Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
«El problema de Israel, por consiguiente, no es esta ley concreta o aquella otra, sino toda su estrategia general, que no ha cambiado desde 1948 y es tan cruel como la de algunas limpiezas étnicas que ahora mismo están en marcha en otras partes de Oriente Próximo y del mundo en general -y mucho más eficaz-» ( Ilan Pappé y Samer Jaber)
La naturaleza de la crueldad humana es enormemente compleja, así que voy a centrarme en algunas ideas que me han resultado esclarecedoras.
Durante años, al igual que otras personas, me he sentido completamente perpleja por la pregunta: ¿cómo consiguen los criminales dormir por la noche? Mi pregunta no encontraba respuesta hasta que el año pasado leí el artículo de Liam McLoughlin «No Shame: The Science Behind Why Most Australians Feel Okay About Tormenting Asylum Seekers» (La ausencia de vergüenza: la ciencia explica por qué la mayor parte de los australianos no se sienten mal por el calvario que hacen pasar a los demandantes de asilo). Este escrito me dio la clave que me ayudó a entender la crueldad indiferente de los Netanyahus, Obamas, Trumps, Merkels, Blairs y tantos otros como ellos, en el pasado, presente y futuro.
Para los activistas, la verdad es el arma definitiva contra el mal de la injusticia. Con una actitud ilusoria o ignorante no podemos conseguir justicia. En mi caso, mi primera limitación procedía de mi educación cristiana, ya que me lavaron el cerebro para creer que todos los hijos de Dios son fundamentalmente buenos y, sin embargo, violentos por naturaleza. ¡Figúrese! Este punto de vista sobre la condición humana ha sido para mí un obstáculo.
Ya no me creo ninguna de ambas premisas. Para mí, la prueba de que las personas no son violentas por naturaleza es la presencia endémica de estrés postraumático en veteranos de guerra sin relación aparente con que hayan sentido próxima su muerte sino con su participación inmoral en el infierno de la guerra.
El mes pasado vi el documental «National Bird» que trata de tres militares denunciantes de conciencia que trabajaron en el programa de drones de Estados Unidos. Heather Linebaugh, una analista de imágenes captadas por drones nunca llegó a pisar una zona de guerra pero sufría estrés postraumático por haber «matado desde la intimidad y a distancia».
Y la prueba de que no todo el mundo es esencialmente bueno la tenemos por todas partes, especialmente dentro de los gobiernos.
El artículo de McLoughlin muestra Cómo se llega a la crueldad y la maldad.
En él cita al profesor emérito de psicología por la Universidad de Stanford, Albert Bandura y su teoría de la desvinculación moral, que resume «las múltiples maneras en que pueden invalidarse los códigos morales con el fin de evitar emociones negativas como la vergüenza y la culpa que normalmente se asocian al comportamiento inmoral».
El primer paso es la «justificación moral»: convertir lo inmoral en honorable, como por ejemplo justificar la crueldad del gobierno australiano que mantiene como rehenes a los demandantes de asilo con el pretexto de luchar contra el tráfico de personas o evitar muertes en el mar. El uso de eufemismos, como los nombres que Israel pone a sus sanguinarias operaciones contra los palestinos («Margen protector», «Pilar defensivo», «Guardián del hermano») perfecciona la justificación. La crueldad de masas-eufemística definitiva es ver a los israelíes «en las colinas cercanas a la frontera con Gaza dando vítores de alegría mientras las bombas caen sobre personas en una zona infernal de guerra a pocos kilómetros de allí».
El segundo es minimizar, ocultar o ignorar las consecuencias. Australia controla el acceso de los medios de comunicación a los crueles campos de internamiento de inmigrantes en el extranjero y amenaza con penas de cárcel a quien filtre información sobre los mismos. El libro de John Lyon Balcony over Jerusalem saca a la luz el control israelí-sionista de la prensa local e internacional y sus ataques a una especie en extinción: los periodistas íntegros.
El tercer paso es deshumanizar a la víctima y echarle la culpa a ella. Los solicitantes de asilo son «ilegales», los palestinos son «terroristas» y los activistas del BDS «antisemitas» que pretenden la destrucción de Israel.
Estas estrategias conducen al desplazamiento o la dispersión de la responsabilidad.
