En una habitación de un hotel cualquiera de una barriada de Hong Kong, un hombre joven, de aspecto muy normal, contesta a las preguntas de un periodista y una directora de cine. Las revelaciones de esta entrevista conmocionaran al mundo entero y se plasmaran en la película Citizenfour. La NSA (National Security Agency), cuyo presupuesto […]
En una habitación de un hotel cualquiera de una barriada de Hong Kong, un hombre joven, de aspecto muy normal, contesta a las preguntas de un periodista y una directora de cine. Las revelaciones de esta entrevista conmocionaran al mundo entero y se plasmaran en la película Citizenfour. La NSA (National Security Agency), cuyo presupuesto deja en una broma al de la CIA, estaba desbocada: el espionaje masivo, a gran escala, era una realidad.
Los protagonistas son Edward Snowden, que trabaja para un contratista de la NSA, Alan Greenwald, periodista de experiencia acérrimo defensor de los derechos civiles y la cineasta Laura Poitras, que más de una vez se ha jugado la vida para empaquetar sus películas como la inolvidable My country My country en un Irak en plena descomposición.
En una de las escenas del filme, Edward se prepara para abandonar su «piso franco» y comenzar su odisea apátrida que acabaría en Moscú. Mientras recoge aparejos, memorias USB, ordenadores portátiles y unos cuantos metros de cables, un libro ocupa una esquina del encuadre de la cámara: «Homeland» de Cory Doctorow.
Homeland es la segunda parte de una bilogía de este autor que empieza con Little Brother. Después de un atentado brutal en San Francisco, un chaval de bachillerato es detenido por el infausto DHS (Department of Homeland Security). Esta agencia es una suerte de Gestapo moderna con poderes indefinidos supra-constitucionales creada después del 11/S en Estados Unidos. Marcus desaparece durante varios días y es torturado por agentes americanos. Él es un hacker en su tiempo libre y utiliza sus talentos para crear una red oculta utilizando una Xbox y la criptografía como lenguaje y dar al traste con la ley marcial impuesta en la ciudad donde todos los ciudadanos eran sospechosos. De los verdaderos terroristas, ni palabra.
Unos cuantos años antes de estos acontecimientos y antes de que cayera el telón de acero, la República Democrática Alemana, la ya desparecida partición comunista del país, utilizaba casi un tercio de sus recursos en mantener y desarrollar la STASI, la policía secreta del régimen. Y funcionaban muy bien. Era la RDA el país que probablemente se acercara más a la distopia de Orwell 1984, donde tu vecino, tu amigo o tu hijo eran susceptibles de estar a sueldo del estado policial.
Winston Smith, la víctima de Orwell en 1984, paga muy caro el intento de crear y proteger un espacio propio, al margen del estado, donde poder pensar y amar libremente. Tristemente descubre que Gran Hermano lo sabía todo. Había emponzoñado este rincón de libertad con su insidiosa violación de las más íntimas facetas de la persona.
Una parte fundamental de nuestras vidas está siendo saqueada por estados desnortados, con una conciencia criminal opuesta totalmente al mandato de sus propios ciudadanos que se convierten en el objetivo y son despojados de sus libertades.
No será por falta de legislación en todas las cartas magnas. Repasemos tres.
En la Constitución americana:
Article [IV] (Amendment 4 – Search and Seizure)
The right of the people to be secure in their persons, houses, papers, and effects, against unreasonable searches and seizures, shall not be violated, and no Warrants shall issue, but upon probable cause, supported by Oath or affirmation, and particularly describing the place to be searched, and the persons or things to be seized.
En la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el artículo 12 versa:
Nadie será objeto de interferencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra ni a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales interferencias o ataques.
El derecho a la intimidad en el caso español es el artículo 18 de la Constitución:
1. Se garantiza el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen.
2. El domicilio es inviolable. Ninguna entrada o registro podrá hacerse en él sin consentimiento del titular o resolución judicial, salvo en caso de flagrante delito.
3. Se garantiza el secreto de las comunicaciones y, en especial, de las postales, telegráficas y telefónicas, salvo resolución judicial.
4. La ley limitará el uso de la informática para garantizar el honor y la intimidad personal y familiar de los ciudadanos y el pleno ejercicio de sus derechos.
Edward Snowden, como Marcus en la novela Homeland o Winston Smith en 1984 son ejemplos a seguir, epítomes paroxísticos de la defensa de los derechos civiles en clara batalla con poderes de gobierno que han traicionado sus propias constituciones. Estos hombres denuncian vulneración gravísima de derechos fundamentales y sufren en sus carnes el peso criminal del estado todopoderoso que aplasta la rebelión. Rebelión que emana de la propia naturaleza humana. En palabras del propio Greenwald: «Si el ser humano carece de un espacio para sí mismo, se merma la capacidad de desarrollo personal y una parte fundamental de la naturaleza humana se amputa.»
Para todos aquellos que piensan que esto no es tan importante y que ellos no tienen nada que esconder les diría que publicasen sus contraseñas de teléfono móvil y su correo electrónico para que todos pudieran ver sus mensajes de WhatsApp, Gmail o Hotmail y que pusieran un par de cámaras en su casa para que todos tuvieran acceso a su día a día. Seguramente se lo pensarían más a fondo.
Es desde el estado que intentan desdeñar este derecho, violarlo o directamente suprimirlo. Mientras el poder intenta por todos los medios ser lejano, opaco y difuso, o sin cortapisas, secreto. Parece una historia del revés cuando en realidad, la transparencia debe emanar del gobierno y el derecho a una vida privada, ser el de todos los ciudadanos. No es el estado el que nos tiene que espiar a todos «por si acaso» sino nosotros, ciudadanos libres, los que debemos vigilar muy de cerca a los reguladores tan proclives al abuso de poder en todas sus formas.
En el mundo digital que nos ha tocado en suerte, es imprescindible que se haga uso común y por defecto de la criptografía para nuestras comunicaciones y documentos personales, exactamente igual que hacen todos los poderes del planeta: gobiernos, ejércitos, fuerzas de seguridad, multinacionales, etc. Ellos cuidan mucho de sus secretos. Y nosotros debemos hacer lo mismo, por nuestra supervivencia, por nuestra salud mental, por nuestra LIBERTAD .
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.