No se asusten. No voy a proponer aquí la quema de conventos ni la ejecución masiva de presbíteros, imanes y rabinos. No se trata de eso. Convoco sencillamente a la autodefensa, al combate ideológico, a luchar sin cuartel, en todos los foros a los que consigamos acceder, contra la superchera sinrazón religiosa, directamente responsable de […]
No se asusten. No voy a proponer aquí la quema de conventos ni la ejecución masiva de presbíteros, imanes y rabinos. No se trata de eso. Convoco sencillamente a la autodefensa, al combate ideológico, a luchar sin cuartel, en todos los foros a los que consigamos acceder, contra la superchera sinrazón religiosa, directamente responsable de gran parte de la inopia intelectual que nos embarga. O la arrinconamos definitivamente o será ella la que acabe inexorablemente con las cada día más escasas posibilidades de transformar este mundo hostil en otro más justo y solidario. Así están las cosas y, ante la pertinaz intransigencia, sólo cabe aplicar la rebelde y sana intolerancia.
Todas las religiones, por definición, están reñidas con el raciocinio. Son sus naturales enemigas. La enseñanza común de todas ellas, especialmente de las monoteístas, es que la Humanidad es venial y transitoria, y que la resignación y la sumisión ante las injusticias terrenales es el único camino hacia la eterna dicha. Toda una sarta de arteras falacias logicales y de meras aranas que sólo benefician a los haraganes que las exponen urbi et orbi y a sus orondos amos, los usufructuarios del Poder.
Y si, verbigracia, el islamismo es el causante del sometimiento generalizado de la ciuadadanía de países más o menos remotos, aquí tenemos nuestro propio manantial de calamidades. Me refiero, claro, al catolicismo, que es el exponente más cercano y embrutecedor del cristianismo mal entendido.
Alguna vez había que abordar sin ambages este tema, y ésta se me antoja tan propicia ocasión como cualquier otra. A ver si, por fin, abierto ya el melón, se debate a fondo y se establecen estrategias comunes, que los damnificados por la barbarie de la Iglesia Católica se cuentan por millardos desde los tiempos de Ignacio de Antioquía y su audiencia de smyrneans, y ya va siendo hora de detener la histórica sangría.
En aras de una mayor brevedad que facilite la lectura de este articulito, voy a ahorrarles el largo rol de víctimas. Palmarios son, no obstante, los constantes ataques de la Conferencia Episcopal de las Españas, de su brazo hablado y de la recua obispal carpetovetónica a los que no les bailamos el agua bendita.
Nadie vea en este texto una agresión. Es, en todo caso, una respuesta. En definitiva, un llamamiento a la supervivencia.