McLoughlin lo explica de este modo:
«Las personas no se sienten personalmente responsables cuando hay muchas otras implicadas. Esto ocurre a escala del gobierno, cuando entra en juego la toma de decisiones grupal. Los investigadores han descubierto que la gente se comporta de un modo más cruel cuando forma parte de un grupo […] Y, a la inversa, cuando todo el mundo es responsable, nadie se siente responsable. A una escala de población más amplia, a esto se le conoce como «efecto del espectador»; cuantas más personas presencian una tragedia es menos probable que una de ellas intervenga».
Personalmente, creo que el efecto espectador dentro de la sociedad se debe al miedo a la autoridad y al temor a manifestarse públicamente que comienza en el sistema educativo, de la guardería en adelante. Produce clones del sistema en vez de pensadores autónomos que se atrevan a enfrentarse a las injusticias. Es más seguro tragarse las mentiras edulcoradas de las autoridades que defender la verdad.
Pero sabemos que no es más seguro.
En cuanto a los espectadores políticos, como los gobiernos extranjeros que han sido testigos durante decenios de los crueles crímenes de guerra perpetrados por Israel contra la población autóctona de Palestina, están dirigidos por los maestros de lo que Hannah Arendt llamaba «la banalidad del mal».
Esto me lleva al Quién y el Por Qué de la crueldad y del mal.
Yo había malinterpretado que la banalidad del mal de la que hablaba Arendt se refería a las personas normales que terminaban cometiendo actos malvados, como el «pobre» Eichmann que exterminó a judíos, gitanos, homosexuales o disidentes obedeciendo las órdenes de los nazis. Sin embargo, la lectura de la obra del psicólogo clínico Andrew M. Lobaczewski, Ponerología política: una ciencia sobre la naturaleza del mal adaptada a propósitos políticos me abrió los ojos, me supuso una revelación racional y me ayudó a dar coherencia a mi nueva perspectiva.
Lobaczewski nos aclara que Ponerología viene del griego poneros = mal. Explica que su estudio sobre el narcisismo le llevó al estudio de la psicopatía, que, según este autor, afecta al 4 por ciento de la población y es diez veces más abundante entre los varones. El 4 por ciento de 24,6 millones de australianos, por ejemplo, es casi un millón de personas.
Esta es la descripción que Lobaczewski hace de un psicópata:
«Imagínese, -si puede- que no tuviera ninguna conciencia ni sentimiento de culpa o remordimiento hiciera lo que hiciese, que no le importara en absoluto el bienestar de desconocidos, amigos o ni siquiera familiares. Imagínese que no tuviera problemas con la vergüenza,que no la hubiera sentido en toda su vida, por muchos actos egoístas, perezosos, dañinos o inmorales que hubiera cometido. Y suponga que desconociera por completo el concepto de responsabilidad, excepto como la carga que otros parecen aceptar ciegamente, como tontos inocentes. Ahora añada a esta extraña fantasía la habilidad para esconder a los demás que su maquillaje psicológico es completamente diferente al de ellos.
«Como todo el mundo asume sencillamente que la conciencia es un rasgo universal de los seres humanos, cuesta poco esconder el hecho de que uno mismo carezca de conciencia. La culpa o la vergüenza no le impiden realizar ninguno de sus deseos y los otros nunca le echan en cara su sangre fría. El agua helada que corre por sus venas resulta algo tan extraño, tan alejado de la experiencia personal de los demás, que raras veces llegan a adivinar su condición. Es decir, se encuentra completamente libre de cualquier restricción interna y esa libertad sin obstáculos para hacer lo que quiere, sin sentir punzadas de conciencia, pasa desapercibida para el resto del mundo».
Lobaczewski señala que «los psicópatas dan la impresión de poseer en abundancia las cualidades más deseadas por las personas normales». Tienen confianza en sí mismos, pueden ser carismáticos, «simpáticos», «encantadores», «inteligentes», «espabilados», pueden «inspirar confianza» y «tener éxito con las mujeres» y, moralmente hablando, saben decir lo apropiado pero no actúan en consecuencia. ¿Le recuerda a alguien?
