Su condición de «puerta» de África, de Frontera Sur de Europa con la explotación y abuso que ello implica, incontestada estratificación de la mano de obra, cloaca de esclavismo y xenofobía
Hay varias formas de perpetuar la dictadura del capital sobre los pueblos, al menos en este Reino mediterráneo que se llama España. Una de ellas consiste en mantener a toda cosa una estructura clasista desigual en la que una parte de la sociedad, explotadora y rentista, pueda vivir a costa de otra , sensiblemente más amplia, sometida a explotación y tratamiento desigual (inferioridad de derechos, acceso limitado a servicios y recursos, etc.).
El economicismo más clásico de los autores marxistas solía entender la Totalidad social como un sistema dual, bipolar. De un lado los burgueses que viven de la explotación del trabajo ajeno. De otro, los proletarios, esto es, una clase social que solamente puede subsistir dejándose explotar. En medio se situarían unos sectores sociales (tenderos, abogados, maestros…) prestadores de servicios «improductivos», que serían relativamente inertes en la dinámica de lucha de clases y que pueden oscilar, como en un partido de tenis, ora engrosando las filas de los burgueses ora proletarizándose.
Hoy en día este modelo de sociedad dual no se sostiene.
El capitalismo avanzado ha emborronado los dos polos de la lucha de clases. Muchos «capitalistas» son prácticamente mileuristas auto-empleados que gozan de unos niveles de renta a menudo inferiores a los de un trabajador asalariado. Muchos trabajadores asalariados («proletarios») gozan de un estatus social y un nivel de renta parejo al de un funcionario bien remunerado, gozan de estabilidad y derechos, y no tienen nada que ver (salvo en los aspectos formales) en su situación socioeconómica con los trabajadores del mercado negro, los emigrantes ultra-explotados o los jóvenes buscadores de primer empleo, por ejemplo.
La burguesía realmente rectora en la economía es cada día más escasa a nivel demográfico, se encuentra más diseminada por el planeta, restando protagonismo a las burguesías indígenas («mundialización», «globalización») y no posee rostros tan identificables. Hace tiempo que vivimos en un mundo de sociedades anónimas, transnacionales, etc. Es raro encontrar ya en la escena pública al empresario «identificable», salvo en casos circenses o productos de crónica rosa (Ruiz Mateos).
Frente a esto, y especialmente en el Reino de España, hay una serie de líneas de discriminación que son el abecé de la Economía política en el área mediterránea.
La estratificación del proletariado es universal en la actualidad. Ya Marx la conoció en sus tiempos, por supuesto. Obreros de primera cooptados o comprados por la burguesía, sobornados o privilegiados con el fin de disciplinar mejor a los infra-obreros, los ultra-explotados. Éstos últimos se subcategorizan según varios criterios (género, color de piel, procedencia, titulación).
Los grandes sindicatos europeos son ya, desde su legalización y progresiva incorporación al Aparato del Estado, instrumentos colonialistas: reivindican derechos pero negocian privilegios laborales y sociales de una pequeña parte de los trabajadores, los de Europa, mientras que en las periferias la clase obrera y el campesinado son esclavizados, masacrados, ultraexplotados, Esto, que ocurre a escala planetaria, se reproduce de forma transparente en las economías mediterráneas: se basan en una fuerte e incontestada estratificación de la mano de obra.
De una parte, los sindicatos «verticales», CCOO y UGT, dicen representar a los trabajadores, pero cuentan con una escasa militancia y adoptan los modos y las maneras de agencias estatales de reparto de fondos, fondos millonarios prestos a ser malgastados en cursillos, viajes, vacaciones, revistas, bolígrafos, mecheros.
De otro lado, se acumulan masas de trabajadores ultra-explotados, carentes de sindicación e incluso «visibilidad» pero que son el sustento económico de provincias enteras. Para ellos, para los ultraexplotados, la existencia de grandes agencias burocráticas «para la defensa de los trabajadores» es como la existencia de los ángeles o los extraterrestres. Algo lejano, algo que aparece en el cielo raso como un meteoro y después se va.
No hace mucho, en un suplemento dominical, se hablaba sin el menor tapujo del «milagro almeriense», de la «locomotora económica» andaluza. Al público más desinformado se le hacía saber, que «con gran esfuerzo» esta población había salido adelante por encima de su clima desértico y de la dureza de las demás condiciones de partida de la región. Había «retos» pendientes, desde luego, como las carencias en niveles de educación en un lugar donde florecen bancos en cada esquina. Para nada se hacía referencia ya a los brotes de violencia xenófoba que se habían sucedido tras el «boom» económico de Almería. Desde que, años ha, la televisión pública emitiera un espléndido reportaje revelando a España la cloaca de esclavismo y xenofobía que existía en El Ejido (y que levantó ampollas), se impuso en este Reino una semi-censura de lo más chocante.
Ha llegado a convertirse en un tema tabú el hacer referencias explícitas al racismo económico y al esclavismo mediterráneo que en la, ya superada, etapa de las vacas flacas, hacía del Reino de España la «novena potencia» económica mundial. Además, por arte de demagogia y de birlibirloque, los grupos económicos poderosos que se asientan en ese capitalismo basura y de frontera (de frontera con el Sur hambriento, con África y con el «Tercer Mundo») emplean toda su artillería mediática contra los que pongan su dedo en la llaga. Como si de un boomerang se tratase, tachan de racista a quienes hacemos referencia a un «capitalismo mediterráneo» caracterizado por una agricultura intensiva altamente explotadora de una mano de obra cuya condición raya en el esclavismo.
Un sistema que, unido a la alta corrupción administrativa de esas latitudes (municipios, diputaciones, Junta…) y la orgía típicamente española del ladrillo, han convertido este Reino en un Reino de mierda, incapaz de aprender del pasado y que no sabe modernizar sus estructuras productivas como no sea explotando a fondo su condición de «puerta» de África, de Frontera Sur de Europa con la explotación y abuso que ello implica.
No es de extrañar que ya desde los lejanos años del felipismo, el diseño económico del Estado español haya quedado perfectamente claro, al apostar por este modelo sureño. El norte y el occidente de la península (excluyendo la tradicional prosperidad vasco-navarra) quedan marginados de este mapa desarrollista. Un corredor «de progreso» que parte de la frontera francesa, al norte, y recorre todo el arco mediterráneo hasta el sur, como arco de compás que pincha su aguja en un centro, Madrid: ese es el diagrama desarrollista que ahora se ve que es un fracaso. Supone una subordinación de territorios y una estratificación del obrero. El obrero que, para el Capital, no tiene color , nacionalidad ni religión (como el dinero no tiene «olor», aunque proceda de la droga o de la prostitución) salvo cuando es factible explotarle más y mejor, al no formar parte de una casta de privilegiados.