Uno no resulta muy fiable cuando afirma por enésima vez que el último libro que han escrito sus amigos es imprescindible, pero resulta que Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero llevan bastante tiempo empeñados en ponerlo a uno en ese aprieto. Como dijo otro amigo, un día «vieron claro» y están desarrollando un proyecto […]
Uno no resulta muy fiable cuando afirma por enésima vez que el último libro que han escrito sus amigos es imprescindible, pero resulta que Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero llevan bastante tiempo empeñados en ponerlo a uno en ese aprieto. Como dijo otro amigo, un día «vieron claro» y están desarrollando un proyecto intelectual que se podría resumir, de forma más realista que pretenciosa, como una vuelta atrás del marxismo, un empezar de cero para encuadrarlo en lo que estos autores, a mi juicio muy certeramente, denominan «la tradición republicana».
Yo creo que no es casualidad que Carlos y Luis se conocieran precisamente en el Taller «Marx desde Cero», que organizó la agrupación «Marx Madera» del PCE -que está, por cierto, amenazada de desalojo mientras escribo estas líneas- hace ya quince años o así. El logotipo de aquella especie de curso de marxismo -althuserianos peligrosos, diría entonces de los organizadores la dirección del Partido Comunista de Madrid cuando trató de boicotearlo- era el archifamoso y barbudo rostro de Marx montado sobre el cuerpo de un bebé. Y el espíritu era pelar el pensamiento de Marx de las cáscaras dialécticas y los tópicos de la vulgarización de una tradición marcada a fuego por la deriva soviética, y volver a pensar el capitalismo desde el principio utilizando a Marx como instrumento principal… de pensamiento, no como un fetiche sacralizado apto para cualquier argumento de autoridad dentro de una escolástica apolillada y demasiado enmierdada por los enmierdes del llamado socialismo real. Marx desde cero proponía, para empezar, una historia de la Filosofía en la que insertar al genio de Tréveris cuyo colofón lo marcó una página sobre Kant que escribió la profesora María José Callejo, compañera de Carlos F. Liria en la Universidad Complutense y experta reconocida en este autor que no dejaba, por aquel entonces, de plantear algunas de las pregunta s sobre las que iba a girar todo lo que vino después.
Con el tiempo, aquel propósito fue tomando forma en distintos libros escritos por Carlos F. Liria y Luis Alegre que venían a demostrar la radical incompatibilidad de los conceptos de democracia y estado de derecho con el capitalismo. Cuando leí Comprender Venezuela, pensar la democracia , recordé algunas discusiones muy interesantes sostenidas con María José Callejo en los tiempos del taller Marx desde Cero acerca de hasta qué punto vivimos en un estado de derecho. Yo creo que ese libro en gran medida zanja la controversia, y va más allá porque descubre la necesidad de reivindicar la democracia y el derecho como eje primordial del programa comunista… en el que el socialismo vendría a ser una especie de condición necesaria para que el auténtico programa político de la Ilustración pueda desarrollarse y podamos vivir en libertad. ¿Cómo pudieron los movimientos comunistas entregar a l enemigo conceptos tan elementales, el corazón de un proyecto verdaderamente emancipador? El resultado de intentar construir una utopía más allá del derecho dio lugar a auténticas aberraciones criminales en la historia de algunos de los países comunistas menos afortunados, e implicó una bancarrota total de las ideas comunistas cuando el capitalismo acabó por derrotar definitivamente al mundo soviético. En la otra cara de la moneda, nuestros protagonistas argumentaban en Comprender Venezuela que el secuestro del programa político ilustrado por parte de los aparatos ideológicos del ilimitadamente atroz capitalismo actual ha llevado también a la bancarrota argumentativa y moral a los intelectuales del sistema, que lo defienden en nombre de la democracia y el estado de derecho, olvidando que hoy estos últimos sólo se sostienen gracias a la vigilancia electrónica y el alambre de espino de las fronteras sur…
Sin embargo, el pensamiento autodenominado marxista pretendía, y en muchos casos sigue pretendiendo, superar, utilizando una lectura dialéctica de Marx, el meollo argumentativo, basado sobre todo en Kant y la tradición ilustrada, que desarrollan Carlos F. Liria y Luis Alegre. Si nos preguntamos si Marx y su obra cumbre, El capital, verdaderamente respaldan aquel punto de vista filosófico, si pretendemos saber si los interesantes planteamientos de F. Liria y Alegre se pueden llamar marxistas, nada mejor que leer su último libro, El orden de El Capital , publicado recientemente por la editorial Akal. Ahí de alguna manera cierran el círculo, vuelven al Marx en pañales y hacen un ejercicio de lectura fiel y minuciosa del clásico para tratar de reinscribirlo en la tradición republicana sacándolo justamente de la, hasta ahora, tradición marxista . En alguna ocasión, estos autores han argumentado que para explicar bien algo, antes que nada es imprescindible entenderlo bien: en su última obra son fieles a este principio, se expresan con claridad meridiana, fabrican un ensayo que atrapa en una lectura accesible para cualquiera a fuerza de llaneza en el razonamiento, el cual brilla por encima de cualquier aditamento retórico o terminológico. Basta leer este libro para entender la vigencia radical de Marx como crítica del capitalismo y de las historias que el capitalismo se cuenta a sí mismo para legitimar su brutalidad ilimitada. Y sin absolutamente ninguna deuda pendiente con el fracaso del socialismo real.
Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero son, en este sentido, dos púgiles muy atrevidos que no se limitan a retar al conjunto de autores y obras que hemos denominado tradición marxista … Al fin y al cabo, de un modo a mi juicio mucho más inaccesible que escondía en el hermetismo algunas carencias de importancia, eso ya lo hicieron Althusser y compañía en Lire le capital. Leyendo a Marx, trayéndolo a la vanguardia intelectual de nuestro tiempo, echan también un órdago a la Economía actual, de carácter neoliberal y tradición marginalista, a la que ponen patas arriba y contra la que lanzan agudos argumentos de peso que pinchan el globo ideológico que la sostiene. Estos dos autores, liberando a Marx de trampillas dialécticas, desacralizándolo -recuérdese que fue el propio Marx el que dijo que él no era marxista-, tomando conciencia de algunos de sus errores y de los muchos límites marcados por su tiempo, lo están resucitando como el mejor Marx, el que resulta útil para un programa comunista de transformación social… que tenga por bandera precisamente la democracia y el derecho, los principios que hacen posible que alguien como yo, un padre de familia que teme por sus hijos, que necesita que el sentido común tenga sitio en la política y que ha aprendido a ser fiel a eso de «los experimentos, con gaseosa», pueda entender qué es el capitalismo y cuán necesario es el socialismo.
Socialismo con sentido común podría ser el título de un apéndice que añaden los autores al final de El orden de El capital , con el fin de anticiparse a las malas interpretaciones y que se acaba convirtiendo en un interesante programa de mínimos para los comunistas. Socialismo sin pajas mentales, sin cuentos chinos, sin hombres nuevos que no sean sino, sencillamente, ciudadanos libres. Para un comunista que pueda ser comprendido por los compañeros de clase social y a la vez no pretenderse algo así como apóstol de una nueva religión, el hombre nuevo no puede ser otra cosa que el proletario que recupera la dignidad. Esto último, dicho en plata, es lo que nuestros autores llaman independencia civil , que es como decir la capacidad de regir el propio destino porque, para sobrevivir, no tiene que someterse al dominio de otro individuo o conjunto de intereses privados… hablamos del hombre libre que no se ve abocado a la sumisión disfrazada de un acto de libre intercambio de mercancías, meollo del capitalismo y sus trampas ideológicas. Como suele decir otro amigo, no está el horno para bollos -bueno, él viene a decir más bien «no tengo el coño para magdalenas»-; no podemos pretender ya convencer a nadie de la posibilidad de una utopía maravillosa de hombres y mujeres majísimos, ni de la pertinencia de no sé qué multitudes la hostia de guays. Ante el despliegue inconmensurable de todas las potencias destructoras de un capitalismo en permanente aceleración que presenta una realidad terrible para la mayoría y -por lo que me atañe- perspectivas tenebrosas para los hijos de los trabajadores privilegiados del primer mundo, ante el reflujo fascistoide y racista con el que las oligarquías van a querer arrastrar, en su naufragio, a nuestros convecinos, sería bueno que escucháramos lo que proponen Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero. Conformarnos con conquistar el derecho – los derechos , por tanto- y la democracia y poder hacer realidad algo así como una ciudadanía mínimamente aceptable en la que criar a nuestros hijos es el programa comunista más radical y al mismo tiempo más necesario, comprensible e inmediato. No se trata de poner una vez más el mundo patas arriba, ¡no, por favor, eso ya lo hace el capitalismo a diario!, más bien todo lo contrario, lo que hay que hacer es enderezar las cosas para que, por fin, todos podamos vivir dignamente en una sociedad moderna y justa.
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