También pueden ser máquinas eficientes, arrogantes, manipuladores, cínicos, exhibicionistas, amantes de las sensaciones, maquiavélicos, vengativos, pueden jurar cualquier cosa sin que parezca obligarles a nada, disfrutan haciendo sufrir a la gente y ante todo buscan su propio beneficio. «Se atribuyen a sí mismos amor y estatus y se consideran muy respetables e importantes». Los psicópatas pueden formar parte de su núcleo de amigos, podrían ser su pareja, su jefe, su vecino. Están en todas las profesiones y, según Lobaczewski, «la política no es una excepción y, por su propia naturaleza, tiende a atraer más «tipos dominantes» patológicos que otros campos».
En tiempos del Bush Reich, Lobaczewski advirtió de que «parece que Estados Unidos en particular y tal vez el mundo en su conjunto van a entrar próximamente en una época tan mala y de tal horror y desesperación que el Holocausto de la Segunda Guerra Mundial parecerá un simple ensayo». Veinte años más tarde, sus palabras resultan proféticas.
Claro que hay personas con conciencia que actúan cruelmente por miedo, obediencia, codicia, inseguridades, traumas infantiles, enfermedad mental, etc. Y son fácilmente manipulados mediante las tácticas de la desvinculación moral.
Israel
«Creo que es importante reconocer que probablemente las tres cosas que caracterizan a Israel y al gobierno israelí son la arrogancia, la brutalidad y la estupidez. Y esos son los tres elementos que guían sus acciones. Arrogancia es pensar que las vidas palestinas no son importantes. Creen que los palestinos no son nada, que es precisamente lo que los regímenes racistas piensan del «otro». Sobre su brutalidad ya me he manifestado desde el principio y han demostrado una terrible crueldad hacia los palestinos. Y, ¿qué decir de su estupidez? Cuando se les conoce de cerca y entre bastidores, cuando se observan los detalles y su falta de previsión se puede apreciar lo estúpidos que son».
Miko Peled, disidente israelí y activista por la paz
Lobaczewski presenta los orígenes biológicos (naturales) de la psicopatía, pero puede inculcarse el comportamiento aberrante en toda una nación mediante la educación en masa.
En Israel, la crueldad patológica y la desvinculación moral son parte integral de la cultura nacional. En relación con la brutal ocupación de Palestina por Israel, las personas decentes se rascan la cabeza y se preguntan: «¿Por qué los israelíes se comportan como los nazis?», o, «¿Cómo es posible que, habiendo sufrido el Holocausto, los israelíes hagan sufrir así a los palestinos? Son preguntas relevantes y la respuesta es asombrosa.
No conozco a ninguna nación civilizada que inflija tal tortura mental sobre su población. Desde la infancia, se aísla a los israelíes en una burbuja delirante en la que se les programa para que miren con preocupación el mundo hostil que supuestamente les odia y está listo para un nuevo Holocausto. Reuters menciona un libro de texto israelí de cuarto curso que afirmaba: «Israel es un país joven rodeado de enemigos, como un cordero en un mar de setenta lobos».
El adoctrinamiento ejercido sobre los niños israelíes con el fin de que se sientan víctimas es simple y llanamente tortura. Es maltrato infantil.
Se suele considerar tortura a «la imposición intencional de dolor o sufrimiento, mental o físico, agudo por parte o con el consentimiento de autoridades del Estado con un propósito determinado». En este caso, el propósito es preparar a los niños y niñas judíos para un glorioso reclutamiento militar, de los 18 a los 21 años, que refuerce el respaldo inequívoco y la ejecución de la ocupación ilegal, los crímenes de guerra y los crímenes contra la humanidad.
Engendra y atrae a asesinos de sangre fría que hacen carrera matando palestinos.
En la guarida de la bestia, donde la impunidad sistemática por las atrocidades anula el estado de derecho, la conciencia es superflua. Desde las carnicerías en masa hasta la ejecución individual de palestinos, con raras excepciones, los israelíes tienen mano libre para acometer lo que es, a todos los efectos, actos terroristas aprobados por el Estado.
La impunidad a escala nacional tiene su reflejo en la impunidad internacional que conceden al Estado de Israel la ONU y los gobiernos occidentales.
En cambio, Israel castiga cruelmente la resistencia palestina con demoliciones de viviendas, tortura y encarcelamientos prolongados sin acusaciones ni juicio o, más habitualmente, ejecuciones extrajudiciales.
El adoctrinamiento para asumir el papel de víctimas combinado con el racismo, los mitos bíblicos, la supremacía y el militarismo judíos, así como la explotación del Holocausto, forman parte integral de la identidad israelí.
