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Comunicación y autoexculpación

Fuentes: Público

Los expertos lo dicen: para triunfar en política, lo crucial en estos inicios de milenio está en una palabra clave, comunicación. Joseph Campbell, jefe de los famosos spin doctors de Tony Blair, llegó a ser el verdadero vicepremier ministro en la sombra, e incluso en situaciones tan graves como algunos conflictos armados (Irak, Afganistán, Gaza, […]

Los expertos lo dicen: para triunfar en política, lo crucial en estos inicios de milenio está en una palabra clave, comunicación. Joseph Campbell, jefe de los famosos spin doctors de Tony Blair, llegó a ser el verdadero vicepremier ministro en la sombra, e incluso en situaciones tan graves como algunos conflictos armados (Irak, Afganistán, Gaza, etc), una adecuada «política de comunicación» forma parte de la estrategia de los implicados (todos). Este axioma -que, dicen los entendidos, es un teorema tan evidente que no precisa de demostración- ha tenido muchas derivadas. Por ejemplo, la de la autoexculpación. Llama la atención, por ejemplo, que tres dirigentes como Blair, Aznar y Bush hayan producido libros de memorias a lo largo de estos últimos tiempos, que tienen diferencias (obviamente) pero una estrategia subyacente común: el arte de combinar argumentos cuyo objetivo final es eludir responsabilidades. Blair (A Journey), Bush (Decisión Points) y Aznar (por si acaso ha publicado dos: Retratos y perfiles y Ocho años de Gobierno) apuntan en una misma dirección: la inocencia. Creían «de buena fe», estaban «convencidos» de que Sadam tenía armas de destrucción. Lástima, no las tenía, pero la buena fe es un atenuante poderoso y, además, «el mundo está mejor sin Sadam». Mala suerte para ellos, hubo quienes dijeron que no las tenía, la resolución 1441 del Consejo de Seguridad de 2002 no autorizaba de manera difusa ninguna acción sin su consentimiento expreso, y en cuanto a Abu Ghraib y Guantánamo, bueno, «nuestros abogados» decían que era legal. No falta una punta de autocrítica (el Katrina), alguna confidencia (Bush «casi» prescinde de Cheney, pero al final no), y una voluntad de proximidad con el lector: «Cómo me sentí cuando ordené esto o lo otro». En el caso de Bush, resulta chocante el argumento utilitarista de la tortura («ayudó a salvar vidas norteamericanas»), o la ausencia de mención a la escasa eficacia de estos métodos en relación a los estándares constitucionales vulnerados en materia de derechos humanos. De los casi 800 presos que han pasado por Guantánamo, han sido procesados nueve y condenado uno. ¿Y el hábeas corpus?

Por cierto, como los tres mosqueteros, los tres de las Azores eran cuatro. El cuarto era el anfitrión, el primer ministro de Portugal, que acogió la cita y compartió las decisiones. Se llama Durão Barroso.

*El autor es Catedrático de Ciencia Política

Fuente: http://blogs.publico.es/delconsejoeditorial/1000/comunicacion-y-autoexculpacion/