A veces los datos más sustanciosos están en los lugares más inverosímiles. Las barras de bar, las peluquerías, los taxis, deberían ser, si no lo son, objeto de investigación por parte de sociólogos y demás profesiones afines. No estamos hablando en broma. La finalidad del estudio sería analizar el extraño interclasismo que une a parroquianos y clientes de distinta condición, sobre todo, económica. Naturalmente, si se estudia el espacio, será extraño que estos lugares no estén presididos por unas maestras comunes, la televisión o la emisora de radio, que ejercen su hegemonía cultural sobre oídos que no escuchan, pero que sí oyen, lo que las convierte en eficaces esparcidoras de ideas acríticamente asumidas y exageradamente sustentadas. Curiosamente, los resultados serían ligeramente contradictorios si estudiáramos las colas para realizar gestiones con las administraciones públicas. En tal caso obtendríamos un color rojinegro acrático y antiestatalista. Marx sostenía, no sabemos si acertada o equivocadamente, que el origen de este movimiento provenía de pequeños propietarios expropiados por el estado, de ahí su inquina contra él. La diferencia de la cola airada con esa acracia sería que la preferencia por la labor cooperativa habría sido sustituida por la privada, lo cual convertiría la rebeldía en ultraderechismo.
Hemos utilizado dos palabras ambiguas, interclasismo y condición, con intención elusiva. El motivo es que desde la perspectiva que pretendemos no se puede utilizar un concepto de clase delimitado. Para Marx, las clases están objetivamente determinadas por su función estructural en las relaciones de producción, es decir, de explotación. Esa es la realidad que quizás esos parroquianos no consideran y que incluso les repele. Para Weber, a su vez, la sociedad se estratifica mediante tres ámbitos que se solapan: el económico, el político y el social. Pero esto tampoco lo saben muchos de los integrantes de ese enclasamiento irreal, mezcla de ideas falsas, ideales reales y sueños que pueden cumplirse o no (interesante La fábrica de sueños, de Ilya Ehrenburg, sobre el onirismo en el mundo del cine), Ni siquiera se trata del habitus de Pierre Bourdieu, donde personas de un entorno social homogéneo sufren una especie de osmosis en sus estilos de vida y mentalidades. Después de todo en tal caso hay un espacio común que objetiviza sus opiniones. Por el contrario, en los lugares inicialmente mencionados se encuentran mentalidades similares provenientes de lugares socialmente dispares.
La perspectiva que aquí pretendemos es la más subjetiva y superficial (en el sentido de epidermis), la apreciación que cada uno tiene de su propia posición en la sociedad, y más concretamente la de quienes se creen de una clase sin serlo exactamente. No hace mucho, las clases no existían, a pesar de que haberlas las había. Al conjunto se le consideraba una clase media global, generada por el estado de bienestar. Esto no era verdad, sobre todo si nos comparábamos con la media de los 15 de la UE, pero era una idea que había tomado cuerpo al margen del nivel económico individual. Todavía seguíamos en la transición ejemplar. Si uno no estaba bien, se creía que los demás sí lo estaban. Avanzar sobre si esa masa cree que defiende adecuadamente sus intereses sería otro asunto; pero sí podemos afirmar que si no estamos materialmente en la media UE es precisamente por esa noción equívoca, la cual debilita cualquier esfuerzo por mejorarla.
Pongamos un ejemplo real para explicarnos mejor. Cuando el gobierno inició sus negociaciones para subir el salario mínimo interprofesional (15€), muchos pequeños comerciantes, sin empleados, se echaron las manos a la cabeza solidarizándose con los compañeros de profesión que sí emplean personal. ¿Cómo iban a resistir semejante agresión a la línea de flotación de sus negocios? En ningún momento se les ocurrió preguntarse: 1) Si realmente se puede vivir por debajo del actual salario mínimo interprofesional; y por qué sus líneas de flotación no son dignas de igual protección. 2) Si los bajos salarios no son un freno al volumen de su clientela y a la salida del estancamiento económico.
