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Como el tamtan de la sabana

Fuentes: Rebelión

Con el mismo ímpetu del ancestral tamtan (tambor y su redoble) de la sabana africana, taladrante, isócrono, largo como una pesadilla, un sofisma se pasea en andas por el mundo. En el decir de ciertas elites y sus heraldos, los grandes medios de comunicación, Cuba representa el reino de la violación de los derechos humanos. […]

Con el mismo ímpetu del ancestral tamtan (tambor y su redoble) de la sabana africana, taladrante, isócrono, largo como una pesadilla, un sofisma se pasea en andas por el mundo. En el decir de ciertas elites y sus heraldos, los grandes medios de comunicación, Cuba representa el reino de la violación de los derechos humanos.

Acusación nada nueva, por supuesto. Forma parte de una guerra teórica y práctica que, en palabras del filósofo francés André Tosel, comenzó con el combate del liberalismo político contra el sistema surgido a raíz de la Revolución de Octubre. El sonsonete resulta distinguible, hasta encasillable: «El Estado-partido es el más terrible de los déspotas, pues detenta de modo exclusivo el monopolio de la violencia, y lo robustece con el monopolio del poder económico mediante el mecanismo de la planificación central, además de legitimarlo mediante el monopolio del poder ideológico, con el marxismo-leninismo promovido al rango de dogma». Nada menos que un ogro «frente al cual se justifica hacer valer el respeto a los derechos del hombre y del ciudadano, el pluralismo político y sindical, la garantía de procedimientos democráticos».

En esta diatriba, los intelectuales de la burguesía parecen olvidar que el preconizado Estado de derecho -contraparte del «rojo»- no constituyó originalmente el Estado de todos, sin distingo del color de la piel, del sexo, de la nacionalidad, de la condición social. Ha sido el de los propietarios, varones y blancos. «Se ha necesitado la lucha realmente titánica y dolorosa de los excluidos de la ciudadanía, de los pobres y desposeídos, de las mujeres y los colonizados, para que ese Estado limitado se ampliara primero hasta la condición de Estado democrático de derecho y después a la de Estado socialdemócrata de derecho».

O sea que la expansión -siempre precaria, dependiente de la correlación de fuerzas internas y externas- no representa una concesión del Estado liberal de derecha y su clase dirigente, aterrorizados por la mera posibilidad de perder el control de la propiedad, y que de hecho señorean en lo económico y lo político. La ampliación les fue arrancada, en enconada y dilatada brega, por plebeyos que de demócratas y republicanos se trocaron en socialistas y comunistas.

Y que conste: no fue Marx quien elaboró la doctrina del Estado como instrumento de los dueños. Precisamente los liberales se erigieron en paladines de la reducción de ese aparato a la de simple protector del capital. Según el leal saber y entender de Tosel, cuyo criterio obviamente compartimos, la gran paradoja apreciable es que los etiquetados como apóstoles del organicismo estatal -Marx, el señero- son quienes mejor han defendido a los individuos pertenecientes a las clases desposeídas y, en consecuencia, al pluralismo.

Porque cuando los «tanques pensantes» atribuyen la miseria solo a la libertad y la responsabilidad personales, y no a la objetividad de las contradicciones vinculadas con la maximización de ganancias, en sí están negando el más importante entre todos los derechos del hombre moderno: el de la vida, la subsistencia gracias a un trabajo universalizado.

La prueba, al canto. En los ubérrimos Estados Unidos, «más de un millón de niños que estudian en instituciones públicas no cuentan con un techo para pasar la noche». Conforme al sitio digital Global Research, «mientras la economía estadounidense se derrumba, aumenta la pobreza y la falta de vivienda». En contraposición, la Unicef acaba de reconocer en Cuba al único país de América Latina y el Caribe que ha eliminado la desnutrición infantil.

Sí, la misma Cuba satanizada por aquellos que acreditan la rebelión cuando se trata de limitar un poder dizque despótico en relación con el sacrosanto privilegio del capital, y en cambio arremeten contra la tradición que enarbola el llamado «derecho de necesidad extrema, el derecho a la vida como base del derecho de resistencia y hasta […] el derecho a la Revolución» (André Tosel).

Por eso uno tiene que diferir de la visión del asunto constreñida al ámbito de la propiedad. Y concluir que, más allá de las falencias -¿habrá algo imperfectible bajo el sol?-, el sistema que creamos ha multiplicado, cual el Cristo de los panes y los peces, fueros esenciales tales educarse, recibir asistencia médica y una mayor cuota de riqueza social. Con la conciencia -eso sí- de que no se lloriquean; se logran colectivamente, en un proceso paulatino y tenaz cuyo máximo valladar no resulta el Estado socialista, sino engendros como el cerco exterior, y la ideología liberal, que percute y percute, sofismas en ristre, con la misma fuerza de un tamtan en la sabana inabarcable, en la más densa selva.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.