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Ideas en acción

¿Cómo combatimos el fascismo?

Fuentes: En lluita

Más allá de los planteamientos teóricos que buscan clasificar o describir los procesos históricos, el interés por definir el fascismo deriva de la necesidad de identificarlo y de buscar las mejores estrategias para combatirlo en la actualidad. Entre aquellos que lucharon contra el fascismo en el pasado y teorizaron al respecto, hay aportaciones que pueden […]

Más allá de los planteamientos teóricos que buscan clasificar o describir los procesos históricos, el interés por definir el fascismo deriva de la necesidad de identificarlo y de buscar las mejores estrategias para combatirlo en la actualidad.

Entre aquellos que lucharon contra el fascismo en el pasado y teorizaron al respecto, hay aportaciones que pueden resultar muy útiles para identificar a los fascistas de hoy en día. Pero sería un error tomar estas definiciones de forma literal y asumir, directamente, que cualquier movimiento que no cumpla exactamente las características de sus antecedentes históricos no es fascista. Es necesario distinguir los elementos básicos que determinan la naturaleza del fascismo de los instrumentos que éste pueda utilizar para cumplir sus objetivos.

Los fascistas han tenido que adaptarse a la realidad actual y reelaborar su discurso, su simbología e incluso su estética para lograr que llegue su mensaje. Puede que hayan transformado su apariencia -es habitual que incluso se muestren tras una imagen de demócratas, como en el caso de la Plataforma per Catalunya de Josep Anglada- pero ello no significa que hayan cambiado su esencia y es en ésta en la que debemos situar el punto de mira. Quienes son excesivamente puristas y exigentes en definir lo que es el fascismo corren el riesgo de dejarse engañar por las apariencias.

Por otro lado, situarse en el lado opuesto y tener una visión demasiado amplia de lo que es el fascismo, también conlleva un riesgo, el de desenfocar el objetivo y perder la precisión al apuntar. Algunos sectores de la lucha antifascista defienden que el sistema económico capitalista es en sí mismo fascista y, por lo tanto, asumen que toda la superestructura que lo sustenta (el Estado y sus fuerzas de seguridad, los partidos políticos, los medios de comunicación, etc.), también lo es.

Es indudable que existe una relación entre el capitalismo y el fascismo, pero no son lo mismo. El fascismo es un movimiento político cuyo objetivo es la implantación de un régimen autoritario en el que todos los derechos y libertades son eliminados, así como toda oposición política o resistencia, mediante una represión brutal y sistematizada.

La posibilidad de que el fascismo llegue a convertirse en un movimiento de masas depende de las situaciones de crisis económica, cuando aumenta el descontento social y es más fácil que los fascistas encuentren el caldo de cultivo necesario para extender sus ideas. Para ello, utilizan una retórica obrerista y buscan un chivo expiatorio (las personas inmigrantes, los homosexuales, las minorías nacionales, etc.) al que señalar como culpable y frente al que ensalzar la idea de una unidad nacional por encima de las diferencias de clase.

Por otro lado, en un contexto de crisis, es más probable que aumente la polarización social y cada vez más gente cuestione la legitimidad del sistema económico y político.

Cuando esto sucede, si existe una amenaza real de que la clase trabajadora se organice y acabe con el sistema capitalista, la clase dirigente puede optar por apoyar al fascismo como último recurso para salvaguardar sus privilegios. Así, los grandes capitalistas pueden servirse del fascismo como de una herramienta puntual para salir de un momento de crisis política o un proceso revolucionario. Pero cuando pueden escoger, prefieren mantener el control político a través de la estabilidad que les otorgan las democracias representativas. Por lo tanto, no son ellos quienes crean los partidos fascistas. Es en los pequeños empresarios y comerciantes, que no tienen acceso al poder político en las democracias liberales, así como en los sectores más marginados o descontentos de la clase trabajadora, donde los fascistas encuentran sus bases para establecerse y crecer.

Resumiendo, el fascismo es un movimiento político cuyo objetivo es la implantación de un régimen autoritario. Para ello, se sirve de los prejuicios existentes para crecer y asienta sus bases en los pequeños empresarios, comerciantes y otros sectores desclasados. Se trata de un movimiento autónomo, pero para alcanzar el poder los fascistas necesitan el apoyo de los grandes capitalistas, el cual obtienen en momentos de convulsión social, cuando éstos últimos necesitan recurrir a la fuerza y la represión para frenar procesos de cambio social. El fascismo constituye la forma más brutal y salvaje de gestionar el capitalismo y, si hay algo que debemos aprender de la historia, es que hay que combatirle desde que nace. Para poder hacerlo es fundamental que seamos capaces de señalarlo a tiempo.

Ana Villaverde es militante de En lucha / En lluita

Artículo publicado en el Periódico En lucha: http://enlucha.org/site/?q=node/15799

[VERSIÓ EN CATALÀ: http://www.enlluita.org/site/?q=node/3393]