Pues no, la crítica a los avances sociales fue asumida ampliamente por sectores diversos; lo mismo daba que fuera un profesional sin empleados que uno con diez de ellos; y nadie se puso a calcular cuánto representaba esa subida salarial. Ciento cincuenta euros al mes, en una empresa de diez empleados, podían causar la ruina de la economía española. Y pocos se pusieron a investigar cuáles son los salarios mínimos de nuestro entorno. El Spain is diferente de Fraga sigue vigente para estas buenas gentes que sufren por una España abstracta y sin habitantes. De cómo será la existencia de una persona con 965€, ni palabra. Es decir, que de tres situaciones económicas desiguales (baja, intermedia y superior) y que conforma el gran cuerpo del país, se produce un alineamiento anómalo, en el que la intermedia se solidariza, a pesar de sus diferencias materiales, con la superior, en vez de hacerlo con la inferior, con la que comparte carencias. Es decir, que se da un doble error: no ver las verdaderas situaciones económicas de cada uno de esos sectores, y no comprender que las amenazas a su posición social no provienen de los de abajo (que además son sus verdaderos aliados y clientes), sino de los que están por encima de ellos, especialmente las megaempresas, verdaderas devoradoras de pequeñas y medianas empresas. Agreguemos un dato que describe el mundo que se nos viene encima, y que por el contrario a todos deja indiferentes: “Los tres grandes grupos bancarios concentran más del 60% del mercado financiero (nacional) tras una oleada de fusiones que ha durado más de una década y que ha provocado 100.000 despidos, el cierre de 45.000 oficinas y la desaparición de medio centenar de entidades”. Otro dato: España recibió de la UE 9.000 millones de euros para la recuperación. ¿A dónde van a ir esos fondos? Los economistas no venales aseguran que, por supuesto, no: van a ir ni a las pequeñas empresas, ni a las medianas, ni a los ayuntamientos. Es decir, que una impresión virtual y global se ha impuesto a las vivencias individuales y reales de muchas personas y nos ha cegado sobre un movimiento que lo va engullendo todo silenciosamente. Hoy por hoy el casi 90% de la humanidad ha de conformarse con el 15% de la riqueza (del conjunto un 50% vive con el 1%). Eso es en el mundo, se dirá. Segundo error, quien así habla se considera fuera de una humanidad interconectada. Tampoco sabe que en la próxima década más de una cuarta parte de los niños en España seguirá creciendo en un ambiente de pobreza
¿Y cuál es el nexo entre los sectores inferiores y superiores en todos y cada uno de los estratos? En realidad, una ficción producto de la hegemonía cultural detentada por la élite económica, que desde arriba desparrama sus ideas, engañosos o reales según convenga, sobre los demás. Conceptos como distinción, élite, mérito, esfuerzo (?), cultura (cosmopolita pero casi xenófoba), educación (privada), ocio, estética, moda (a veces ridícula y antiestética, pero obedecida por todos), trabajo decente (sí, se da tal contradicción: son la clase del esfuerzo, pero no quieren el esfuerzo real de los trabajos verdaderamente duros y sacrificados que encima desprestigian), vacaciones más o menos presentables, tipo de vivienda (un minipiso es la pera), lugar, ¡idiomas! (que no falte el inglés, que ha pasado de tener una función meramente instrumental –no olvidemos que Ciudadanos lo había propuesto como idioma vehicular del país– a ser un conocimiento en sí mismo; ahora saber inglés –no filología inglesa– equivale a otra carrera; con el flow aprenderemos que es la white trash), eficacia (que tiene hundido a medio mundo), parasitismo (ajeno), aporofobia, competencia (no la desregulada de la lucha de clases, sino la regulada para acabar con la empresa pública), libertad protegida en su momento por leyes mordaza, etc. etc. marcan distinción.