Israel ha elevado intencionadamente el Holocausto al nivel de religión y su mayor hipocresía es el brutal campo de concentración de Gaza, que ya va por los diez años de existencia. Los gobiernos occidentales protegen activamente la santidad del Holocausto pero guardan silencio ante el castigo colectivo cotidiano y el sufrimiento inhumano de las familias de Gaza. La perversión del alma de Israel resulta evidente cuando intentas considerar qué es lo que les pasa por la cabeza a los jóvenes soldados cuando impiden que una ambulancia preste auxilio a alguien a quien acaban de herir y al que observan despiadadamente desangrase hasta morir.
En una sociedad sana, cuando hay algún herido la gente sigue su instinto y llama a una ambulancia. En Israel, el bloqueo a las ambulancias es una práctica sistemática del genocidio que se practica «uno a uno». Si no, observe la indignación pública por el arresto, juicio y prisión (solo 18 meses) del enfermero militar Elon Azaria, que ejecutó a sangre fría a un palestino herido, Abdel Fattah al-Sharif que yacía inerme en el suelo. Una sociedad normal condenaría como brutal y criminal ese fanatismo violento, pero como de costumbre, Azaria fue inculpado por «homicidio involuntario», aclamado como un héroe israelí y se le concedió un permiso penitenciario de cuatro días por el Nuevo Año Judío.
La periodista israelí Amira Hass siente desprecio por la deshumanización de Israel:
«Y, tal vez, aún más terrible que el espectáculo que ofrece la policía de fronteras -y sus comentarios desdeñosos, arrogantes y ofensivos a los palestinos- sea el entusiasmo de los israelíes por su atractivo, heroísmo y amabilidad».
«Nuestra propia crueldad -día tras día, mes tras mes, año tras año- no nos molesta. Nuestra crueldad es legítima mientras nos garantice poder seguir con nuestras vidas generalmente buenas».
Actualmente, 4.469 veteranos del ejército israelí siguen tratamiento por estrés postraumático, pero la salud mental y espiritual de todos los israelíes está amenazada. Inmersos en maltrato, los maltratados se pasan al lado oscuro con facilidad.
Siendo así, ¿cuál puede ser nuestra respuesta ante la crueldad?
Hay una cierta esperanza; el adoctrinamiento puede revertirse y tenemos que crear vías de reconciliación y solidaridad entre los palestinos y el 90 por ciento de los judíos con conciencia, para que pueda surgir un estado de igualdad civil y política. Ahora ya entiendo que la psicopatía es algo natural, al igual que algunas personas nacen con dislexia o con un CI alto o bajo y que existen variaciones individuales en el espectro de comportamiento psicópata, desde ligero hasta extremo. En cuando a las estrategias de los activistas, Lobaczewski nos insta a acometer una reflexión moral, aguzar nuestras facultades razonadoras, entender a nuestros adversarios, confiar en nuestro instinto y «mantener el odio y el miedo bajo control».
Ahora sé que es una pérdida de tiempo apelar a la conciencia o a la moral de los psicópatas, a una «bondad» de la que carecen. Su talón de Aquiles es su ego, su reputación y su egoísmo. Uno puede condescender con el ego o ridiculizarlo. En todo caso, la imputabilidad es nuestro principal objetivo.
Lobaczewski confía en que esta investigación nos ayude a «vencer al mal comprendiendo su naturaleza, sus causas y se evolución». Nos recuerda que «es muy importante recordar que esta influencia procede de un segmento relativamente pequeño de la humanidad. El otro 90 por ciento de los seres humano no está formado por psicópatas». En último término, este autor cree que «las épocas complicadas y oscuras hacen que surjan los valores que finalmente vencerán al mal y traerán tiempos mejores».
Y concluyo con una nota positiva: lo que sabemos y que los psicópatas desconocen es que empatía + acción = poder, lo mismo que compasión + acción y verdad + acción.
Vazy Vlazna es coordinadora de Justice For Palestine Matters. Fue asesora de derechos humanos en la segunda ronda de las conversaciones de paz de Aceh (Indonesia) en Helsinki en 2005 y trabajó con las fuerzas de Paz de la ONU en Timor Este.
Fuente: https://www.counterpunch.org/2017/09/26/how-do-they-sleep-at-night/
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