1. La salud mental. No hay sicópata más peligroso que un sicópata con talento. La psicosis se caracteriza por una desconexión de la realidad. Como la naturaleza tiene horror al vacío, al desconectarse de la realidad el sicópata crea su propia realidad. Si todavía tiene talento y peor aún si es malo, entonces esa persona, […]
1. La salud mental.
No hay sicópata más peligroso que un sicópata con talento.
La psicosis se caracteriza por una desconexión de la realidad. Como la naturaleza tiene horror al vacío, al desconectarse de la realidad el sicópata crea su propia realidad. Si todavía tiene talento y peor aún si es malo, entonces esa persona, de hacerse del poder, puede destruir lo construido ladrillo a ladrillo por varias generaciones.
El sabio duda e indaga, el sicópata con talento no tiene ninguna duda de que sus ideas son la genialidad más pura. Con carisma y talento un sicópata puede -hasta ahora-, llegar a presidente de la república, que en Latinoamérica por lo menos, es más parecido a un rey autocrático que a un presidente o primer ministro de otros países (el tan vapuleado, pero promovido mediante astutas palabras entresacadas e incluso inventadas para buscar excusas para la agresión, presidente de Irán, tiene un puesto de tercer nivel en el gobierno del país. Aunque los medios lo presentan como el Supremo).
Existen varios ejemplos notables de sicópatas malos que asumieron el poder con su carisma y su talento. Pueden ser fácilmente identificables por haber hecho lo peor que podía hacerse y de la peor manera posible. Una persona medianamente normal nunca podría haber dejado un tal legado de pobreza, desocupación, dependencia, enormes e impagables deudas externas, desindustrialización y mil calamidades más. Por la naturaleza de su enfermedad mental esos sicópatas no tienen «conciencia de enfermedad» y vuelven a postularse después de sus desatinos.
Vamos hacia la solución.
Todos nosotros hemos sido sometidos a test sicológicos cuando buscábamos trabajo. Esos test están muy probados y gozan de una total confianza.
Ahora me pregunto: un Presidente, un Senador, un Diputado, un Gobernador, un Juez, antes de ser aceptado ¿es sometido a algún test sicológico? ¡Claro que no! ¿Cómo van a dudar de la sanidad mental de un semi-prócer?
Como hemos visto la historia muestra que no cabe tal argumento, hay muchos sicópatas malos que buscan el poder y a veces lo consiguen. Y entonces me pregunto: si a mí no me ofendió hacer varios test aunque mi labor, si era contratado, fuese bastante intrascendente y que en general no pudiese hacer mayor daño a los ciudadanos. ¡Entonces por qué no deberíamos someter a los que van a manejar la «res pública» a test bien confiables!
No creo que nadie pueda atacar mi propuesta. Es claro que las cosas se harían con toda precaución para no afectar la privacidad y la dignidad de la gente. Los test serían escogidos y aplicados por una comisión de notables nacionales y extranjeros trabajando con plena autoridad.
¡Nada de sensiblerías baratas al pueblo hay que protegerlo!
2. Las promesas electorales.
«Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros»
Groucho Marx
¡Hermoso tema!
¡Cuántos engaños hemos sufrido y seguiremos sufriendo si no tomamos alguna medida!
La presentación de un hermoso ejemplar bien encuadernado, conteniendo la plataforma electoral, los textos y los discursos transcriptos de la campaña electoral, va a marcar el cierre de campaña. Refrendado por el candidato ante escribano público (que bien podría ser el Escribano Mayor del Gobierno para darle más solemnidad), ese ejemplar va a ser entregado a la Justicia Electoral. Es claro que en ese momento es puro protocolo pues el documento ya debe haber sido revisado y aprobado por el candidato y el Ministerio Público.
Como las palabras pronunciadas y escritas son tan importantes que le podrán dar el poder, deben tomarse con la seriedad debida. El que es elegido seguro que no podrá ajustarse por distintas razones hasta la última coma del documento. No es impedimento, sus palabras deben ser relativizadas en el sentido que deben ser cumplidas mientras no surjan circunstancias fuera de su control que lo impidan o que otras alternativas sean mejores para el pueblo. Lo que deberá hacer la autoridad elegida es simplemente probar que ese fue el caso. Si no lo hace hay un caso de defraudación ¡al soberano! Cuya pena será fijada por ley pero que debe ser muy dura.
Señor candidato, si usted va a actuar de buena fe ni siquiera se preocupe, pero si ya está haciendo alianzas que impliquen el incumplimiento de su compromiso: ¡tiemble corrupto!
3. Manejo del descontento.
Como el pueblo estaba descontento con el gobierno, el Presidente encargó a las Cámaras que disolviesen al pueblo y eligiesen otro (Bertold Brecht).
Brecht se caracterizó por la originalidad de sus ideas que a la vez de sacudir al intelecto, son una semilla de creatividad.
La idea de que el gobierno elija otro pueblo cuando el que se manifiesta está descontento (claro que debería ser la mayoría del pueblo, no un grupúsculo de exaltados), si le agregamos algunos matices, y como diría un cocinero, un poco de sal y pimienta, sería un test prodigioso para el gobierno.
Resultados posibles:
1. Si elige a los miembros e su entorno que se encargan de hacerlos sentir dioses, mediante la selección de información a proveerles, y por supuesto por el intensivo uso la adulación (que es diferente a las manifestaciones sinceras de admiración), para fortaleces sus egos; entonces no hay duda. En este caso deberíamos someterlos a Juicio Político por falta de idoneidad para su cargo.
2. Si elige condicionalmente a los que los atacan, pero forman una comisión de investigación independiente compuesta por ciudadanos aceptados por ambas partes por su patriotismo y probidad, para investigar la propuesta subyacente en los ataques, y por supuesto a acatar sin chistar el fallo, entonces a esa gente hay que apoyarla. Seguro que son valientes y tienen las mejores intenciones.
Guillermo F. Parodi es profesor universitario, miembro del Observatorio Internacional de la Deuda y de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística.