Están los que matan cuando ella decide poner fin a su tortura, a su presidio; están los terroristas del cuerpo y del alma, están los psicópatas expertos en la anulación y el control psicológicos; y están quienes justifican y consienten la violencia contra la mujer. Y lo cierto es que hay muchas maneras de consentir; […]
Están los que matan cuando ella decide poner fin a su tortura, a su presidio; están los terroristas del cuerpo y del alma, están los psicópatas expertos en la anulación y el control psicológicos; y están quienes justifican y consienten la violencia contra la mujer. Y lo cierto es que hay muchas maneras de consentir; posiblemente tantas como mujeres asesinadas al año por sus parejas o ex parejas, más de cincuenta el año pasado, 700 en los últimos diez.
En un excelente artículo titulado «La violencia no tiene género, el género sí tiene violencia» se habla de los igualadores, de aquellos que ante una situación espeluznante de crímenes de mujeres, 600.000 casos de maltratos al año, dicen que «todas las violencias son malas», o bien aquellos que esgrimen la leyenda urbana de las denuncias falsas, pese a que el Consejo General del Poder Judicial y la Fiscalía del Estado reiteren cada nueva memoria anual que solo suponen un exiguo 0,009% de las cifras totales, omitiendo, eso sí, el dato de que el 80% de las mujeres maltratadas no llega nunca a denunciar por miedo, vergüenza, falta de apoyo.
Pero también están quienes van más allá, y no «escuchan» los gritos de terror que provienen cada noche del piso vecino, o te justifican el comportamiento violento del hombre porque «algo haría su víctima» o «ella se lo buscó», como ejemplificó hace poco la afición bética, cuando con aullidos (no se pueden calificar de otro modo los sonidos emitidos por una jauría) explicitó su apoyo al delantero Rubén Castro, acusado por malos tratos a su novia.
Hace pocos días un tuit de la Guardia Civil equiparando la violencia de género a otras violencias que ya están penadas provocó un aluvión de críticas. Es lamentable que una de las patas que en teoría ha de apoyar a la mujer en el momento del auxilio y de la denuncia no sepa distinguir un hecho particular de un fenómeno generalizado y específico contra la mujer. Si frente una lacra social aún lejos de ser erradicada, sobresalen como la punta del iceberg estas complicidades, estas igualaciones, ¿qué escandalosas dimensiones tendrá el hielo que flota bajo las oscuras aguas?
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.