Hace veinte años, a primeros de 1994, acogí en mi casa de Vizcaya al intelectual cubano Darío Machado Rodríguez, que acababa de llegar al reino borbónico en misión diplomática. Ahora ejerce como catedrático de periodismo en La Habana, pero entonces ocupaba el cargo de Director del Centro de Estudios Sociopolíticos y de Opinión, adjunto al […]
Hace veinte años, a primeros de 1994, acogí en mi casa de Vizcaya al intelectual cubano Darío Machado Rodríguez, que acababa de llegar al reino borbónico en misión diplomática. Ahora ejerce como catedrático de periodismo en La Habana, pero entonces ocupaba el cargo de Director del Centro de Estudios Sociopolíticos y de Opinión, adjunto al Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Pasamos dos semanas inolvidables, juntos a todas horas: mañana, tarde, noche y madrugada. Como es natural, hablamos mucho y de muchos temas y, cómo no, nos contamos infinidad de anécdotas, entre ellas la que inspira este artículo.
Darío me relató un recuerdo de su niñez que me ratificó en mi idea de que por encima de los nombres de las cosas y de los colores de las banderas están los conceptos y los hechos. En los años de la dictadura de Fulgencio Batista, los medios de comunicación, fundamentalmente los periódicos y las emisoras de radio, asociaban constantemente el comunismo a toda suerte de calamidades y perversidades, y tal sobredosis de propaganda había hecho mella en buena parte de la población. En uno de sus habituales paseos por La Habana, el peq ueño Darío y su padre se detuvieron a escuchar a un joven activista que, subido a un banco de una plaza cualquiera, explicaba apasionadamente a quien quisiera oírle las bondades de la revolución y la necesidad de derrocar lo antes posible al dictador. Más o menos, decía lo siguiente:
-Nos llaman comunistas porque luchamos para que el pueblo cubano sea libre. Nos llaman comunistas porque animamos al pueblo cubano a perder el miedo. Nos llaman comunistas porque queremos una sanidad pública y gratuita. Nos llaman comunistas porque queremos que a nuestros hijos e hijas nunca les falte la comida, porque queremos que puedan estudiar, porque queremos que sean felices… ¡Comunistas son ellos, que nos reprimen! ¡Comunistas son ellos, que nos están jodiendo la vida!
Hasta aquí lo narrado por Darío. Un simpático e instructivo cuento que me viene a la memoria en este punto y hora en que oigo a los líderes de Podemos dirigirse a su público objetivo con un mensaje construido a la medida de un pueblo rejoneado, de un pueblo asustado, de un pueblo acobardado por décadas de adoctrinamiento. Estamos en el tiempo de acumular fuerzas y el lenguaje no debe ser un obstáculo para ello. Yo, comunista desde que tengo uso de razón política, no tengo el menor problema en gritar alto y claro: ¡Comunistas son ellos!
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