un momento de un desarrollo orgánico. En una época como la actual, en que en el país militarmente más poderoso de la Tierra y centro del sistema capitalista mundial, existen fuerzas político-ideológicas que pugnan, muchas veces con éxito, por imponer una explicación sobrenatural de la génesis, formación y desarrollo del universo y de la historia humana (la doctrina llamada «del diseño inteligente»), forzando su enseñanza en las escuelas en un plano de igualdad con las teorías científicas, la convocatoria al estudio de las determinaciones materiales que moldean a la humanidad, incluyendo las biológicas, lejos está de ser una cuestión y un método que pueden dejarse de lado.

El preocupante incremento del racismo, de la mano del avance político de las derechas europeas y estadounidenses, con su correlato en el mundo de las ideas, también actualiza los planteos de Justo sobre el tema: en primer lugar, su constatación de que «ni en las islas más pequeñas y solitarias se ha encontrado un tipo de raza sin mezcla», es decir la verificación científica de la inexistencia de la cacareada «pureza de raza». No hay razas puras y menos aún superioridad de alguna raza sobre otras: «el reciente choque entre rusos y japoneses [la guerra ruso-japonesa de comienzos del siglo XX] ha puesto en tela de juicio la superioridad de la raza blanca».

Pero más aún, afirma Justo, «Y si el tipo se conserva en algunos individuos al través de muchas generaciones (…) si en la población de esos países, a pesar de la convivencia secular, se mantuviera el tipo de dos pueblos distintos, ¿es ese un resultado necesario o deseable?» Y concluye: «¿Para qué hablar de razas? No puede conducirnos sino a un orgullo insensato o a una deprimente humillación. Todo pueblo físicamente sano tiene en sí los gérmenes de las más altas aptitudes, cuyo desarrollo es sólo cuestión de tiempo y oportunidad. Desconfiemos de toda doctrina política basada en las diferencias de sangre, uno de los últimos disfraces científicos de que se han revestido los defensores del privilegio».