En los meses recientes, la disputa sobre la naturaleza y la finalidad del programa de desarrollo nuclear iraní ha generado crecientes tensiones en Oriente Medio. Cuando considero lo que aquí está en juego recuerdo las palabras del historiador británico Arnold Toynbee, quien advirtió que los peligros de la era nuclear constituyen un «nudo gordiano que […]
En los meses recientes, la disputa sobre la naturaleza y la finalidad del programa de desarrollo nuclear iraní ha generado crecientes tensiones en Oriente Medio. Cuando considero lo que aquí está en juego recuerdo las palabras del historiador británico Arnold Toynbee, quien advirtió que los peligros de la era nuclear constituyen un «nudo gordiano que debe ser desatado por dedos pacientes en lugar de ser cortado con una espada».
Ante la posibilidad de que esas tensiones hagan estallar un conflicto armado, instemos a los líderes políticos de todos los Estados involucrados a reconocer que ésta es la hora de tener el coraje de la moderación y de buscar posiciones comunes que permitan salir del actual punto muerto.
El uso de la fuerza militar nunca produce una solución duradera. Aunque pueda parecer posible suprimir una amenaza en particular, lo que queda después es un legado de ira y odio más mortífero aún.
Es una triste constante de la política internacional: a medida que crecen las tensiones también se eleva el nivel de las amenazas que se intercambian.
Recuerdo que cuando el presidente estadounidense John F. Kennedy y el líder soviético Nikita Jruschov se encontraron en 1961 en Viena en el momento más crítico de la crisis de Berlín, Jruschov advirtió: «La fuerza se enfrentará con la fuerza y si Estados Unidos quiere la guerra, ése es su problema. Pero las calamidades de la guerra las compartiremos de igual manera».
No podemos desconocer que si estalla la guerra un incalculable número de simples ciudadanos sufrirán las horribles consecuencias. Esto es algo que las generaciones que vivieron durante las guerras del siglo XX bien conocen.
En mi caso, perdí a un hermano mayor en combate y nuestra casa fue quemada dos veces por los bombardeos. Todavía tengo el vívido recuerdo de cuando, durante un ataque aéreo, tuve que correr, arrastrando a mi hermano menor, para huir de las bombas.
Todo empleo de armas de destrucción masiva esparce la muerte y el caos hasta un grado inimaginable. Las armas nucleares, en particular, deben ser reconocidas y condenadas como armas de una absoluta inhumanidad.
Tanto en la crisis de Berlín como en la crisis de los misiles en Cuba en 1962, los líderes de las dos superpotencias finalmente dieron un paso atrás desde el borde del abismo. En medio de insoportables tensiones, visualizaron la devastación que se hubiera producido si fracasaban en encontrar una salida.
En la actual situación, sabemos que un ataque militar contra las instalaciones nucleares de Irán sería enormemente desestabilizador. La represalia sería inevitable y es imposible predecir las repercusiones que se producirían en una región que está experimentando una amplia transformación política.
Aunque la dinámica de la política internacional parece bloqueada en un escenario de amenazas y desconfianza, no debemos desoír las voces de los incontables individuos que habitan en la región y que desean verla libre de armas nucleares.
En una investigación cuyos resultados fueron divulgados en diciembre por el Brookings Institute, se comprobó que, en una proporción de dos a uno, los israelíes apoyan un acuerdo que haga de Oriente Medio, incluyendo a Irán e Israel, una zona libre de armas nucleares.
La conferencia internacional programada para este año a fin de establecer una zona libre de armas de destrucción masiva en Oriente Medio es un intento de responder a las aspiraciones de los pueblos de la región, y deben hacerse todos los esfuerzos para asegurar su éxito, que representaría un paso hacia la satisfacción de los intereses de seguridad común tanto de Irán como de Israel.
El presidente Kennedy, que confrontó dos crisis potencialmente apocalípticas, manifestó: «Nuestras esperanzas deben ser atemperadas con la cautela que nos enseña la historia».
Hasta ahora, las aspiraciones de vivir en un mundo sin armas nucleares han sido forjadas mediante los tenaces esfuerzos de quienes han afrontado y superado los desafíos de las crisis. El proceso que produjo el Tratado de Tlatelolco, que estableció la primera zona libre de armas nucleares en una región poblada, por ejemplo, fue impulsado por la nueva urgencia creada por la crisis de los misiles en Cuba.
A pesar de los cínicos rechazos de quienes opinaban entonces que tales esfuerzos eran una pérdida de tiempo y que nunca se llegaría a un acuerdo, las negociaciones persistieron. Actualmente, todos los 33 Estados de América Latina y el Caribe, así como los cinco Estados declarados con armas nucleares son firmantes del Tratado de Tlatelolco.
A fin de resolver la crisis que actualmente se cierne sobre Oriente Medio, la sociedad internacional debe renovar su determinación de no abandonar jamás el diálogo y de tener la convicción más profunda de que lo que ahora parece imposible puede y debe hacerse posible.
Daisaku Ikeda es un filósofo japonés; preside el movimiento budista Soka Gakkai y es una de las principales figuras mundiales del movimiento abolicionista nuclear. De IPS, especial para Página/12.
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