¡Mejor! ¡Infinitamente mejor! Sería una sociedad sin esta enfermiza polarización artificial que padece. Desde que en 1998 inició el proceso que lidera el presidente Hugo Chávez, la sociedad venezolana ha venido transitando profundos cambios. Sin haber dejado de ser todavía un país rentista petrolero, va caminando hacia otro modelo: el socialismo del siglo XXI, experimento […]
¡Mejor! ¡Infinitamente mejor! Sería una sociedad sin esta enfermiza polarización artificial que padece.
Desde que en 1998 inició el proceso que lidera el presidente Hugo Chávez, la sociedad venezolana ha venido transitando profundos cambios. Sin haber dejado de ser todavía un país rentista petrolero, va caminando hacia otro modelo: el socialismo del siglo XXI, experimento social que intenta construir alternativas al capitalismo depredador sin repetir los errores y excesos del socialismo real con su carga de burocracia y autoritarismo. La actual reforma constitucional en curso, aprobada ya por la Asamblea Nacional y que habrá de ser sometida a referéndum popular el próximo 2 de diciembre, puede posibilitar acelerar muchas de esas transformaciones. Ante ello, la oligarquía nacional y el gran capital internacional -estadounidense fundamentalmente, actor principal en este continente desde hace ya más de un siglo- están alarmados. Si bien es cierto que en el texto constitucional a reformarse no queda taxativamente abolido el capitalismo, se abren las puertas para la edificación de una nueva sociedad y un Estado socialistas: el latifundio y el monopolio quedan en entredicho, se le da un papel protagónico al poder popular, se fomentan nuevas formas de propiedad de los medios de producción, se contempla una serie de mejoras para las capas históricamente más excluidas.
No hay dudas que para aquellos venezolanos que desde su nacimiento no han subido jamás a un transporte público de pasajeros, no han ido de compras nunca a un mercado popular y ven la vida desde los ventanales de su pent house o desde el vehículo blindado manejado por un chofer con librea, así como para los millonarios estadounidenses que manejan los hilos no sólo de su país sino del mundo y que sienten que aquí pierden una espectacular reserva petrolera, la aparición de este singular proceso bolivariano con un «zambo» a la cabeza y donde las grandes masas de pobres empiezan a sentirse protagonistas, es una afrenta insoportable. No hay dudas, entonces, que harán todo lo posible por detenerlo.
Por cierto lo han intentado varias veces ya, sin suerte. Y lo seguirán intentando, seguramente cada vez con mayor virulencia, dado que la consolidación de esta revolución y de Chávez en su conducción parecieran no tener retorno, con el agravante -para esas fuerzas reaccionarias de la derecha, por supuesto- que el «mal ejemplo» cunde por Latinoamérica, encaminándonos ahora hacia nuevos modelos de integración popular y solidaria.
La aprobación de la reforma constitucional que podría tener lugar el domingo 2 de diciembre tiene una importancia capital, no sólo por los nuevos artículos que quedarían consagrados sino también por el significado político y cultural que ello implica: el «pobrerío» ha participado en su discusión y estaría aprobando la carta magna que va a regir su vida en el futuro. Por tanto, la contrarrevolución está trabajando a toda máquina, tanto o más que en los preparativos del golpe de Estado de abril del 2002, para evitar llegar a una aprobación popular dentro de pocas semanas.
Ahora bien: desde que se inicia este singular proceso de transformación en Venezuela, más o menos viene repitiéndose la misma proporción de seguidores y de opositores de la revolución: en términos generales un 60 % contra un 40 %. Los porcentajes no han variado sustancialmente en el tiempo. ¿Hay un 40 % de venezolanos que ve en el «peligro comunista» que se acerca la posibilidad de perder sus fincas con helipuerto, sus mansiones, sus yates? ¿Tan grande es el porcentaje de población que no se beneficia de las medidas populares, de salud y educación gratuitas, de los mercados con precios solidarios? ¿Tanto ricachón hay en Venezuela que viaja a hacer sus compras a Miami en su jet privado y que ve en estas masas de pobres un «peligro»? ¿O es más compleja la situación?
Según estudios serios de psicología social y de semiótica, hoy día aproximadamente el 85 % de lo que un adulto urbano término medio de cualquier parte del mundo sabe y opina en términos políticos proviene de lo que ha tomado de los medios de comunicación, la televisión en primer lugar. Dicho en otros términos: repetimos como loros los que nos dicen en ese aparato que desde hace algunas décadas ha cambiado la fisonomía cultural de los seres humanos. «Muere lentamente quien hace de la televisión su gurú» se lamentaba consternado Pablo Neruda. ¡Y cuánta razón tenía!
