Estos temas capitales los abordaba Fernando Vallespín, con el símil del hardware y del software con el que ya estamos familiarizados, en una interesante disertación sobre «Democracia, comunicación política y sociedad civil». El hardware estaba integrado por los principios institucionales de la democracia: Estado de Derecho e igualdad de acceso a la justicia; garantía de […]
Estos temas capitales los abordaba Fernando Vallespín, con el símil del hardware y del software con el que ya estamos familiarizados, en una interesante disertación sobre «Democracia, comunicación política y sociedad civil».
El hardware estaba integrado por los principios institucionales de la democracia: Estado de Derecho e igualdad de acceso a la justicia; garantía de derechos humanos y civiles; elecciones libres e imparciales; libertad de expresión, prensa y medios de comunicación; justicia social y red de seguridad básica, así como el afianzamiento de los derechos de propiedad y libertad económica.
Todo un programa para el libre y responsable ejercicio de la ciudadanía, porque, como insiste Federico Mayor Zaragoza, las urnas solas no bastan porque la democracia no es que nos cuenten en las elecciones sino que nos tengan en cuenta.
El instrumento que nos permite el acceso y descodificación de lo impreso en nuestra mente nos lo facilita el software.
Es lo que entendemos por: Rendimiento de cuentas de los gobernantes; sociedad civil fuerte e independiente del Estado; cultura de diálogo, confianza, crítica y ética; libre acceso a la información para discutir, controlar y elaborar un juicio sobre estos componentes de una sociedad democrática.
De ahí la necesidad de reconocer lo que entendemos por valores centrales de la democracia: Principio de ciudadanía con la igualdad política de todos los ciudadanos; abierta deliberación antes de la adopción de decisiones, para que todos puedan hacer oír sus intereses y preocupaciones; participación ciudadana en los procesos democráticos que respeta las diferentes posiciones de los otros. También un pluralismo institucional y garantía de las voces críticas, que mantienen el vigor de las sociedades democráticas.
Que la ciudadanía no se agota ni identifica con la democracia parece necesario recordarlo en nuestro tiempo. Se es ciudadano cuando se supera la condición de súbdito y uno puede participar mejor en una auténtica democracia. Como es proletario el obrero consciente de su explotación y miseria. Siempre ha habido obreros explotados pero no pueden considerarse proletarios. También es como la diferencia radical entre fe y creencias, de éstas ha habido y pueden darse muchas, pero no se identifican con la fe que es un fenómeno psíquico personal que afecta al propio destino que le da sentido a nuestra vida. La creencia es un fenómeno transpersonal, social y objetivo. Se tiene confianza en una creencia porque se confía en quien nos la transmite con el testimonio de su vida.
Por eso es preciso precaverse ante los «virus» que atacan al «software» de la democracia: Tecnocracia y complejidad de la política; crisis de los partidos políticos degradados en actitudes oligárquicas y corporativistas; la crisis de lo público; la funesta mediocracia, así como los necesarios medios de participación alternativos.
En esa amplia reflexión sobre la democracia y la ciudadanía, es lógica la denuncia de algunos de los tópicos contra los políticos: «síndrome maquiaveliano», más que maquiavélico; síndrome de la prioridad del partido sobre los intereses generales; el del interés personal del político con la corrupción consiguiente; la renuncia al liderazgo que se expresa mediante la alarmante moda del «gobierno mediante las encuestas». Y finalmente el intercambio de lealtad ciudadana por servicios y políticas públicas, en donde reside gran parte de la relación contemplada.
De ahí la advertencia ante los condicionantes objetivos: Abstracción y tecnocratización de la política; privatización e individualización de la sociedad; el alarmante poder asumido por los medios que producen tal hastío en una gran parte de los ciudadanos ante el espectáculo que nos golpea a través de los medios de comunicación, ya que sólo los secuaces asisten a sus intervenciones públicas, orquestadas y deformadas por medios afines o descalificados por sus oponentes tratados casi como enemigos. Sin olvidar la cautela de Tocqueville ante un exceso de democratización que podría provocar la caída en el despotismo de una mayoría o de una minoría. ¿Por qué habría que obedecer las decisiones del 51% de los ciudadanos? La tiranía de las mayorías, en temas que no les conciernen como son los del ámbito de la conciencia, puede llegar a ser demoledora.
No hay más que mirar en nuestro alrededor y auscultar nuestros más personales sentimientos: son de vergüenza ajena ante este espectáculo de insultos, gritos y descalificaciones sin capacidad para reconocer algo positivo en las aportaciones del oponente. Por no citar las sombrías maniobras de patio de Monipodio. Por eso son necesarias una mayor garantía de legitimidad del sistema y la capacidad de controlar al gobierno e impedir sus abusos; el fomento de la empatía y solidaridad social expresadas en el respeto mutuo y en la confianza interpersonal con el desarrollo de valores dialógicos, de respeto y de intercambio de pareceres.
No debería ser necesario preguntarse por qué es importante la participación política, ya que, para muchas personas, el desinterés y la decepción dominantes podrían incubar los huevos de serpiente de supuestas seguridades, de un orden que no sea fruto de la justicia y sí del silencio de los cementerios.
– José Carlos García Fajardo es Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del CCS Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.