Volviendo a los parroquianos en general, en absoluto parece se consideren una clase subalterna. Podrán creer que los malos políticos les han robado prerrogativas que les son propias, pero en esencia no forman parte de la clase baja (hasta tienen coches estupendos). Por eso, muchas veces enjugan sus lágrimas ideológicas con las soflamas de la extrema derecha, que proclama que es la democracia la que ha hurtado la posición social que realmente se merecen (curiosamente muchos de los dirigentes ultraderechistas tienen títulos nobiliarios y/o grandes empresas). Pero no importa, en esa barra del bar se oirán cosas, entre lo jocoso y lo despreciativo, como: esa pensión que yo te pago. Ese pago se realiza, según ellos, a costa de unos impuestos que los empobrece para, en definitiva, sostener a vagos laborales y a parados vagos (el ministro liberal japonés pensaba que a los 70 debemos morirnos. Él no, tenía 72 en el momento en que lo dijo). Si saben que en realidad cada trabajador sufraga las pensiones del presente a cambio de que los del futuro sufraguen la suya, lo ocultan. Y respecto a los impuestos, no mirarán hacia arriba, sino hacia abajo; lo que no perciben se pierde en los subterráneos de las clases bajas, no en los áticos de las altas; el trabajo en negro, el fraude fiscal, las trampas de la ingeniería tributaria, las desgravaciones dudosas, los paraísos fiscales, los precios irracionales, el IPC dudoso, los préstamos leoninos, el enriquecimiento de las eléctricas, etc. etc. en nada intervienen en su empobrecimiento. Así mismo detectarán la corrupción, pero nunca percibirán, o aceptarán, que sea un fenómeno interrelacionado entre determinados sectores corruptos del mundo de la política y determinados sectores corruptos del mundo de la empresa. Menos aún que los primeros puedan ser subalternos de los segundos. Nada nuevo: ya la Falange lo proclamaba en el pasado, por lo que pedía una revolución vertical y sin revolucionarios; una paella sin arroz.
Posiblemente estos parroquianos sentirían una gran decepción si descubrieran que los compañeros de clase de los escalones superiores no comparten sus simpatías; y que como ellos, creen firmemente que todo aquel que está por debajo pertenece a una clase que es culpable de sus males. No nos extrañaría que los partidos de extrema derecha empezaran a nutrirse de una especie de fijosdalgos que culpen de su situación a los pobres escuderos.
¿Y todo esto, qué efectos tiene? Pues que psicológicamente (culturalmente) se conforma un cono de clases superpuestas que nada tiene que ver con la realidad económica. No hay una horizontalidad desigual y enfrentada, sino una verticalidad disciplinada donde la culpa está en la base y se aminora según se asciende. Este cono de ilusiones, de ideas, de opiniones, de representaciones, de sentimientos sociales, además parte de una ficción casi indiscutida: que la sociedad era, es, una pirámide de copas de champan, y que vertiendo todo el champan en la copa de la cresta esta rebosaría y nutriría a las demás copas. Lo que no aclararon es que la copa de arriba era capaz de absorber en exclusiva todo lo que le echaran, sin peligro de derrames. Esta ficción embelesó las esperanzas de muchos. Era el spanish (sub)way of life. Era un maná al cual nadie quiso renunciar, ni siquiera mucha gente de izquierdas, por lo cual se desmovilizó ingenuamente creyendo que tenían una copa en la pirámide. El capitalismo proveería, es decir, que todas las copas se llenarían suficientemente o más. La gran contradicción la provocó la posterior resaca de abstinencia. Como no llegaba el esperado champán, los de arriba, en un habilidosa maniobra llena de contrasentidos, comenzaron a culpar a los de abajo; y en vez de fluir champán, fluyeron culpas y recortes. ¡Inútiles! ¿Dónde habéis puesto vuestra copa? No queremos admitirlo, pero vivimos en una sociedad desinformada e irracional. Si se dice que esos criterios están inducidos por la cúspide minoritaria, para precisamente fraccionar el descontento de los más, y sumirlos en una bruma sin horizonte, se recurrirá a la típica acusación de que son confabulaciones de una izquierda fracasada y el pataleo de los incapaces. Decir que la prueba evidente es la de que el mundo tiende a una acumulación deshumanizada en la cúspide, deja fría a la mayoría. Hemos oído justificaciones meritocráticas, pero ¿nadie se pregunta quién ha construido con sus manos y bajos salarios todas esas autopistas, puertos, edificios, tierras labradas, flotas, represas, vías de trenes, etc. que todos utilizamos?
