La derecha venezolana, por boca de algunos de sus ideólogos como el otrora «asesor» de Hugo Chávez, Heinz Dieterich, apuesta a que, con su reciente triunfo electoral en las elecciones parlamentarias del pasado 6 de diciembre de 2015 en que se afianzó como mayoría, allanó el camino para destituir al gobierno constitucional y legítimo de […]
La derecha venezolana, por boca de algunos de sus ideólogos como el otrora «asesor» de Hugo Chávez, Heinz Dieterich, apuesta a que, con su reciente triunfo electoral en las elecciones parlamentarias del pasado 6 de diciembre de 2015 en que se afianzó como mayoría, allanó el camino para destituir al gobierno constitucional y legítimo de Nicolás Maduro e instituir la Sexta República que necesariamente deberá de ser de corte capitalista neoliberal, claro, en el caso de que fructifique.
Los argumentos son varios y con significados diversos de acuerdo con quien los esgrima. Pero desde la perspectiva de la derecha la esencia de los mismos es seguir el camino impuesto por la derecha argentina bajo el gobierno del empresario Macri que en unas cuantas semanas ha echado por la borda las conquistas sociales en parte conseguidas por el gobierno kirchnerista y en parte por las luchas del pueblo y de los trabajadores. En su lugar, ha premiado al capital agroexportador y a los fondos buitre, además de gobernar mediante decretos – debido a la minoría que mantiene en el Congreso – e imponer la devaluación de la moneda en claro beneficio de los especuladores, incrementar la inflación de precios afectando gravemente los salarios y recurrir a la represión contra los movimientos populares que se han opuesto a esas políticas neoliberales.
Si se quiere ver el futuro de Venezuela bajo los caprichos e intereses de la derecha y de la oligarquía (atrincherada en la MUD) no hay más que mirar en este viejo espejo carcomido del capitalismo neoliberal dependiente argentino y de las formas salvajes que está asumiendo hoy la «gobernabilidad» y sus políticas completamente antipopulares y pro-imperialistas encaminadas a restituir los compromisos y sujeciones geoestratégicas con Estados Unidos y sus organismos completamente a su servicio como la OEA y la OTAN, además de impulsar los panamericanistas tratados de «libre comercio» con ese país que atentan contra la soberanía de los pueblos.
No hay, a nuestro juicio, un «agotamiento» del ciclo de los llamados gobiernos progresistas de América Latina como se ha insinuado en discusiones y análisis recientes, sobre todo por parte de sectores de izquierda y del pensamiento crítico. Si bien la historia admite en su seno comportamientos cíclicos de los fenómenos sociales y humanos, sin embargo ellos, a la vez, dependen de las luchas de clases, del nivel de conciencia del proletariado y de las clases oprimidas de la sociedad, de su relación que guarden con el Estado y el gobierno en turno, así como de la peculiar conciencia que tengan del momento histórico-coyuntural que experimenten. Así, por ejemplo, se habla del agotamiento del ciclo progresista y del arribo de un tipo de gobiernos-regímenes políticos neoliberales impulsados por las nuevas derechas del continente -preferentemente – mediante la utilización de la democracia burguesa representativa todavía vigente – incluso en Venezuela – y de la llegada al poder mediante el recurso electoral. Y se recurre al ejemplo primero de lo que ocurrió en Argentina donde perdió por una mínima proporción el oficialismo encabezado por la presidenta C ristina Kirchner y enseguida por el triunfo de la derecha en Venezuela frente al chavismo-madurismo en el plano de las elecciones parlamentarias; por último, se refiere el proceso en curso del intento de destituir del poder a la presidenta brasileña Dilma Rousseff. De este modo, como en el juego del boliche, tanto la derecha como algunos sectores de la izquierda, e incluso en la opinión de algunos de sus intelectuales orgánicos, han llegado a plantear que los gobiernos progresistas van a caer como una chuza sin dejar un solo bolo en pie. De esta manera, todo el continente latinoamericano se habrá re-neoliberalizado en consonancia con los intereses imperialistas y los de las oligarquías y burguesías dependientes de la región.
Hemos planteado en otras oportunidades que parte de las dificultades que endógenamente se pueden atribuir a los gobiernos llamados progresistas – particularmente Venezuela, Bolivia y Ecuador – obedecen al hecho de no haber profundizado y radicalizado sus procesos de cambio y revolucionarios desde el momento que asumieron el poder y que contaban con una favorable correlación de fuerzas que pudiera haber beneficiado dichos procesos impulsados por los trabajadores y los movimientos populares. Pero esta discusión ya resulta obsoleta en estos momentos en que las derechas arremeten ferozmente para reconquistar el poder y sus privilegios, incluso, intentando legislar leyes de amnistía que favorezcan a presuntos «presos políticos» que son verdaderos criminales que purgan condenas por delitos diversos de violación de los derechos humanos y crímenes de lesa humanidad. También proclamando la intensión de desmontar los derechos adquiridos por los trabajadores, tales como pensiones y jubilaciones, privatizar sectores productivos estratégicos como el petróleo venezolano hoy en manos del Estado bajo la empresa PDVSA y fomentar la acumulación de capital y la superexplotación del trabajo, leyes que operaron soberanas y sin límites bajó los gobiernos neoliberales y pro-imperialistas de la Cuarta República ( 1956-1999 ) que, por cierto, ahora la derecha maltrecha pretende restituir bajo el cobijo de la Sexta República.