Si bien en todas las encuestas la aprobación de la reforma constitucional para el próximo referéndum va adelante en la media de los valores históricos con que ha venido ganando el «chavismo» -un 60 %-, eso puede llevar a la pregunta de por qué el otro 40 % no apoya. ¿Temor a perder sus latifundios, sus Ferrari o sus aviones privados? ¿O manipulación mediática que confunde?
No es infrecuente escuchar en los sectores más humildes, aquellos que salieron a defender a su presidente en el momento del golpe de Estado en el 2002 o que superaron con su movilización el sabotaje petrolero, los mismos argumentos que aparecen en la televisión comercial: «con la reforma quitarán los hijos y los enviarán a campos de reeducación en Cuba, van a poner a vivir otra familia en mi casa, me expropiarán uno de los dos pares de zapatos que tengo». La gente no es tonta: ¡la vuelven tonta! «¿A quién debe dirigirse la propaganda: a los intelectuales o a la masa menos instruida? ¡Debe dirigirse siempre y únicamente a la masa!», formulaba sus tesis Joseph Goebbels, el padre de la manipulación mediática, ministro de propaganda de los nazis. «Toda propaganda debe ser popular y situar su nivel en el límite de las facultades de asimilación del más corto de alcances de entre aquellos a quienes se dirige. (…) La facultad de asimilación de la masa es muy restringida, su entendimiento limitado; por el contrario, su falta de memoria es muy grande. Por lo tanto, toda propaganda eficaz debe limitarse a algunos puntos fuertes poco numerosos, e imponerlos a fuerza de fórmulas repetidas por tanto tiempo como sea necesario, para que el último de los oyentes sea también capaz de captar la idea».
Justamente eso es lo que vemos hacer a diario en Globovisión.
¿Quién es el verdadero enemigo de la revolución bolivariana, la gente que se opone a las reformas en pro de una construcción socialista: ese 40 % de población que puede repetir esas patrañas dichas hasta el hartazgo por Globovisión? ¿O Globovisión?
El canal televisivo Globovisión no es, en términos empresariales, una potencia contra la que luchar. No es una multinacional que fija precios a escala planetaria ni mueve capitales golondrinas en cantidades multimillonarias dejando desolación a su paso. Es, sin dudas, una empresa considerable: tercer puesto entre los monopolios comunicacionales del país tras la Organización Cisneros -ODC- (propietaria del canal Venevisión, el 47,5 % del canal Vale y otras empresas como productoras de discos, Pepsi Cola Venezuela, cosméticos, Pizza Hut, más otras cuantiosas inversiones fuera del país) y el grupo 1BC.RCTV (propietario de RCTV, FM, RCR, Recorland y Línea Aérea Aerotuy). Su poder, en todo caso, no es tanto económico sino que radica en el papel táctico que juega: es la punta de lanza del imperialismo, por su conexión con CNN en Español, para desarrollar la guerra mediática contra la Revolución Bolivariana.
Las mentiras propaladas por Globovisión dejan cortas las recomendaciones de Goebbels. Mucho, muchísimo de la matriz de opinión nacional e internacional tejida contra el proceso venezolano es producto de esa sistemática y constante campaña de envenenamiento. Su comportamiento fue comparado recientemente por el abogado Adán Navas con el que tuvieron los medios de comunicación en Ruanda durante la guerra civil de ese país en el año 1994 luego de la cual «fueron condenados a cadena perpetua periodistas y dueños de los medios de comunicación que instigaron y produjeron como consecuencia de ello, masacres y genocidio» según la sentencia del Tribunal Penal Internacional del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. La sentencia enfatizó que los acusados «en su calidad de periodistas, desempeñaron un papel crucial en la incitación al odio étnico y a la violencia» pues «sabiendo del poder que tenían las palabras, en lugar de usar medios legítimos para defender su patriotismo optaron por el genocidio».
¿Incitación a la violencia? ¿Llamado al golpe de Estado? ¿Apología del magnicidio? ¿Deformación de los hechos? ¿Conducta periodística irresponsable? ¿No son todos estos hechos motivo suficiente para iniciar actuaciones judiciales contra este canal de televisión? ¿Por qué CONATEL -la Comisión Nacional de Telecomunicaciones- no actúa de forma enérgica apegada a la ley imponiendo sanciones ejemplares, o el retiro de la concesión llegado el caso? ¿Hay debilidad de la revolución o una sabia política de tolerancia para dejar que la derecha vaya muriendo sola? Pero…¿puede morir sola?