Todo esto no es local ni casual. Si se observa el cine contemporáneo comprobaremos que en él apenas hay trabajadores manuales; si ahora tuviéramos que mencionar una película cuyo protagonista sea un peón de albañil o un pintor de brocha gorda y sus vicisitudes, sería difícil mencionar muchas. Los guionistas dirán que el mundo quiere lo que no conoce, que el mundo necesita evadirse. ¿De una cárcel? ¿No es todo libertad y maravilla? Curioso, los más grandes escritores son recordados por obras que no trataban precisamente de la felicidad. Y el contagio de tal actitud ha sido casi absoluto. Y más importante aún, todas estas fantasmagorías tienen además andamiajes internacionales; pertenecemos a una feliz comunidad casi internacional de capitalistas triunfadores. Objetar que la mayoría carece de dicho capital es demostrar que se carece de ilusión. Dos mentalidades en una sola mente: la real y la imaginada.
No creemos que todo esto sea casual, inducido por un precario bienestar mal interpretado. Ni producto de una euforia patria fortalecida por nuestro carácter positivo. Se habla del futuro metaverso, pero hace tiempo ya que rige entre nosotros un metaverso más rudimentario; vivimos una realidad esquizofrénica en la cual se combinan nuestras vivencias y ese mundo apantallado poblado de ensoñaciones. Todo esto se ha construido bajo un esquema desigualatorio, en el cual una subida de 15€ es dramática, mientras una estrella del firmamento tiene un sueldo equivalente al de 5.000 médicos.
Todo esto adobado de ocio y de espectáculos como lenitivos a cualquier explosión de lucidez Ya no son los políticos honrados y con contenido los líderes de masas, sino las estrellas del rock o de la copla, los ddjj, los tertulianos que más jaleo armen. No oímos discursos políticos que nos orienten, sino música, encima en idiomas que apenas entendemos pero que nos suenan bien porque nos integran en ese mundo de poder y bienestar. Respecto a músicas y obras que no son las nuestras, extraña la pasividad de nuestros artistas: son millones de euros que pierden.
No hablemos de esa mentalidad que se alinea internacionalmente con problemas de los que no tiene la menor idea. Después de todo somos E pluribus unum. ¿Qué importan la paz, la justicia, el derecho internacional, si después de todo corremos el peligro de sufrir como los romanos invasiones bárbaras? Está en juego nuestra civilización. ¿Acaso nos vamos a dejar invadir por velos y turbantes? Aunque, curiosamente, no se cae en que esas invasiones provienen, en un porcentaje importante, de países que eran (en pasado) laicos, no teocracias con costumbres medievales (sobre todo para la mujer) e incluso aliados (¿cuántas veces no se les echó la alfombra roja a los pies?). Mientras tanto las teocracias siguen indemnes y recibiendo a nuestros más insignes elementos patrios. Más una contradicción añadida que nadie explica: si somos un país de población decreciente ¿no representan los emigrantes un saneamiento en la caja de la seguridad social? No, los defensores de la eficacia prefieren el cainismo de clase. Spike Lee recogía muy bien en una de sus películas estas explosiones de patriotismo: un ciudadano negro pobre levantaba el pulgar escuchando la información sobre el ataque a Irak.
Es decir, que vivimos en un gran cono de estratificaciones que vierten culpas de arriba abajo y beneficios de abajo arriba. Encima, no es en realidad un cono nacional. Mundialmente se repite el mismo paradigma: los países forman círculos concéntricos, muchos de los cuales se justifican mediante razonamientos xenófobos, racistas, aporofóbicos, puntocardinalistas, si cabe el palabro, con el mismo reparto de culpas y de beneficios. Pero de eso no se habla en la barra del bar. Con una lógica aplastante que caracteriza nuestra época neoliberal se llega a la conclusión de que con el ahorro de esos 15€ de subida del salario mínimo, ellos podrán sustituir las prestaciones públicas por prestaciones privadas, que para eso están con el diputado Manso, quien cree que al estado le basta con hacerse cargo del ejército, de la policía y de los tribunales. Todo lo demás lo proporcionarán la privada y nuestros sueños.
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