No se puede concebir la crisis internacional del sistema capitalista como un «factor externo» de los ciclos económicos internos de las economías dependientes como en su momento llegó a plantear la misma CEPAL y las distintas variantes del desarrollismo estructuralista y, aún, las teorías neoclásicas. Por el contrario, dicha crisis – estructural, financiera, productiva, industrial, comercial – opera de manera endógena en el funcionamiento de dichas economía y las afecta en determinada proporción. Así, por ejemplo, en general se puede apreciar que los actuales gobiernos también denominados pos-neoliberales, hegemónicamente asentados en patrones de acumulación y de reproducción primario-exportadores, surgieron al calor del aumento de los precios de las materias primas y de los energéticos que posibilitaron redistribuir los ingresos en favor de las clases sociales proletarias y subalternas. Así, se impulsaron sendos programas sociales en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Brasil, Uruguay, Argentina, Nicaragua, entre otros, confiriéndoles una mayor legitimidad a los gobiernos en turno y que aún se mantiene.
La derecha venezolana y los medios de comunicación afines ocultan esta realidad de la crisis del modo capitalista de producción para realzar factores de orden completamente superficial – en el sentido de que ellos, a la par, corresponden a causas profundas – tales como escasez de pañales, de higiénicos, de jabón y detergentes, algunos medicamentos y de otros productos básicos para la población y achacándole completamente la responsabilidad de esta situación al gobierno «castrista-chavista» como suelen tildarlo. Así, en una verdadera campaña de marketing masivamente impulsada por los medios de comunicación y electrónicos, la derecha logró «convencer», sin realizar campaña electoral alguna como en su oportunidad fue denunciado, a determinados sectores de la población – ¡incluso chavistas! -legítimamente desesperados y con hartazgo de las largas colas que hay que hacer para conseguir los productos de la dieta familiar para votar en contra de los candidatos del PSDV. En este sentido, no fue casual que a unos días de las elecciones sectores empresariales y del comercio se dieron a la tarea de ocultar los productos básicos para incrementar el descontento social contra el gobierno y que una vez que ocurrieron dichas elecciones paulatinamente se reestableció relativamente el abasto, una vez que la oposición fascista se hizo de la mayoría del congreso.
Como se puede entrever a esta agrupación que representa al gran capital y al imperialismo lo que menos le interesa es resolver las carencias del pueblo y los problemas de índole económico-social, por lo que es una derecha política mandatada por los círculos imperialistas, los grandes grupos financieros con representación del FMI y el BM, para lo que requieren derrocar urgentemente al gobierno bolivariano con o sin golpe militar. Así por ejemplo lo declaró el escogido en votación secreta para presidir el nuevo congreso por los diputados derechistas el 3 de enero de 2016, el señor Henry Ramos Allup del Partido Acción Democrática que también prometió legislar para liberar a los presuntos «presos políticos» hoy encarcelados por la justicia venezolana que también fue desconocida por esta agrupación genocida responsable de cientos de muertes debido a la prácticas masivas de la violencia y la guarimbas, además de sus estrechos vínculos orgánicos con el paramilitarismo colombiano y su comandante el ex-presidente Álvaro Uribe.
Esta intentona de la derecha venezolana se traduce en sus pretensiones manifiestas de destruir la actual Quinta República Bolivariana y, con el contubernio de los gobiernos de la derecha internacional y, en particular, de Estados Unidos, erigir una nueva república donde gobierne directamente la oligarquía, los grupos mafiosos con articulaciones con el paramilitarismo colombiano, el FMI, el BM y la OCDE para reinsertar al país en el concierto de las naciones capitalistas neoliberales bajo la hegemonía norteamericana.
Se puede sostener, entonces, que no existen ciclos histórico-políticos fatales, como pretenden la derecha y ciertos sectores de la ultraizquierda que le hacen, tal vez sin proponérselo, el juego. Lo que sí existe es la lucha de clases, los niveles de conciencia que el proletariado y los sectores populares puedan, o no, adquirir para entender su y la realidad de la situación de coyuntura y de crisis estructural que padece el capitalismo global y cada uno de los países (dependientes) de Nuestra América.
En el caso de Venezuela destaquemos que el gobierno en turno además de legal – cuestión que la derecha desconoce sistemáticamente – es un gobierno legítimo – lo que no es por ejemplo el mexicano actual – es decir, está enraizado en el sistema de valores ético-culturales, políticos y sociales de los grandes sectores populares y de los trabajadores del país, lo que le hará más azarosa, si no es que imposible, a la derecha la innoble misión de destituir al gobierno bolivariano del presidente Maduro junto con las instituciones que él representa.
En las oportunidades anteriores esta agrupación burguesa no vaciló en ningún instante en implementar el golpe de Estado primero contra el presidente Hugo Chávez (11 de abril de 2002) y, después, contra el presidente Maduro (12 de febrero de 2015) pero que, afortunadamente, resultaron fallidos porque fueron conjurados por el gobierno bolivariano que enfrentó a la derecha doméstica e internacional articulada con los gobiernos de Estados Unidos, de España y con el paramilitarismo colombiano. Muchos de los diputados de la oposición electos estuvieron involucrados con los sectores golpistas, así como los actualmente encarcelados mal llamados «presos políticos» y connotados dirigentes de esa oposición.
Pero a diferencia de ese pasado, desafortunadamente el voto popular le otorgó un instrumento con el que no contaba esa oposición: la mayoría parlamentaria que le permitirá aglutinarse con un objetivo común: derrocar al gobierno bolivariano. Ello sería mucho más difícil sin ese instrumento, pero afortunadamente también el gobierno, su partido y el Polo Patriótico cuentan con instrumentos político-ideológicos y de movilización con los que contrarrestar la contrarrevolución que pretende la burguesía y la derecha. Y esto no se llama «polarización» que existe en todas las sociedades de clases, sino además lucha de clases que se tendrá que dirimir a pesar de cualquier intento de conciliación, sea por parte de sectores de la derecha o del gobierno en aras de constituir un virtual e idílico «gobierno de salvación nacional» o de cualquier otra denominación.
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