Motivos judiciales para iniciar acciones legales en su contra sobran. ¿Por qué no se hace? ¿Para evitar los escándalos y el desprestigio internacional a que se sometería la revolución con el ataque furioso de la derecha internacional a través de organismos internacionales del imperialismo como la Sociedad Interamericana de Prensa -SIP- o algunos hipócritas mecanismos llamados «defensores de derechos humanos» condenando a Venezuela por violar la «sacrosanta» libertad de expresión?
La «revolución bonita», como se ha dado en llamar muy ilustrativamente el proceso que vive Venezuela, funciona apegada en un todo a las leyes, evita en todo momento la confrontación y la violencia. Pero la violencia sigue estando ahí. ¿Qué otra cosa es, si no, lo que hace Globovisión? Las luchas de clase siguen siendo el motor de la dinámica social, y el socialismo del siglo XXI -que aún está empezando a arrancar- lejos está todavía de terminar con las contradicciones estructurales; la violencia de clase, la reacción de la clase que siente perder su poder es monumental, y se hace ver de diferentes maneras. Una de las formas más groseras es, justamente, Globovisión. ¿Hasta dónde convendrá ese guante de seda que muestra el gobierno bolivariano? ¿Será que el cierre de un medio golpista y contrarrevolucionario como Globovisión pueda funcionar como detonante de la invasión de Washington? ¿O esos planes imperiales funcionan independientemente de lo que se haga en Venezuela? Recordemos que las excusas para desembarcar los marines pueden ser casi infinitas: si no es el «cierre dictatorial» de un medio de comunicación puede ser cualquier cosa: un partido de baseball perdido, armas de destrucción masiva inexistentes más un interminable etcétera.
¿Convendrá ser legalistas y esperar hasta que termine su concesión en el 2015 para no renovarla? Hubo quien vaticinó la hecatombe política con la no-renovación del canal golpista RCTV en mayo pasado. Y en todo caso eso, si algo logró, fue la solidificación del proceso revolucionario. Alguna vez puede ser muy útil -y necesario- «ponerse los pantalones».
¿Cómo sería el país si no estuviera Globovisión desinformando e intoxicando ponzoñosamente todo el tiempo? Seguramente más tranquilo. La población no viviría paranoica con el tema de la «delincuencia desbocada» (que en Venezuela, según estándares internacionales, es moderada, muy por detrás de otros países latinoamericanos). Esa polarización artificial donde clase media -¡e incluso sectores populares!- ven «comunistas comeniños» detrás de cada esquina listos para secuestrarnos los hijos y enviarlos a la guerra (¿?) no existiría. Sin dudas, el porcentaje histórico de un 60 % de apoyo en cada elección sería mayor. Muy probablemente también la reforma constitucional ganaría con mucha mayor holgura, y la revolución, en definitiva, caminaría más tranquila. Y toda esa masa de población que vive martirizada por el calentamiento de cabeza a que se ve sometida cuando mira esos programas impúdicamente venenosos, viviría más calmada. En síntesis: para todos los venezolanos y venezolanas, si Globovisión no estuviera … sería mejor.
Pero Globovisión está; esa es la realidad. ¿Qué debe hacerse con el enemigo: «sentarse al lado del río a ver pasar su cadáver», como enseñaba Sun Tzu en «El arte de la guerra»? También puede ser oportuna otra enseñanza milenaria de las artes marciales: «si te provocan, huye; si te acorralan: mata».
Es probable que se deje el problema de este medio para después de la reforma, a partir del supuesto que la misma se ganará. Seguramente se ganará, tal como están las cosas y como todas las estadísticas enseñan. Pero dado el trabajo monumental que están haciendo en estos días previos al referéndum tanto Globovisión como el imperio (del que Globovisión es un mecanismo más), podría darse el caso de una victoria pírrica, con un escaso margen de triunfo. Lo cual podría debilitar el proceso. O peor aún -y tal como no sería nada improbable, según la guerra de rumores a que estamos sometidos- podría darse el escenario de un país hiper conflictuado, en virtual «guerra civil» (según la infame presentación mediática) que haga cada vez más difícil seguir avanzando. A no ser que, como decía la máxima recién citada, cuando no hay alternativas, hay que matar.
Hoy las guerras se juegan cada vez más en el campo de las comunicaciones; el primer paso de todas las guerras es siempre la creación de un escenario mediático. Y en Venezuela hace años que se vive ese combate. ¿Habrá que esperar que el pueblo, como en 1989, provoque otro «Caracazo» más allá de las autoridades y se tome (no pacíficamente, claro está) este canal como una batalla más de esa guerra si no lo hace el gobierno?
En ánimo de ser legalistas y apegados a la Constitución, quizá el soberano debiera decidir civilizadamente qué hacer en este caso como ejercicio de verdadero poder popular. ¿Por qué no un referéndum para establecer la suerte de Globovisión?